Cooperación y movimientos sociales: Una revisión crítica

14/03/2011
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“concebir el desarrollo como un instrumento para afianzar y consolidar la lucha por los derechos y reivindicaciones estructurales de los pueblos es una premisa fundamental”. (“Pueblos indígenas, cooperación internacional y desarrollo en Guatemala”. Henry Morales y Máximo Bá Tiul. Movimiento Tzuk Kim-Pop. Sept.-2009. Guatemala)
 
Este documento pretende presentar las claves y elementos principales para una revisión crítica de la llamada cooperación al desarrollo realizada a lo largo de las últimas décadas, especialmente en el espacio no gubernamental, abogando por el hecho de que otra cooperación es posible y urgente. Para ello, debe de desarrollar una línea de actuación de mayor compromiso político transformador y en ello, un aspecto fundamental, debe ser el reconocimiento, e incluso subordinación, de ésta al protagonismo de los movimientos sociales como auténticos sujetos políticos en las transformaciones políticas, sociales, económicas y culturales.
 
Se tendrán en cuenta los impactos alcanzados y los modelos en uso, así como de manera global el contexto internacional (globalización) en el que la cooperación se mueve y la influencia y tendencia que el mismo imprime. Se parte igualmente de que la también llamada cooperación solidaria, aquella practicada desde las sociedades civiles del Norte y del Sur, ha sufrido importantes cambios y reorientaciones así como, y aunque parezca contradictorio, inercias en sus formas de operar. Ha llegado el momento de hacer una revisión necesaria que desde la izquierda la redimensione como agente al servicio de las impostergables transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales para un mundo más justo si realmente se pretende acabar con las injusticias, la explotación y la desigualdad entre las personas (hombres y mujeres) y entre los pueblos y sociedades. Es decir, si se quiere mantener la coherencia entre lo que la cooperación dice perseguir como fin y lo que hace para alcanzar, o contribuir, a ese objetivo.  
 
Afortunadamente, esta necesidad explicita de revisión se va abriendo camino en los últimos años, al margen de los modelos dominantes y mayoritarios, en espacios cada vez más amplios. Movimientos sociales que surgen nuevos replanteando paradigmas y estrategias de actuación empujan también a diferentes sectores de la cooperación a revisar las actuaciones. Para ello, cada vez más aparecen nuevos planteamientos, análisis y reflexiones que orientan hacia ese camino. El documento presente tratará de ordenar (esperamos que no desordenar) algunas de estas claves de revisión y plantear nuevas vías de actuación, desde una dimensión política, para que la cooperación solidaria ubique su espacio, tiempo y lugar con el objetivo de empujar también en las necesarias transformaciones ya mencionadas. De alguna forma, este documento reúne y refunde ideas ya planteadas que empiezan a estar en el debate entre diferentes agentes sociales y políticos, tanto de los movimientos sociales como de algunas organizaciones no gubernamentales, pero quiere ser también un posicionamiento explícito y comprometido.
 
Claves a tener en cuenta
 
No se será exhaustivo en la multiplicidad de las claves posibles a considerar para esta revisión crítica, sino que se expondrán aquellas que parecen determinantes, por su simplicidad de enunciado pero por su profundidad de significado y contenido, para avanzar en una nueva forma de cooperación que, ya podemos denominar, como cooperación por la transformación y solidaria.
 
Conviene aquí detenerse un poco para señalar algo sobre este último concepto. La solidaridad, desde la cooperación, debe entenderse en su dimensión más política y, por lo tanto, sobrepasa otros conceptos como ayuda, humanitarismo, compasión, etc. Si partimos del derecho humano a una vida digna y entendemos esta cualidad, la dignidad, como una característica definitoria del ser humano, podremos decir que la solidaridad es el derecho y obligación a indignarse ante la injusticia a que se somete a otro ser humano, sea ésta ética, política, social, económica, étnica o cultural. Pero, la indignación (solidaridad) no puede reducirse a un mero sentimiento (afectivo), sino que comporta también dos rasgos: el cognitivo y el conativo. Es decir, el conocimiento profundo de esas situaciones y el comportamiento ante las mismas que no puede ser sino de actuaciones dirigidas a eliminar las causas profundas de esas situaciones. Por esto es por lo que el protagonismo de las sociedades civiles, basado en el principio de solidaridad, de situarse en el lugar del “otro”, debe de volver a convertirse en un elemento característico de la cooperación ya que articula situaciones óptimas y el conocimiento entre iguales, activa sentimientos de identificación y posibilita actuaciones horizontales en procesos que posibiliten verdaderos cambios desde abajo hacia arriba del sistema.
 
Entonces, tres serían estas claves que concretarían las líneas estratégicas principales:
 
-          La revisión crítica y autocrítica continua de los modos e impactos de la cooperación, entendida en su sentido más amplio: incidencia, formas de trabajo, implicación, efectos, relaciones que establece.
-          Redimensión y recuperación del análisis y contenido político de la cooperación. Esto exige, entre otras, una identificación de las causas estructurales de la desigualdad y su abordaje para la transformación de las mismas.
-          Consecuentemente con lo anterior, la orientación de acciones hacia verdaderos procesos de transformación social, política, económica y cultural, así como al fortalecimiento de los sujetos políticos intervinientes, los movimientos sociales, reales protagonistas de esos procesos.
 
Contexto general. Situación global y particular
 
No corresponde a este documento hacer un profundo y minucioso análisis de la globalización, especialmente en sus aspectos económicos y consiguientes implicaciones políticas y sociales, por lo que lo resumiremos en algunas de las características que parecen más determinantes del mundo en que vivimos. La globalización es la fase actual del capitalismo y entraña, entre otros, una dominación de la lógica del mercado y de los poderes financieros sobre la política y sobre las condiciones de vida de la población. Todo queda supeditado a esa lógica, dándose un retroceso importante en el ejercicio de la totalidad de los derechos individuales y colectivos, una precarización de la vida para cada vez mayores capas de la población mundial, una anestesiante y proclamada ética del consumo unida a un reforzamiento del individualismo, normalmente en detrimento de la participación y la solidaridad entre las personas, de una visión común, colectiva, de la vida.
 
Por otra parte, la actual crisis económica, que golpea principalmente a los países del norte, pero que repercute de forma grave en los del sur, no está haciendo sino fortalecer a esos mismos poderes económicos dominantes, con una mayor supeditación a ellos de los poderes políticos (meras correas de transmisión de los primeros y administradores de aquellas medidas que éstos imponen para el mantenimiento de sus privilegios) y la pérdida aún mayor de derechos por parte de la mayoría de la población. Todo esto, lleva parejo un aumento del desigual reparto de la riqueza entre países y personas y una imposibilidad permanente de salir, los más débiles de aquellos, de lo que se ha dado en llamar situación de subdesarrollo, que no es sino la pobreza, la miseria, la injusticia y la falta de expectativas de una vida igual en derechos para todos y todas.
 
Este podría definirse como el marco general de la globalización en el que la cooperación se ubica y donde, por lo tanto, se acepte o no, ésta tiene su espacio y sus actuaciones se ven marcadas por el mismo y, consiguientemente, operan a favor de su mantenimiento o de su transformación. Esta es una primera elección.
 
De otro modo, y teniendo en cuenta que en esta revisión interesa el aporte que la cooperación comprometida debe de realizar hacia América Latina, es necesario también señalar algunas breves características del contexto global en ese continente en estos últimos años.
 
De una parte se ha dado una extensión de modelos políticos de izquierda en diferentes países que, sin entrar a analizar en detalle ni profundidad, han supuesto un cambio importante en el panorama y amplían la posibilidad de transformaciones hacia modelos más justos y equitativos. Por otra parte, y como respuesta, se han reforzado en otros países modelos involucionistas y neoliberales que operan en contra de la tendencia anteriormente citada. Al tiempo, movimientos sociales de izquierda diversos han pasado a ser fuerzas políticas fundamentales en diferentes países, como lo demuestran, entre otros, la influencia determinante de los movimientos indígenas, campesinos o del movimiento feminista o de desempleados, suponiendo todos ellos una enorme pluralidad de estrategias y articulación de formas organizativas descentralizadas y una multiplicidad de las bases sociales y agendas políticas, proporcionando el impulso principal para el cambio social y político. En este panorama no están ausentes los países del norte, tanto EE.UU. como de Europa, cada bloque con sus peculiaridades, pero ambos actuando en contra de los primeros modelos citados y fortaleciendo los segundos, para el mantenimiento del sistema neoliberal en la defensa de sus intereses económicos, los cuales pasan por que América Latina siga siendo el proveedor barato de materias primas y mercado fácil de los productos manufacturados en el norte, en beneficio siempre del modelo de desarrollo dominante. En este sentido, se entienden acciones, como el golpe de estado en Honduras, los intentos frustrados de golpes en Venezuela, Bolivia o Ecuador y todas las presiones políticas y económicas que suponen los acuerdos comerciales de libre comercio, ya sean los firmados por EE.UU. con los países de Centroamérica, Perú, Chile…, o los llamados Acuerdos de Asociación (AdA) que negocia Europa con Centroamérica y otros países del continente, los cuales responden igualmente al esquema de tratados de libre comercio en beneficio claro de la primera ante las enormes asimetrías económicas con los segundos. El escenario que dibujan estos tratados es de aumento de la pobreza de los países americanos firmantes, mayor dependencia económica respecto a los países desarrollados, pérdida de la soberanía, expolio continuado de los recursos naturales, reprimarización de la economía y pérdida de derechos.
 
Evidentemente, en el contexto específico de la cooperación, también se perciben los efectos de estos escenarios pues, ni ahora ni antes, se puede entender que ésta está al margen de los mismos. Así, entre otras muchas declaraciones y como ejemplos la denuncia de la red de organizaciones CAD (Centro América para el Diálogo), para el caso concreto de las líneas establecidas por Europa, que señala que la cooperación se está dirigiendo prioritariamente a mejorar las condiciones para las transacciones comerciales y financieras, alejándose cada vez más de la tendencia humanista y democrática que promovía años atrás en la búsqueda de la justicia, la paz, la equidad y la democracia. Igualmente, un informe del FONGI (Foro de Organizaciones No Gubernamentales Internacionales, en Guatemala), señala que se está dando prioridad a una “tendencia de las agencias de cooperación al apoyo de proyectos cortoplacistas que no permiten reflexionar estrategias de largo plazo ni priorizar procesos orientados al fortalecimiento de los sujetos sociales, (…), ni dirigirse hacia procesos de transformación estructural”.
 
La cooperación en su contexto
 
Lo anteriormente expuesto tiene que ver con un contexto general y en lo que corresponde a la cooperación, con la que mayoritariamente se denomina cooperación multilateral (hacia/entre organismos internacionales) y bilateral (entre países). De alguna forma, todo lo descrito se refunde también en el concepto que David Llistar denomina como “anticooperación”; es decir, todas aquellas acciones que se generan en el norte y que interfieren negativamente en el sur, indistintamente del canal y ámbito u origen y destino en los que se produzcan y cuya raíz fundamental radica en el interés por el crecimiento económico con seguridad de los países del norte. Esta anticooperación tiene sus dimensiones en muy diversos espacios, como el financiero, comercial, diplomático, ambiental, militar, tecnológico y también el correspondiente a la cooperación solidaria; la suma de esos efectos negativos, evidentemente, supera con mucho los posibles efectos positivos no ya solo de la cooperación solidaria, sino de la totalidad de la llamada cooperación.
 
Por tanto, es clave entender que todo ese panorama incide determinantemente sobre la llamada cooperación no gubernamental, aquella que se realiza entre agentes de las sociedades civiles del norte y del sur pero, que está en gran medida pautada y normada, por lo tanto sometida, a la financiación pública y otros condicionantes de las instituciones políticas gubernamentales que, en mayor o menor medida comparten plenamente el esquema definido, cada una desde su ámbito definido de actuación. Sin embargo, lo anterior no pretende, indirectamente, dar a entender que la cooperación no gubernamental está plena y únicamente sujeta a ese contexto general. Lo debe de tener en cuenta y en muchos casos determina actuaciones clave, pero hay también margen y, por lo tanto, opciones y responsabilidad importante en las propias ONGD (Organizaciones No Gubernamentales de Cooperación al Desarrollo) para ubicarse en ese escenario; se está de acuerdo con su fondo y se pretende subsanar sus efectos más perversos pero sin alterar el sistema, o se trabaja por la transformación radical del mismo en el entendido de que de lo contrario éste pervive con su carga de injusticias y de desigualdades cada vez mayores. Y esto último teniendo en cuenta el margen de maniobra posible, el espacio que como ONGD se ocupa, pero también definiendo políticas y estrategias posibles para avanzar en el objetivo marcado.
 
Resultado de esas incidencias externas y de los posicionamientos internos de la cooperación no gubernamental es la situación actual de la mayoría de las actuaciones y lineamientos estratégicos en los que ésta opera.
 
La cooperación en los últimos años ha girado hacia un evidente acoplamiento de su sistema como herramienta del modelo político, social y económico dominante. Así, podemos constatar como, de una parte, se ha ido imponiendo el dominio de lo técnico, la complejidad de normativas, lo burocrático-administrativo, el consenso bloqueante, el discurso de la eficiencia como una identidad que constriñe y casi asfixia. Igualmente, y en este mismo sentido, se debería revisar el “diálogo” consultivo y permanente con las instituciones como elemento no confrontativo que adormece la actuación política y, especialmente conceptos y líneas de actuación sectoriales como la gobernanza y gobernabilidad, los Objetivos de Desarrollo del Milenio, la cohesión social, la Responsabilidad Social Corporativa, etc. como elementos que alejan permanentemente, en una distracción continua, de los verdaderos objetivos de la transformación.
 
Consecuencia de lo anterior será el alejamiento cada vez mayor de las verdaderas demandas y reivindicaciones de los sujetos políticos del sur y sus procesos, para concentrarse en la “mejora” de las condiciones de vida de “los/as beneficiarios/as”, a quienes se despoja de esa condición clave de sujetos políticos para mantenerlos como objetos pasivos receptores de ayuda. En este sentido, destacamos las palabras de Andrés Cabanas cuando señala que la imposición de intereses de la cooperación reproducen, en gran medida, un imaginario de dominación y expresa como la cooperación interviene en vez de interactuar con los actores locales, trabaja para población beneficiara y no con sujetos/as político y sociales, se percibe como actor externo y no como una parte más; desconfía de la capacidad de las organizaciones sociales (sobre todo en lo que atañe al manejo y control de recursos), elude la autocrítica, evaluación y sistematización del trabajo, privilegia el cumplimiento de actividades y resultados sobre procesos o, impone, en función de la ejecución, formas organizativas artificiales. Esto último ha supuesto en demasiados casos la oenegización, en su peor sentido, de muchos movimientos sociales. En suma, la cooperación no gubernamental, aquella que debería mantener un compromiso firme con quienes sufren las peores consecuencias del modelo dominante, se convierte en gran medida en “empresas de cooperación” que no solo no subvierten ese modelo sino que lo alimentan.
 
Cooperación para la transformación
 
Lo señalado hasta ahora en este documento puede presentar un panorama desolador, pero nadie dijo que este campo político-social, como muchos otros, fuera fácil. Se tiene la obligación, desde una opción de izquierdas, de tratar de ver con claridad los escenarios presentes y futuros, pues el análisis continuo de los mismos ayudará a definir mejor las estrategias y ser más efectivos en los impactos tras poner en funcionamiento las mismas. Como se indicaba al principio de este documento, en los últimos tiempos, aquí y allá (Europa y América), empiezan a surgir cada vez con más fuerza análisis y reflexiones que encarnan nuevos paradigmas que permiten atisbar nuevas posibilidades y caminos a seguir. Cuando menos, la cooperación no está sola y el compromiso con el sur y con la modificación de las causas estructurales de la injusticia y desigualdad, se ve acompañado con cada vez más actores. En América Latina se articulan nuevos procesos en positivo y aquí y allí se ha iniciado una necesaria revisión de la cooperación, lo que contrarresta el oscuro panorama anteriormente descrito.
 
En este contexto, también hay que señalar que si bien las ONGD no son las responsables de esa situación de injusticia y desigualdad, éstas tiene un papel que jugar, junto a otros muchos actores sociales, una responsabilidad. Al fin y al cabo, las opciones están diáfanas: seguir en el modelo actual, con lo que éste implica; o jugar un papel de compromiso con los nuevos procesos de transformación aquí y allí.
 
En este marco y en una evidente opción por la segunda hay una serie de actuaciones que deben de marcar las estrategias de actuación para una cooperación por la transformación. Se siguen a partir de aquí los nombrados como retos a tener presentes, por Andrés Cabanas en varios de sus escritos, intentando completarlos y dotarlos de mayor contenido.
 
1.- Reflexión autocrítica de logros e impactos
 
Se ha dicho ya al citar el concepto de anticooperación que las ingerencias negativas que desde el modelo dominante del norte se dirigen hacia el sur son muy superiores a los impactos positivos que puede tener la cooperación. A ello, hay que añadir, precisamente desde esa autocrítica citada, que en muy escasas ocasiones los trabajos propiamente de la cooperación no gubernamental están incidiendo en la reversión de las condiciones de explotación, violación de derechos, extrema pobreza, sistema patriarcal y el largo etcétera que aqueja a las condiciones de vida de las grandes mayorías en el mundo. Por supuesto, si en muchos casos solamente se alcanza a paliar algunas de esas condiciones es imprescindible mantener abierta la autocrítica y evaluación permanente sobre dichas actuaciones. Todo ello con el fin de mejorar las mismas con visiones más amplias y estratégicas de los contextos y de compromiso con los diferentes procesos.
 
2.- Análisis continuo del contexto
 
Se ha hecho amplia referencia a los escenarios negativos que se ciernen sobre los objetivos que la cooperación dice perseguir y hay que insistir en la importancia de hacer siempre lectura de los mismos para que las acciones no queden al margen de los mismos y sometidas a éstos. Igualmente, se debe hacer el análisis de los nuevos ciclos de lucha, de las nuevas propuestas que los diferentes movimientos sociales realizan y del desarrollo de los incipientes procesos de cambio profundo que se están abordando. Debe de ser una condición de la cooperación para la transformación el apostar por el fortalecimiento de los nuevos sujetos políticos, encarnados en muchos casos en los movimientos feminista, indígena y campesino, especialmente en el contexto continental americano. Desde éstos se desarrollan nuevos paradigmas o modelos, entendidos como la forma en que una determinada sociedad organiza e interpreta la realidad (mundo, sociedad y persona), como es el caso del “buen vivir”. Para el caso del norte, el paradigma del “decrecimiento” también está planteando nuevos modelos que atacan al dominante en su raíz y es posible que engarce, de una u otra forma, con aquellos planteados desde el sur.
 
3.- Apuesta por acciones y procesos hacia transformaciones estructurales y cambios en las actuales relaciones de poder
 
Ya se ha también abundado en este reto, pero será importante nuevamente citarlo desde el convencimiento de que si este compromiso no existe la cooperación no aportará al cambio de modelo dominante, no siendo sino un engranaje más en el mantenimiento del mismo y con un mero carácter paliativo de los impactos de las políticas económicas. En muchas ocasiones, al no tener en cuenta las causas estructurales ni las relaciones de dominación que operan en un determinado espacio, las actuaciones no inciden en cambios de raíz y chocan continuamente contra la realidad de esa no reversión ya citada de las condiciones de pobreza, desigual reparto de la riqueza, irrespeto de derechos y fortalecimiento del sistema. También debe de tenerse en cuenta que en algunos casos, aparentemente, positivos por sus resultados, el no abordar esas causas traerá parejo la falta real de impactos más allá de lo que podemos denominar la constitución de “pequeñas islas de desarrollo”, las cual siempre estarán sometidas al cambio del contexto general o, en muchos casos, al fin de la “ayuda”.
 
4.- Cuestionamiento del modelo económico y político dominante
 
En muchas ocasiones, y en el mejor de los casos, desde la cooperación se actúa como si se estuviera al margen del sistema económico y político, tanto del global como del propio del país específico donde ésta se desarrolla. Igualmente, cada vez más, se trabaja con actores, en muchos casos, sustitutivos de aquellos que deben de ser los verdaderos actores políticos de los procesos, es decir, los movimientos sociales.
 
No se hacen análisis de las implicaciones y condicionantes que para cualquier proceso de cooperación definen los sistemas económicos y políticos dominantes. Desde los segundos se articulan mecanismos poco transparentes y poco democráticos que eliminan la participación de organizaciones y movimientos sociales que cuestionan el modelo y anestesian al resto de la sociedad, cuando no se establecen aquellos otros claramente represores. Además de trabajar desde estos niveles políticos por la legitimación del sistema económico y la administración de las leyes que faciliten su desarrollo tal y como éste define. Desde el primero, las empresas, transnacionales en la mayoría de las ocasiones, establecen no solo la propia agenda económica de un país sino también la política frente a sociedades debilitadas y estados sumisos a sus directrices. No solo explotan, expolian, los recursos naturales sino que definen desregulaciones, privatización de sectores, reprimarización del modelo económico, alcance y aplicabilidad de legislaciones, apertura de mercados, abundando todo ello en el irrespeto y violación de los derechos individuales y colectivos (económicos, sociales y culturales, políticos y civiles). Se reconvierten en actores decisorios e incontrolados del devenir de los pueblos y personas sin control alguno por parte de las instancias políticas y sociales..
 
5.- Politizar la cooperación
 
Después de los anteriores retos y entendidos todos ellos como concatenados, éste último se convierte, en cierta forma, en el fundamental de la cooperación por la transformación. Como señala Boaventura de Sousa Santos, politizar en las ciencias sociales y, se puede añadir, también en la cooperación, implica “identificar relaciones de poder e imaginar formas prácticas de transformarlas en relaciones de autoridad compartida” en un contexto “de repolitización global de la práctica social”.
 
Supone igualmente, ser conscientes y asumirse como agentes implicados que no pueden estar al margen de los contextos, específicos y globales, en que se actúa. La cooperación, ya ha quedado en evidencia que interviene siempre de una u otra forma, por lo tanto, hágase con consciencia de ello y con políticas estratégicas para ello y respetando y fortaleciendo a aquellos que deben de ser los sujetos activos de los cambios radicales que demandan la transformación hacia sociedades más justas y equitativas.
 
 
Cerrando el círculo
 
Los retos enumerados no pueden quedar en mera intencionalidad de buenos propósitos por lo que los mismos implican, consecuentemente, afrontarlos y caminar. Ese caminar no podrá hacerse sin profundos cambios también organizativos y de formas de actuación, redefinición necesaria de estrategias y tácticas, construcción de conciencia política, mantenimiento de la independencia organizativa y avance en la autogestión económica. Igualmente el desarrollo del diálogo político con los diferentes actores cercanos y el fortalecimiento de relaciones horizontales con movimientos sociales del norte y del sur, teniendo una visión global y de contexto, presionando también desde la incidencia política y social y reforzando las capacidades organizativas, de movilización y participación, así como en la demanda del respeto y aplicación de todos los derechos para todos y todas. Una ardua tarea pero, al mismo tiempo, una atractiva labor por delante si realmente la cooperación quiere seguir siendo agente implicado en la promoción y plasmación (en lo que la toca) de cambios estructurales en el modelo hacia otro más justo, equitativo y verdadera y profundamente democrático.
 
Un cuento real
 
Érase una vez un mundo donde todo lo importante desaparecía; parece, sin remedio alguno que pudiera evitarlo.
 
Este planeta se componía de distintos espacios de tierra, llamados continentes. Durante siglos, la vida nació y se desarrolló. Vida que incluía todo tipo de seres vivos, animales y vegetales, y donde, precisamente la Tierra ofrecía las mejores condiciones para su existencia. Surgió la vida humana y ésta también se desarrolló, creció y se expandió por todos los caminos posibles, al principio de forma un poco torpe, pero con el paso del tiempo con mayor determinación y visión. Esto, aportó, casi se puede decir, mil nuevos mundos dentro de ese planeta, pues cada grupo humano fue configurando su mirada al planeta, su visión de ese mundo y sus ideales sobre cómo entenderse a sí mismo y a los demás.
 
Ocurrió, como parecía que no podía ser de otra manera, que al final, todo el planeta era conocido, todo el espacio estaba ocupado y ya no había nada más por descubrir. Incluso, a partir de entonces, se intentó encontrar algo más en otros planetas.
 
Sin embargo, una tónica general en ese crecimiento y ocupación del espacio fue el “encontronazo” entre los diferentes colectivos humanos. A veces generando interrelaciones que suponían nuevos enriquecimientos pero, las más de las veces, el resultado era la dominación de un grupo sobre otro y la degradación y/o desaparición de este último, por lo menos en su forma de ver el mundo.
 
Lo curioso, lo llamativo, es que cuando todo era conocido, cuando todo era dominado, gracias a las actuaciones y cortas visiones de algunos, ese mundo empezó a desaparecer. De repente, aquellos territorios que no respondían a los objetivos fijados por algunos, eran engullidos por la nada. Desaparecían de los artefactos que se habían creado para enseñar el planeta, llamados televisiones, radios, libros,... O mejor dicho, quienes desaparecían realmente no eran exactamente los territorios, los llamados continentes (éstos simplemente se degradaban por el mal y abusivo uso de los mismos, lo que por otra parte les abocaba a cierta invisibilidad), sino las personas, los colectivos (que habían forjado culturas para interpretarse a sí mismos y a ese mundo). Parecía, que no siendo necesarios para la antilógica instaurada, eran prescindibles.
 
A mí siempre me dijeron aquello de que “nadie es imprescindible”, pero en este cuento-historia del mundo, ese dicho popular se rebela falso en gran medida. Las personas, los pueblos, si son imprescindibles, pues de lo contrario el mundo no será mundo, el planeta dejará de ser planeta y la Tierra perderá su carácter de dadora de vida. La pobreza intelectual, ética, incluso la material (esa que tanto preocupa a algunos) se extenderá, pues se habrán perdido esos mil mundos de los que hablábamos antes y ni tan siquiera podremos entendernos a nosotros/as mismos/as.
 
Afortunadamente, esto último empezó a considerarse por muchos/as como lo realmente imprescindible y así se vio desde lo pequeño, desde lo local, desde sectores muy diversos, desde aquellos territorios y personas que iban desapareciendo. Se generó entonces, un movimiento que consideraba que la situación era no solo cambiable, sino urgente de hacer. Porque todos/as tenían el derecho a ser importantes y nadie podía ser prescindible, nadie podía decir a los demás cómo hacer, cómo pensar, cómo vivir. Y lo más importante: nadie podía tener el planeta para sí, mientras los demás no tenían nada. Por eso, la indignación íntima (base de la solidaridad) creció (porque la dignidad humana estaba en peligro de extinción) y reforzó ese movimiento que ponía en cuestión el camino tomado y quería recuperar los mil caminos que la humanidad había tomado al principio, proponiéndose realmente hacer cambios profundos, radicales en el sentido de hacerlos desde la raíz de la situación a la que se había llegado. Y en eso estamos en este mundo.
 
- Jesús González Pazos es Miembro de Mugarik Gabe. País Vasco.
 
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