Vengan a ellos los niños?
18/04/2010
- Opinión
Las sucesivas denuncias de pedofilia y abuso sexual cometidos por sacerdotes y encubiertos por obispos y cardenales avergüenzan a la Iglesia Católica y debilitan la fe de innumerables fieles.
En el caso de Irlanda, donde más de dos mil niños de internados religiosos fueron víctimas de la práctica criminal de asedio sexual, el papa Benedicto 16 publicó un documento en el que pide perdón en nombre de la Iglesia, repudia como abominable lo sucedido y exige indemnización para las víctimas.
Pero le hizo falta al pontífice señalar castigos de la Iglesia a los culpables, aunque haya consentido en someterlos a las leyes civiles. El clamor de las víctimas y de sus familias exige que la Santa Sede actúe con rigor: suspensión inmediata del ministerio sacerdotal, alejamiento de las actividades pastorales y sometimiento a las leyes civiles que penan tales prácticas horrorosas.
La creciente laicización de la sociedad europea ve reducirse drásticamente el número de fieles católicos y la práctica eclesial. El catolicismo europeo, unido a una espiritualidad moralista y a una teología académica, alejado del mundo de los pobres e imbuido de una nostalgia ultramontana que lo hace ignorar el concilio Vaticano 2, va perdiendo el entusiasmo evangélico y la osadía profética.
Dominado por movimientos fundamentalistas que cultivan la fe en Jesús, pero no la fe de Jesús, el catolicismo europeo roza la herejía al incensar la papolatría y encarar el mundo ya no como ‘valle de lágrimas’ sino como rehén de un relativismo que corroe las nociones de autoridad, pecado y culpa.
Al olvidar la dimensión social del pecado, como la injusticia, la opresión, el latifundio improductivo o la apología de la desigualdad, el catolicismo liberal centró su predicación en la obsesión sexual. Como si Dios hubiese incurrido en error al crear placentera la sexualidad.
Como el Espíritu Santo se vale de caminos alternativos para renovar la Iglesia, sería bueno que las denuncias de pedofilia eclesiástica sirvieran para poner fin al celibato obligatorio del clero diocesano, permitir la ordenación sacerdotal de hombres y mujeres casados y eliminar el principio doctrinal, todavía vigente en algunos reductos, de que en el matrimonio las relaciones sexuales son admisibles sólo cuando intentan la procreación.
Si Dios estuviera de acuerdo con tal principio no habría hecho del género humano una excepción en la especie animal y por tanto suprimiría del hombre y de la mujer la capacidad de amar y de expresar el amor a través de caricias, y los hubiera dotado de celo, característico de los períodos fecundos de los animales, lo cual los lleva a aparearse.
Jesús fue célibe, pero es una falacia deducir que pretendió imponer su opción a los apóstoles. Tanto así, que según el evangelio de Marcos curó a la suegra de Pedro (1,29-31). Luego si tenía suegra, Pedro tenía mujer. Y fue escogido como cabeza de la Iglesia.
Los evangelios citan a las mujeres que integraban el grupo de discípulos de Jesús: Susana, Juana, etc. (Lucas 8,1-3). Y dejan claro que la primera persona que anunció a Jesús como Dios entre nosotros fue una apóstola, la samaritana (Juan 4,39).
En los seminarios y casas de formación del clero y de religiosos es necesario aclarar si lo que se busca es formar sacerdotes o cristianos, una casta sacerdotal o evangelizadores, personas sumisas al modelo romano u hombres y mujeres dotados de profunda espiritualidad evangélica, apegados a la vida de oración y comprometidos con los derechos de los pobres.
En el tiempo de Jesús los niños eran despreciados por su ignorancia y repudiados por los maestros espirituales. Jesús actuó a contracorriente de los preceptos vigentes al permitir que los niños se aproximaran a él y los puso como ejemplo de fidelidad a Dios. Y dejó claro que sería preferible atarle a alguien una piedra al cuello y tirarlo al agua antes que escandalizar a uno de ellos (Marcos 9,42).
Las secuelas síquicas y espirituales de quienes confiaron en sacerdotes tarados son indelebles y de alto costo en el tratamiento terapéutico prolongado. Las víctimas hacen muy bien al exigir indemnización. Queda todavía que la Iglesia castigue a los culpables y ponga mucho cuidado para que tales aberraciones no se repitan.
- Frei Betto es escritor, autor de “Un hombre llamado Jesús”, entre otros libros. http://www.freibetto.org
Copyright 2010 – Frei Betto - Se prohíbe la reproducción de este artículo por cualquier medio, electrónico o impreso, sin autorización. Contacto – MHPAL – Agência Literária (mhpal@terra.com.br)
En el caso de Irlanda, donde más de dos mil niños de internados religiosos fueron víctimas de la práctica criminal de asedio sexual, el papa Benedicto 16 publicó un documento en el que pide perdón en nombre de la Iglesia, repudia como abominable lo sucedido y exige indemnización para las víctimas.
Pero le hizo falta al pontífice señalar castigos de la Iglesia a los culpables, aunque haya consentido en someterlos a las leyes civiles. El clamor de las víctimas y de sus familias exige que la Santa Sede actúe con rigor: suspensión inmediata del ministerio sacerdotal, alejamiento de las actividades pastorales y sometimiento a las leyes civiles que penan tales prácticas horrorosas.
La creciente laicización de la sociedad europea ve reducirse drásticamente el número de fieles católicos y la práctica eclesial. El catolicismo europeo, unido a una espiritualidad moralista y a una teología académica, alejado del mundo de los pobres e imbuido de una nostalgia ultramontana que lo hace ignorar el concilio Vaticano 2, va perdiendo el entusiasmo evangélico y la osadía profética.
Dominado por movimientos fundamentalistas que cultivan la fe en Jesús, pero no la fe de Jesús, el catolicismo europeo roza la herejía al incensar la papolatría y encarar el mundo ya no como ‘valle de lágrimas’ sino como rehén de un relativismo que corroe las nociones de autoridad, pecado y culpa.
Al olvidar la dimensión social del pecado, como la injusticia, la opresión, el latifundio improductivo o la apología de la desigualdad, el catolicismo liberal centró su predicación en la obsesión sexual. Como si Dios hubiese incurrido en error al crear placentera la sexualidad.
Como el Espíritu Santo se vale de caminos alternativos para renovar la Iglesia, sería bueno que las denuncias de pedofilia eclesiástica sirvieran para poner fin al celibato obligatorio del clero diocesano, permitir la ordenación sacerdotal de hombres y mujeres casados y eliminar el principio doctrinal, todavía vigente en algunos reductos, de que en el matrimonio las relaciones sexuales son admisibles sólo cuando intentan la procreación.
Si Dios estuviera de acuerdo con tal principio no habría hecho del género humano una excepción en la especie animal y por tanto suprimiría del hombre y de la mujer la capacidad de amar y de expresar el amor a través de caricias, y los hubiera dotado de celo, característico de los períodos fecundos de los animales, lo cual los lleva a aparearse.
Jesús fue célibe, pero es una falacia deducir que pretendió imponer su opción a los apóstoles. Tanto así, que según el evangelio de Marcos curó a la suegra de Pedro (1,29-31). Luego si tenía suegra, Pedro tenía mujer. Y fue escogido como cabeza de la Iglesia.
Los evangelios citan a las mujeres que integraban el grupo de discípulos de Jesús: Susana, Juana, etc. (Lucas 8,1-3). Y dejan claro que la primera persona que anunció a Jesús como Dios entre nosotros fue una apóstola, la samaritana (Juan 4,39).
En los seminarios y casas de formación del clero y de religiosos es necesario aclarar si lo que se busca es formar sacerdotes o cristianos, una casta sacerdotal o evangelizadores, personas sumisas al modelo romano u hombres y mujeres dotados de profunda espiritualidad evangélica, apegados a la vida de oración y comprometidos con los derechos de los pobres.
En el tiempo de Jesús los niños eran despreciados por su ignorancia y repudiados por los maestros espirituales. Jesús actuó a contracorriente de los preceptos vigentes al permitir que los niños se aproximaran a él y los puso como ejemplo de fidelidad a Dios. Y dejó claro que sería preferible atarle a alguien una piedra al cuello y tirarlo al agua antes que escandalizar a uno de ellos (Marcos 9,42).
Las secuelas síquicas y espirituales de quienes confiaron en sacerdotes tarados son indelebles y de alto costo en el tratamiento terapéutico prolongado. Las víctimas hacen muy bien al exigir indemnización. Queda todavía que la Iglesia castigue a los culpables y ponga mucho cuidado para que tales aberraciones no se repitan.
- Frei Betto es escritor, autor de “Un hombre llamado Jesús”, entre otros libros. http://www.freibetto.org
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