En Londres hace 120 años se acordó un salvataje argentino

08/11/2010
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Un 8 de noviembre hace nada menos que 120 años, en Londres, la capital del Reino Unido (RU), durante una reunión de jefes de entidades financieras en el Banco de Inglaterra (central), el barón de Revelstoke (Edward Charles Baring), cabeza de la Baring Brothers y gerente del Lloyds Bank, informó que la primera estaba dispuesta a presentar su quiebra como consecuencia de la grave crisis argentina iniciada en junio de ese 1890 en la Argentina cuyos impactos se hicieron notar en varios de sus vecinos como el Brasil, Chile y el Uruguay, además de otros de América Latina, y en la Península Ibérica tanto en España como en Portugal.
 
La reunión había sido convocada por el gobernador del Banco de Inglaterra, William Lidderdale. No era para menos ya que la Baring Brothers, con 127 años de antigüedad, era la entidad financiera privada más importante de la city londinense. Tenía 37 años más que el propio Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda (luego Irlanda del Norte desde 1922). Su caída implicaba toda una catástrofe para el país que todavía, por unos pocos años más, seguía siendo la principal potencia económica del planeta. Aceptar la bancarrota de la banca Baring Brothers podía tener consecuencias gravísimas para la credibilidad del país y, particularmente, del mercado de Londres, centro financiero mundial desde la derrota de Francia en la guerra con Prusia en 1871.
 
Así que había que salvar a la Baring y a la Argentina. No había otro remedio. Robert Arthur Talbot Gascoyne-Cecil, el primer ministro de la reina Victoria, más conocido por su título nobiliario de marqués de Salisbury, lo tenía claro. La situación no era fácil tampoco en lo político cuando no faltaban quienes, como el marqués de Lorna, financista alemán, pedían la intervención militar sobre la Argentina, lo que sucedió años más tarde, en 1902, cuando el RU, Alemania e Italia invadieron Venezuela para cobrarse deudas. Pero además el propio Lloyds Bank reclamaba que el gobierno del RU se hiciese cargo de la administración económica de la Argentina. Las cosas se complicaban, había que actuar y por ello la reunión matinal del sábado 8 de noviembre fue clave para resolver un problema financiero que tras manifestarse como tal en junio se había agravado en julio con la llamada “Revolución del Parque” liderada por Leandro Nicéforo Alem que fue clave para acelerar la caída del gobierno del entonces presidente Miguel Angel Juárez Celman.
 
Del encuentro quedó en claro que se debía operar con presteza. Fue así que transcurrido el fin de semana, el mismo 10, se reunieron para poner en marcha el salvataje el secretario del Tesoro (ministro de Economía), George Goschen, y Lidderdale, en un encuentro del que estuvo al tanto hasta la propia reina Alexandrina Victoria de Kent (Victoria I). Mientras ésta se ocupaba de presionar al gobierno argentino para que buscase como afrontar sus deudas, los primeros consiguieron que el Banco de Francia aportase dos millones de libras esterlinas y el gobierno ruso del zar Alejandro III otro millón y medio. Varios banqueros del RU, entre ellos Nathan Mayer Rothschild II (el primero de la familia en llevar el título de barón) aportaron la mayor parte, 17 millones. La bancarrota de la Baring Brothers había sido evitada y de lo que entonces se trataba era de refinanciar los pasivos argentinos.
 
Estos pasivos venían de larga data. El puntapié inicial lo dio el empréstito por un millón de libras esterlinas de la propia Baring Brothers del primero de julio de 1824 contratado por el luego presidente Bernardino Rivadavia (Bernardino de la Trinidad González Rivadavia y Rivadavia), admirador del economista utilitarista inglés Jeremy Bentham, sobre quien escribió elogios acerca de su libro “En defensa de la usura”. Desde el empréstito de marras se fueron sumando deudas varias, como las contraídas por Justo José de Urquiza durante su presidencia de la Confederación Argentina; las asumidas por Bartolomé Mitre para afrontar la guerra contra el Paraguay impulsada por el RU; y las que se sucedieron. Por ello el ex presidente Domingo Faustino Sarmiento, recreando versos de Juan Agustín García, pudo decir: “Calle Esparta su virtud, /su grandeza calle Roma,/¡Silencio!, que al mundo asoma/la gran deudora del Sur”. Y su sucesor, Nicolás Remigio Aurelio Avellaneda, en 1876, ante la debacle, prometió: “Hay dos millones de argentinos que economizarían hasta sobre su hambre y sobre su sed para responder en una situación suprema a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros”. En tanto Juan Bautista Alberdi alertaba sobre los problemas cada vez más graves que se avecinaban.
 
Diversas fuentes financieras, entre ellas la venta de tierras en Londres y París a apropiarse a expensas de los aborígenes en la mal llamada “Campaña del Desierto”, permitieron pasar el sofocón durante la última etapa de Avellaneda y la posterior gestión de Julio Argentino Roca. Pero la cuestión de fondo proseguía y Juárez Celman se vio venir la crisis que el mismo se encargó de acelerar cuando para conseguir oro para el Tesoro hizo sancionar la Ley de Bancos Garantidos, los que a cambio de hacer un depósito en metálico en las arcas públicas pasaron a emitir moneda descontroladamente, lo que llevó al quebranto de varios, públicos y privados, amen de un crisis global. Las privatizaciones de empresas públicas no cubrieron el déficit y en junio de 1890 se entró en cesación de pagos. El 7 de ese mes el “Financial Times” de Londres había editorializado: "aparte de los políticos corruptos, el mayor enemigo de la moneda argentina sana han sido los estancieros. Como principales terratenientes y productores del país, su interés radica en poder pagar sus gastos con papel moneda y obtener altos precios en oro por la venta de sus productos. Su noción del paraíso está constituida por buenos mercados en Europa y mala moneda en el país, porque de este modo el oro le provee de tierra y mano de obra baratas”.
 
Ya salvada la Baring Brothers Rothschild, gran impulsor de una solución, vino a la Argentina en enero de 1891 y capitaneó la segunda parte. Para entonces ya Juárez Celman había sido reemplazado por su vicepresidente Carlos Enrique José Pellegrini. Este había anunciado fuertes ajustes en tanto los banqueros capitaneados por Rothschild resolvieron el problema otorgando un nuevo préstamo de consolidación contra el compromiso de que el país no iba a seguir endeudándose. Pero el verdadero arreglo lo hizo el 3 de julio de 1893 el ministro de Hacienda, Juan José Romero. Ya era presidente Luis Sáenz Peña. Romero viajó a Londres donde acordó con Rothschild reducir los intereses del préstamo de consolidación en una tercera parte y agregó que los pagos cancelatorios se iban a hacer en la medida en que el país contara con los recursos sin apelar a nuevos préstamos. Fue el “Arreglo Romero”, un ejemplo a tener en cuenta. En buena medida fue un antecedente válido para el saneamiento de las deudas con las que cargaba la República Federal de Alemania, que hicieron los acreedores, en 1953, 60 años más tarde.
 
Pero la crisis de 1890 de la Argentina fue el primer colapso de un país periférico que tuvo connotaciones internacionales, aunque no mundiales como la anterior de 1873 iniciada en Viena. De algún modo también fue un antecedente, en este caso de los sacudones que produjeron un siglo más tarde algunas economías no centrales, como la mexicana con su “Efecto tequila” de 1994. En el Brasil el anuncio de la inminente bancarrota de la Baring Brothers dio lugar a una serie de corridas especulativas conocida como el “Encilhamento”. En diciembre el gobierno adoptó varias medidas de importancia como la fusión de bancos, pero las cosas siguieron mal y desembocaron en un proceso dictatorial iniciado en noviembre de 1891 que tras disolver el parlamento adoptó duras medidas con las cuales se pudo superar la crisis.
 
Los problemas brasileros se trasladaron a Portugal. Este país tuvo que abandonar el patrón oro y dejó de pagar su deuda ya que, amén de sus déficits de balanza comercial, la caída de la Baring Brothers la dejó sin uno de sus prestamistas, su falta de credibilidad no le permitió acceder a nuevas alternativas crediticias y, por último, y muy importante, dejó de percibir las remesas que los portugueses emigrados al Brasil remitían a sus familiares. El tembladeral desatado en 1891 tardó alrededor de una década en sofrenarse, momentos en que ya la Argentina vivía sus tiempos de gloria que se extendieron hasta 1913. Por su parte en España se produjo la quiebra de varios bancos importantes como consecuencia de las corridas vinculadas con la migración de fondos hacia Londres y París, capitales financieras donde las tasas de interés habían trepado fuertemente a raíz de los fondos que debieron utilizarse en el marco de la bancarrota argentina.
 
En América del Sur, además del Brasil, Chile y el Uruguay también pasaron las de Caín, especialmente el último país mencionado. La repercusión de la debacle argentina de junio de 1890 ya pegó fuerte en Montevideo en el mes de julio. El impacto fue muy fuerte tanto en el ámbito financiero, que incluyó la cesación de pagos, como en el bursátil. En Chile el presidente José Manuel Balmaceda intentó mejorar la situación fiscal del país en el marco de un enfrentamiento con el parlamento y los sectores oligárquicos. Se generó una guerra civil donde murieron 4.000 personas y en diciembre de 1891 Balmaceda fue derrocado y se asiló en la Embajada de la Argentina donde se suicidó. Pero en este caso la confrontación estuvo más ligada a una visión de Balmaceda de reconversión de la economía del país para lo cual contaba con apoyos desde los Estados Unidos de América mientras la vieja oligarquía del salitre se mantenía firme en su alianza con el RU.
 
La Argentina se adentró tras la crisis en dos décadas de gran crecimiento basado en nuevas circunstancias internacionales, como la Segunda Guerra de los Boers entre 1899 y 1902 que incrementó las exportaciones primarias. Período feliz que se prolongó hasta 1913 cuando tuvo un final enmarcado por las Guerras de los Balcanes. De todas maneras el efecto argentino se prolongó durante varios años en el mercado financiero internacional limitando los manejos que de él se hacían desde Londres, incluyendo las inversiones en sus tradicionales “colonias blancas” (Australia, Canadá y Nueva Zelanda). Poco después, en 1896, los EUA se convirtieron en la principal potencia económica, situación que mantienen a la fecha, aún a pesar de su actual declinación.
 
- Fernando Del Corro es Periodista, historiador graduado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), docente en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y colaborador de la cátedra de Deuda Externa de la Facultad de Derecho de la UBA.
https://www.alainet.org/fr/node/145362
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