Sinfonía de cuerpos
05/06/2010
- Opinión
En la fiesta del Cuerpo de Cristo dejaré fluctuar mi cuerpo en alturas abismales. Acariciaré una por una mis arrugas, contaré historias, prenderé en la punta de los dedos mi perfil interior.
No recurriré al bisturí de las falsas impresiones. Ni al espectro de la delgadez anoréxica. El tiempo proseguirá masajeando mis músculos hasta dejarlos flácidos como las delicadezas del espíritu.
Suspenderé todas las flexiones, excepto las que aprendo en la academia de los místicos. Beberé de mi propio pozo y abriré el corazón para que el ángel de la limpieza tire por la ventana de la compasión iras, envidias y amarguras.
Pisaré sin zapatos el calor de la tierra viva. Bailarín ambiental, danzaré abrazado a Gaya al son ardiente de canciones primitivas. De ella recibiré el pan, a ella le daré la paz.
Encendidas las estrellas, contemplaré en la penumbra del misterio ese cuerpo glorioso que nos funde, a mí y a Gaya, en un único sacramento divino. Su trigo brotará como alimento para todas las bocas, sus uvas harán correr ríos embriagadores de saciedad.
En la mesa cósmica ofreceré las primicias de mis sueños. Con las manos vacías acogeré el cuerpo del Señor en el cáliz de mis carencias. Doblaré las rodillas ante el misterio de la vida y contemplaré el rostro divino en la faz de aquellos que nunca supieron que cosmos y cosmético son palabras griegas y tienen sus raíces en la misma belleza.
Quitaré mis ojos de todos los prejuicios y rogaré por la fe sobre todos los preceptos. Como Ezequiel, contemplaré el campo de los muertos hasta ver la polvareda consolidarse en huesos, los huesos juntarse en esqueletos, los esqueletos recubrirse de carne y llenarse de vida en el Espíritu de Dios.
Proclamaré el silencio como acto de profunda subversión. Desconectado del mundo, expulsaré del alma todos los ruidos que me inquietan y, vacío de mí mismo, seré plenificado por Aquel que me envuelve por dentro y por fuera, por arriba y por abajo.
Barreré de la mente la profusión de imágenes y almacenaré en el olvido el tumulto de ideas. Privaré de sentido a las palabras. Absorbido por el silencio, abriré los oídos para escuchar la brisa de Elías, y los ojos para admirar lo que extasió a Simeón.
Ya nunca haré de mi cuerpo un mero adorno extraño al espíritu. Seré una sola unidad, onda y partícula, anverso y reverso, anima y animus.
Recogeré por las esquinas todos los cuerpos indeseados para lavarlos en la sangre de Cristo, antes de que se liberen de sus capullos para alzar el vuelo de las mariposas.
Curaré de la ceguera a los que miran con mirada ajena y untaré de cremas bíblicas el rostro de todos los que se creen feos, hasta que se trasluzca en ellos el esplendor de la semejanza divina.
Arrancaré del suelo de hierro los pies congelados de la insolidaridad y haré venir un viento fuerte para los que temen el peso de sus propias alas. Al llegar a la cima del mundo verán que todos somos un solo cuerpo y un solo espíritu.
Haré de mi cuerpo una hostia viva; y de la sangre vino de alegría. Ebrio de efusiones y gracias, enlazaré en un abrazo cósmico todos los cuerpos y, en el salón dorado de la Vía Láctea, bailaremos valses hasta que la música sideral haya agotado la sinfonía escatológica.
En la concreción de la fe cristiana anunciaré a los cuatro vientos la certeza de la resurrección de la carne y de todo el Universo redimido por el cuerpo místico de Cristo. Entonces lo que es tierno se volverá, en los límites de la vida, eterno cuando la muerte nos transvivencie. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor y asesor de movimientos sociales, autor de “El Amor fecunda el universo. Ecología y espiritualidad”, junto con Marcelo Barros, entre otros libros. www.freibetto.org <http://www.freibetto.org> - twitter:@freibetto
No recurriré al bisturí de las falsas impresiones. Ni al espectro de la delgadez anoréxica. El tiempo proseguirá masajeando mis músculos hasta dejarlos flácidos como las delicadezas del espíritu.
Suspenderé todas las flexiones, excepto las que aprendo en la academia de los místicos. Beberé de mi propio pozo y abriré el corazón para que el ángel de la limpieza tire por la ventana de la compasión iras, envidias y amarguras.
Pisaré sin zapatos el calor de la tierra viva. Bailarín ambiental, danzaré abrazado a Gaya al son ardiente de canciones primitivas. De ella recibiré el pan, a ella le daré la paz.
Encendidas las estrellas, contemplaré en la penumbra del misterio ese cuerpo glorioso que nos funde, a mí y a Gaya, en un único sacramento divino. Su trigo brotará como alimento para todas las bocas, sus uvas harán correr ríos embriagadores de saciedad.
En la mesa cósmica ofreceré las primicias de mis sueños. Con las manos vacías acogeré el cuerpo del Señor en el cáliz de mis carencias. Doblaré las rodillas ante el misterio de la vida y contemplaré el rostro divino en la faz de aquellos que nunca supieron que cosmos y cosmético son palabras griegas y tienen sus raíces en la misma belleza.
Quitaré mis ojos de todos los prejuicios y rogaré por la fe sobre todos los preceptos. Como Ezequiel, contemplaré el campo de los muertos hasta ver la polvareda consolidarse en huesos, los huesos juntarse en esqueletos, los esqueletos recubrirse de carne y llenarse de vida en el Espíritu de Dios.
Proclamaré el silencio como acto de profunda subversión. Desconectado del mundo, expulsaré del alma todos los ruidos que me inquietan y, vacío de mí mismo, seré plenificado por Aquel que me envuelve por dentro y por fuera, por arriba y por abajo.
Barreré de la mente la profusión de imágenes y almacenaré en el olvido el tumulto de ideas. Privaré de sentido a las palabras. Absorbido por el silencio, abriré los oídos para escuchar la brisa de Elías, y los ojos para admirar lo que extasió a Simeón.
Ya nunca haré de mi cuerpo un mero adorno extraño al espíritu. Seré una sola unidad, onda y partícula, anverso y reverso, anima y animus.
Recogeré por las esquinas todos los cuerpos indeseados para lavarlos en la sangre de Cristo, antes de que se liberen de sus capullos para alzar el vuelo de las mariposas.
Curaré de la ceguera a los que miran con mirada ajena y untaré de cremas bíblicas el rostro de todos los que se creen feos, hasta que se trasluzca en ellos el esplendor de la semejanza divina.
Arrancaré del suelo de hierro los pies congelados de la insolidaridad y haré venir un viento fuerte para los que temen el peso de sus propias alas. Al llegar a la cima del mundo verán que todos somos un solo cuerpo y un solo espíritu.
Haré de mi cuerpo una hostia viva; y de la sangre vino de alegría. Ebrio de efusiones y gracias, enlazaré en un abrazo cósmico todos los cuerpos y, en el salón dorado de la Vía Láctea, bailaremos valses hasta que la música sideral haya agotado la sinfonía escatológica.
En la concreción de la fe cristiana anunciaré a los cuatro vientos la certeza de la resurrección de la carne y de todo el Universo redimido por el cuerpo místico de Cristo. Entonces lo que es tierno se volverá, en los límites de la vida, eterno cuando la muerte nos transvivencie. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor y asesor de movimientos sociales, autor de “El Amor fecunda el universo. Ecología y espiritualidad”, junto con Marcelo Barros, entre otros libros. www.freibetto.org <http://www.freibetto.org> - twitter:@freibetto
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