Pueblos indígenas y futuro
04/02/2011
- Opinión
En estos días de conmemoraciones, nuestro pensamiento ha estado convocado a recordar el pasado. ¿Resulta inapropiado entonces pensar en el futuro? Desde luego que no, pues lo único que le confiere sentido al pasado es su anhelo de futuro. De ahí su importancia. Ahora bien, cabe cuestionarse: ¿es acaso nuestro hoy el futuro deseado del pasado? ¿Lo que vivimos hoy es el sueño de los independentistas y de los revolucionarios? Tal vez en algunos sentido se pueda satisfactoriamente decir que sí, pero en muchos otros aspectos lamentablemente la respuesta es que no. Justicia, democracia y vida digna para todas y cada una de las personas en México no están logradas. Así, con la intención de honrar el pasado, resulta un imperativo seguir pensando en el futuro y anticiparlo con nuestras acciones.
Quisiera compartir, en una serie de textos, algunas reflexiones que nos ayuden a pensar en las posibilidades del futuro, no como prolongación del presente, como lo proponen algunos, sino como una transformación radical del presente dañado. Estas reflexiones tienen como eje de pensamiento a los pueblos indígenas, quienes dan sustento original a nuestra Nación y las posibilidades, a partir de su existencia, de una convivencia y un diálogo interculturales, requeridos y urgentes en nuestro país, donde sus conocimientos culturales resulten fuentes de esperanza real y anticipos de un mundo diferente para todas y todos.
Hablar del futuro es apostar por el mismo. Quien tenga visión catastrófica o negativa del futuro es quien no está dispuesto a ofrecer sus esfuerzos por un proyecto con corazón. Quien sólo se vea a sí mismo en el futuro (o sólo con los suyos) es un matador; pero quien se vea a sí mismo, transformado, junto con otras y otros muy diferentes que sí, en una comunidad de diálogo, entonces ya es diferente: éste es un constructor de humanidad. Este futuro lo podemos lograr con nuestras propias acciones y convicciones entretejidas y configuradas en el diálogo y la amistad con quienes hacemos la misma caminada.
El futuro de los indígenas no es otro que el futuro de la humanidad toda: la masacre total, el caos y la perdición o, si fuese el caso contrario: la redención (usando esta categoría de la sociología crítica). Pero además no lo ha de ser sólo porque esté en juego la pervivencia de la humanidad sobre el planeta (eso sería egoísmo), sino por una opción ética (que rompe al egoísmo) que es anterior a cualquier pronóstico y que se dirige a conmoverse y a tomarse como propias las causas de quienes sufren, de los excluidos y de los sometidos.
¿Quién puede pensar que la vida y condiciones de los pueblos indígenas son normales o ideales? Hay discursos que parecen advertir de las injusticias soportadas por los pueblos pero que no van acompañadas de acciones y no modifican las disposiciones y posicionamientos vigentes; dejándonos, así, atrapados y reproduciendo el destino: así es y así será. Bloch, el filósofo de la esperanza plantea que la decisión concreta requerida para que triunfe la luz en lo que hoy parece imposible es el movimiento de la libertad contra su caricatura: el proclamado destino, que es preanunciado desde los espacios del estancamiento y la cosificación.
Quienes viven el ahora como el mundo feliz (recordando la novela de Aldous Huxley), que no son otros que los privilegiados y encumbrados, miran a los disconformes como enfermos; de esta manera profundizan su desprecio, rechazando de antemano sus planteamientos y dificultando las modificaciones necesaria para acabar con la injusticia padecida. Pero, ¿qué es lo que hace que aun gente que no es privilegiada mire con malos ojos a los inconformes? ¿Será que el simple acomodo en la vida cotidiana es ya un privilegio que deba defenderse? Distintas instancias han hecho que nos dé temor el cambio, que temamos al futuro y que, por lo tanto, prolonguemos el doloroso presente reproduciendo lo mismo una y otra vez.
Es solamente negando la barbarie de tal perspectiva como es posible transformar las situaciones imperantes, ¡haciendo estallar las ideas interiorizadas! Rompiendo el molde que ha configurado nuestro conocimiento es como podemos anticipar, con imágenes y con acciones, una realidad diferente. Empero, para aventurarnos en algo nuevo, nos han hecho creer que necesitamos modelos a seguir y éste es el gran problema: nos hacen copiones y la copia nunca es lo nuevo.
El futuro requiere de muchos quiebres en nuestra forma de pensar; para construir algo nuevo, hermoso, necesitamos vivir según otro pensamiento, rompiendo ciertas bases e inercias de nuestro actual existir. Necesitamos ser transgresores de los dictados predominantes y de los aparatos conceptuales que hemos heredado. Los ancianos en los pueblos nos dicen que debemos retomar las enseñanzas de los antepasados, pues ahora se tiene dificultad enorme en calificar a algo de malo y por lo tanto se acepta lo malo como si no fuera malo o, peor aún, como si fuera bueno. Piénsese en el trato irrespetuoso de hijos a padres, en el daño que nos hacemos al alimentarnos con lo que nos ofrecen los anuncios publicitarios, en la corrupción y en todas las pequeñas tranzas y mordidas, en el silencio ante las injusticias por sólo ejemplificar dentro de un mar de situaciones cotidianas que deben ser rechazadas, reprobadas y denunciadas.
Al interior de las culturas de los pueblos, muchas de las expectativas, los deseos y los intereses se han configurado y moldeado ajustándose o en concordancia con el sistema totalitario que nos ha marginalizado y negado; esto es un hecho sociológico inevitable que invita al olvido negando el pasado. No obstante y contradictoriamente, los mismos pueblos están dando señales de vida esperanzada, pues a contracorriente de la terrible y lacerante consideración colonizada de sí mismos como incapaces, desvalidos e impotentes reiteradamente se pronuncian con certidumbre por un futuro digno, pletórico de lo propio y ancestral, con memoria y conocimientos renovados, enriquecidos, vigorosos y potentes.
Este tránsito que anticipa un futuro con memoria, rico de pasado, necesita cómplices con convicción de futuro, dispuestos a trasgredir las normales normas que son obstáculo para la consecución de lo mejor. El futuro ya está entre nosotros. Abramos los ojos y lo vivamos.
II
Esperanza indígena. Es muy fuerte la influencia que tenemos del conformismo. Incluso la esperanza que se nos fomenta es una que nos pone a la expectativa, que nos desmoviliza. ¡Eso es todo menos esperanza! La esperanza es actitud constructiva, es comenzar ya lo diferente, comenzar a vivir aquello que se quiere alcanzar. En sentido dialéctico es el no a lo de hoy, un no con mentalidad y actitud positiva.
La esperanza es la vida después de la muerte. Es certeza por lo diferente; es el antagonismo. Es total discontinuidad y ruptura, por tanto inicio no de algo que no se sabe, sino de algo que se ha soñado, que se anhela, que contradice el dolor y el menosprecio de la vida dañada del ahora. Valga el juego de palabras: es comenzar ahora mismo, por uno mismo, algo que no es lo mismo. No es para después ni para mañana, no es por otros ni esperando a que alguien dé alguna señal y no es más de lo conocido ni la continuidad de los opresores ni la reproducción o imitación de los modelos de siempre.
La esperanza lejos de ser imposible la encontramos presente como potencialidad impresa en las miradas, en los deseos y en las aspiraciones de dejar de ser lo asignado; en el no rotundo (el expresado ¡ya basta!) a los maltratos, despojos y humillaciones. La esperanza, por tanto, es siempre ruptura y anticipo; es creatividad con raíces en la tradición y no es invención; es liberación del hoy perpetuado, del presente sin pasado ni futuro. De esta manera, la persona esperanzada es entrelazo del pasado con el futuro; es quien tiene claro su sueño, sabe bien lo que rechaza y lo que quiere y argumenta con claridad porqué rechaza el dolor y el menosprecio.
Entre los pueblos indígenas la perspectiva esperanzadora se expresa con claridad en su resistencia, desde sus códigos y tradiciones y como crítica a la sociedad que los oprime. A través de ideas e imágenes como la necesidad de retomar las enseñanzas de los mayores y de los ancestros, de volver a tomar en cuenta a nuestra madre tierra, recuperar lo perdido y arrebatado o de dar vigor a nuestra costumbre, por sólo exponer algunas de tales imágenes cargadas de materialidad, la esperanza indígena se alimenta día a día en las conversaciones con horizonte en los múltiples grupos y espacios que reivindican la cultura propia, el ser pueblo, la territorialidad.
Un amigo me dijo en cierta ocasión hablando de un posible futuro mejor: la cosa es que nos concienticemos nosotros mismos, pero si nosotros no lo queremos dar a conocer a nuestros hijos… ¡entonces cómo ellos van a interesarse por la esperanza y por el respeto a nuestra madre tierra! De tal manera que el futuro mejor se da a conocer, es decir que se hace presente, como convicción por medio de hechos y de palabras. El futuro mejor es tan tangible como intangible, es humano como ecológico, materialista como escatológico (el más acá y el más allá); es diálogo y conocimiento como es amor y respeto a la tierra y a cuanto habita en ella.
La esperanza indígena, como toda esperanza, tiene tres cualidades: una, que es pertinente en los intersticios de la situación que se vive y se padece; dos, que tiene como base sólida a la tradición, pues remite siempre a los tiempos de creatividad y anhelos; y tres, que está requerida de conciencia y de sueños. La concientización se opone a la actitud de ocultamiento y se revela como convicción y deseo, pues se requiere andar a contracorriente. Si en muchos sentidos la táctica de sobrevivencia personal, familiar y colectiva ha sido el ocultamiento y la negación de sí mismos, la esperanza es su opuesto, es la de dar a conocer, de sacar a la luz, de afirmar con vehemencia, interés y compromiso. Esto es lo que se verifica, tan sólo por citar un par de ejemplos, en la emergencia de las espiritualidades y teologías indígenas, pues ellas proponen y contienen el mundo mejor, proyectado y asumido en medio de toda miseria humana y social, en medio de la crueldad, del desprecio, de la dureza, de la trivialidad y la banalidad.
En esta perspectiva el futuro ilumina al pasado y al presente y por eso mismo los pueblos indígenas reclaman su derecho a la posesión de sus territorios, la recuperación de lo que se les arrebató. La lucha y defensa del territorio, de la tierra y sus recursos, no es lucha por la posesión y el control de bienes de producción (muchos de ellos ya desgastados, deteriorados y casi aniquilados), lo cual es en sí justo; es aún más que eso. Habiendo sido despojados de la tierra anhelan poseerla de nuevo para “devolverle” el respeto, que es el sinónimo del modo cultural de vivir en ella. En la relación con el territorio, en el tomar en cuenta a nuestra madre tierra, están concentradas las dimensiones utópica y ecológica. De esta manera se visualiza el “mundo mejor”.
En este esfuerzo esperanzado por la recuperación del control autonómico de los territorios encontramos contenida la inconclusión de la tradición, pues esta última que es fuente original de la palabra y la vida-acción, de la comunidad y la ética, se hace plena sólo en la realización de su potencia creadora. Así vista y entendida la tradición renovada de los pueblos indígenas, no como la pieza bonita y antigua de algún museo ni como la reproducción desalmada de prácticas extravagantes y exóticas buscadas por los ojos ávidos de esoterismo, es asumida como un recurso vital, como semilla de la que, una vez muerta, germina la utopía incorporando a lo antiguo en el nuevo día que comienza a despuntar.
La tradición, convocada a dar a luz, alumbrará a plenitud cuando el sol brille, es decir, cuando ya no sea necesaria. En tanto, los esperanzados estamos ávidos de tradición que aun trémula nos dé posibilidad de atisbar dónde está la huella y su sentido.
III
Los vencidos invencibles. En el tiempo imperante los pueblos indígenas participan como invitados especiales en su aislamiento. Así funciona el tiempo de la colonialidad, tiempo y mentes requeridos de despreciados a quienes atender y ante quienes justificarse como encumbrados, que tarde o temprano serán derrumbados de sus tronos. Pero los incompensados grávidos de utopía, como lo expresara Ernst Bloch, actúan en otro tiempo, en el tiempo discordante de los movimientos sociales que rechazan a contracorriente las desventuras de los oleajes del progreso y la modernidad. El que así sea después de cinco siglos, después de doscientos años, después de cien años, es gracias a la acumulación de anhelos y experiencias que, incubados contradictoriamente al interior de las entrañas de la propia bestia, desdicen la verdad construida y manifiesta por el poder que se vanagloria de sus aniversarios.
Una vez escuché a un sabio indígena de la amazonía colombiana cuestionando: ¿Cuándo han visto que una lucha indígena no triunfe? Por eso los pueblos indígenas son los vencidos invencibles.
Noam Chomsky, remitiendo a la ruptura de relaciones de dominación al interior de las sociedades nacionales de Latinoamérica, propias y herederas de la historia colonial donde típicamente “la élite rica fue blanca, europea, occidentalizada, y los pobres eran nativos, indios, negros y entremezclados”, expone a nuestra región emergiendo como ejemplo que muestra al mundo “cómo crear un futuro alternativo a partir de un legado de imperio y de terror”. ¿Acaso no fueron así la independencia y la revolución que aunque usurpadas y mangoneadas, tergiversadas en su sentido por las élites y sus advenedizos, tenían como cimiente y como sabia las constantes luchas de los pueblos indígenas y campesinos?
Esto me hace pensar en el relato mitológico testimonial del difunto chuj Antil Pelés de la guerra cuando lo arreglaron el mundo, del cual expongo sólo un muy pequeño y malogrado resumen.
“Existió una guerra de carácter mundial –comenzó nuestro narrador–, sin objetivo, que surgía por todos lados. Nuestro defensor es el que enfrentó esa guerra. Sólo llegaban las noticias de los muertos. Y mientras tanto, nuestro defensor seguía su camino.
“En ese acontecer en que nuestro defensor viene caminando, su misma gente pobre se volvía contra de él para acabarlo. De día y de noche la guerra continúa y allí terminó todo su ejército. ¿Por qué? Porque es nuestro defensor y porque se está arreglando el mundo.
“Preocupado gritó a la ventana del cuartel: ¡Con que me van a acabar!, y los contrarios respondieron que sí. “Está bien”, dijo, y los dejó que se entretuvieran. Entonces fue por unas pepas de chile que tiró dentro del cuartel que se convirtieron en avispas. Sus lanzas convertidas en fuego lograron vencer al ejército contrario. Nuestro defensor se lamentó entonces de la pérdida de sus hijos.
“Envió un documento a los pueblos en que les informaba que se había vencido al defensor y les consultaba su opinión respecto de qué hacer, preguntándoles si ya nadie le podría ayudar. La gente en cada pueblo se reunió y le contestaron. ¿Cómo podrían apoyarle sin cuartel y sin armamento? Él les respondió con un nuevo oficio: “Ustedes vengan, sin temor”. De algunos pueblos ya nunca llegó respuesta; en cambio otros acudieron al llamado.
“Al llegar a la orilla del mar, donde tiene su casa nuestro defensor, éste se lamentó al ver que no llegaba la tropa sino sólo los representantes, pues miles no habían sido capaces. Mas ellos lo conminaron a probar.
“En ese momento, cuando vieron que venía sobre del mar un vapor les dice nuestro defensor: “Ahora sí vamos a morir”. De inmediato uno de los representantes se lanzó al mar como un fuego, seguido uno a uno de los demás. Entonces el agua empezó a hervir. Sólo se salvó el jefe del contrario que vino a la orilla y dijo: “Ahora sí ya me ganaste”. “Pues sí, así como me mataste a mí y me dejaste sin nada, ahora así te toca a ti”. Y comenzaron ahora una nueva guerra de discusión y regaños. Largo tiempo se regañaron mutuamente.
“Al no poder vencer ni salirse con la suya, el jefe del contrario da por terminado el problema, decidiendo irse para siempre, para no ser llevado a la cárcel, pero irónico antes de desaparecer pregunta que de dónde vendría el agua para llenar de nuevo el mar. Nuestro defensor sonándose avienta un moco, comenzando de inmediato a llenarse el espacio de agua. Así envió de vuelta a los representantes que son rayos, diciéndoles que ya sabe donde viven y que tal vez en otra ocasión los tendría que llamar de nuevo”.
Nuestro defensor fue el vencido invencible. Él tuvo que enfrentar la guerra y a pesar de sus muertos él seguía su camino. Todo por arreglar el mundo. Así los pueblos, son los vencidos invencibles, han enfrentado con heroicidad la guerra y, a pesar de la muerte, de los agravios y despojos, siguen caminando, porque están arreglando el mundo. Y en su mira no está sólo el empeño por arreglan su mundo, sino el mundo y la vida toda. Su convicción por un mundo donde quepan todos los mundos está en el corazón del lema de alcance mundial de que otro mundo es posible.
Su palabra al expresar verdad es fuego que debe y puede encontrar aliento y resonancia en corazones dispuestos a arrasar de sí mismos toda lógica de dominio y de poder y purificarse de estas pretensiones. Sus pasos, por otro lado, son tan vitales que ni la muerte los detiene; es un andar con la certidumbre anticipada de un mundo arreglado. Este tipo de palabras y pasos, al ser verdades, son de esperanza y son invencibles.
El caminar de los pueblos más que proceso es recuperación, y no es devenir sino ocupación a contrapelo de sí mismo, atención al ser de la humanidad, de los pueblos, de la naturaleza.
IV
No hay crítica a verdades falsas sin crítica social. La verdad no peca pero incomoda. La crítica en todas sus formas es común que nos duela; empero, mientras más distanciados estamos de la experiencia de la crítica, de ser señalados en nuestras fallas –que naturalmente tenemos–, más nos cuesta aceptarla y más difícil es que nos corrijamos. ¿Cómo podremos, entonces, asumir la necesidad de transformarnos si no permitimos que se nos confronte?
Ciertos sectores que se arrogan el ejercicio de la bondad o el ejercicio de gobierno consideran a la crítica como mal agradecimiento; le van poniendo un filtro a sus oídos para no escuchar las críticas o van haciendo un callo en su corazón. Así son los poderosos.
Acostumbrados y habilitados en el rumbo de la corriente la exigencia de cambio viene como estallido; la crítica incomoda pero para quien asume humana y humildemente la necesidad de cambiar, el incomodarse o el ser incomodado es sólo el inicio para dejar la anestesia del hábito y la costumbre. La esperanza que es iniciar desde ya lo diferente, que es transformación, requiere pasar por tal experiencia y asumirla con convicción y fuerza de voluntad. ¿De qué otra manera podríamos activarnos ya para bregar lúcidamente a contracorriente rompiendo los patrones preestablecidos que nos moldean y dentro de los que ya tenemos una ubicación “aceptada”?
Los discursos sobre la historia y todo lo que hemos escuchado en estos últimos meses en torno a los actos conmemorativos, son confeccionados como si se tratase de una industria alimenticia, para nutrir y sostener una imagen de la sociedad en la que ya cada cual tiene asignado su papel y su ubicación. Lógico es pensar que tal imagen beneficia al grupo y la clase dominantes, pero en el día a día nos moldea a todos sin distingo y difícilmente podemos quedar libres de ser afectados. Dice un compañero mam guatemalteco: “Cuando las acciones/decisiones/ideologías blancas son avaladas y apoyadas por los mismos Mayas, es desafortunado y es más doloroso para la historia de un Pueblo”. ¡Cuán difícil es no caer en el juego del sistema, atraídos por las mercancías, los deseos de poder y las imágenes del placer!
Baste pensar en el habla, en nuestras expresiones, en la manera como se nos ha enseñado a explicar las cosas, a dar cuenta de los problemas y a imaginar sus soluciones. «El mundo está a nuestros pies, todo puede explicarse, lo importante es el desarrollo y la innovación tecnológica, todo puede y debe ser controlado por el ser humano». Son verdades completamente falsas. Todo esto, propio de una mentalidad racionalista europea, proviene de fuentes que, cargadas de poder como son los medios masivos: radio, cine y televisión, nos influyen en la manera de entender y atender el mundo, quitándole el corazón a todo lo que tiene vida. ¡Pero no es así la forma cómo nos han heredado su conocimiento y entendimiento nuestros abuelos y abuelas!
Las palabras no sólo están limitando nuestro pensamiento y nuestra forma de proceder, sino que con ellas también nos estamos ofendiendo a nosotros mismos y a la madre tierra. Nuestras palabras, dejando de ser respetuosas, están haciendo de todo lo existente meros objetos susceptibles de que nosotros hagamos con ellos lo que queramos.
Las palabras nos han utilizado a nosotros y nos han sometido a una forma de pensar, de conocer y de entender. ¿Pensar, conocer y entender qué? La vida, el mundo, Dios, nosotros mismos, el pasado, el presente y el futuro. «Que si ése es indio; que si somos incapaces, que si aquel es un pueblo subdesarrollado». Debemos hacer estallar en mil pedazos las palabras que nos congelan y moldean. Los esfuerzos escolares, las políticas indigenistas, el lenguaje de los medios, las imágenes televisivas, las determinaciones legales, la lógica científica y tecnológica, todo ello nos ha empequeñecido, apagando la potencia del conocimiento según nuestra cultura y exponiendo al pensamiento crítico y a la crítica social como si fuesen demonios. Se nos ha cancelado el gozo de la acción y del pensamiento dialécticos que nos permiten ver y vivir las cosas como constelaciones y desde allí encontrar los sentidos, entender el poder y ubicar las incongruencias; por eso le tememos a la contradicción, por eso nos espanta el antagonismo y rechazamos la crítica. Mas esto no es generalizado, el conocimiento cultural de los pueblos contiene y expresa vivamente el entrelazo de unos con otros, de uno con lo demás, de la naturaleza con la humanidad, del trabajo con la vida, de la memoria con la esperanza y, a la vez, evidencia y señala la perversidad del poder y el control.
De tal manera que una cosa son los pueblos y otra somos los individuos. Los individuos quedamos reducidos a meros reproductores del sistema en la mediad que despreciamos a nuestros pueblos, a nuestros conocimientos, a nuestras tradiciones. Los pueblos saben de la contradicción, en tanto los individuos la evadimos, la cancelamos.
Al reconocer al sistema como muerte y así afirmarlo, los pueblos están dando señales claras de crítica social y de posesión de un pensamiento que distingue lo bueno de lo malo, que no evade la contradicción, sino que incluso la asume. El antídoto contra este pensamiento, precisamente por ser crítico, es un recurso común del sistema y tiene soporte en la lógica relativista desde la cual es imposible señalar y aseverar que algo es malo. Distíngase la influencia que tiene este tipo de pensamiento que gana espacio en las nuevas generaciones (presente también en las viejas) entre las que el irrespeto no se ve como falta de respeto y por tanto no es asumido como malo o negativo. Esta disposición, llegado el momento, nos hace enmudecer ante las injusticias del poder y los privilegios raciales y de clase que vivimos día a día, y terminamos aceptándolos en complicidad reproductora, independientemente de que se le padezca –humillada y calladamente– o se le goce –haciendo alarde o en silencio.
“Somos descendientes de los pueblos, las naciones y tribus que primeramente dieron nombre a estas tierras; que nacimos de nuestra madre tierra y mantenemos un respeto sagrado hacia quien nos provee de la vida y nos guarda en la muerte; en consecuencia, manifestamos ante el mundo entero que defenderemos y cuidaremos con nuestra vida a la madre tierra”.
¿Quién está dispuesto a dar su vida por algo? ¿Qué propicia que se reflexione, se discuta entre 570 delegados, de 67 pueblos de doce países del continente y se llegue a tal proclama? Ésta, que es parte de la Declaración de Vícam, en octubre de 2007, es una expresión clara de negatividad, es decir, de proclama por la vida ante la muerte; es una clara expresión de crítica social. El grito por la vida no se da nunca ante falsas imágenes, quien así lo crea tiene a su propia vida ya como una falsa imagen, como una imagen distorsionada. La defensa de la tierra y el territorio, no es una defensa descorazonada.
Es un imperativo ético e histórico la defensa y protección de la vida, la tierra, el territorio, la naturaleza y los recursos naturales. La crítica social por consiguiente no está vacía de contenido e invita-exige a transformar el pensamiento y a velar por la vida y no por los intereses de las empresas y supuestas derramas de recursos.
V
Defender la vida es defender la autonomía. La defensa de la tierra es defensa del territorio, o sea de la cultura o, en otras palabras, de un modo de vida específico y propio. Los pueblos lo están haciendo al reconstruir sus autonomías. Así lo dejó ver con toda claridad Sósimo Avilés de la Policía Comunitaria de la Sierra y Costa de Guerrero (que precisamente acaba de cumplir 15 años de existencia y que ha derivado ahora en nuevas acciones como es, entre otras, la Universidad del Sur, de la Montaña de Guerrero)
“Estos años han sido una gran escuela para todos los que hemos participado en este proceso de la Policía Comunitaria. Hemos aprendido a crecer y a defendernos, a hablar de frente con el gobierno, con respeto y con firmeza. Ya aprendimos a darnos seguridad y justicia con las pocas leyes que nos amparan como indígenas. Sabemos que en nuestras manos está la construcción de nuestro propio futuro. Tenemos raíces que nos dan identidad y no hay razón para que otros nos impongan su forma de ver la vida. Nosotros somos los primeros de estas tierras y nuestro paso ya no se detendrá.”
De tal manera y ante tal proclama por el futuro, sea ésta de que “nuestro paso ya no se detendrá” o sea la de que “defenderemos y cuidaremos con nuestra vida a la madre tierra” (Declaración de Vícam, 2007), los pueblos y las estructuras todas de gobierno tiene el imperativo ético y moral de velar por el futuro, que no es otra cosa que honrar y proteger, respetando y haciendo eco de la potencia de lo que se les ha puesto bajo su responsabilidad como encomienda: las herencias del pasado en el presente con todos sus avatares. Y para ser concreto debemos pensar muy particularmente en los conocimientos culturales, el idioma y la protección del territorio.
¿Qué se debe hacer con todo esto? ¡Debe respetarse! El respeto, desde la perspectiva de los pueblos y las culturas indígenas, no es en lo absoluto la distancia, el no tocar, sino todo lo contrario: es la alimentación y expansión del don del otro y de sí mismo, desde Dios y todo lo sagrado como son los conocimientos, la historia, los difuntos, hasta las personas, la naturaleza, el idioma, las futuras generaciones.
Así es que, al pensar en el futuro de los pueblos deben considerarse escenarios diversos: con un Estado que no sabe respetar, que juega a favor del capital y que final y concretamente se expresa a favor de la explotación y la acumulación, proclive por demás a la represión, o con algo diferente que, siendo respetuoso y por tanto haciendo nuevos caminos al andar preguntando, contando con el consenso crítico del pueblo, favorezca las posiciones antisistémicas y supere la lógica del progreso, ésta que ahora nos asfixia y del desarrollo indefinido de las fuerzas productivas, que están terminando por desangrar al planeta.
En el primer escenario el futuro es incierto para toda la humanidad; los conflictos y las rebeliones tendrán que ser la constante y el avasallamiento será la concreción de toda norma. Pero aún en este escenario la esperanza no morirá y la dignidad hará nacer el nuevo tiempo: “Dicen que las cosas están cambiando –dice mi anciano amigo chuj, Kun Tumax con una perspectiva mesiánica más similar a la de Walter Benjamin que a la de cualquier ideología fundamentalista–. ¡Ja! Eso no es verdad. Todo es lo mismo. Este mundo sólo va a cambiar cuando venga el Dios. Pero ésa es nuestra tarea”.
Ésa es nuestra tarea, pedir que venga, hacer que venga, que venga el cambio verdadero. Hacer, pues, el cambio, anticipar el futuro, como el zapatismo lo ha logrado. Entonces estamos en la construcción del segundo de los escenarios, como también lo ejemplifica el Congreso de los Pueblos en Colombia, el mes pasado, cuando establece: “Este Congreso fue convocado con un propósito fundamental: que el país de abajo legisle, que los pueblos manden, que la gente ordene el territorio, la economía y la forma de gobernarse”. Congreso que, desde luego, no es exclusivo de los pueblos indígenas, pero en el que tienen una presencia relevante.
“En muchos lugares del país la gente no esperó más y se puso a legislar por su cuenta, a organizar el territorio y a darse su propia forma de mandar. Asambleas constituyentes municipales, pactos de convivencia barriales y regionales, territorios autónomos indígenas y afros, territorios de paz, experiencias de presupuestos participativos, redes de soberanía alimentaria, mesas de concertación de sectores populares, asambleas territoriales en los barrios, movimientos para consolidar reservas campesinas, ¡todos!, han encontrado en sus propios ejercicios legislativos más democracia, bienestar y justicia que toda la que puedan ofrecer y no han garantizado en 200 años de vida republicana.”
El Estado puede sumarse, con esfuerzos inciertos como los que intenta en su jefatura Evo Morales, o seguir siendo obstáculo, pero ya está proclamado, el camino sigue. Ojalá se sume y, por tanto, se transforme; pero el caso es que todo debe ser reordenado, cada cual con su convicción en la parte o las partes que le corresponden: reordenar la palabra y el pensamiento, recuperando la verdad y los conocimientos culturales (en contra de una homogeneidad y toda colonización enajenante), reordenar el espacio territorial con una forma respetuosa de relacionarnos con la Madre Tierra (en contra de las pretensiones privatizadoras, extractivas, expoliadoras), reordenar agricultura (en contra de las lógicas que lastiman y producen hambre), reordenar algo que tal vez sea entendido como economía para el vivir justo, digno y en equilibrio (en contra de la economía capitalista), reordenar la lógica del poder, de manera que se ejecute la capacidad humana y colectiva del poder hacer (en contra del poder sobre, el poder imperial, el poder hegemónico), reordenar la justicia (en contra de la ley que perpetúa relaciones jerárquicas del todo injustas y que legalizan el despojo), reordenar los valores afirmando el respeto, la comunidad y la justicia (en contra de toda especulación, individualismo, acaparamiento, homogenización, corrupción), reordenar la educación proclamándola a favor de la vida (en contra de aquella que tiene por anatema la diversidad de conocimientos y saberes, la dialéctica y es incapaz de dar cabida a la capacidad articuladora y esperanzadora de la espiritualidad indígena), reordenar la ciencia (en contra de una logocéntrica, positivista, arrogante, pretensiosa de control), reordenar la tecnología (hacia una que no controle los cuerpos, ni los enajene, ni empeñe los recursos de la naturaleza, ni mate la vida y las relaciones); reordenar la comunicación, como recursos de diálogo y concienciación (en contra de su pretensión totalitaria de poder y alienante), reordenar la salud (en contra de una mercantilizada, cosificante y fragmentaria de la vida y la dignidad del ser humano que vive en el entrelazo de sus relaciones), reordenar la convivencia y lo cotidiano (arrancadas en muchos espacios de su vínculo religioso con la vida, el tiempo y el entorno), reordenar la forma como hacemos frente a lo indeseable (en contra de toda disposición belicosa que entronice la desconfianza y el control), reordenar los deseos y aspiraciones máximas del ser humano (ya no formuladas en una lógica imperial y de poder, vaciadas de mística y espíritu).
Los pueblos plantean a la sociedad en su conjunto la pertinencia y, aún más, el imperativo de que cambiemos de visión y de posición en nuestra vida y en la construcción de nuestro futuro. Así lo están haciendo en el presente con las autonomías anunciadas o de facto.
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Fernando Limón Aguirre
Sociólogo. El Colegio de la Frontera Sur
https://www.alainet.org/fr/node/147313
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