La llave de la paz casi se corroe
29/08/2012
- Opinión
Desde su posesión, el presidente colombiano, Juan Manuel Santos hizo el grato anuncio de que la llave de la paz estaba bien guardada y que si sedaban las condiciones haría uso de ella. Desde hace dos años, entonces, el país estaba a la expectativa de que se diesen esas esperadas condiciones. Incluso algunos llegamos a pensar que, de bien guardada, dicha llave iba a ser presa del tiempo y del oxido; pues en el contexto de la guerra que nos agobia y que ajusta casi medio siglo, no aparecían indicios claros de que sus actores centrales caminaran en una ruta distinta a la de propinarse una derrota mutua.
En medio del emplazamiento, de quien desde su bunker no piensa sino en la guerra, y después de muchos rumores, de que el gobierno adelantaba conversaciones en Cuba con la insurgencia, el propio Presidente confirmó dichos acercamientos y anunció el comienzo de un proceso que pretende no caer en los mismos errores de los no pocos intentos fallidos, que se han tenido en el país, por darle fin a una guerra que ha llenado de víctimas a campos y ciudades.
Después de vivir ocho años de un gobierno en el que el tema la paz se estigmatizó y en el que fueron arrinconados y calificados de terroristas quienes quijotescamente continuaron defendiendo la paz como un derecho y la solución negociada como un valor, no se puede ocultar que este anuncio promete nuevos vientos y airea un tema clave para la sociedad. Ello explica, y no es para menos, la buena dosis de optimismo de importantes sectores sociales, de dirigentes políticos diversos y de analistas políticos de disímiles corrientes.
Pero si hay algo que debe aprenderse del pasado es que la sociedad y el gobierno deben llenarse de prudencia, pues el proceso que circunda la solución de cualquier conflicto pende de un hilo y camina en el borde del abismo, más si se trata de una guerra que como la colombiana se ha desenvuelto en un mar de desconfianzas.
También es indispensable no crear falsas expectativas. Si así se diera, con el fin del conflicto existente entre las guerrillas y el Estado no se llegaría propiamente a la paz; dados los cambios que ocurren en la naturaleza de las violencias que aquejan al país. Eso sí, se sacaría del escenario de la guerra a uno de sus principales actores, lo cual no es algo de poca monta.
La existencia del narcotráfico, que necesita de ejércitos para mantenerse como negocio ilegal y para garantizar su capacidad corruptora, y de un empresarismo mafioso, con una irrenunciable estrategia de amparase en ejércitos ilegales para defender sus intereses, hoy con sus ojos puestos en la minería y en la restitución de tierras, exigen que deban ponderarse los alcances de los amagos de la negociación que se nos anuncia y que parece iniciarse.
Finalmente, es necesario que el gobierno, al parecer consciente de la complejidad a la cual se ve abocado, cambie la idea equivocada de que sólo los guerreros son los que al final resuelven las guerras y de que la sociedad organizada poco tiene que ver en una probable negociación. La sostenibilidad de un proceso de paz, aún con las limitaciones que podría tener éste, no es posible si la sociedad que ha puesto las víctimas no participa en algún momento del proceso mismo.
No son pocos los que aspiran a que el Presidente Santos tenga que volver a guardar la llave, si es que ciertamente la sacó, dado que muchos han sido y serán beneficiarios históricos la guerra. Por ello es pertinente que el movimiento social por la paz, que tercamente no ha dejado de hacer presencia aún en la adversidad, retome con fuerza la búsqueda de una paz que tenga como norte una democracia radical como el mejor escenario para que cambiemos la manera violenta de resolver las diferencias y le ganemos de manera civilista la guerra a la ilegalidad.
- José Girón Sierra es Socio del Instituto Popular de Capacitación, experto en temas de paz y conflicto.
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