Todo el Magreb y Medio Oriente es zona en ebullición y protestas

Cayeron gobiernos de Túnez y Egipto, y otros tambalean

22/02/2011
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Viejos dictadores han perdido sus eternos sillones del poder. En otros países, sus colegas tambalean frente a los reclamos populares. Hoy la lucha de clases tiene parece tener su centro en el Magreb y Medio Oriente.
 
El tunecino Ben Alí y el egipcio Hosni Mubarak ya no mandan. Están asilados, el primero en Arabia Saudita y el segundo en la zona turística “diez estrellas” de Sharm el Sheik, cercano al Mar Rojo.
 
La rebelión tunecina tuvo el privilegio de ser la vanguardia, pues arrancó el 17 de diciembre pasado. Raro comienzo, pues detonó con el suicidio de un vendedor ambulante en una ciudad del interior, como forma de protesta ante la opresión. Terminó el 14 de enero con la fuga del dictador proestadounidense hacia Arabia Saudita, otro aliado con el imperio.
 
En El Cairo la protesta comenzó el 25 de enero y tuvo su hito el 11 de febrero, cuando el rais se tomó el helicóptero rumbo al costosísimo balneario. Hasta el día anterior, en su mensaje televisivo, había prometido no renunciar y promover ciertas reformas, como para aliviar la presión. Hasta tuvo el atrevimiento de decir que no cedería a las presiones de fuerzas extranjeros, como si los miles y miles de ciudadanos que se reunían en la plaza Al Tahrir, de la Liberación, hubieran sido foráneos.
 
Haberse sacudido el yugo de gobernantes que estuvieron treinta o más años succionando los recursos públicos, nadando en la rampante corrupción y manteniéndose en esas posiciones de poder gracias a la represión y la ayuda de Washington, etc, es de por sí un extraordinario logro.
 
Tales avances no fueron nada pacíficos ni se lograron sin antes pagar un duro precio. En Egipto fueron asesinadas unas 300 personas, según estimaciones de la ONU. Esos mártires y el esfuerzo de otros miles de luchadores sociales y políticos fueron decisivos para acorralar y tumbar a Mubarak.
 
Desgraciadamente sacarse de encima a los dictadores y pésimos gobernantes por lo general no sale gratis. Lo saben bien los argentinos, que para poner en el helicóptero a Fernando De la Rúa debieron soportar 39 asesinatos el 19 y 19 de diciembre de 2001. El idiota radical todavía está impune, diez años después; es de esperar que el egipcio “lamebotas yanqui” no tenga ese privilegio.
 
Además de correr a esas momias congeladas en el poder, la pueblada de El Cairo logró otras victorias parciales, como el cierre del parlamento que adornaba una democracia inexistente. Sigue la pugna entre la salida democrática, que brega por una nueva Constitución y un llamado a elecciones libres, y el continuismo del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas y el gobierno de primer ministro Ahmed Shafiz, que condicionan esas conquistas libertario y tiran para atrás.
 
Tales contradicciones son lógicas. En Egipto, con todos esos logros, no ha habido la “primera revolución del siglo XXI” que ponderan analistas occidentales. Una revuelta popular, aún avanzada, no debería ser confundida con una revolución social. Además de incorrecta, tal caracterización puede tener el efecto extra negativo de que los insurgentes se duerman en los laureles. El Ejército, depositario del poder por un Mubarak en llamas, lo primero que ordenó a la gente es que desalojara la plaza y volviera a sus hogares y al trabajo. Fue como decir: basta de desorden, ahora nos ocupamos nosotros.
 
Sin infiltrados
 
Los sectores reaccionarios de cualquier país tienen a mano una explicación cuando las cosas marchan mal. Dicen que esas dificultades obedecen a los “infiltrados”. La policía de Mubarak mató a muchos egipcios bajo esos cargos, creyendo que así cortaría la insurgencia. Al final de sus días atribuyó a gobiernos extranjeros esta función desestabilizadora.
 
El rais estaba subestimando su propia obra destructiva de la economía y de su soberanía, que junto con la enorme corrupción del núcleo concentrado del poder, habían acumulado toda la leña bajo sus pies, como para que en cualquier momento la situación política prendiera fuego. El 40 por ciento de los 84 millones de egipcios son pobres. Esa es la bomba de tiempo que tarde o temprano estallaría porque implica una tremenda injusticia social de larga data en un país que tiene recursos humanos, materiales y naturales como no padecer esa llaga.
 
Barack Obama vio también “infiltrados” en las desgracias que iban cercando a su otrora íntimo aliado egipcio. La Casa Blanca sostuvo que la mano de Irán estaba detrás de la pueblada y temió que se viniera abajo toda la estantería que había ordenado en Medio Oriente. En particular temía por Israel, Arabia Saudita, Bahrein y los países del Golfo, Jordania y el propio Irak, donde desde la invasión de 2003 han venido ganando más protagonismo las agrupaciones chiítas.
 
Obama no tiene ninguna autoridad para hablar de la democracia a orillas del Nilo, cuando el imperio mantuvo allí por tres décadas al dictador ahora convertido en un trasto molesto. La protesta que eyectó a ese personaje no era una cuestión de chiítas ni de sunnitas, sino en demanda de más democracia y un bienestar del que era privada la mayoría de la población.
 
Será muy difícil que Estados Unidos pueda recuperar algo de prestigio frente a los manifestantes de Egipto y otros países donde se propagó la revuelta. Es que allí los matan con armas norteamericanas, operadas por militares entrenados por EE UU y con subsidios de la misma caja.
 
Justamente un interrogante sobre cuál será el límite de la victoria parcial del 11 de febrero fue dado por un acuerdo entre Washington y el “nuevo” Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas de Egipto. El primero anunció que seguirá su ayuda militar de 1.300 millones de dólares anuales a esas FF AA. Y éstas emitieron un comunicado ratificando los pactos y compromisos previos en el orden internacional. Ese anuncio debe leerse como que mantendrán su arreglo con las autoridades israelitas de tiempos de Sadat-Mubarak, sacrificando los intereses del pueblo palestino, sobre todo de Gaza. Por eso también es inadecuado hablar de “revolución” en Egipto.
 
Zona caliente
 
Luego de los acontecimientos de Túnez y Egipto, la revuelta siguió su camino, recorriendo países del Magreb como Marruecos, Libia y Argelia, y otros del Medio Oriente estrictamente hablando, como Arabia Saudita, Bahrein, Jordania y Yemen.
 
Estados Unidos, desesperado, atizó a la oposición en Irán a que tratara de repetir en Teherán lo sucedido en El Cairo. El intento fracasó estrepitosamente porque estaban mezclando peras con manzanas. Irán es diferente a esos países gobernados por monarquías o dictadores entronizados por décadas, dedicados a engordar cuentas familiares en la banca suiza. Como se ha explicado en LA ARENA, el presidente iraní Mahmud Ahmadinejad fue elegido con el 85 por ciento de los votos en una elección de 2009. Y lo que es más importante, su gobierno se ocupa de atender a las necesidades de los iraníes, sobre todo en materia de vivienda, salud, educación, servicios públicos, etc.
 
Por eso los llamados de aquella oposición a marchas contra Ahmadinejad han fracasado estrepitosamente.
 
En cambio, las protestas se extendieron a los países recién citados. En este momento es muy duro el enfrentamiento en Libia, donde el hijo de Muammar Khadafi ha dicho que se está al borde una guerra civil. Afirmó que la violencia es el resultado de un “complot extranjero” (otra vez los “infiltrados”).
 
Allí se denunciaron más de 200 muertes y el canal Al Yazira (de Qatar) informó que los manifestantes fueron baleados por la aviación gubernamental. El gobierno lo negó, pero las declaraciones de sus voceros sobre una guerra inminente autoriza a pensar en tales ataques aéreos.
 
En Saná, la capital de Yemen, hubo durante días protestas reclamando la salida del presidente Alí Abdalá Saleh, que no soltó la manija del poder en 32 años. Allí también corrió sangre.
 
En Bahrein, el rey y jefe de Estado Hamad ibn Isa Al Khalifah ordenó reprimir las protestas, por lo que también hubo bajas entre los manifestantes. No obstante siguieron los reclamos en la Rotonda de Manama. Este reino es estratégico para la superpotencia mundial porque allí tiene su asiento la V Flota que apunta a Irán como siete años atrás sirvió para atacar a Bagdad.
 
En Marruecos el rey Mohamed VI también está en aprietos porque la población ha salido a demandar cambios. En los primeros enfrentamientos murieron 5 personas y hubo 120 heridos.
 
Un dato sobresalió de esas marchas en Tánger y la capital, Rabat: los manifestantes atacaron símbolos de multinacionales como la francesa Amendis (agua), la española Autasa (autobuses), Tecmed-Urbaser (basura), etc.
 
Ni en Washington ni en Tel Aviv harían bien en relajarse por estas conmociones en el Magreb y Medio Oriente. Aunque el proceso de revueltas dista de haber terminado y no se conoce el resultado final, una cosa es segura: el cuadro político emergente de la región será más adverso para los intereses estadounidenses e israelitas.
 
 
https://www.alainet.org/fr/node/147753
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