Y parece que Marx tenía razón…

20/06/2011
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Los indignados que ocupan las plazas de España y que ahora se manifiestan en Italia, el comienzo de un movimiento similar en Inglaterra mientras crece la cólera popular contra los planes de austeridad del FMI y de la Unión Europea en las ya constantes manifestaciones en Grecia, son la punta del Iceberg del creciente “ejército de mano de obra de reserva” más educado e instruido que la civilización del capitalismo produjo en toda su historia. Lo que este ejército de desempleados reclama son empleos, perspectivas de integrarse a la economía y a la sociedad, el fin de la “dictadura del capital financiero” y la democracia para todos, y esto es algo que el capitalismo desarrollado, el que existe actualmente en países como Estados Unidos, la mayoría de los europeos y Japón, no puede entregar. Esta es una “contradicción fundamental” para el sistema imperante.
 
Como escribíamos en el primer artículo (1) citando al profesor Michael Hudson, la oligarquía financiera no ha dejado pasar la oportunidad de la crisis financiera disparada por la implosión de la burbuja del sector inmobiliario en 2008 ni la crisis que el mismo sector financiero está gestando en torno a la impagable deuda pública por el salvataje del insolvente sector financiero –en Estados Unidos, según Hudson, esa socialización de la deuda de los bancos y acreedores privados significó una transferencia de deuda privada a los libros de balance del Estado equivalente a 13 billones de dólares (2)-, para afincarse definitivamente en una posición dominante y llevar a cabo una contrarrevolución destinada a eliminar todo lo ganado en el siglo 20” en materia de democracia social y concentrar la riqueza en la cúspide de la pirámide mediante la implantación de un implacable sistema rentista.
 
Pero esta dictadura del capital financiero no es el origen de la situación actual del sistema capitalista desarrollado, sino una de las conclusiones posibles de una contradicción fundamental que Karl Marx define así: Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existente, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones (de producción) se convierten en trabas suyas. Se abre así una época de revolución social (Obras escogidas de Karl Marx, Ediciones Progreso, volumen I, página 348)
 
La revolución tecno-científica
 
Que las finanzas hayan llegado a dominar el sistema capitalista industrial que proporcionaba empleos estables, aceptaba el sindicalismo de los trabajadores y su lucha constante por mejorar los salarios y las condiciones laborales, que produjo “los gloriosos 30 años” de desarrollo socioeconómico y la formación de las clases medias a partir de la segunda Guerra Mundial, es producto de los enormes avances científicos y tecnológicos de la primera mitad del siglo 20 y el despegue de una revolución tecnológica que fue aplicada a partir de los años 60 en las industrias claves de los países avanzados para aumentar la extracción de plusvalía de los trabajadores, o como se dice actualmente para camuflar la explotación, para “aumentar la productividad”.
 
Y es así, con el aumento del capital constante destinado a automatizar o robotizar los procesos de producción que comienza el irreversible proceso de reducción constante de la mano de obra, del capital variable en la fórmula empleada por Karl Marx, en prácticamente todos los procesos productivos. La acrecentada competencia entre capitalistas acentúa la baja tendencial de la ganancia y alimenta la revolución tecno-científica que ha permitido en el último siglo emprender el camino de la automatización del modo de producción (3).
 
El capital financiero, como ha sido el caso en cada una de las revoluciones tecnológicas -en las fuerzas productivas materiales que incluyen los sistemas de transporte y comunicaciones destinados a abrir nuevas fronteras a la explotación-, asume una posición clave por su función crediticia en el financiamiento de las importantes inversiones de capital fijo y la previsible especulación bursátil por los riesgos implícitos, como sucedió desde el siglo 19 con los ferrocarriles en Estados Unidos y hasta finales del siglo 20 con las ‘dot.com’ y las empresas fabricantes de equipos y fibras ópticas para telecomunicaciones. Cada revolución en las fuerzas de producción ha llegado acompañada por crisis financieras.
 
El subversivo RobotPierre y la razón de ser del capitalismo
 
Desde los años 60 comenzó a cristalizarse el modo de producción en el cual la “mano” de la manufactura comienza a ser desplazada por los servomecanismos (4), antecesores de los actuales sistemas robóticos presentes y a veces dominantes en la mayoría de los procesos de producción.
 
Todo este desenvolvimiento, que parte de una situación mundial en la cual todavía existía la “amenaza” o el “ejemplo” comunista que representaba la (ex) Unión Soviética y en el que la mayoría de las economías capitalistas continuaban más o menos funcionando bajo las reglas del New Deal (un corporativismo Estado-empresas-sindicatos que otorgaba al Estado una función institucional de planificación macroeconómica para mantener el empleo y el consumo, que extraía una alta tributación fiscal de los pudientes y aplicaba restricciones a la especulación financiera dentro del sistema crediticio), se opera en el contexto de monopolios existentes o en formación que desde los años 60 transnacionalizan la producción en países con mano de obra barata con el maquilado para el ensamblado, fabricación de piezas y repuestos.
 
En esa ávida búsqueda de nuevos mercados para extraer plusvalía y vender productos las transnacionales se ven llevadas a aumentan las inversiones extranjeras directas, a promover en sus mercados domésticos la expansión del sector de servicios (que durante décadas fue la ilusión del receptáculo con empleos para recibir a los hombres y mujeres expulsados del sector primario y secundario de la economía), a fomentar el comercio exterior, todas estas y otras más estrategias destinadas a compensar la tendencia decreciente de la extracción de plusvalía –baja en la tasa de tasa de ganancia- en sus países de origen.
 
Hace siglo y medio era posible para Marx (5) avizorar el impacto que la expulsión masiva de trabajadores de las líneas de producción en los países capitalistas avanzados podía tener sobre la extracción de plusvalía, partiendo de la constatación de que un trabajador despedido es un consumidor de menos para el mercado, y de que el capitalismo necesita al consumidor para realizar ese plustrabajo que solo puede extraer del trabajador asalariado, debido a que por más sofisticadas que sean las maquinas no reciben salarios ni forman parte del sistema de consumo.
 
En la obra citada, que constituye en efecto un borrador y que solo fue publicados por primera vez después casi un siglo después de haber sido escrita, Marx elabora una definición mucho más completa que en El Capital de lo que constituye la esencia del capitalismo, y del fundamental papel del trabajo asalariado tanto en la creación de la plusvalía como del consumo que permite su realización en tanto que capital (6), subrayando que los trabajadores asalariados de un capitalista son los consumidores del resto de la clase capitalista..
 
Cuanto mayor es el número de trabajadores y de “la masa de dinero de la que disponen, tanto es mayor la esfera del intercambio para el capital”. Pero el capitalista, en su afán de aumentar sus ganancias y enfrentar a sus competidores, según Marx, tiende a “desarrollar al máximo” las fuerzas productivas. Como resume Martín Nicolaus, en el prefacio a la obra citada, “no es la tecnología la que obliga al capitalista a acumular, sino la necesidad de acumular la que lo obliga a desarrollar los poderes de la tecnología”, es decir las fuerzas productivas, para así reducir el “tiempo necesario de trabajo” asalariado “y por lo tanto la capacidad de cambio (y por ende de consumo) de los obreros”.
 
Este proceso, que actualmente podemos definir como la automatización de la producción, provoca una disminución de la tasa de plusvalía y por lo tanto de la tasa de ganancia e incrementa la masa de productos creados, lo que en su conjunto “aumentan las dificultades para realizar el tiempo de trabajo contenido en ellos, puesto que aumenta la exigencia al consumo (…) No corresponde analizar aquí hasta que punto, también, así como el capital tiene una tendencia a aumentar desmesuradamente las fuerzas productivas, limita, hace unilateral, etc., a la principal fuerza productiva, el hombre mismo” (7).
 
Dicho de otra manera, el avanzado proceso de automatización aumenta la producción y disminuye significativamente la participación de “la principal fuerza productiva, el hombre”, el trabajador asalariado, que no solo es excluido del proceso de producción sino del consumo, es decir del mercado, fase vital para la reproducción del capital.
 
Y esto conduce al capitalismo hacia una “contradicción fundamental” (8), la condición objetiva para una revolución social, que condena el capitalismo –según define Marx en las páginas 318-319 del primer tomo de la obra citada- a cuatro opciones que son, todas ellas, negativas para el sistema y que en el prefacio Martín Nicolaus resume de la siguiente manera: “1) los salarios deben ser incrementados para aumentar la demanda efectiva. 2) Debe extraer menos plusvalía. 3) Los productos deben ser distribuidos sin tener en cuenta la demanda efectiva. 4) Los productos que no pueden ser vendidos no deben siquiera ser producidos. La primera y segunda de las alternativas dan por resultado una reducción de la ganancia; la tercera es imposible desde el punto de vista del capital (excepto como subterfugio político) y la cuarta equivale a la depresión”.
 
En otras palabras, el desarrollo de las fuerzas productivas en los principales centros del capitalismo gracias a la automatización, la informática y el acelerado desarrollo tecno-científico, que acelera la disminución de la principal fuerza productiva, el hombre mismo mientras aumenta la producción, está provocando una contradicción fundamental en las relaciones de producción y de cambio.
 
Ciertamente es imposible elaborar en un artículo todas las implicaciones de este desenvolvimiento que está subvirtiendo las raíces mismas del sistema capitalista, y de cómo a falta de una extracción directa de plusvalía se han desarrollado formas suplementarias de plusvalías relativas o rentas diferenciales extraídas de la explotación de las riquezas sociales, como la naturaleza, la infraestructura, el gasto y el empleo del sector público, o la deslocalización de la producción en países con mano de obra barata, entre muchas otras opciones más (9).
 
Pero es importante situar el marco que en los últimos 40 años permitió llegar a la situación actual, al neoliberalismo y al estado de crisis permanente.
 
La conspiración neoliberal
 
En 1971 el abogado estadounidense Lewis F. Powell, miembro de 11 directorios de grandes empresas, escribió el memorando “Ataque al sistema de libre empresa estadounidense” destinado a Eugene Sydnor, en ese entonces director de la Cámara de Comercio de Estados Unidos. Tal memorando es conocido actualmente como “The Powell Manifestó” (reclaimdemocracy.org).
 
Este “Manifiesto Powell”, como escribíamos en “¿El acta de nacimiento del neoliberalismo?” (http://alainet.org/active/40974&lang=es) es una exhortación a los poderosos del mundo de los negocios a salvar “el sistema de la libre empresa” de los ataques de sus enemigos, los liberales e izquierdistas, una tarea que requiere, según Powell, “más que un creciente énfasis en las ‘relaciones públicas’ o ‘los asuntos de gobierno’ –dos áreas en las cuales desde hace tiempo las corporaciones han invertido sustanciales sumas” de dinero. Unos meses después de haber escrito este “Manifiesto” Powell es nominado por el presidente Richard Nixon para ocupar un puesto de Juez de la Corte Suprema de Estados Unidos, función que ejerció hasta junio de 1987, o sea casi el final de la segunda presidencia de Ronald Reagan.
 
El capital rompe el “chaleco de fuerza” del New Deal
 
Todo lo que proponía Powell para salvar el sistema de la libre empresa, que podría resumirse a la “toma del poder del Estado y de todas sus instituciones por el gran capital” fue llevado a cabo de manera metódica y exitosa en las décadas siguientes, de 1970 a la actualidad.
 
Con Margaret Thatcher en Londres y Ronald Reagan en Washington se llevan a cabo las reformas necesarias para liberar al capital de las “trabas sindicales”, o sea que comienza la demolición del sindicalismo y la privatización de las empresas del sector público, se procede a la desregulación del sistema financiero y se liberaliza el sistema crediticio, en primer lugar en Estados Unidos con la creación del “dinero plástico” que abre la posibilidad de que bancos y empresas generen crédito a su antojo para implantar definitivamente la sociedad del consumo. El derrumbe de la Unión Soviética y del “campo socialista” proclama, según los políticos occidentales de la época, el triunfo definitivo y global del capitalismo.
 
Siguiendo las recomendaciones de Powell se toma el control de las universidades y centros de estudio para aseptizarlas de todo contenido contrario a la libre empresa. Se ponen fuera de circulación las ideas y las criticas liberales y de procedencia marxista, lo que permite crear cientos de economistas que no tienen la menor idea de la economía política y responden a los intereses y deseos de la clase capitalista, y al mismo tiempo se fundan con dineros de las empresas y de multimillonarios cientos de “think tanks” que formulan la narrativa y la ideología del “crecimiento indefinido” y de la estabilidad permanente que se abriría en el reinado del libre comercio. Y, por supuesto se lleva a cabo el control de los medios de comunicación mediante su concentración en las manos de los capitalistas adeptos a la ideología neoliberal, y de los partidos políticos mediante el financiamiento de los candidatos favorables a estas ideas y el cabildeo intenso del aparato legislativo, el ejecutivo y la burocracia estatal.
 
En ese contexto de desregulación financiera, de especulación bursátil y de la formación de grandes fondos privados de inversiones, tiene lugar la “revolución de los accionistas”, una transformación importante que permite al sector financiero asumir un poder total sobre el sector empresarial.
 
Los principales accionistas, es decir los fondos privados de inversiones, bancos de inversiones y especuladores bursátiles logran convertir las empresas productivas en “vacas de ordeñe” financiero en un proceso todavía vigente que consiste en aumentar la productividad para producir ganancias, muchas veces en detrimento del futuro mismo de la empresa, como explica el profesor de Administración Henry Mintzberg, mediante despidos masivos y cierres de plantas o filiales, el aceleramiento de la automatización en las cadenas de producción y la deslocalización de la producción hacia los países con mano de obra barata, entre otros factores más.
 
Con el Acuerdo de Libre Comercio entre Canadá y Estados Unidos en 1988 se lanza la primera etapa de la globalización comercial y financiera a ultranza, facilitada en 1999 por la abolición de la ley Glass-Steagal adoptada en 1933 por la Administración de Franklin D. Roosevelt para separar la banca de depósitos de la especulativa banca de inversiones bursátiles. En el plano comercial este proceso se concreta con la creación de la Organización Mundial del Comercio para implantar el “libre comercio a escala global”, o sea un orden legal vinculante y global que pone fin a la soberanía nacional en materia industrial y comercial, en particular para los países en desarrollo.
 
Simultáneamente en las décadas de los 80 y 90 se introduce y ejecuta la “independencia” de los bancos centrales respecto a los gobiernos nacionales para establecer la estabilidad de precios (lucha contra la inflación, el enemigo jurado de las finanzas), la convertibilidad y el libre flujo de divisas como criterios inviolables de la política monetaria, abandonando de paso el objetivo básico de favorecer la creación de empleos y de poder formular una política monetaria que sirva a las necesidades del desarrollo económico. Y de esta manera se va completando el orden global neoliberal en el sector monetario y financiero, que queda fuera del control de los poderes políticos y se subordina al sistema financiero dirigido desde Wall Street y Londres (10).
 
Y después del fracaso en adoptar el Acuerdo Multilateral sobre Inversiones (AMI) en 1998 se redoblan los esfuerzos para garantizar el aseguramiento de las inversiones extranjeras directas o especulativas con acuerdos bilaterales y cláusulas en los acuerdos comerciales para “la protección de todo tipo de inversiones”.
 
Liberado de todas las trabas, sin contrapesos políticos ni sindicales y en el contexto de una sociedad de consumo que se expande con el crédito para el consumo y el consiguiente endeudamiento de las poblaciones –lo que permitió en un momento compensar la tendencia a una baja real de los salarios y los períodos de desempleo-, en las últimas dos décadas el sistema capitalista fue metamorfoseándose en su forma actual, con el desregulado capital financiero asumiendo rápidamente y sin contestación la posición dominante, para instaurar un sistema rentista equivalente a un retorno a la servidumbre y explotar hasta sus últimas consecuencias la totalidad de los recursos públicos.
 
La Vèrdiere, Francia
 
 
 
3.- Ver el caso de la experiencia de la electrificación de la cadena de montaje de la compañía Ford Co. que en 1913-1914 provocó una baja de 90 por ciento en el tiempo de trabajo para ensamblar un automóvil: http://www.enotes.com/biz-encyclopedia/assembly-line-methods Basta imaginar las reducciones de tiempo laboral conseguidas en las últimas décadas en todas las cadenas de montaje y líneas de producción con la introducción de cada vez más sofisticados sistemas robóticos.
 
4.- Un servomecanismo, compuesto de partes mecánicas, hidráulicas, neumáticas y electrónicas, funciona bajo el principio de la retroalimentación, o sea que son diseñados para “captar información del medio y de modificar sus estados en función de las circunstancias y de regular su actividad de cara a la consecución de una meta” (Wikipedia). Los servomecanismos son partes de los sistemas automatizados o robotizados.
 
5.- Karl Marx, Elementos Fundamentales para la Critica de la Economía Política (borrador) de 1857-1858, con prefacio de Martín Nicolaus, edición Siglo XXI Argentina Editores, 1971.
 
6.- “En la producción basada en el capital, empero, en todos los puntos el consumo está mediado por el intercambio y para el trabajador el trabajo nunca tiene valor de uso directo. La base entera de aquella es el trabajo como valor de cambio y como creador de valor de cambio. Bien, por lo pronto, el asalariado, a diferencia del esclavo, es él mismo un centro autónomo de la circulación, participa en el intercambio. Primero: mediante el intercambio entre la parte del capital que está determinada como salario, y la capacidad viva del trabajo, se pone directamente el valor de cambio de esa parte del capital antes de que éste salga nuevamente del proceso de producción para entrar en la circulación. Segundo: con excepción de sus propios obreros, la masa total de todos los demás obreros se presenta frente a cada capitalista no como obreros, sino como consumidores, como poseedores de valores de cambio (salario), de dinero, que ellos intercambian por la mercancía de aquél. Los obreros son otros tantos centros de la circulación, los cuales inician el acto del intercambio y conservan el valor de cambio del capital” (páginas 372-373 del primer tomo de la obra anteriormente citada).
 
7.- Página 376 del primer tomo de la obra citada.
 
8.- Ver las páginas 227-229 del segundo tomo de la obra citada.
 
9.- Para considerar la total intromisión del capitalismo en la generación de plusvalía relativa mediante la reducción del trabajo asalariado y obligar al consumidor a “trabajar gratuitamente”, el trabajo benevolo para permitir la reproducción del capital, ver el artículo del economista Laurent Cordonnier en Le Monde Diplomatique de junio 2011.
 
10.- Independencia de los bancos centrales, ver el articulo de Alfredo Zaiat en Página12 (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-138256-2010-01-09.html); Vincenç Navarro de ATTAC (http://www.attac.es/la-excesiva-independencia-de-los-bancos-centrales-incluido-el-banco-central-europeo/) ; el estudio de Ludovico Silva (http://www.itf.org.ar/pdf/lecturas/lectura2.pdf)
https://www.alainet.org/fr/node/150634?language=es
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