Japón, la triple tragedia
13/03/2011
- Opinión
Como la peor catástrofe desde el fin de la II Guerra Mundial. “Esta es la peor crisis de Japón desde que concluyó la guerra hace 65 años”, así calificó el primer ministro de ese país, Naoto Kan, tras el desastre que azota a la isla desde el terremoto del viernes 11 [a las 14:46 hora local] en la parte nororiente, por un triple y devastador impacto: el terremoto de 8.9 grados Richter, el tsunami que golpeó sus costas con olas de 10 metros y se propagó por aguas del Pacífico hasta el continente americano como derivado, y el posterior peligro por fuga de radiación de al menos tres centrales nucleares, en Fukushima 1, Onagawa y Tokai.
Impredecible, pero el costo en vidas humanas será muy elevado. Los últimos reportes registran muertos, desaparecidos y un gran número de damnificados [el reporte de unos 50 incendios contribuyó] por terremoto y tsunami; se desconoce apenas el impacto por radiación. Hasta ayer se habían registrado oficialmente 1,353 muertes y 1,085 desaparecidos y 1,200 heridos, pero las víctimas podrían superar las 10 mil personas, según la policía de Miyagi, el lugar más cercano al epicentro del sismo, pues tan sólo los desaparecidos en Fukushima superan los 1,167 “no localizadas” y en Minamisanriku zona costera, otras 9,500 personas por el tsunami. Y los daños materiales son incalculables.
De 8.9 grados Richter, seguido de al menos 60 réplicas —una de ellas de magnitud 7.1; otra del sábado de 6.7 misma escala—, el sismo ocurrió a 24.4 kilómetros de profundidad y unos 100 kilómetros de Miyagi, según el Instituto de Geofísica de Estados Unidos. Sabido es que las costas continentales del Pacífico han presentado los movimientos telúricos más fuertes de la historia, y costosos en vidas humanas, y materiales también.
Así por ejemplo, Chile, 22 de mayo de 1960, sismo de 9.5 grados, dejó 1,600 muertos, 3,000 heridos, 2 millones de personas sin casa, destrozos por 550 millones de dólares. Alaska, 28 de marzo de 1964, 9.2 grados, dejó 128 fallecidos, 311 mdd en pérdidas materiales. Sumatra, Indonesia, 22 de mayo de 1960, 9.1 grados, causó 227 mil muertes, 1.7 millones de personas abandonaron su casa por el terremoto y el maremoto. Kamchatka, Rusia, sismo de 9 grados, 9 de noviembre de 1952, pérdidas económicas por 800 mil y 1 millón de dólares. Chile 8.9 grados, 27 de febrero de 2010, 525 muertes, 25 desaparecidos, 800 mil damnificados y 30 mil millones de dólares en pérdidas.
Pero el peligro es por la radiación. Y vaya si Japón tiene el registro en la memoria por Hiroshima y Nagasaki. Los bombardeos atómicos ordenados por el presidente de Estados Unidos, Harry Truman, el 6 y 9 de agosto de 1945, en represalia por el bombardeo de la base en Pearl Harbor en Hawaii, el 7 de diciembre de 1941. Tan sólo a fines de 1945 se calculó que las bombas habrían matado a 140 mil personas en la primera ciudad y a otras 80 mil en la segunda. De las víctimas, entre el 15 y 20 por ciento murieron por lesiones o enfermedades causadas por envenenamiento de radiación; otras tantas por leucemia, cánceres, etcétera [otros impactos son: mieloma múltiple, tumores cerebrales, desórdenes tiroideos, esterilidad, abortos y malformaciones de nacimientos]. Claro está que las víctimas fueron civiles, porque se atacó masiva y perniciosamente a la población.
No obstante, conforme al reporte reciente de Japón al Organismo Internacional de Energía Atómica, AIEA, que el primero, el nivel de alerta se ha decidido en el Onagawa Central de Tohoku Electric Power Company; “…la alerta fue declarada por el hecho de que los niveles de radioactividad se registraron en niveles superiores a los permitidos en la zona cercana a la Central”. Pero “no habrá otro Chernóbil, dijo Naoto Kan. Ocurrió en la planta N° 1 de Fukushima, a 250 kilómetros de Tokio, tras la explosión del sábado cuando cayó parte del edificio donde se encuentra el reactor, el primer ministro declaró la evacuación de la región en una zona de 10 kilómetros, que alcanzó a unas 170 mil personas, ante el peligro por la radioactividad, pese a insistir que los niveles radioactivos eran bajos.
Situación nada bajo control, cuando la Agencia de Seguridad de Energía Nuclear de Japón informó que otro reactor en la planta perdió su sistema de enfriamiento y que necesitaba agua con urgencia. Algo similar estaría ocurriendo en un tercer reactor por la misma razón, por lo que los niveles de alarma se habrían elevado al grado 4, con base en la radioactividad que va del 1 al 7 —Mile Island, EU y Chernóbil habrían sido colocados en 4 y 7, respectivamente—. Sin embargo nadie espera un Chernóbil porque, como sugirió el vicedirector del centro de seguridad de dicho reactor soviético, Valeriy Hlyhalo, “los reactores japoneses están mejor protegidos que los de la extinta Unión Soviética”.
Pero como todo el mundo sabe, la resistencia de los materiales tiene un límite y, como en este caso, dependerá de los daños registrados y del control que de los mismos logre hacerse en los reactores afectados. Baste recordar que la radioactividad, fruto del rompimiento del átomo de los elementos más volátiles de la tabla periódica, no sólo es difícil el control sino imposible evitar la permanencia milenaria y las secuelas para la vida terrestre y no sólo para el hombre. Y que Japón es uno de los países que más dependen, para el uso y abastecimiento de la energía eléctrica, de la energía nuclear el funcionamiento controlado de los reactores.
Pero la liebre brinca siempre donde menos se espera. Y ese es uno de los peligros del uso industrial o masivo del rompimiento del átomo radioactivo para fines domésticos. Peor aún cuando los reactores están en territorio frágil, como el japonés; o cuando están en manos de países en situación de inestabilidad política, como fue el caso de la exUnión Soviética en años previos a su rompimiento.
Japón tiene un gran reto por delante. La crisis humana que tiene enfrente no es menor. Todo lo contrario. A estas alturas todavía no se mide siquiera el alcance de la tragedia humana. Siquiera el tamaño de las pérdidas por la doble catástrofe. Mucho menos por los incidentes atómicos en sus plantas nucleares. No obstante, los incidentes nucleares darán mucho de qué hablar en el mundo. Europa comenzó ya a discutir sobre el futuro de la energía nuclear para fines pacíficos.
Pero no se olvide que el uso militar de la energía atómica es el más nefasto. Y todavía peor cuando está convertido en armamento muy sofisticado, como el que se desarrolló durante todo el periodo de la Guerra Fría, principalmente en Estados Unidos pero igualmente en las demás “potencias nucleares”. Ese es el gran pendiente. Porque con uno o dos reactores en accidente se pone en peligro la vida algunas ciudades y hasta de un país, pero el uso militar pone en peligro la sobrevivencia de la humanidad entera. Replantear el uso o no del núcleo atómico es el gran reto. Cualquier accidente puede desatar una guerra de extinción.
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