La violencia virtual destruye la conciencia ambiental

19/09/2015
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Hoy en día, el tiempo que le dedicamos al entretenimiento digital, viene repercutiendo negativamente en el Medio Ambiente, ya que pasamos infinidad de horas frente a la pantalla del smartphone, de la tableta, de la laptop, de la computadora y del televisor, sin medir las consecuencias que afloran por tanta indiferencia ecológica.

 

Nuestra salud mental se perjudica a expensas del materialismo tecnológico vigente, que bloquea la entrada del sentido común en los cerebros de la Humanidad. La ficción del ciberespacio esclaviza la noción real del tiempo, a través de las redes sociales, de los videojuegos, de las aplicaciones móviles, de los banners publicitarios y de los motores de búsqueda, que jamás recuerdan el significado holístico del conservacionismo.

 

Entre androides de lujo, ladrones de carros, pájaros furiosos, gemas doradas, mercenarios y troyanos, es evidente que el universo de Minecraft luce muy limitado, para reconstruir la paz verde que tanto necesita la Tierra.

 

De hecho, estamos construyendo la era del cáncer debido a la extrema codependencia tecnológica del siglo XXI, que se edifica con millones de bloques de silicio, mercurio, cadmio, plomo, litio, plástico, cobre, níquel, aluminio, oro y demás derivados tóxicos del frenesí capitalista.

 

Mejor que sembrar plantas para ahuyentar a los zombis de la Internet, sería sembrar un árbol para enamorar a los colibríes del parque terrenal. Pero la gente supone que comprando 1000 girasoles virtuales en Google Play, podrá sacarse la culpa de no haber sembrado ni un solo girasol en el parque terrenal.

 

Es el teatro de lo absurdo en su máxima expresión. Millones de zombis protagonizan el salvaje ecocidio que sufre la Madre Tierra. Ellos conviven en secreto junto a nosotros. Siempre trabajan y nunca sonríen. Son adictos al dinero fácil. Parecen hombres y mujeres normales, pero realmente llevan siglos durmiendo en silencio, aunque piensan que están llenos de vida por dentro.

 

Violencia no es solo patear a un perro indefenso, empujar a un niño enfermo, o golpear a una bella mujer. Somos violentos cuando pisoteamos la tierra que nos dio de comer, cuando tiramos kilos de basura en las calles, cuando compramos cualquier cosa que vendan en MercadoLibre, cuando descargamos pornografía llena de virus informáticos, y cuando decidimos vivir en la caótica World Wide Web, mientras el Mundo de carne y hueso se derrumba frente a nuestros ojos.

 

Hay una amalgama global de colores, edades y credos, pero las diferencias se unifican con la hostilidad ambiental, que maltrata el sagrado corazón del planeta Tierra. Los jóvenes NO ahorran la energía eléctrica porque juegan Grand Theft Auto. Los adultos NO reciclan los desechos porque envían los mensajitos del WhatsApp. Y los ancianos NO recuerdan el pasado porque ya no vale la pena recordarlo.

 

La ciencia empírica insiste en que las redes sociales como Twitter, Instagram y Facebook, se transformaron en una peligrosa droga masiva, que causa desde una severa adicción, pasando por una inconsolable depresión, y llegando hasta la ortodoxa muerte. Las notificaciones, los seguidores y las actualizaciones, han generado el llamado “miedo a quedar excluido”, siendo un síndrome que afecta a los millones de usuarios a nivel mundial, que necesitan estar siempre conectados a la red Internet, para ganar una mayor experiencia mediante la inagotable publicación de comentarios, fotos, videos y demás contenidos virtuales.

 

Hemos perdido por completo la buena economía del tiempo. Todos los días se nos escapa el Sol de las manos, pese a que brillaba con fuerza a nuestra espalda. Por eso, el sedentarismo, la obesidad, la ansiedad, el egoísmo, la conjuntivitis, los dolores de cabeza y el retraimiento social, se vienen robando el buen juicio de la histérica Sociedad Moderna, la cual será cómplice de su inevitable auto-destrucción.

 

No queremos ser jinetes del Apocalipsis, pero estamos galopando sobre un perverso estilo de vida, que no reconoce la importancia de preservar los recursos naturales del entorno. Basta con observar en nuestras ciudades latinoamericanas, el incremento de las zonas públicas que ofrecen acceso gratuito a la red Wi-Fi, pese a que muchos internautas NO disponen de fuentes de agua potable, ni gas doméstico, ni electricidad en sus viviendas.

 

Vemos los casos recientes de La Molina (Perú), Cobquecura (Chile), Tegucigalpa (Honduras), Montúfar (Ecuador) y Naguanagua (Venezuela). En esas regiones latinoamericanas se endiosa la llegada de la Wi-Fi, mientras las comunidades pobres y sus habitantes humildes protestan en las calles, porque no tienen asegurado el libre acceso a los servicios básicos de subsistencia.

 

No se invierte plata para conseguir una infraestructura de sustentabilidad ambiental, porque los gobiernos latinoamericanos intentan copiar modelos de crecimiento endógeno extranjeros, totalmente alejados de la problemática socio-ecológica que enfrenta diariamente la ciudadanía.

 

El cónclave de esa terrible realidad en América Latina, se establece con un falso desarrollo tecnológico, el cual se ajusta solamente a la población de élite, que prefiere ir al parque para jugar la nueva versión de Plantas VS Zombis. No importa que del cielo brote una lluvia de meteoros, que un viejo sordomudo les suplique una limosna, o que los santos santifiquen el aroma del campo, porque los individuos tecnófilos seguirán full concentrados plantando girasoles y matando zombis.

 

Queda claro, que la estupidez humana es altamente contagiosa en casi todo el Mundo. Las transnacionales aprovechan que la gente es feliz matando el tiempo con sus smartphones, para continuar destruyendo los ecosistemas y extinguiendo la biodiversidad mundial.

 

El chiste es distraer a las masas, hipnotizarlos con tecnología de punta y robotizar el comportamiento. Cuando finalmente lo consiguen, los dueños del canibalismo corporativo se sienten libres de sembrar alimentos transgénicos, de quemar combustibles fósiles, y de contaminar el agua de los océanos.

 

Resulta obvio afirmar que mientras China y Estados Unidos, sigan siendo los mejores verdugos del planeta Tierra, pues el resto de los países seguirá idolatrando el consumismo, el capitalismo y la obsolescencia programada, cada vez que compren más chatarra electrónica en los gigantescos centros comerciales.

 

No es casualidad que Estados Unidos acumula el 40% de la deuda climática global, y que China es pionera en la emisión de dióxido de carbono en la atmósfera.

 

Lo insólito, es que China y Estados Unidos son fieles devotos de los principios éticos fundamentales, descritos con firmeza en las páginas de la macabra Carta de la Tierra. Esa hermosa declaración internacional, lleva más de 15 años pregonando las leyes del respeto ambiental, y nos demuestra que las palabras siempre se las lleva el viento de la corrupción, de la burocracia y del fascismo.

 

En el caso de Latinoamérica, la violencia ambiental es consecuencia de un sistemático proceso de Transculturación, pues tenemos la fortuna de ser el subcontinente que bebe más litros de Coca-Cola en el Mundo, que más se endeuda los bolsillos comprando millones de teléfonos celulares, y que formula las preguntas más tontas en el bodrio de Yahoo Respuestas.

 

Como sabemos, en varios países latinoamericanos se está realizando el llamado “Apagón Analógico”, buscando que la típica televisión basura ahora sea consumida digitalmente por los espectadores. Sin embargo, es incierto el destino ambiental de los incalculables televisores arcaicos, que se unirán a las más de 40 millones de toneladas de residuos electrónicos producidas al año, y que esperan aumentar con el sofisticado efecto rebote del Y2K38.

 

Vale aclarar, que mientras perdemos la salud visual, emocional y espiritual, navegando durante las 24 horas del día en la Internet, están ocurriendo una serie de ecocidios en todos los jardines de la Pachamama, aprovechando que la gente jamás se cansará de plantar girasoles y matar a los zombis.

 

Por ejemplo, los más de 200.000 galones de petróleo derramados en el municipio de Puerto Asís, gracias a la clásica subversión de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), destruyeron el equilibrio ecológico de los humedales, y socavaron la vida de las etnias indígenas y de los campesinos adyacentes, quienes se quedaron con la peor parte del paisaje belicista.

 

Las colosales explosiones en el puerto de Tianjin (China), que llegaron a dejar un nivel de cianuro de sodio 356 veces mayor al permitido, también deben soportar que cada día mueren más de 4.000 ciudadanos chinos, por inhalar la gran polución del aire que se acumula en el rostro, en los pulmones y en un sistema respiratorio, que nunca será inmune al genocidio ambiental perpetrado.

 

Todavía se lloran los 40 mil litros cúbicos de lixiviados de sulfato de cobre acidulado, que asfixiaron al arroyo Tinajas y a los ríos Sonora y Bacanuchi en México, creándose una emergencia sanitaria debido a las cicatrices anaranjadas que marcaron el suelo azteca.

  

Estamos viendo demasiada maldad en contra de nuestro planeta. A los cobardes les encanta vivir presos, en la cobardía tecnológica del anonimato. La ignorancia es el arma nuclear del siglo XXI, que se solidifica con el racismo, con la homofobia, con el ciberacoso, y con la psicosis en alta definición. Es así, como surge una auténtica legión de cobardes alrededor del orbe, que no respetan la eterna valentía de la aguerrida Madre Tierra.

 

Lo más preocupante en la actualidad, es que los padres vienen llenando de muchísima tecnología a sus hijos, para remediar la falta de tiempo compartido por culpa de las exigencias laborales, y para seguir eludiendo la posible inyección de Educación Ambiental desde la infancia.

 

El resultado de la carencia afectiva en el seno familiar, se paga con la triste imagen de niños que van a la escuela portando un Iphone, que gozan de Internet inalámbrico y de televisión satelital en sus angelicales dormitorios, y que graban videoblogs para subirlos todos los días a Youtube, sin pensar en el peligro de exponerse públicamente dentro de sus localidades.

 

Ya no hay duda que la violencia virtual destruye la conciencia ambiental. El Mundo binario debe recuperar el ancestral legado ecológico, que cultivó la primera semilla de maíz en el huerto de la vida. Usemos la tecnología con fines pacifistas, y NO para seguir quemándonos en una guerra sin cuartel.

 

Ekologia.com.ve

https://www.alainet.org/fr/node/172526
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