Matar al imperialista que llevamos dentro
11/04/2011
- Opinión
En lo más profundo de todos nosotros residen sentimientos que muchos no llegamos a conocer jamás. Estas pasiones, que a veces se manifiestan como vigorosos volcanes, nos transforman a los ojos de los demás primero, y a los ojos propios después. Nos transfiguran ante nuestros amigos y conocidos, transformando la cara amable que tan amablemente nos ponen, en una mueca horrible a la que resulta imposible sostener la mirada. A veces, esta mueca arranca de nuestros seres cercanos un comentario que niega la existencia misma de nuestra mutación, un comentario que tal vez se compadezca de nosotros. El mecanismo de erupción, de salida a la superficie de estos sentimientos dormidos, no es previsible, y tampoco es controlable. Lo único que está en nuestra mano es reflexionar una vez más antes de convertirlos en palabras, antes de transmitirlos a los demás certificando nuestra metamorfosis.
Crispación inducida constante
Existen diversos mecanismos inductores o extractores de estas bajas pasiones, aunque tal vez el más conocido, el más presente en la vida de todos nosotros es el método de la crispación inducida constante, muy utilizado por los medios de comunicación para obtener de la opinión pública tal o cual apoyo, o para inducir corriente de opinión. No todos los ciudadanos ofrecen la misma resistencia a este método de extracción, de tal suerte que no en todos tiene el mismo efecto ni se da en todos en el mismo grado.
Como parte iniciática del método de la crispación inducida constante, se procede, por parte de los medios, a tomar una vía, en el sentido médico del término, en el cerebro del ciudadano. Por esta vía se le suministran al sujeto grandes cantidades de información, tan grandes que resulta imposible procesarla y menos aún comprenderla y, lo que es más importante, tan grandes que resulta imposible de contrastar.
Entre las posibles reacciones del ciudadano ante este método se distinguen tres grandes grupos, el más numeroso resulta ser el de dar credibilidad total y absoluta a lo que los medios le hacen llegar por la vía tomada en su cerebro, esta reacción suele ir acompañada de perniciosas, estúpidas y autoanestesiantes afirmaciones del tipo “si lo han dicho por la tele…, será verdad”
La segunda reacción más numerosa consiste en hacer una mueca de enojo seguida de otra de indiferencia, lo que a veces se puede materializar en expresiones como “pero, ¡qué hijos de puta!” seguido de “y ¿qué puedo hacer yo?”.
Por último, la menos común pero al mismo tiempo la más esperanzadora, es la reacción que lleva al ciudadano a exigirse a sí mismo un mínimo de respeto y a no dejarse llevar alegremente por la información que le llega a través de los medios, no al menos sin haberla contrastado antes. Esta sana actitud inconformista le vale el ganarse la mirada despectiva y el comentario insidioso de la mayoría de los que le rodean, destacando su aspecto diferencial (el auto-respeto) como si fuera algo de lo que lamentarse.
Frente de bajas pasiones
Uno de los éxitos más recientes que los medios pueden apuntarse en la utilización de este método de inducción/extracción de pasiones, es el caso de Libia. Mediante la administración masiva al ciudadano del extraño mensaje: “Lanzamiento de bombas para evitar lanzamiento de bombas”, se ha conseguido el apoyo inusitado de buena parte de la población. Los medios desataron con su increíble insistencia un frente de bajas pasiones que ha suscitado gran controversia en la sociedad, obteniendo de los más entusiastas, no solo una defensa férrea e irreflexiva del bombardeo como medida para evitar bombardeos (?), sino que además ha obtenido de ellos, y por el mismo precio, una beligerancia extraordinaria contra quienes no defendemos ningún tipo de bombardeo.
Junto con el bombardeo desinformativo, los medios han suministrado a los ciudadanos reclutados para su causa, gran cantidad de retorcida metralla en forma de “si no quieres que haya bombardeos es porque quieres que haya bombardeos”. Contra lo que parecería normal atendiendo a las leyes de la física, a ninguno de los reclutados se le hace un nudo la lengua (ni en el cerebro) ante tan esperpéntico mensaje.
Tortura Goebbeliana
Según la Asamblea Médica Mundial de Tokio celebrada en 1975, se define tortura como: "El sufrimiento físico o mental infligido en forma deliberada, sistemática o caprichosa, por una o más personas, actuando sola o bajo las órdenes de cualquier autoridad, con el fin de forzar a otra persona a dar información o hacerla confesar por cualquier otra razón." A la vista de la impunidad moral y la forma indiscutiblemente tendenciosa y parcial con que los medios han actuado en este caso, resulta lícito, digo más, resulta inaplazable modificar la última frase de esta definición de tortura de la siguiente manera: “con el fin de forzar a otra persona (o conjunto de personas) a creer información o hacerla creer sin mayor base que la repetición incesante del mensaje”. Por este método, estoy convencido de que cualquier persona sometida a la presión suficiente, es capaz de asegurar, digo más, de jurar por lo más sagrado, que pilotaba uno de los aviones que se estrellaron contra las Torres Gemelas en 2001.
No resulta fácil comprender por qué hay tanta gente que es capaz de defender, incluso visceral y hasta irrespetuosamente, el retorcido y siniestro acto de bombardear para evitar bombardeos; unos bombardeos que, por otra parte, no han traspasado las fronteras del rumor, insistente sí, pero rumor al fin y al cabo. Tampoco resulta comprensible esa beligerancia que demuestran los “fieles” al pensamiento inducido, contra aquellos que no se han dejado someter a él. Pero ambos términos, la firmeza en la creencia y la beligerancia contra los incrédulos, se comprenden mejor cuando los medios han utilizado, mejor: han prostituido para ello la palabra “humanitario”. El “fiel” utiliza la munición ofrecida por los medios con gran pasión: “¿cómo puede alguien estar en contra de algo “humanitario?”. El juego sucio está en la utilización de esta palabra “humanitario” para apellidar bombardeos y otras acciones de guerra tan repudiables como las que oficialmente pretendían detener.
Para entender mejor el éxitoso funcionamiento de esta técnica mediática de inducción de bajas pasiones, recurriré a un ejemplo que suele utilizarse en el lenguaje corriente. Cuando a uno le piden hacer algo, así, sin más, uno puede pensar si lo hace o no lo hace, pero si quien lo pide añade la coletilla “si eres tan amable...”, nadie se niega, todos queremos ser amables.
¿De verdad somos tan humanitarios? (*)
Quien esté persuadido de que el humanitarismo se demuestra lanzando bombas, no debería tener ningún problema para entender igualmente humanitaria la acogida de los inmigrantes que, con motivo de las revueltas y guerras que afligen el continente africano, no dejan de llegar a las costas italianas. Ahora bien, una cosa es predicar lo humanitario lanzando bombas y otra bien distinta es dar trigo a los hambrientos que huyen de los bombardeos.
Berlusconi, mientras discute con los vecinos europeos por un quítame allá estos inmigrantes, despacha a los tunecinos de vuelta a su país de origen y pretende despachar hacia Francia a los libios so pretexto de que la mayoría quiere reunirse con sus familias en el país galo.
María Fekter, ministra de Interior austriaca, asegura que investigará la manera de impedir que los inmigrantes crucen sus fronteras, “vamos a analizar hasta qué punto reconoceremos visas emitidas por los italianos, especialmente si permitiremos ingresar a personas que no pueden alimentarse”, ha dicho esta destacada figura del humanitarismo más radical, dejando claro que la Unión Europea dispone de fondos suficientes para bombardear a un pueblo pero no para alimentarlo.
Otra figura destaca con fuerza en el panorama humanitario europeo, se trata del ministro holandés de Inmigración y Asilo, Gerd Leers, quien ha asegurado: "Estoy bastante insatisfecho con la decisión sorpresiva de Italia de pasar sus problemas a todos los demás”. Para Leers, los inmigrantes causados por la situación bélica en Libia son un problema italiano, olvidando sin duda la participación holandesa en el conflicto.
Como bonus track, Berlusconi, el amigo de las niñas, ha asegurado que su gabinete está ultimando los preparativos para presentar solicitud formal de la concesión del Premio Nobel de la Paz a Lampedusa, de donde se ha apresurado a echar a todo inmigrante que tenía la sana intención de salvar la vida y, de paso, llevarse algo a la boca.
Es razonable pensar que la actitud imperialista que subyace en muchos de estos comportamientos y declaraciones, y que son inducidos y extraídos de la opinión pública con el nada delicado bisturí de los medios de comunicación, pueda y deba ser contenida, y que todos nos planteemos si querríamos sentir sobre nuestras propias carnes el humanitarismo imperialista o bien si deberíamos matar al imperialista que llevamos dentro antes de que lance bombas a nadie más.
Puede que solo sean impresiones mías, pero parece que después de todo no somos tan “humanitarios” como se nos pretende hacer creer. Piénsenlo, si son tan amables.
(*) Los literales recogidos en este apartado pueden ser consultados en: http://lta.reuters.com/article/worldNews/idLTASIE73A16C20110411?sp=true
- Víctor J. Sanz
https://www.alainet.org/fr/node/148957
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