No llores por mí Buenos Aires
- Opinión
Hoy se celebran en Argentina comicios en las provincias de Córdoba, La Rioja, Corrientes y La Pampa y en la simbólica e influyente ciudad de Buenos Aires, capital del país, que de conjunto totalizan más de un 20% del padrón electoral nacional. Cada distrito tiene un mecanismo particular de votación. En Córdoba por ejemplo, se utiliza un sistema de boleta única en la que el elector debe tildar con lapicera al candidato elegido para cada cargo. En Buenos Aires, inaugura también un sistema de boleta única, pero electrónica. En La Pampa las elecciones son primarias, pero con un sistema distinto al nacional ya que son obligatorias sólo para las opciones políticas en las que hay internas. En suma, el sistema electoral argentino no está concentrado en el tiempo ni unificado, sino que encuentra gran cantidad de alternativas locales. Estas variantes sin embargo no han surgido de debate público alguno ni se interrogan por su funcionalidad o democraticidad. Simplemente se imponen con natural obligatoriedad.
Exponer y comentar cada una de las particularidades llevaría más de una columna. Pero más allá de la superflua variedad, el conjunto del dispositivo electoral erosiona y debilita el rol de los partidos políticos y disuelve a sus bases militantes en una masa ciudadana plebiscitaria que no hace sino dotar de ilusoria legitimación a los pactos que las cúpulas partidarias realizan para conformar sus opciones. Las primarias abiertas, profundizan esta conclusión. Los partidos políticos argentinos en general y los de mayor influencia electoral en particular, han perdido la capacidad de movilización y la influencia que llegaron a tener en los años ´70 e inclusive a mediados de los ´80. Este déficit ha intentado ser compensando con una estructura clientelística de “punteros”, asistida por la video-política como mecanismo de perpetuación de las dirigencias partidarias. Introduce de este modo un mecanismo de manipulación publicitaria que infunde en el elector la ilusión de participación. Aunque lo único que produce es un soporte más amplio para los candidatos operando como refuerzo imaginario de la legitimidad de éstos. En lugar de democratizar los partidos, de garantizar la participación decisoria de sus afiliados en la selección de candidatos y programas, la clase política ha importado algo similar a las primarias estadounidenses, que surgieron para paliar la indiferencia. El ciudadano no elige sino que opta por candidatos que fueron decididos por alguna oligarquía partidaria a puertas cerradas. El lugar de decisión está también vedado a la “base” partidaria. El ejemplo del candidato a jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires por el kirchnerismo (FPV), Mariano Recalde, es elocuente. En una entrevista radial, dijo textualmente: “cuando me enteré que iba a ser candidato estaba con Máximo Kirchner (hijo de la presidenta) y me dijo: vas a ser vos”. Ni él pudo decidir su propio rol.
La elección capitalina concentra casi toda la atención mediática por razones más simbólicas que de peso demográfico en el caudal nacional. Con la depuración en las primarias que situaron el umbral de inclusión para la postulación definitiva en el 1,5% del padrón electoral, son 5 las opciones electorales que confrontan hoy. Una miríada de variantes de izquierdas y hasta de ultraderecha se escurrió por los resumideros de la experiencia. De esas opciones, 3 constituyen variantes del establishment político gobernante a nivel nacional y porteño, mientras las otras 2 resultan alternativas de izquierdas. Pero con una particularidad: dos de esas opciones que confrontan en la ciudad, integran un frente común de derecha a nivel nacional, Horacio Rodríguez Larreta de “Pro” (amplio favorito en la elección aunque sin llegar a la mayoría absoluta obligando a ballotage) y Martín Lousteau de “ECO”.
El candidato del FPV, cuyas perspectivas son las del tercer lugar, sostiene con cierta razón que un ballotage debería ser entre los dos modelos en disputa, ya que los dos con mejores perspectivas comparten el mismo espacio a nivel nacional y resultaría una interna por otros medios. Efectivamente a nivel nacional confrontarían un modelo neoliberal clásico, sensible y hasta sumiso a los dictatums de los mercados internacionales y las directivas diplomáticas hegemónicas y otro absolutamente indeterminable ante la designación a dedo de la precandidatura del actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, tal vez algo más híbrido y complejo. Si el futuro modelo a escala nacional reprodujera la línea dominante actual, no dejaría de estimular las privatizaciones y el imperio del mercado, aunque intentaría mediatizarlo con algo más de sensibilidad distributiva e iniciativas encomiables como cierta alineación diplomática latinoamericanista o la continuidad de los juicios a los genocidas. Pero ninguna de estas iniciativas kirchneristas actuales se dirimen hoy en la ciudad ni pueden aplicarse desde allí.
Por su colapso, Buenos Aires se parece cada vez más al Distrito Federal mexicano o a San Pablo, aunque sin helicópteros privados. El sistema de transporte público está en manos privadas subsidiadas sin que se les exija inversión alguna y resulta cada vez más tortuoso e ineficiente. Mientras la salud pública se empobrece y paraliza, crece la oferta de alternativas prepagas consolidando un capitalismo sanitario oneroso y crecientemente desigual. Otro tanto sucede con la educación, donde la oferta privada se acrecienta conforme se vacían las alternativas públicas. Ninguna de las opciones mayoritarias alienta otra variante, sino pequeños matices dentro de lo mismo. Allí donde alguna alternativa es propuesta, su implementación no contempla la inversión pública directa, sino el subsidio a monopolios privados. Sólo la polarización a nivel nacional y su influencia en la capital explica que el candidato oficialista pondere la “buena gestión” con semejante deterioro de la ciudad.
Sin embargo, mientras el statu quo con sus variantes y coyunturales confrontaciones se consolida, las izquierdas insinúan un inicio de embrionaria presencia e influencia, en parte por sus propios méritos y en parte por la licuación del espacio más genéricamente progresista o de centro-izquierda. El hecho de que dos variantes radicales hayan podido superar el umbral es un síntoma ceñidamente porteño, pero las izquierdas ya no son exclusivamente testimoniales a nivel del país. Hoy cuentan con tres diputados nacionales y muchos otros provinciales en su alternativa más dura, aunque también oportunista y de tensa convivencia, que es el Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT). Si bien este frente surgió como única alternativa de supervivencia de sus integrantes ante la amenaza de quedar afuera del sistema electoral por las exigencias de las primarias, logró potenciar sus caudales e influencias más allá de la mera suma. Sus posibilidades de intervención política son cada vez mayores, aunque su límite no lo encuentra en la sociedad sino en la desconfianza y hasta el canibalismo en su interior, donde cada partido se concentra en su propia acumulación, en detrimento del otro. Sus integrantes son enemigos íntimos.
Pero también superó el umbral el partido de Luis Zamora “Autodeterminación y Libertad” (AyL) que constituye una variante crítica de los modelos leninistas de la izquierda tradicional, igualmente situado en una senda combativa y radical. Con un aparato partidario insignificante respecto a la abundante y aceitada organización de cada uno de los integrantes del FIT (ya que ese frente carece de estructura común) logra atraer e inclusive hospedar de modo más libre aunque precario a un amplio espectro de ciudadanos de izquierda proclives a la participación política más espontánea y colectiva que a la disciplina y demanda de intervención en las decisiones. Mediante una combinación de fundamentos que van del autonomismo italiano al intervencionismo ciudadano del español “Podemos”, presenta una variante de izquierda algo renovada, alejada de la afectación y mesianismo de las tradiciones sectarias.
El propio Zamora supo marcar una diferencia clave con el resto de la clase política a principios de los ´90 cuando rechazó la jubilación de privilegio con la que entonces se beneficiaba a todo aquel que hubiera pasado por la función legislativa. A pesar de haber sido diputado, siguió viviendo de la venta de libros. Lo ratificó durante la insurrección popular del 2001, cuando alentó las asambleas populares y logró ser referente del empuje y la iniciativa colectiva, como tuve ocasión de destacar en mi libro “Olla a presión” dedicado a esa experiencia. Lamentablemente las internas de su espacio lesionaron posteriormente su referencialidad y perspectivas. Pero es evidente que estos antecedentes no lo ubican como un advenedizo en busca de la mera novedad, sino dentro de una trayectoria de experimentación crítica y de principios. No sin desazón por la debilidad institucional y de perspectivas que presenta de conjunto la elección de hoy, votaré a Autodeterminación y Libertad.
Será sólo un pequeño grano lanzado hacia una playa. Tal vez se erija un futuro puerto.
- Emilio Cafassi, Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar
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