El gran problema estructural del capitalismo

13/09/2011
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El presidente Barack Obama prometió que ayudaría a los estadounidenses para que consigan un empleo y un salario, y algunas de las medidas que propuso al Congreso quizás tendrán un efecto positivo, pero como señala el académico Richard Sennett (1) la mayoría de quienes escucharon al Presidente saben muy bien que “hay demasiada gente cazando muy pocos empleos, especialmente buenos empleos”.
 
Y Sennett apunta que este “hecho depresivo” no fue causado por la recesión, y que “por más de una generación la prosperidad financiera en Europa y en Estados Unidos no dependió de una robusta fuerza laboral doméstica; la (producción) que las corporaciones globales quieren hacer puede ser mejor hecha y a más bajos costos en otros lugares. Otra vez más la revolución digital está concretando la antigua pesadilla: “las máquinas pueden reducir la necesidad del trabajo (asalariado) humano”.
 
El sociólogo y autor de varios libros escribe que hacia el año 2006 el “efecto de reemplazo” – o sea el reemplazo del trabajo manual por computadoras o equipos computarizados – se mantenía a un ritmo del siete por ciento anual en el sector de servicio. En consecuencia y antes de que comenzara la recesión del 2008-2009 ya había dejado de ser posible la “viabilidad de una carrera como en el pasado”. O sea que se puso fin al empleo seguro en los países del capitalismo “más avanzado”.
 
“Obama no habló de estos problemas estructurales en su discurso ¿Cómo podría haberlo hecho? Esos son los problemas concretos del capitalismo moderno”, agrega Sennett en su artículo titulado “La manera inhumana de enfrentar los problemas laborales en Estados Unidos terminarán con Obama”, donde recuerda las cifras del desempleo tanto en ese país como en Gran Bretaña: 22 por ciento para los jóvenes sin oficios; 14 por ciento de la fuerza laboral que antes tenia un empleo permanente sufre el “subempleo involuntario”, y en esta situación – destaca el sociólogo – la salud de esos trabajadores subempleados declina de manera dramática.  Y en Estados Unidos se estima que hay, además de las cifras oficiales, de tres a cinco millones de desempleados que al no encontrar empleos después de seis meses de inútil búsqueda dejan de ser clasificados como “desempleados”.
 
No porque los economistas sean incapaces de verlo y analizarlo el problema estructural deja de existir. A finales de septiembre de 1996 el economista y Nóbel Paul Krugman escribía, en su columna del New York Times (2) que sería injusto culpar a los observadores de finales del siglo 20 por su fracaso en prever todo lo que el siglo 21 nos traerá, y agrega que “aun cuando actualmente el pronóstico a largo plazo sea una ciencia inexacta hay muchas personas que entienden que las mayores fuerzas que impulsan los cambios económicos serán las que darán continuidad al avance de la tecnología digital y la diseminación del desarrollo económico en todo el mundo. En esta caracterización no hay sorpresas, continúa el Nóbel, pero el rompecabezas comienza cuando los expertos del momento completamente malinterpretan las consecuencias de estos cambios.
 
En efecto, en esa “época” todavía se anticipaba lo que Krugman titula como una economía “inmaculada”, en la cual la mayoría se habrá emancipado de cualquier difícil trabajo “con el mundo físico”. El 5 de marzo pasado, a 15 años de distancia, Krugman retoma y amplia ese artículo y escribe que la informática terminará reduciendo, no aumentando, la demanda de trabajadores altamente calificados, debido a que un montón de lo que los trabajadores altamente calificados hacen hoy día puede ser reemplazado por altamente sofisticados procesos informáticos, en realidad reemplazados más fácilmente que (si fuera) un trabajo manual.
 
Este tema lo toca también Martín Ford (3) al citar al economista David Autor (4), quien analiza el “efecto de reemplazo” a partir de la década de los 60 del siglo pasado, cuando comenzó la introducción de computadoras y sistemas automatizados, robotizados o digitalizados, y cómo este proceso de sustitución del trabajo asalariado, que solo es posible con seres humanos, polarizó el mercado laboral y eliminó los trabajos seguros y bien pagados que permitieron sustentar la clase media, dejándonos con empleos con altos salarios que requieren de muy altas calificaciones, mucha educación y capacitación, y un montón de trabajos con muy bajos salarios para una mano de obra poco calificada.
 
Aunque tardíamente se está reconociendo el impacto que la automatización tiene en el capitalismo de las economías más avanzadas, en particular por la desaparición de empleos –el efecto de reemplazo de los trabajadores y empleados por sistemas automatizados- y por ende del trabajo asalariado. Y cuando el trabajo asalariado comienza a escasear y se vuelve raro el consumo, o sea la demanda final de la cual dependen los capitalistas en su conjunto, y desde el punto de vista fiscal los Estados, se achican las posibilidades de reproducción del sistema.
 
El capitalismo es un sistema que desde sus primeros pasos ha estado en gestación constante de cambios, que se revoluciona a sí mismo, como decía Karl Marx. Y desde su nacimiento está unido al trabajo asalariado, a la explotación de los trabajadores que constituyen la única fuente posible de plusvalía –o de renta diferencial cuando explota trabajadores en otros países- y que, en su conjunto forman una parte critica de la demanda final.
 
Esta grave crisis estructural impide generar suficientes empleos y salarios adecuados que permitan mantener una robusta demanda final. Las clases medias en los países avanzados están desapareciendo de manera acelerada porque dejaron de existir las condiciones que las crearon: trabajos seguros y salarios decentes.
 
Al concluir un análisis sobre esta problemática Andrew Price escribe (5) que si las “fuerzas del mercado y la creciente automatización deja a las personas ( ) sin perspectiva alguna de un trabajo decente, quizás tengamos la oportunidad, o tal vez la obligación moral, de cambiar los roles y hacer que la oportunidad de hacer un trabajo que tenga sentido no sea solamente un privilegio, sino algo que todos merecemos”.
 
El sistema está ante una barrera potencialmente infranqueable. Hace muchas décadas que no estaba en el fuego un caldo de cultivo como éste para lanzar la lucha de clases. Con sus políticas de austeridad y de postración ante el dominante sistema financiero, el sistema político dominante no tiene algo digno que ofrecer ¿Una revolución social en perspectiva?
 
Lisboa, Portugal
 
- Alberto Rabilotta es periodista argentino.
 
1.- Richard Sennett, The Guardian, 9 de septiembre 2011. Sobre sus libros ver: http://www.richardsennett.com/site/SENN/Templates/Home.aspx?pageid=1
 
2.- Paul Krugman, White Collars Turn Blue;
 
 
 
4.- David H. Autor, economista del MIT. La ponencia citada, de la cual Autor es co-autor, se encuentra disponible en: http://econ-www.mit.edu/files/1474
 
 
https://www.alainet.org/fr/node/152592?language=en

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