Las prioridades de Ban Ki-moon

04/01/2012
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El primer día de 2012 comenzó el segundo mandato del surcoreano Ban Ki-moon como Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Con una primera gestión francamente para el olvido (de 2007 a 2011), el gris titular del organismo internacional más importante del mundo, ha hecho saber cuáles son sus prioridades para el quinquenio que sigue. Así, ha enumerado algunos temas que considera relevantes para su segundo mandato, entre ellos, consolidar los procesos de democratización que se han venido gestando en los países del Maghreb y del Mashrek; apoyar a los jóvenes y las mujeres; hacer frente a la frustración que genera la enorme brecha entre ricos y pobres y que se ha manifestado, entre otras formas, a través de los llamados movimientos de ocupación, por ejemplo, en Wall Street, etcétera.
 
Ciertamente los márgenes de maniobra del Secretario General de la ONU son restringidos. A pesar de ser la persona de más alto rango que representa a la institución, y que posee facultades para “llamar la atención” de los Estados miembros ante cualquier situación que amenace a la paz y la seguridad internacionales, ofreciendo, inclusive, sus buenos oficios para desactivar contiendas en ciernes o en marcha, lo cierto es que depende de la buena voluntad de los 193 socios que integran a Naciones Unidas, y de manera más concreta, de la de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad (Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y la República Popular China), para contribuir a un entorno menos caótico y más próspero.
 
Ciertamente la Carta de Naciones Unidas es muy vaga respecto a las atribuciones del Secretario General. En el capítulo XV, la citada Carta esboza algunas responsabilidades que tiene tan distinguido funcionario. Así, en el artículo 100 se señala que “en el cumplimiento de sus deberes, el Secretario General y el personal de la Secretaría no recibirán instrucciones de ningún gobierno, ni de ninguna autoridad ajena a la Organización, y se abstendrán de actuar de forma alguna que sea incompatible con su condición de funcionarios internacionales responsables únicamente ante la Organización.” El Secretario General también es el encargado de designar a los funcionarios que trabajarán en la Secretaria, atendiendo a criterios de eficiencia, imparcialidad, honorabilidad y, en la medida de lo posible, a una representación geográfica equitativa, según lo prevé el artículo 101 de la Carta –hay que decir que Ban Ki-moon violó, al menos en su primer mandato, esta disposición, al favorecer la contratación de connacionales de Corea del Sur, quienes fueron promovidos a puestos clave en la ONU, discriminando así, a funcionarios de otras regiones.
 
En la práctica, el desenvolvimiento del Secretario General depende de su experiencia y, ultimadamente, del estilo que le imprima a su gestión. Además de llamar la atención del Consejo de Seguridad en el caso de que se produzcan quebrantamientos graves a la paz y la seguridad internacionales, y de actuar como mediador ante los conflictos que se desarrollan en el mundo, puede igualmente inducir reformas que permitan que la institución sea más eficiente, así como promover el debate sobre temas de importancia para la comunidad internacional en los ámbitos de la seguridad, el desarrollo y los derechos humanos, entre otros, etcétera.
 
 
Dicho esto, ¿de qué logros puede presumir Ban Ki-moon en su primer período al frente de la Secretaría General de la ONU y qué se puede esperar de él para el siguiente lustro? A pesar de que según The Washington Post, es el Secretario General de Naciones Unidas, que más ha viajado por el mundo -respecto a sus antecesores-, destaca la poca visibilidad que tiene en los círculos políticos y diplomáticos internacionales. De hecho, en encuestas de opinión, diversas personas piensan erróneamente que sigue siendo Kofi Annan el Secretario General en funciones, cuando el mandato del diplomático ghanés terminó en 2006.
 
Es claro que, a diferencia de, justamente, Kofi Annan, Ban Ki-moon carece de carisma, si bien se le reconoce que trabaja mucho y que es, literalmente, un workaholic. Sin embargo, la cantidad no es igual a la calidad en su gestión al frente de la ONU. Por ejemplo, poco ha hecho para denunciar los abusos en materia de derechos humanos y el autoritarismo de países como la República Popular China y Rusia –coincidentemente miembros permanentes del Consejo de Seguridad y actores clave para la reelección del surcoreano al frente de la Secretaría General. Asimismo, se le reprocha su pasividad ante la crisis financiera internacional, la carrera armamentista, el cumplimiento de los objetivos de desarrollo del milenio (ODM), el deterioro ambiental, y otros tantos problemas que agobian cotidianamente a las naciones del mundo.
 
Si acaso a su favor se le puede reconocer que denunció reiteradamente el autoritarismo de los diversos regímenes del norte de África y de la península arábiga. Sin embargo, existen serias acusaciones de parte de Rusia respecto al papel que desempeñó la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en el derrocamiento del régimen de Muammar Kadafi, sobre la base de que, según Moscú, la OTAN condujo bombardeos que provocaron numerosas víctimas civiles, por lo que ha solicitado que se desarrolle una investigación independiente a fin de deslindar responsabilidades.
 
En fechas recientes, la muerte del líder norcoreano Kim Jong Il y el ascenso de su vástago Kim Jong un, harían suponer que Ban Ki-moon, quien antaño participó en las negociaciones en torno a la posible unificación de las Coreas -en representación, se entiende, del gobierno de Corea del Sur-, podría tener cierto protagonismo, para, por ejemplo, conducir una transición política o, al menos, volver a involucrar a Pyongyang en el régimen de no-proliferación de armas nucleares, entre otros tópicos de importancia capital.
 
Otro tema no menos importante es el programa nuclear iraní, y el lanzamiento de misiles en el Estrecho de Hormuz por parte de Teherán –como regalo de año nuevo-, en lo que parece un abierto desafío al orden regional que pretende establecer Estados Unidos en Medio Oriente. En otro orden de ideas, hay una situación preocupante en extremo: la falta de liderazgo en el mundo de cara a la crisis financiera internacional, y la incapacidad de Estados Unidos y la Unión Europea de conducir al planeta por los senderos de la prosperidad y la estabilidad, lo que se suma a la decisión de actores como la República Popular China, de no asumir responsabilidades en los terrenos de la gobernabilidad global.
 
No parece que Ban Ki-moon sea el funcionario más idóneo para los retos que encara el mundo en la segunda década del siglo XXI. Sin embargo, tampoco era del interés de las potencias tener un Secretario General “fuerte” que se opusiera a sus intereses, y menos aun, iniciar un desgastante proceso sucesorio que habría distraído la atención de la comunidad internacional, en momentos en que pareciera que hay temas más relevantes. En fin, que no resta más que desearle a Ban Ki-moon buena suerte en su segundo mandato, de manera que su falta de liderazgo y capacidad decisoria tengan pocas consecuencias negativas en el convulso mundo de hoy.
 
María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
 
etcétera, 3 de enero, 2012
 
https://www.alainet.org/fr/node/154959?language=en
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