Una fiesta popular que ya resulta incómoda

18/09/2015
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Una de las más populares y espontáneas fiestas de los mexicanos por encima de las clases sociales realmente existentes, de las religiones, ideologías y preferencias de todo tipo, es la que indebidamente se realiza la noche del 15 de septiembre y no la madrugada del 16, como sucedió en 1810, en Dolores Hidalgo, Guanajuato, a cargo de don Miguel.

 

Es una celebración que concita las más diversas voluntades y estilos de hacerlo, incluso para quienes opinan que México es cada vez más dependiente, que por supuesto no es lo mismo que interdependiente, respecto del gobierno de Estados Unidos, o también más restringida y hasta nula la capacidad del Estado mexicano para autodeterminarse.

 

Cierto o no, el hecho es que por tercer año consecutivo la popular fiesta fue sumamente acotada por los señores y las señoras que desde el poder dicen “Mover a México” y que para ello impusieron por la vía de la negociación con las burocracias partidistas de Acción Nacional y de la Revolución Democrática, las que incluso atropellaron las funciones de sus bancadas en el Senado y en San Lázaro, 11 reformas que llaman estructurales, aunque no lo sean o sólo parcialmente como la educativa que es laboral y administrativa.

 

Y su promotor principal, Enrique Peña Nieto, fue a la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas a presumirlas como demostración de la capacidad de los mexicanos, de las élites, para llegar a acuerdos y comunicar su disposición a compartir la receta a los que muestran incapacidad para consensar soluciones a los gravísimos problemas de la aldea global.

 

Eran los tiempos del Mexican Moment, después de la “luna de miel” entre gobernantes y gobernados, que tanto valoraron y divulgaron los intelectuales orgánicos de éste y los anteriores sexenios, sin importar orígenes partidarios o grupales de éstos. Pero quedaron atrás. ¡Ay, qué tiempos, señor don Simón!, diría Julio Bracho por medio de Joaquín Pardavé, en 1941.

 

Y tan quedaron atrás mucho antes de que entremos a la segunda mitad del sexenio, el próximo 1 de diciembre, que la fiesta popular fue integrada también por “acarreados” a cargo de la alcaldía de Coacalco y otros municipios del estado de México, como probaron SDP Noticias y La Jornada al publicar las órdenes de asistencia y las amenazas de descuento salarial. Además hubo una revisión muy estricta, al detalle, de los asistentes por voluntad propia, que incluía a los niños y la prohibición de entrar al Zócalo con paraguas en plena temporada de lluvias.

 

Pero eso sí, ante las obligadas porras al presidente, el señor y hasta su esposa –quien confundió la ceremonia con un desfile de modas–, las agradecía con las manos mostrando la acción de abrazar y extendiéndolas, al estilo de su paisano Adolfo López Mateos, pero qué diferencia con el nacionalizador de la industria eléctrica que advertía contra “los traidores” que la privatizarían. ALM también fue un destacadísimo represor de telegrafistas, ferrocarrileros y profesores del Movimiento Revolucionario del Magisterio, dirigido por Othón Salazar. Y permitió (¿u ordenó?) el asesinato de Rubén Jaramillo y su familia, incluida su esposa Epifania Zúñiga, embarazada.

 

Será harto difícil que los gobernantes logren quitarle este festejo hondamente popular a los mexicanos, como no pudieron desaparecer el 1 de mayo, pero aún intentan recluirlo en Los Pinos porque del “¡Muchas gracias, señor presidente!” transitó a la movilización en las calles de los que demandan mejores condiciones de vida y de trabajo.

 

Utopía

 

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