Absurda, racionalidad occidental
- Opinión
- Entre la razón y la sistematización ideal
- La razón caza bien con la manipulación
“Las tiranías fomentan la estupidez”: Borges.
Occidente se creó a sí mismo positivo y racional —en términos filosóficos, religiosos y científicos— desde el Renacimiento (siglo XIV) para acá; hasta alcanzar al mundo contemporáneo, el de la modernidad y la posmodernidad. Y como tal racional se hizo complicado, porque todo pasa por el cedazo de la razón humana; pero no toda razón, sino la razón banal y utilitaria.
Por cierto que sobresale aquél “pensador” que expone las mejores ideas del mundo creando los sistemas de interpretación más audaces. Por lo que hay tantos sistemas como creadores. Especulaciones o meras ocurrencias que pasan por lo que no son: por teorías. Aclaro de una vez: aquí no se habla del pensamiento como tal, esa atribución innata al hombre, como tampoco se trata de la abstracción, o de la filosofía en general. Sólo de la falsificación, lo positivo y racional que pasa por veracidad en el saber.
No se olvide que tras este modo de sistematización se esconde la incomprensión. Puesto que el sistema conlleva una intencionalidad nada fácil de desentrañar. En otras palabras, porque la racionalidad nos envuelve tanto, que no pocas veces hasta en las mejores universidades se obliga asimilar dichos esquemas de interpretación. Las ciencias sociales están ciertamente influenciadas por ellos. Son los sistemas de la razón, complicados, de aquél que dice entender la vida: al individuo, a la sociedad, al Estado y al mundo. Es donde la razón banal se impone.
Dicho sea de manera simple: a este tipo de razón le interesa la sistematización, porque de ese modo complica y confunde la manera de concebir la vida, al hombre y todo lo que le rodea, porque se adjudica la razón en general (“teórica” y “práctica”). Pero eso es de convenir para quienes utilizan al hombre para otros fines, los muy específicos, como los del interés privado. Pero en dado momento se vuelve una engañifa general, pues se transmite en las universidades para meter a los alumnos en la cabeza la idea de que el mundo es tan complicado como incomprensible. Más, “si no chocamos contra la razón, nunca llegaremos a nada”, dijo Einstein. Sobre todo con esta razón utilitaria.
Por ello —he ahí la trampa— es que dicha razón desdeña al hombre común. Por su sencillez al comprender la vida. Porque en lo sencillo está lo verdadero: la verdad es simple, dicta un precepto general. [Claro que el empirismo no cabe aquí, y lo complejo es otra cosa]. Por eso el sentido común es despreciado; porque no interesa. Sobre todo cuando se cataloga por ser el más común de los sentidos. No obstante, pongamos un ejemplo: ¿a qué acude el hombre “racional”, el científico, el del sistema elaboradísimo de las teorías, estadísticas, hipótesis, etcétera, cuando estudia a los animales desde sus expresiones de vida más simples?, ¿para qué el experimento con la célula, la hormiga, el ratón, el mono, el delfín, la ballena, etcétera? Desde luego que para fines específicos. Muy específicos.
¿Acaso a este tipo de razón le importa la comprobación incluso de sus propias teorías, descubrir cómo funciona la vida en esos animales, y de ese modo para comprender también al hombre, en sus sistemas inmunológico, fisiológico, motriz y mental, por ejemplo? Para nada. El árbol le impide ver el bosque, como a la filosofía en general.
Porque el método positivo y racional, al que nos referimos, en la práctica sólo va por una parte del todo. Le interesan la “especialidad” y la particularidad que son apenas un aspecto de lo general. Pues a este modo de lo racional, la sistematización ni la totalidad le interesan. De la misma manera que al hombre racional no le importa comprender la vida social. Solo controlarla. Y con tantas teorías sistematizadas, o en proceso dé, sí que lo consigue. Esas teorías basadas en la justificación propia. Encontrar respuesta a sus hipótesis, procedimientos, métodos y fines. Cuando bien le va, pero siempre miopes.
Peor aún si se construye de la nada. Es decir: “Una razón con enseñanzas positivas, que proporciona conocimientos por sus propios medios a priori y, por tanto, sobre toda experiencia, y que contiene ideas innatas, es una pura ficción de los profesores de filosofía y una prueba de la perplejidad en que los ha puesto la Crítica de la razón pura (de Kant), dice Arthur Schopenhauer en “La cuádruple raíz del principio de razón” (p. 74).
Como se podrá ver, a este tipo de razón no le va nada bien, pero tratándose de aquella que solo busca la justificación. Es el tipo de razón que le conviene a la actual civilización, como referimos. La razón que se vuelve una engañifa utilitaria. Con este procedimiento y sus formas, cómo se analiza y se relaciona al hombre con el mundo positivo, es como el mundo se complica y vuelve difícil de entender. Pero así conviene a la razón y a la ciencia “positiva”, todo por la utilidad se crea una racionalidad entrampada. El filósofo Schopenhauer dice al respecto. “Las astucias, ardides y bajezas a las que se recurre con el propósito de tener razón son tantas y tan variadas y se repiten con tanta regularidad, que en años anteriores constituyeron para mí materia de reflexión”, en “Dialéctica erística o el arte de tener razón”, p. 28.
Por lo mismo, se premia aquella visión positiva del mundo que en el fondo deviene irracional. Puesto que pocas veces se conecta con la realidad. Sin embargo a nuestra civilización le encanta verse en el espejo de su creación, como una cultura donde el círculo no cuadra nunca. Más al hombre aquí le gusta aplicar y generalizar el uso de etiquetas. Por eso decimos que la razón marcha junto con la manipulación. Porque al final de cuentas se generaliza una visión, una manera de ver y concebir la vida distorsionada, en aras de su forma utilitaria.
De ahí la justificación de todo lo injustificable. En la política, para decirlo con palabras ajenas, es como “el fin que justifica los medios”. Ajenas porque se atribuye a Maquiavelo algo que no dijo. Eso hablando de la razón. Pero el sistema no se queda atrás: “El egoísmo que genera el sistema hace que los gobernantes antepongan su éxito personal a su responsabilidad social”, escribió Erick Fromm. Esos, abundan como el arroz. Se trata del éxito personal de quienes imponen un modo de ver las cosas, de endiosarlas y controlarlas. Son los fines del interés privado. La monovisión de un mundo vertical.
Correo: sgonzalez@reportemexico.com.mx
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