Los súper héroes y la seguridad privada (primera parte)

21/02/2012
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La seguridad es un bien público global. Esto significa que cualquier persona, inclusive en las latitudes más remotas del planeta, tiene derecho –y se le debe garantizar el acceso– a ella. Sin embargo, este enunciado no se cumple en diversos países y localidades por razones muy variadas, sea porque subsisten conflictos armados, porque la criminalidad organizada se impone, o bien porque la institución responsable de la ley y el orden se encuentra corrompida o debilitada.
 
No hay que descartar tampoco la conexión seguridad-desarrollo, toda vez que, como han documentado diversos especialistas e instituciones, en aquellas sociedades y lugares donde hay múltiples carencias y necesidades básicas no satisfechas, se generan caldos de cultivo para la inseguridad.1 Claro está que también en los países donde la población cuenta con altos niveles de desarrollo, subsiste la violencia, por lo que la seguridad es un anhelo de ricos y pobres.
 
Aunque la seguridad es responsabilidad de las autoridades y los ciudadanos, existe la seguridad privada, financiada y demandada tanto por entidades públicas –paradójicamente– como por particulares. La seguridad privada proporciona diversos servicios que los gobiernos no logran proveer en beneficio de las sociedades y/o que en el mejor de los casos complementan a la seguridad pública y a los cuerpos responsables de salvaguardar la seguridad nacional. El auge de las empresas de seguridad privada en Estados Unidos y el Reino Unido a partir de las décadas de los setentas y ochentas del siglo pasado, se explica igualmente por las doctrinas neoliberales y planteamientos como el de la racionalidad económica: así, lo “público” y “gubernamental” se asume como deficiente por naturaleza, a diferencia de lo “privado” y “particular”, donde prevalece la competencia y presumiblemente, la eficiencia.2
 
Claro que, en principio, la ola privatizadora debería tener límites: muchas propiedades y servicios del Estado podían ser puestos a la venta y transferidos al sector privado, pero otros no, por ejemplo la educación, la salud y los relacionados con el mantenimiento del Estado del derecho, la ley, el orden y la protección de la soberanía. Sin embargo, la privatización ha llegado al ámbito de la seguridad de manera abrumadora y no parece que se vaya a retirar. Hoy los policías, guardias de seguridad y soldados empleados por corporaciones privadas superan por mucho a los pagados por los gobiernos. Paul Verkuil, quien considera que la seguridad de los países experimenta un riesgoso proceso de subcontratación a favor de las empresas privadas, señala que en la actualidad unos 800 mil contratistas tienen acceso a instalaciones gubernamentales –gran parte de ellas estratégicas– tan sólo en Estados Unidos.3
 
Lo más preocupante de esta tendencia es que la seguridad privada en muchos casos tiende a beneficiar a las minorías con cierto poder adquisitivo, lo que plantea importantes desafíos. El primero es la exclusión: al no ser un bien público, la seguridad privada actúa primordialmente a favor de quienes pueden pagar por ella. Esto no tendría que ser un problema en sociedades donde los cuerpos de seguridad pública operan debidamente, dado que la seguridad privada vendría a complementar las tareas de aquélla, amén de que estaría normada y regulada por ella. Pero cuando la seguridad que proporcionan los gobiernos es deficiente, inadecuada o simplemente no cumple con sus objetivos más elementales, la seguridad privada predomina a partir de una premisa fundamental: el lucro. Además, a la seguridad privada le beneficia la sensación de inseguridad que prevalece en las sociedades, dado que es ahí donde tiene un enorme mercado real y potencial. Por supuesto que no es en sí negativo que lo que mueva a las empresas que proveen servicios de seguridad privada sea el beneficio económico. Después de todo proporcionan su expertise, y eso tiene un precio. Sin embargo, si es sólo el lucro lo que los “mueve”, se corre el riesgo de que sus lealtades giren en torno a quienes puedan pagar por sus servicios, y ello, desafortunadamente, no sólo involucra a personas, agrupaciones o entidades dedicadas a actividades lícitas.4 
 
Imagine el lector a empresas de seguridad privada abocadas a proveer información de inteligencia. Si sus clientes son los gobiernos, en principio no debería haber problema –claro, siempre que esa información que ya le entregaron a un gobierno, no la vendan a otro gobierno–. Sin embargo, existe la posibilidad de que organizaciones criminales contraten los servicios que provee la seguridad privada para hacerse, por citar un caso, de información de inteligencia que les permita maniobrar de mejor manera frente a, por ejemplo, los cuerpos de seguridad de los Estados. Aquí el problema de fondo es que las empresas de seguridad privada, no necesariamente mantienen lealtades institucionales que al menos en teoría tienen o deberían poseer los cuerpos de seguridad pública y aquellos responsables de velar por la seguridad nacional.
 
Cabe preguntar entonces cómo es que, a pesar de los riesgos que entraña, se ha desarrollado la seguridad privada al punto de que, en la actualidad, su personal supera por mucho a quienes se emplean al servicio de la seguridad pública y nacional.5 Asimismo, es importante analizar qué puede ocurrir en el mundo, donde un bien público global como la seguridad, pierde terreno, y se encuentra crecientemente en manos de empresas y particulares. ¿Es posible entonces que la seguridad sea un bien global, pero no de acceso público?
 
Breve historia de la seguridad privada
 
Para muchos, la seguridad privada es un fenómeno reciente. Pero, hay que tomar en cuenta que todas las sociedades, desde tiempo inmemorial, han desarrollado acciones concretas y creado instrumentos legales e instituciones para la protección de la vida y la propiedad. Dempsey señala que la seguridad privada se originó cuando las sociedades transitaron del nomadismo al sedentarismo, domesticando animales y desarrollando cultivos. Las comunidades se organizaban por ejemplo en clanes, y a fin de garantizar que los animales no vagaran ni se perdieran, existían vigilantes que cumplían funciones de guardianes. Con el tiempo el guardián sería acompañado por un perro, quien se convertiría en su fiel asistente. Estas acciones responden a la premisa de la protección, sea de las personas o de sus propiedades o ambas.6
 
En un breve recuento en torno a las acciones y medidas emprendidas para normar las relaciones sociales y garantizar el orden público, vale la pena recordar el Código de Hammurabi que data de alrededor del año 2000 antes de Cristo (a. C.); o bien las normas establecidas por el Rey Alfredo de Inglaterra entre el 872 y el 901 de la era cristiana, entre las que destacaban castigos por ciertos delitos amén del arresto del ciudadano; y la Carta magna del Rey Juan, proclamada en 1215 –y que fijaba límites a los poderes del monarca, estableciendo, por ejemplo, que ningún hombre libre7 podía ser castigado sino solamente en función de la ley de la tierra (law of the land), disposición que mantiene vigencia hasta hoy. Justamente en la Edad Media, entre 1300 y 1500, y también en los inicios de la era moderna, a partir de 1600, no existía una clara distinción entre los cuerpos de seguridad públicos y privados. No se producían períodos prolongados de paz, puesto que los conflictos armados afloraban con notable facilidad. El Estado-nación no se había consolidado y, por lo tanto lo “nacional” y lo “extranjero” cuando sugían los conflictos, no estaban delimitados. Por lo tanto, en esos tiempos los cuerpos de seguridad dominantes eran grupos de mercenarios, o bien se recurría a la contratación de soldados extranjeros.8 Por lo que hace al mantenimiento de la ley y el orden, la figura que prevaleció fue la de particulares contratados para capturar criminales, por ejemplo los thieftakers tuvieron gran importancia en Inglaterra en los siglos XVII y XVIII y cumplían funciones similares a los caza-recompensas (bounty-hunters),9 quienes aún existen en Estados Unidos.10
 
En cualquier caso, en Inglaterra proliferaron organizaciones privadas para el mantenimiento del orden público, tradición que más tarde adoptarían sus colonias en América del Norte y luego, tras la independencia, Estados Unidos. Hacia 1680 el crimen azolaba Londres y los delitos contra la propiedad eran un verdadero dolor de cabeza para las autoridades. Con todo, el problema con los thief-takers y los caza-recompensas es el mismo que hoy enfrentan las empresas de seguridad privada: ante la falta de controles por parte de los gobiernos, las posibilidades de corrupción aumentaban. El caso de Charles Hitchen, famoso thief-taker en la Inglaterra del siglo XVIII es muy ilustrativo.11 Hitchen hizo parte de su fortuna extorsionando a carteristas y otros delincuentes, amenazándolos con la cárcel. A menudo, cuando era “robada“determinada mercancía, Hitchen la “encontraba” y negociaba un pago por la entrega de la misma al destinatario original. Eventualmente Hitchen cayó en desgracia y se le procesó por sodomía, fue enviado a prisión por seis meses al término de los cuales quedó en libertad tan enfermo, que murió en 1727. Otro personaje que también ganó fama y fortuna como thief-taker fue Jonathan Wild, considerado como uno de los criminales más cínicos y desalmados en Londres a principios del siglo XVIII. Wild creó una verdadera pandilla de maleantes que aparentaban desarrollar tareas policiales cuando en realidad eran criminales. Wild además, logró manipular a la opinión pública al infringir temor en la sociedad, y pretender ser el salvador de la misma. Ciertamente cuando se descubrieron sus fechorías, su suerte cambió y murió en la horca.12
 
Los thief-takers son antecedente de la que es considerada como la primera fuerza policial de Londres, los llamados Corredores de Bow Street, creada en 1749 por el escritor Henry Fielding.13 Su nombre deriva de las funciones que cumplían: dependían de las oficinas de los magistrados localizadas justamente en Bow Street y eran remunerados por prósperos comerciantes y empresarios. Era común que los mercaderes más acaudalados contrataran los servicios de guardias armados a fin de proteger la propiedad privada. Con todo, la primera fuerza policial como tal fue creada en 1829, también en Inglaterra tuvo como características que los oficiales de policía ya contaban con uniformes y salarios, además de que dedicaban a su trabajo tiempo completo.14
 
En Estados Unidos, el modelo de seguridad adoptado, como se sugería arriba, se inspiró en el británico. La primera fuerza policial pública nació en Boston en 1838 y le siguieron la de Nueva York en 1845 y Filadelfia en 1854. Para el tiempo en que comenzó la Guerra de Secesión, ciudades como Chicago, Nueva Orleáns, Cincinnati, Newark, Baltimore y otras más, ya contaban con departamentos de policía.15 En 1849 apareció en Chicago la primera agencia de detectives a cargo de un ex oficial de la policía, Allan Pinkerton, denominada Agencia Nacional de Detectives Pinkerton la cual fue pionera al operar a nivel nacional. Pinkerton, quien había emigrado a EU desde Escocia, durante la Guerra de Secesión desarrolló técnicas de investigación que se siguen empleando al día de hoy, como la vigilancia de sospechosos y el trabajo encubierto.16 Entre 1861 y 1862 presidió el Servicio de Inteligencia de la Unión17 –antecedente del Servicio Secreto de Estados Unidos– y presumiblemente abortó un intento de asesinato contra el presidente Abraham Lincoln en Baltimore, Maryland. Asimismo persiguió a importantes fugitivos y criminales, entre los que destaca el caso del célebre Jesse James.18
 
A Pinkerton le siguió Brinks Incorporated, una empresa fundada en 1859, también en Chicago, por Perry Brinks, para el transporte de valores en vehículos blindados. 19 Y para completar lo que dio en llamarse “Los tres originales” hay que destacar a William J. Burns, considerado el “Sherlock Holmes estadounidense”. Burns brilló como agente del Servicio Secreto de Estados Unidos20 y presidió de 1921 a 1924, la Oficina de Investigación –antecedente de la Oficina Federal de Investigación o FBI. Ganó fama por su capacidad detectivesca y su olfato para la publicidad, lo que lo convirtió en figura nacional. Creó en 1909 la William J. Burns Inc., una agencia privada de detectives que más tarde se convertiría en la unidad de investigación de la Asociación de Bancos de Estados Unidos.21 Tras el éxito de “Los tres originales” –Pinkerton, Brinks y Burns–, en 1914 las compañías ferroviarias lograron la autorización para crear sus propios cuerpos de seguridad, investidos con facultades policiales.22 En resumidas cuentas, en Estados Unidos la necesidad de empresas de seguridad privada no obedeció a la ineficacia de los cuerpos de seguridad pública, sino a que la demanda excedía, por mucho, a la oferta. En este sentido se entiende que para fines del siglo XIX existieran unas 15 agencias policiales privadas en Chicago y una veintena en Nueva York.23 Asimismo, a juzgar por la experiencia de Pinkerton, el tránsito del sector público al privado en materia de seguridad se da con notable celeridad y facilidad, toda vez que la seguridad privada se nutre de la experiencia acumulada por funcionarios que cuentan con años de trabajo al servicio de la seguridad pública e, inclusive, nacional. Claro que esto puede generar ciertos dilemas éticos, pero es un riesgo que, al menos en EU, la sociedad ha estado dispuesta a correr.
 
En cualquier caso, a finales del siglo XIX se estableció la distinción entre la seguridad pública y la seguridad privada, si bien han estado vinculadas, aunque, como se vio en los casos británico y estadounidense con algunas variantes. Ello obedece a que en las economías de mercado con una fuerte competencia entre diversos grupos de interés, era necesario el surgimiento de la seguridad privada, en contraste con sociedades unipartidistas, o con una religión dominante, donde no se toleraban organizaciones que compitieran entre sí.
 
Una tradición vigilante
 
Los emigrados que se asentaron en las Trece Colonias de América del Norte enfrentaban numerosos riesgos, por ejemplo enemigos extranjeros, colonias vecinas y/o comunidades indígenas o aborígenes como despectivamente se les llamaba a los nativos. Los colonos no contaban con más protección que la que ellos mismos podían procurarse y sólo en limitadas ocasiones recibían cierto apoyo de la milicia. “Pero hacia el siglo XVII las colonias comenzaron a instituir una aplicación de la ley civil que reproducía de manera muy similar el modelo inglés. En ese tiempo, el alguacil (…) era el oficial más importante para aplicar la ley en el condado (…),24 [y] además de aplicar la ley, recogía los impuestos, supervisaba las elecciones y tenía mucho que ver con el proceso legal. Los alguaciles no recibían salario alguno, pero al igual que los thief-takers, eran compensados con una cuota por cada arresto que efectuaban. Los alguaciles no hacían patrullajes sino que permanecían en sus oficinas (…) A pesar de la presencia de autoridades para aplicar la ley en las colonias, la ejecución de las normas era principalmente responsabilidad de los ciudadanos, como lo había sido en Inglaterra. Había poca ley y orden en la frontier colonial. Cuando se requería una acción inmediata, las personas de la frontier hacían justicia por su propia mano. Esto condujo a la t radición estadounidense del vigilantismo”.25
 
A grandes rasgos, el concepto de vigilante, denota a un particular que de manera legal o ilegal castiga a quien presumiblemente quebranta la ley, o también se refiere a quien participa en una agrupación cuyo objetivo es el castigo fuera de la ley, en perjuicio de quien no la obedece. No es necesario insistir en que los vigilantes, en muchos casos pueden cometer abusos al incurrir ellos mismos en actos criminales. William Culberson explica que “cuando el gobierno civil no estaba lo suficientemente organizado o establecido para controlar o castigar a quienes violaran la paz pública, los líderes comunitarios del viejo oeste a menudo hicieron justicia por su propia mano; enfrentaron la violencia con violencia. El vigilantismo surgió a partir de necesidades prácticas ante la ausencia de bases reguladoras del orden social. Sus tácticas resolvían el problema del desorden y servían como símbolo de que los nuevos asentamientos no darían oportunidad para la erosión de los valores inherentes a la civilización. Este aspecto de la violencia privada era un medio para preservar los valores relacionados con una vida moral y la protección de la propiedad cuando un gobierno institucionalizado no lo haría o no podía”.26
 
Así, el vigilantismo es una verdadera tradición estadounidense fundada en el deseo y la voluntad de la comunidad de aplicar la ley o de generar el orden “necesario” y/o pragmático por decisión popular, a fin de que sean satisfechas las necesidades sociales. En este sentido, aun cuando un acto individual podría acelerar las acciones conducentes a “castigar” al presunto infractor o criminal, lo cierto es que la comunidad avala de una u otra manera a el vigilantismo. Es como una especie de Fuenteovejuna: todos a una.
 
Los vigilantes por tanto, han estado presentes desde los tiempos coloniales hasta ahora y no son un fenómeno exclusivo de Estados Unidos si bien todo parecería indicar que en ese país se encuentran más consolidados. Baste mencionar a los Vigilantes de Texas (Texas Rangers), agrupación surgida en 1823 pero que se estructuró mejor en 1835 al amparo de Stephen Austin a efecto de enfrentar los ataques de comanches, apaches y mexicanos.27 Los Vigilantes de Texas fueron de gran ayuda en la guerra entre México y Estados Unidos y también destacaron por el arresto y muerte de fugitivos como John Wesley Hardin.
 
Otro caso es el del Comité de Vigilancia de San Francisco, creado en 1851 y revivido en 1856. Es una agrupación que vio la luz ante la corrupción de las autoridades y la criminalidad rampante en San Francisco. Se le considera uno de los vigilantes más exitosos al lograr que fueran ejecutados en la horca ocho presuntos criminales, y que renunciaran a sus cargos diversas autoridades.28 Las acciones del Comité de Vigilancia de San Francisco derivaron en que numerosos maleantes huyeran y optaran por asentarse en el sur de California, lo que a su vez llevó a que se desarrollaran diversas acciones vigilantistas en dicha zona.
 
Un ejemplo de vigilantismo llevado al extremo es el Ku Klux Klan (KKK) que surgió en Tennessee, Estados Unidos, el 24 de diciembre de 1865, por veteranos del ejército confederado. La abolición de la esclavitud dio al KKK y a grupos afines la justificación para emprender una cruzada a favor de la supremacía blanca, teniendo como objetivos principales el ataque a afro-estadunidenses, católicos y judíos Considerada una organización de ultraderecha, perpetró verdaderos actos terroristas, y si bien su supervivencia ha tenido altibajos –se habla de una segunda era apartir de 1915, y de una tercera, desde 1946–, ha inspirado a numerosas organizaciones supremacistas, racistas y antigobiernistas que aún operan en la Unión Americana.
 
En 2008, Rufold Giuliani, ex alcalde de Nueva York, explicaba en la revista City, cómo es que Estados Unidos ha logrado ponerse a salvo de presuntos intentos de ataques terroristas luego de lo sucedido el 11 de septiembre de 2001. En un artículo titulado “La sociedad vigilante”, Giuliani refiere que desde el 11 de septiembre de 2001 –hasta 2008, que es cuando publicó el citado artículo– han habido 14 intentos de ataques terroristas dentro de Estados Unidos y nueve complots además de planes para hacer estallar el puente de Brooklyn, asesinar soldados estadounidenses en el Fuerte Dix, y provocar una explosión en el aeropuerto internacional John F. Kennedy. Giuliani celebra que ninguno de esos ataques se haya concretado, y lo atribuye a que los ciudadanos son ahora más “vigilantes” respecto a actividades sospechosas que podrían vulnerar su seguridad. Revela que un 90% de los estadounidenses viven en localidades donde corren el riesgo de enfrentar terremotos, erupciones volcánicas, incendios, huracanes, inundaciones y vientos destructivos, por lo que considera que tanto el terrorismo como los desastres naturales deben ser combatidos con un mismo nivel de prioridad. Y al final de su comentado artículo, recomienda a Barack Obama que la seguridad interna se base en tres premisas: prevención, preparación y –ojo– vigilancia.29 Quizá lo más importante de la reflexión de Giuliani es que ratifica que la seguridad de Estados Unidos reposa no sólo en las acciones gubernamentales sino, sobre todo, en los individuos que vigilan, denuncian e inclusive desarrollan acciones concretas cuando algo o alguien amenaza sus propiedades y/o sus vidas.
 
¿Vigilantes o súper héroes?
 
Hace unas cuantas semanas, en octubre de 2011, un estadounidense, Phoenix Jones, fue arrestado por la policía luego de que usara gas lacrimógeno aparentemente para interrumpir una pelea. Se le encarceló por siete horas y posteriormente quedó libre tras pagar de 3 mil 800 dólares de fianza. Este personaje es un vigilante muy interesante, dado que él afirma haber decidido desarrollar tareas policiales tras una serie de incidentes ocurridos en Seattle, donde él reside. Así, Jones creó un grupo de diez personas que lidera y se llama “Movimiento Súper Héroe de Ciudad Rain”. La peculiaridad de Jones radica en que en un reportaje de la CBS se le vio entrar a una tienda de historietas, donde cambió su atuendo y se puso un chaleco antibalas que simula una piel de dragón, portando, asimismo, gas lacrimógeno, esposas y un pequeño botiquín de primeros auxilios. Su indumentaria y manera de actuar traen a la memoria al excéntrico “Bruce Wayne” vestido como Batman.30
 
Este súper héroe de la vida real atrapó a un ladrón de coches el 2 de enero de 2011, ante el asombro del propietario; días después evitó que un hombre alcoholizado manejara su vehículo; el 24 de septiembre del mismo año roció gas lacrimógeno sobre un maleante que pretendía robar un autobús; y tras el incidente por el que lo encarcelaron brevemente, el 27 de noviembre él y su “Movimiento Súper Héroe de Ciudad Rain” siguieron a un individuo a quien se acusaba de haber apuñalado a una persona. Jones y su gente evitaron que el sospechoso escapara y lo entregaron a la policía.31
 
El caso de Phoenix Jones revela que, en un sentido positivo, el concepto de vigilante se traslapa con el de súper héroe, en particular porque ambos generalmente actúan al margen de la ley. Lo irónico es que los súper héroes suelen desenvolverse al margen de la ley para, presumiblemente, lograr que ésta sea respetada al perseguir a criminales y otros infractores del orden. Por supuesto que también hay ocasiones en que los súper héroes trabajan de manera conjunta con las autoridades. Con todo, los súper héroes son particulares que ejemplifican en la cultura popular a la seguridad privada y al vigilantismo. Ellos hacen justicia por su propia mano y a grandes rasgos se rigen por ciertos principios morales. Seguramente el lector recuerda al tío “Ben” –de Spiderman–, quien solía decirle a “Peter Parker” que “con un gran poder sobreviene una gran responsabilidad”, palabras que Parker, El Hombre Araña, recordará frecuentemente, incluso cuando, en determinadas circunstancias abandona sus principios morales.
 
Los súper héroes que han hecho aparecido en EU 32 en historietas y en las pantallas grandes y chicas, ciertamente responden a contextos económicos, políticos y sociales específicos. Superman y Batman surgieron en el marco de la gran depresión para salvar al país de la destrucción –tarea a cargo de “El hombre de acero”–y de la corrupción de las autoridades –en el caso de “El Caballero de la noche”. “El Capitán América”, por su parte, lucha contra la Alemania nazi, en tanto Iron Man es un súper héroe de la época de la confrontación Este-Oeste, en particular en el contexto de la guerra de Vietnam, y finalmente Spiderman enfrenta a las protestas estudiantiles y al consumo de estupefacientes en la década de los setenta. En este sentido, los súper héroes son vigilantes que por mucho tiempo buscaron salvaguardar la ley y el orden –a su manera, claro está– ante diversos villanos y amenazas, desde las más terrenales hasta los más sobrenaturales, todo para que EU resolviera sus problemas y siguiera siendo el líder. Sin embargo, en la era postmoderna, los súper héroes han tendido a convertirse en súper villanos o, en el mejor de los casos, en seres ordinarios, enfrentando problemas que aquejan a las personas comunes y corrientes. Ahí está el caso del Batman de Fran Miller en los ochenta. En la exitosa saga por Miller Batman está retirado, es alcohólico y participa en carreras de autos muy peligrosas sólo por diversión. Ya no combate el crimen y vive atormentado por los recuerdos sobre la muerte de sus padres y el accidente que le desfiguró el rostro a Harvey Dent/Dos Caras, a quien le paga una cirugía reconstructiva. Asimismo enfrenta a Superman. Otro ejemplo es el Spiderman del director Sam Raimi, en particular en la tercera parte de la saga, cuando un simbionte extraterrestre que se adhiere al traje de “El hombre araña” le permite a éste tener más poderes, aunque también saca a relucir el lado oscuro de Parker. Y qué decir de la muerte de Superman, a manos de “Juicio Final”, según la historieta que apareció en 1993, justo poco después de que terminara la guerra fría.
 
Otro caso es la cinta Superman regresa de Bryan Singer, donde el hombre de acero vuelve a la Tierra tras cinco años de ausencia para encontrarse con que su gran amor, Lois Lane, siguió adelante con su vida, que Lex Luthor, su némesis, es un hombre muy poderoso y que la gente de Metrópolis olvidó sus hazañas, por lo que debe encontrar su lugar en este nuevo orden. Un hecho a destacar es que el Superman de Bryan Singer ya es papá: su hijo, Jason, vive con su progenitora, Lois Lane, y es invulnerable a la kriptonita, aunque padece asma y cada que sufre un ataque, revela sus súper poderes.
 
Pareciera que los escritores de historietas y guionistas de cine y televisión más contemporáneos no sólo buscan adaptar a los legendarios súper héroes a las condiciones y contextos actuales, sino que los conciben vulnerables y más humanos, lo que ciertamente ayuda a que los lectores y espectadores desarrollen empatía e interés por ellos aunque a veces esto implique modificar significativamente las características que poseían cuando aparecieron por primera vez. En cualquier caso, ésta transformación de los súper héroes en súper villanos y/o personas ordinarias es, a final de cuentas, otra muestra de los riesgos de la seguridad privada y el vigilantismo: en la era postmoderna se salen de control porque son muy impredecibles y en lugar de garantizar la ley y el orden pueden convertirse en verdaderas amenazas a la seguridad pública y nacional.
 
Con este razonamiento otro hecho relevante es que los súper héroes constituyen, desde su aparición en historietas –o en otros medios–, un fenómeno generacional. Así, cada generación, desde los años veinte del siglo pasado y en función del contexto que la circunda, concibe al súper héroe que pueda resolver los desafíos que enfrenta su país –o bien, lo adapta a las circunstancias–. Si bien la popularidad de los súper héroes antes referidos parece atemporal, sobre todo gracias a películas, series de televisión y video juegos que los mantienen vigentes o, al menos, visibles a los ojos de las nuevas generaciones, lo cierto es que estos poderosos vigilantes no son los únicos que existen en la cultura popular de EU –y el mundo–, sino que continuamente surgen nuevos. Ahí están los Watchmen –término que justamente se puede traducir como “vigilantes”–, una historieta creada entre 1986 y 1987 centrada en el desarrollo de una guerra nuclear entre EU y la URSS. La historieta refiere que para ese tiempo, la mayoría de los súper héroes ya se jubilaron o trabajan para las autoridades. Luego entonces, la trama se desarrolla a partir de la muerte de un súper héroe asesinado por el gobierno y la decisión de éste de “jubilar” a todos los súper héroes restantes. Como es de suponer, se trata de un complot de las autoridades para iniciar una guerra nuclear y evitar la intervención de los Watchmen.
 
El recuento de nuevas y viejas historietas y súper héroes podría continuar pero dada la relevancia y vigencia de algunos, analizaremos cómo es que Súperman, Batman y Spiderman ratifican el culto a la seguridad privada, amén de responder a contextos económicos, políticos y sociales específicos –aunque adaptables conforme pasa el tiempo–.
 
Súperman y la gran depresión
 
Transcurría la década de los treinta del siglo XX. Estados Unidos enfrentaba los estragos de la gran depresión con el desempleo rampante, el declive en la demanda de bienes y servicios y la percepción de incertidumbre y desamparo en la población. En el resto del mundo, en particular –aunque no exclusivamente– en Europa, los estragos de la crisis se sentían con gran rigor, al punto de que algunos consideraban que el final del sistema capitalista estaba cerca. El mundo, necesitaba ayuda, si no divina, algo parecido.
 
En 1933, los adolescentes Joe Shuster y Jerry Siegel, de Cleveland, crearon el primer súper héroe de la historia: Superman, quien sería dado a conocer en las historietas de Action Comics en 1938, en víspera de la Segunda Guerra Mundial. Shuster y Siegel presentaron asi al flamante súper héroe: “¡Justo cuando un planeta lejano era destruido, un científico colocó a su pequeño hijo en un cohete que lanzó en dirección a la Tierra! Cuando el cohete aterrizó, un motorista que pasaba cerca, al descubrir al niño, lo entregó a un orfanato. Los funcionarios, que no eran conscientes de que la estructura física del niño estaba avanzada millones de años respecto a la suya, quedaron asombrados ante su tremenda fuerza. Al alcanzar la madurez, el joven descubrió que podía saltar desde un edificio de veinte pisos, correr más rápido que un expreso… ¡Y además su piel era inmune a las balas! Desde un principio, Clark decidió usar su fuerza titánica de manera que la humanidad se beneficiara de ella. Y así, nació… ¡Superman! Campeón de los oprimidos, la maravilla física que juró dedicar su existencia a ayudar a quienes lo necesitaran!”33
 
Sin embargo, cuando Siegel y Shuster diseñaron a Superman lo vislumbraron originalmente como un villano que quería dominar el mundo pero eso no era atractivo –recuérdese que en ese año Adolfo Hitler se hizo del poder en Alemania y aspiraba a extender sus dominios sobre Europa y, por supuesto, el planeta–. De ahí que en 1934 lo transformaron en héroe y lo ofrecieron a los diarios como tira cómica, sin éxito, hasta que cuatro años más tarde aparecería como historieta.
 
Aunque en el imaginario popular Superman es considerado un héroe con súper poderes, en realidad éstos los fue adquiriendo con el tiempo. En sus orígenes no podía volar, aunque saltaba muy alto. En el primer número de Action Comics soportaba pesos enormes y corría más rápido que un tren. Hasta los años setenta fue investido con poderes que semejaban los de un Dios, para que, hacia 1986, los acotara de nuevo John Byrne.
 
Superman resultaba muy atractivo para lectores de historietas, cinéfilos y televidentes. El singular súper héroe tiene un poco de todo para satisfacer las expectativas más variadas y un origen extraterrestre al ser oriundo de Kriptón. Enfrenta diversos desafíos y aventuras que encara con su extraordinaria fortaleza y arrojo. Su talón de Aquiles: la kriptonita, compuesto radiactivo que es un vestigio del planeta que lo vio nacer y del que hay varios remanentes en la Tierra porque arriban como meteoros. Por si fuera poco se encuentra inmerso en un singular triángulo amoroso: Clark Kent está enamorado de su compañera de trabajo en el Daily Planet, Lois Lane, pero ella sólo tiene ojos para la identidad secreta de Kent, o sea Superman.
 
Shirrel Rhoades, ex editor de Marvel Comics señala que entre 1938 y mediados de la década de los cincuenta se considera que las historietas vivieron su época de oro y el punto de arranque fue justamente Superman.34 Los libros de historietas se convirtieron en un verdadero arte vanguardista, con la creación de la figura del súper héroe y de un vocabulario gráfico por parte de una primera generación de escritores, artistas y editores. Ciertamente las historietas originaban muchos empleos, aunque mal pagados. El célebre Stan Lee, creador de Spiderman, Los Cuatro Fantásticos, Hulk, Iron-Man, etcétera, afirmaba que pese a la escasa remuneración el escritor de historietas no se dedicaba a eso por razones económicas sino que tenía otras motivaciones.35
 
- María Cristina Rosas es Profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México
https://www.alainet.org/fr/node/156034?language=en
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