Un marco apropiado para el quehacer contemporáneo de la revolución

22/02/2010
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[...] América Latina es, como ningún otro ámbito histórico actual, el más antiguo y consistente surtidor de una racionalidad histórica constituida por la confluencia de las conquistas racionales de todas las culturas. La utopía de una racionalidad liberadora de la sociedad, en América Latina no es hoy día solamente una visión iluminada. Con ella ha comenzado a ser urdida parte de nuestra vida diaria. Puede ser reprimida, derrotada quizás. Lo que no puede ser es ignorada. (Quijano 1988: 34)

Habiendo transcurrido la primera década del s. XXI, sigue siendo cierto que el capitalismo “se desarrolla de manera desigual”; pero la visión «unilineal» de Lenin (el Lenin de 1914-1919),1/ donde todos los países debían atravesar por las mismas y sucesivas fases, sin “saltos”, le impidió ver la articulación entre capitalismo y precapitalismo incluso en la atrasada Rusia; aun cuando viera como inevitable la desaparición de la comuna rural a consecuencia del éxodo masivo hacia las ciudades. A esta problemática se le conoce hoy en día como «heterogeneidad estructural», porque le era inherente y por ende acompañaba el desarrollo desigual que en la época de Lenin se daba sobre todo en los países atrasados y las colonias. La palabra clave era entonces articulación, más que «disolución». Mejor aun, sugerimos la expresión articulación-disolución para denotar la contradictoria relación entre capitalismo y pre-capitalismo. En el caso ruso la comuna rural no desapareció, más bien sobrevivió y acompañó de manera subordinada la acumulación de capital que Rusia experimentó con la incipiente industrialización en la segunda mitad del s. XIX, aun cuando el poder era detentado por la dinastía de los Romanov, sostenidos a su vez por la aristocracia terrateniente.

No es descabellado ni se está “fuera de foco” constatar que las concepciones de José Carlos Mariátegui sobre la sociedad peruana, el problema indígena y las razas en el Perú y América Latina, así como sus tesis sobre el anti-imperialismo, constituyen el más claro antecedente de la heterogeneidad estructural.

Estas concepciones mariateguianas están recogidas, respectivamente, en los conocidísimos 7 Ensayos (1928) y en los dos trabajos que Mariátegui envió con la delegación socialista peruana a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana de Buenos Aires (junio 1929): El problema de las Razas en la América Latina (escrito con la colaboración del Dr. Hugo Pesce) y Punto de vista anti-imperialista. Ambos trabajos se encuentran en la recopilación Ideología y Política (Mariátegui 1977). Es también inevitable mencionar el libro perdido: el “ensayo sobre la evolución política e ideológica del Perú”, anunciado en la advertencia a los 7 Ensayos y que Mariátegui se encontraba escribiendo –lo presumimos— entre 1928 y 1929. Este anuncio está igualmente reiterado en un texto corto preparado por Mariátegui en tercera persona y con nuevos términos (“exposición de sus puntos de vista sobre la Revolución Socialista en el Perú y la crítica del desenvolvimiento político y social del país”), a manera de información sobre su actividad política, siendo difundido en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana –ya mencionada— y un mes antes en el Congreso Constituyente de la Confederación Sindical Latinoamericana (Montevideo, mayo 1929). El libro-ensayo se fue enviando por partes y con cierta regularidad (“durante más de un año”) a su amigo César Falcón, quien se había comprometido editarlo y publicarlo en Madrid. Fallecido Mariátegui a mediados de abril de 1930, y hechas las acuciosas averiguaciones por parte de Ricardo Martínez de la Torre, se tuvo que reconocer finalmente que el libro había “desaparecido”. Según Falcón los envíos de Mariátegui nunca le llegaron. Si damos por sentado la veracidad de esta versión, entonces cabe preguntar: ¿los envíos se perdieron en el camino?; ¿serían acaso “interceptados”?; ¿qué dijeron los funcionarios del servicio de correos de Madrid? Recordemos que en 1928 y 1929 Mariátegui libraba una dura lucha defendiendo sus concepciones y posiciones políticas, de un lado, frente a Haya de la Torre y el APRA y, de otro, polemizando con el Secretariado Latinoamericano de la III Internacional (Flores Galindo 1982: 15-36; Quijano 1981: 90-114). No es gratuito por eso, con relación a los envíos por partes del libro extraviado, que Aricó cierre su prólogo a Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano con estas palabras: “Quizás, como otros hallazgos que aunque tardíos permitieron nuevas indagaciones sobre episodios oscuros de la lucha de los hombres, alguna vez aparezcan en los archivos de algún dirigente internacional y ¿por qué no? en los de la propia Comintern...” (Aricó 1980b: LVI).

Las bases teóricas e históricas de la «heterogeneidad estructural»

Desaparecido Mariátegui hubo de transcurrir tres décadas completas (los años 30, 40 y 50), y quizás algunos años más, para que la «heterogeneidad estructural» como corriente de ideas, en América Latina, apareciera ya entrados los años 60 aunque a través del debate sobre la «marginalidad», contracara de la «integración», que Quijano interpretó inicialmente desde un enfoque que él mismo denominó «estructuralismo histórico» (Quijano 1966). De aquí extraemos la siguiente cita que a pesar de discurrir en el plano de la abstracción, prefigura su concepción posterior.2/ Luego de referirse al «estructuralismo funcionalista» (está reflexionando desde las ciencias sociales, sobre el abordaje de las relaciones de interdependencia) argumenta:

«Por el contrario, el enfoque que denominamos aquí estructuralismo histórico, sin desechar necesariamente la posibilidad de que ciertos núcleos de elementos en la sociedad existan funcionalmente integrados, parte del supuesto de que el modo fundamental de integración de los diversos sectores de elementos que conforman la sociedad, es conflictivo y discontinuo, excluyendo por lo mismo la idea de un consenso universal entre los diversos sectores de elementos en la sociedad. De esa manera, la existencia de cada uno de los elementos que integran una determinada estructura de la sociedad, no encuentra su explicación fundamental en el cumplimiento de una “función” en la cadena de integración funcional universal entre los elementos, sino en el conjunto de circunstancias históricas, necesarias y fácticas, que determinaron su incorporación al conjunto de la estructura de la sociedad.» (Quijano  1966: 53).

De esta manera, la concepción de la «heterogeneidad estructural» fue perfilándose y decantándose, atravesando el debate sobre el dualismo tal como era visto por las «teorías de la modernización» (el estructural-funcionalismo), por un lado, y el llamado «materialismo histórico», por el otro. Y fue a fines de los 80, en un seminario internacional  de la UNESCO, donde Quijano expuso el itinerario de ese debate bajo un contexto dominado por el “pragmatismo estridente” en el pensamiento y la investigación sociales, el neoliberalismo o la socialdemocracia en la política, y la “derrota profunda de los movimientos y grupos sociales que intentaron subvertir el orden vigente”. (Las palabras y frases entrecomilladas provienen de la ponencia de Quijano). Allí mismo expuso también los fundamentos socio-históricos para reconstituir la problemática de la heterogeneidad estructural en América Latina, tanto en la indagación como en la práctica política.

Desde el punto de vista de la epistemología del conocimiento:

«La elaboración de esta categoría en América Latina [se refiere a la heterogeneidad estructural] se funda en el descubrimiento de que la sociedad latinoamericana es una totalidad en que se articulan diversos y heterogéneos patrones estructurales. No es un conjunto de dos o más estructuras separadas [está considerando el debate sobre la primacía del capitalismo o del feudalismo], con relaciones externas entre sí en el marco de las jurisdicciones estatales. El capitalismo no es el único patrón estructural de la totalidad social de América Latina, aunque es ya el eje central que la articula. Por ello, la “lógica” del capital no es, no podría ser, la única que actúa en esa heterogénea totalidad, ni en ninguna de sus instancias. Y puesto que no se trata, por definición, de la mera coexistencia yuxtapuesta de varios y diversos patrones estructurales y sus respectivas “lógicas” históricas, la del capital no podría ciertamente ser la única, ni siquiera en aquellas dimensiones de la existencia social que más pronunciadamente admitieran ser caracterizadas como capitalistas.» (Quijano 1989: 6-7).

La cita anterior permite diferenciar entre «capitalismo» y «capital», así como entre «lógica del capital» y «lógica histórica del capital», proporcionando también a nuestro entender potentes argumentos para el debate actual con el (neo) liberalismo y la “izquierda liberal” (el social liberalismo), pero también con los agrupamientos de izquierda que siguen siendo tributarios del eurocentrismo, o que habiendo cambiado de nomenclatura nunca realizaron un verdadero ajuste de cuentas con su pasado.

En el contexto de la heterogeneidad estructural, entonces, la implantación de la relación capital-trabajo como hegemónica y dominante sobre las demás (los modos de producción previos) solo puede ser entendida en términos de su lógica histórica.

Como acabamos de ver, a fines de los 80, la heterogeneidad estructural como concepto espacio-temporal apareció estrechamente vinculada con la realidad latinoamericana. A fines de los 90, más de 30 años después de la publicación de su trabajo inicial (Quijano 1966), encontramos otra elaboración de heterogeneidad estructural, donde da el “salto” desde América Latina hacia el escenario de la mundialización capitalista, o si se quiere del «sistema-mundo» moderno/colonial.

Actualizando el debate sobre la «marginalidad» y asociándola con el de la «informalidad», sostiene:

«Desde la otra orilla del debate, expresada ante todo en la corriente conocida como histórico estructural, es falaz representarse la América Latina de los 60s en términos del pasaje de una sociedad “tradicional” a otra “moderna”. En realidad se trata, primero, de una misma sociedad, constituida heterogéneamente, por cierto, con relaciones y estructuras sociales de diverso origen histórico y de diferente carácter; pero todas articuladas globalmente en una única estructura de poder, en torno de la hegemonía del capital. Es esa estructura global la que está afectada por procesos de cambio. Segundo, estos mismos procesos no consisten sólo en la evolutiva “modernización” del poder vigente en determinadas sociedades. Toda la sociedad mundial está afectada, en todas partes, por las nuevas tendencias del capital.» (Quijano 1998: 66-67).

Por consiguiente, es legítimo afirmar que la estructura global a la que se refiere Quijano, siendo al mismo tiempo una estructura de poder, puede ser entendida tanto al nivel de un país/estado-nación como de todo el globo. Además entre estos niveles, así como al interior de un mismo estado-nación, tendremos que dicha estructura global se expresará a través de distintas escalas territoriales (subregioinal, regional, interregional; continental e interconental).

Estructuralismo histórico; marginalidad; dependencia histórico-estructural; heterogeneidad estructural y colonialidad del poder, resumen brevemente el derrotero seguido por el pensamiento de Aníbal Quijano. En el ínterin hay muchas otras elaboraciones y ramificaciones que, aparte de densificar su pensamiento, le permiten interconectar los desarrollos categoriales (mencionamos en desorden algunos): lo “cholo”; modernidad, cultura y estética; la epistemología de las ciencias sociales; el pensamiento de José Carlos Mariátegui; el tema de la utopía y la crítica del eurocentrismo. La crítica de la modernidad euro-norteamericana (Quijano 1988) le permitió rescatar del olvido, poco después, la heterogeneidad estructural latinoamericana (Quijano 1989) y a través de esta última fue que abordó la actualidad de la «marginalidad» (Quijano 1998). Todo ese desarrollo y actualización de las categorías tienen una lógica histórica pues están asidas a -y/o tienen asidero en— la caótica realidad de nuestro tiempo, estrechamente asociado a su vez con la historicidad del capital. La misma categoría de “capital” está entendida como relación social de poder, muy ajena y alejada del dominio vulgar de la economía.

Al explicar el concepto de «heterogeneidad estructural», y refiriéndose al mismo tiempo a “los argumentos que Quijano estuvo adelantando en los últimos diez o quince años” Mignolo (2002b: 239) sostiene:

«[...] Así, Quijano, al reconceptualizar el capitalismo histórico como “heterogeneidad estructural” introduce otra concepción del tiempo. Esta concepción espacio-temporal tiene en cuenta el espacio de la acumulación moderna y de la explotación colonial, el de las plantaciones en el Caribe y el de la revolución industrial en Inglaterra. Tiene en cuenta también diversas formas de trabajo o modos de producción (servidumbre, esclavitud, [trabajo] asalariado, reciprocidad, producción mercantil simple, etc.) que coexisten y no se suceden unas a las otras. Es precisamente esta simultaneidad de lo moderno y lo colonial [...] a lo que Quijano llama “heterogeneidad estructural” y que relaciona con el concepto de “colonialidad del poder”. La colonialidad del poder logra, entre otras cosas, ocultar el lado colonial de la modernidad a la vez que mantenerlo, sin lo cual la modernidad no sería tal, habría caído en el momento mismo de su “fundación”.» (Mignolo 2002b: 239-240).

Sostenemos que el proyecto intelectual de Quijano puede comprenderse mejor mediante el método de Marx. Nunca fue un intelectual “puro”, menos todavía un académico “puro”. Su encuentro con el pensamiento y la obra de Marx se enmarca en el ambiente de la época donde destacamos a Theotonio dos Santos, Vania Bambirra, Ruy Mauro Marini, Francisco Weffort, Agustín Cueva, Pablo Gonzáles Casanova, André Gunder Frank y otros, para mencionar solamente a la corriente latinoamericana radical del dependentismo. Para un balance del debate, así como un panorama de las corrientes sobre la dependencia, cf. dos Santos (1998) y González Casanova (1981), respectivamente.

Distinguimos cuando menos dos etapas nítidas en la evolución del pensamiento de Quijano: desde los años universitarios hasta el paso por la División de Desarrollo Social de la CEPAL y su estancia en Chile (años 50 y buena parte de los 60). Luego viene la experiencia política en el Perú, desde fines de los 60, incluyendo el paréntesis de su deportación por el régimen de Velasco en 1974, junto con otros intelectuales de Sociedad y Política (SyP), periodo que se cierra con el intento que significó el Movimiento Revolucionario Socialista-MRS entre fines de los 70 y primeros años de los 80. Este segundo periodo coincide con el de las fuertes convulsiones políticas y sociales que se vivieron en el Perú: guerrillas; toma de tierras; crisis final del Estado oligárquico; el gobierno militar de Velasco y sus grandes reformas; la crisis económica; las movilizaciones obreras de 1977-78; la participación electoral de las izquierdas; la irrupción violenta de Sendero Luminoso desde las alturas de Ayacucho. Representa a nuestra manera de ver la etapa más militante de Quijano y de su producción intelectual.

Hemos de reconocer también que la militancia de nuestro autor no ha amainado en los tiempos más recientes, porque ahora discurre alrededor de temas que se sitúan en otro nivel (lo internacional, la globalización, el poder del capital a nivel planetario) y con otros actores (los movimientos sociales mundiales, entre ellos los indígenas). Desde este punto de vista, identificamos una tercera etapa (o cuarta, ya que hemos dejado de lado gran parte de los 80) en la maduración de su pensamiento, presuponiendo que esta etapa discurre desde los años 90 con prolongación hasta el presente, tomando sobre todo en cuenta el fructífero encuentro y la amistad con Immanuel Wallerstein y, a través de este, la colaboración de Quijano en el Departamento de Sociología de la Universidad de Binghamton, en el estado de Nueva York. Es en esta última etapa donde ha dedicado sus mejores esfuerzos a la cuestión de la colonialidad del poder (Quijano 2000a; 2000b; 2001). Sobra decir entonces –y porque también otros ya lo han resaltado— que su producción intelectual es profusa y abarcativa, rica en el análisis y sugerente de posibilidades -abiertas por su reflexión— para proseguir con la indagación, aunque lamentablemente la amplitud de sus aportes se halla actualmente desperdigada y dispersa.

Si se quiere identificar una constante a lo largo de su amplia obra, algo así como el nudo crítico o eje vertebrador de la misma, podemos señalar con toda seguridad que es el tema del poder junto con la noción de totalidad proveniente de Marx. Pajuelo (2002) corrobora lo que acabamos de decir, al reseñar la producción de Quijano en cuanto a cultura y poder.

La heterogeneidad estructural: soporte de la mundialización capitalista

Recurriendo a las categorías de El Capital procedemos a representar la heterogeneidad estructural en el siguiente cuadro-matriz, mostrando los diferentes niveles de desarrollo y modalidades de acumulación.

 

Modalidades de acumulación en el capitalismo histórico

Niveles de desarrollo

Formas de la acumulación

Capital que predomina

Relación de medios técnicos con trabajo vivo

Valor o precio de la fuerza de trabajo

Mano de obra

I

Altamente intensiva

(industrias de punta, automatización)

Capital constante

Predominan los medios técnicos (alta tecnología)

Concentración de salarios e ingresos altos

Calificada (elevada especialización)

II

Intensiva en desarrollo

Capital constante en aumento

Trabajo vivo con tendencia declinante

III

Intensiva incipiente

Capital variable

Predomina el trabajo vivo

Salario de subsistencia

Abundante (mayor sobrepoblación relativa)

IV

Intensiva y extensiva, en sectores rural y urbano

Combinaciones de capital constante y variable

Aun no existe predominio de medios técnicos

V

Primitiva; economía mercantil simple; auto subsistencia

Dominio formal del capital sobre el trabajo

Articulación entre capital y formas pre capitalistas

 

Considerando la teoría dominante del comercio internacional que ve la participación de los países según la exterioridad de las mercancías que se ofrecen en el mercado mundial (materias primas, manufacturas elaboradas o productos muy sofisticados), los niveles I y II corresponden a los países altamente industrializados, tecnológicamente “avanzados” y por ende más “modernos”. En estos niveles entran USA, Europa occidental y Japón, secundados por los “tigres asiáticos”. Los países del grupo BRIC (Brasil, Rusia, India y en parte China) estarían atravesando por una situación que podríamos caracterizar en tránsito, desde el nivel III al II, inclusive hacia el I en el caso de Rusia.

Los niveles III, IV y V abarcan el “resto del mundo” -los países menos desarrollados o en vías de desarrollo— compitiendo ferozmente entre sí por ampliar sus mercados mediante bloques comerciales y entablando afanosamente tratados de libre comercio con las superpotencias del Norte en condiciones desventajosas y ciertamente leoninas. Esta competencia feroz por los mercados internacionales entre países dependientes, dominados y avasallados, para dizque insertarse “competitivamente” en la ola globalizadora y conquistar así la senda del “crecimiento” (¡nótese cuan poderoso es el ilusionismo que la economía burguesa propaga a través de sus conceptos!), reproduce en los hechos el mismo patrón de comportamiento que tuvieron las potencias del primer imperialismo (desde el último tercio del s. XIX hasta 1914), lo que desencadenó la primera guerra mundial.

Toda esta anarquía nunca fue ajena a la correspondiente recomposición de las relaciones de poder a escala mundial.3/

En contraste con lo previamente dicho, y desde la crítica de la economía política del capitalismo, los países se articulan en términos de la ley del valor mundializada (Amin 2001). En virtud de esta ley el cuadro permite apreciar que los países se diferencian y relacionan según las modalidades de acumulación; la composición orgánica del capital (constante y variable); la relación de producción bajo la cual el “trabajo vivo” entra en combinación con los medios técnicos o fuerzas productivas (incluyendo a la naturaleza); la productividad del trabajo “en general” (o su grado de explotación) reflejada en la categoría del “salario” y la respectiva distribución de ingresos; así como la situación laboral de los trabajadores con respecto a las necesidades del capital (lo que otras escuelas de pensamiento abordan bajo el tema del “empleo” considerado en si mismo). Todas estas son expresiones o formas que la ley del valor mundializada engloba.

De acuerdo con lo anterior el capitalismo histórico, y más aun con la globalización actual, descansa en una matriz estructural que se caracteriza justamente por su heterogeneidad. Esta misma heterogeneidad –con mayor razón todavía— es aplicable al caso de cualquier estado-nación. Veámoslo en el caso de un país dependiente como el Perú. Este país carece de un sector “de punta” (nivel I), su nivel más avanzado de desarrollo (el nivel II) se halla hegemonizado por empresas monopólicas internacionales, filiales de grandes transnacionales o mega corporaciones, e inversiones de países vecinos (especialmente de capitalistas chilenos) lo cual es observable en sectores productivos como la minería, el petróleo y el gas; grandes cadenas comerciales; servicios (telefonía); banca privada; fondos de pensiones (AFP). La proyectada privatización de puertos, la concesión de aeropuertos y otras infraestructuras de carácter estratégico, entran también en esta consideración. A este nivel pertenece también la alta tecnocracia del estado (hoy en día de orientación neoliberal); es la tecnocracia más internacionalizada e identificada con los grandes capitales; bajo su cargo esta el manejo de las riendas del país y su principal ideólogo es el Dr. Alan García Pérez y no –como muchos creen— el sr. Mario Vargas Llosa, un renegado ilustre. Al Dr. García, actual presidente del Perú, le queda menos de 1½ año de gobierno, pero ya ha revelado sus aspiraciones de retorno para el 2016.

En el nivel III (y como parte del II) participan algunos grandes proyectos gubernamentales en alianza o asociación con capitales externos y otros fondos internacionales, p. ej., en materia de irrigación y turismo; en este nivel también se encuentran las exportaciones del país (otras materias primas y productos no-minerales). En el nivel IV podemos considerar a todas las empresas que producen para el mercado interno, tanto en el ámbito urbano como rural, entre las cuales se hallan las Pymes “formales” (pequeñas y medianas empresas) en las ciudades, y las cooperativas u otras formas organizativas de producción de cierta envergadura en el campo, principalmente en la costa y algunas contadas áreas de la sierra. El Estado es el principal agente articulador de este nivel con los superiores, como p. ej., mediante programas de formalización de la propiedad.

En el nivel V encontramos a las microempresas familiares, los autoempleados, pequeños talleres, las comunidades campesinas e indígenas, pequeños productores minifundistas, colectividades organizadas por lazos de solidaridad (comedores populares, clubes de madres, vaso de leche) y otros múltiples emprendimientos de carácter local. Son los «marginales» peruanos del s. XXI, sin que el término ni su concepto sean forzosamente sinónimos de “exclusión”. La articulación de ese conjunto de actores con los niveles superiores se da mediante variadas estrategias de inserción, sea por iniciativa propia (venta ambulatoria, mercados, ferias) o a través de programas especiales del Estado (v. gr. Sierra Exportadora; Fondo Empleo), de las municipalidades (ejecución de “obras”) y los proyectos de las ONGs. La mayoría de la población peruana y la PEA se desenvuelve en este nivel. Si en el Perú existe una economía “nacional” en ciernes, es precisamente esta.

Nuestro cuadro-matriz puede también servir de marco para un interesante ejercicio de reflexión, interpretación y debate respecto a la cuestión de qué significa “profundizar el capitalismo” –o si se quiere, la “economía de mercado”— en un país como el Perú, lo cual viene además sutilmente justificado con la fachada teórica de la «responsabilidad social de la empresa». Este tema ha ido ganando muchos adeptos entre los empresarios de diferentes países latinoamericanos, volviéndose uno de los predilectos de nuestros neoliberales criollos y sus parientes ideológicos más cercanos del liberalismo “social” (o social-liberalismo).4/

Se sobrentiende entonces que la «heterogeneidad estructural» no es una totalidad estática. Todo lo contrario, pues está jaloneada por tendencias y contradicciones que presionan en distintos sentidos y direcciones, con impactos sobre todo el planeta. Si asumimos como correcta la parábola de Boulding (la Tierra vista como una “nave espacial”) podemos darnos cuenta fácilmente que el nivel de mando del mundo (nuestra nave) se halla en manos de -y está mal conducido por— los “cinco monopolios” identificados por Amin. ¿Ese es el poder que debemos derrotar revolucionariamente para acabar con todo el capitalismo? Si es así, entonces, ¿con qué estrategias? ¿Se trata de abolir definitivamente dicho poder para sustituirlo por otra elite “más humanista” que nos gobierne? El ejemplo histórico más representativo (paradigmático) a pequeña escala sigue siendo la Comuna de París de 1871, relatada con singular maestría por Marx en sus borradores de la Guerra Civil en Francia (Marx 1978).

Implicaciones políticas

De todo lo dicho anteriormente queremos dejar sentadas algunas implicaciones políticas, a manera de principios y tesis, que puedan servir de orientación para poder definir la futura agenda de ruptura con el actual sistema histórico, así como para el mismo planeamiento de la revolución. Cuestiones como el “sujeto revolucionario” (¿quiénes hacen la revolución?), la organización, el cuándo, el cómo y otros detalles se dejan aquí de lado porque solamente podrán resolverse, más que ninguna otra cosa, mediante la praxis histórica:

·         La revolución anticapitalista en su dimensión política significa al mismo tiempo la lucha contra todo poder, entendido este como exterioridad; poder extraño que expropia, aliena y se impone desde afuera y por encima de las condiciones de vida de los explotados y dominados, en toda la faz de la Tierra. La revolución anticapitalista es, en este sentido, expresión del anti-poder. En este contexto, la proposición cambiar el mundo sin tomar el poder (Holloway 2002) presupone necesariamente la previa derrota, supresión y/o abolición de toda forma de poder; y esto comprende en primer término al Estado clasista de nuestra época. Ciertamente que el poder no desaparece en acto, porque con la derrota (definitiva) del antiguo régimen (el del capital) tenemos una de dos: i] se abre inmediatamente un nuevo periodo de luchas para afirmar el poder constituido de los productores libremente asociados, la sociedad de los libres e iguales, la ciudadanía global, el comunismo auténtico;5/ o ii] sucumbimos ante un nuevo poder burocrático y despótico que se apropia de la representación de esos libres e iguales “en nombre del socialismo”. Creemos por eso que buena parte del debate sobre las ideas de Holloway siguió un rumbo que no tuvo para nada en cuenta la perspectiva que señalamos, puesto que por cambiar el mundo se entendió la clásica “toma del poder” leninista (primero hay que tomar el poder: el “asalto” al Palacio de Invierno). Leída de esta manera, la tesis de Holloway resultaba para muchos un absurdo y por ello un sinsentido, pero lo interpretaron (deliberadamente) mal.

·         La “vigencia” del Estado, durante o después de la revolución, según las condiciones históricas específicas a cada país, solamente puede tener un carácter transitorio. Esta transitoriedad debe estar en función de su disolución y no de otra cosa (p. ej. “reformas democráticas”) ya que es la sociedad organizada y sus expresiones institucionales donde se afinca el nuevo poder constituyente. Durante el periodo de transición el Estado se halla sujeto a su propia extinción-disolución, pues de lo que se trata es de acabar con el actual estado de cosas y con la misma “cosa”-Estado. Fue la tesis enarbolada por Lenin meses antes del célebre octubre (Lenin 1971), tras su estudio de las experiencias revolucionarias de 1848 y 1871, pero de la que se “olvidaron” él y los bolcheviques al afrontar la reconstrucción de la República Federativa de los Soviets de Rusia luego de la guerra civil (el “nuevo” Estado era en realidad el partido, y con el ascenso de Stalin se afianzó la dictadura del partido, no la “dictadura de la clase obrera”). Hemos discutido el tema de la transición desde la perspectiva latinoamericana en Romero (2008; 2009c).

·         Como se indicó al comienzo de este trabajo, la revolución que estamos propugnando tiene como objetivo principal “salvar el planeta” de la depredación capitalista que está teniendo lugar en todas partes. Esto comporta disponer de un plan general y a distintas escalas territoriales, con sus respectivas estrategias, para “detener en seco” el funcionamiento de la maquinaria de la acumulación mundial, lo cual tiene que ver con las condiciones de producción a las que están sometidos los trabajadores y trabajadoras en todo el mundo. En este contexto, hay que reestablecer el papel protagónico de la “clase obrera”, tanto en el Norte como en el Sur. Pasar del “mito” a la acción combativa y en tal sentido interpelamos principalmente a los obreros de base, antes que a sus burocracias intermediarias. Apropiarse del aparato productivo por parte de los trabajadores, expropiándoselo a los capitalistas, es una de las tareas decisivas para el éxito de la revolución. Si se logra detener este aparato que solo sirve a la acumulación del capital, estaremos incidiendo de hecho en detener también la destrucción de la “naturaleza”, y todo esto exige –insistimos— un plan coordinado a escala mundial.

·         Si la economía real es recuperada por la sociedad organizada, en todo el mundo, el capital financiero no tendrá adonde ir, huirá despavorido hacia ningún lado. Seguramente se desatará el “pánico” especulativo, pero si las condiciones vitales de la economía mundial están aseguradas solidaria y mancomunadamente por los trabajadores y ciudadanos, obreros y campesinos, indígenas y pequeños productores, de todas las razas y todos los colores, ese pánico representará únicamente el grito desesperado del fetiche inicuo (el capital-dinero) como acto final previo a su desplome –esta vez, que sea para siempre— en las bolsas.

·         Junto al plan que expresara nuestra política de detente, para “parar” el capitalismo, debemos contar al mismo tiempo con otra estrategia que permita redirigir la producción a la atención de las necesidades mundiales más urgentes -vista la inoperancia de las “cumbres internacionales” en materia de alimentación—, especialmente hacia el llamado Tercer Mundo (hambre y malnutrición, pobreza). Esto podría considerarse un plan de emergencia de ejecución inmediata, dentro del plan general; pero debe haber otro plan ad hoc relacionado con la recuperación de la naturaleza para la vida humana.

·         Tengamos en cuenta estas palabras de Marx en El Capital: “El verdadero límite de la producción capitalista es el propio capital” (Marx 1982: 321). Con la globalización ese límite coincide con los límites físicos del planeta, impactando sobre las propias leyes de la naturaleza, alterando el metabolismo de esta y transformando sus equilibrios ecológicos en crisis ambientales cada vez más severas, volviéndose contra el régimen de producción imperante en todo el mundo. El agotamiento de las tierras de cultivo; la urbanización desenfrenada; el avance de la desertificación; la desglaciarización; el agotamiento y la contaminación de las fuentes de agua; desaparición de bosques, especies y ecosistemas enteros, etc., son algunas muestras de la contradicción que acabamos de señalar. Un plan de emergencia en este sentido, realizado por sujetos colectivos y populares, debería priorizar las áreas más afectadas por -y sensibles a— la destrucción. En el caso de América Latina estamos hablando de la amazonía y los territorios indígenas allí existentes, cuencas, valles interandinos afectados por la deforestación, páramos, bosques nublados en zonas de estribación, manglares, humedales, concesiones forestales, áreas protegidas de alta biodiversidad o endemismo, ecosistemas de montaña, y tantos otros. Para que el plan sea efectivo se requiere impulsar la intervención organizada de las poblaciones locales cuyas condiciones de existencia están fuertemente interrelacionadas con el manejo y conservación de ecosistemas; y esto presupone el fortalecimiento de la organización y el poder autónomo de lo que Martínez Alier llamó desde hace tiempo el «ecologismo popular» (Martínez Alier 1994).

·         El crecimiento de la población mundial, que ya adquiere dimensiones malthusianas con respecto a la disponibilidad de los recursos del planeta, impone asimismo un severo límite al capital. Son millones de millones de seres cuyas capacidades humanas de producción y potenciales creativos son negados por el capital, debido a la relación de exclusión pero también de segmentación que este les impone. Representan entonces fuerzas productivas que no pueden desarrollarse en el marco de las relaciones capitalistas, excepto para servir a los propósitos de la acumulación si el capital puede succionar de ellos y ellas más plusvalor. Como el capital no los explota directamente, y si lo hace ocurre según el llamado “ciclo de los negocios”, esa población que habita mayormente en las áreas periféricas de las grandes ciudades y en las zonas rurales más deprimidas, se vuelca a engrosar el llamado “sector terciario” (comercio y oferta de servicios populares) y/o a extraer de la naturaleza lo que puede para poder complementar sus ingresos monetarios que obtiene en el mercado local-regional. En este contexto, podríamos decir que la contradicción entre esas fuerzas productivas desdeñadas por el capital y las relaciones de propiedad bajo su dominio, que bloquean el libre desarrollo de aquellas, se desenvuelve en el tiempo como una contradicción latente. El acceso a los derechos de propiedad (entrega de títulos) por parte de los pequeños productores y pequeñas empresas familiares, concedidos por el capital y su Estado, no suprime esa contradicción porque el sistema siempre está generando sobrepoblación relativa y «marginales», de manera permanente.

En países como el Perú el «sector informal» funciona como receptáculo de todos los que son expulsados del aparato productivo y gubernamental del sistema, siendo asimismo el espacio donde la mano de obra desechable y/o “no calificada” puede generar su propia “ocupación” (autoempleo), o inventársela. Este sector informal convive y se relaciona cotidianamente con la parte “moderna” en el mismo espacio, tal como se puede observar, p. ej., en la vida urbana; de manera que carece de sentido seguir hablando de «dualismo». Para la crítica de la visión liberal de la «informalidad», desde la perspectiva histórico-estructural de la «marginalidad», véase Quijano (1998: 63-108). Nuestra propia crítica a la concepción liberal de Hernando de Soto sobre el capital y la propiedad se encuentra en Romero (2009a) y (2009b).

·         Pensar y hablar de revolución mundial conlleva que cualquier acto “subversivo” a poner en práctica desatará irremediablemente (es cuestión de tiempo y dependiendo del escenario y las condiciones que este reúna) reacciones en cadena por parte de los poderes hegemónicos, principalmente reacciones de carácter ideológico-cultural junto con una respuesta violenta no menos represiva. El control de los aparatos y medios masivos de comunicación, así como la producción-emisión de mensajes y discursos, han sido convertidos por los capitalistas en la muralla de justificación (en tiempos de “paz social”) y primera línea de defensa (en tiempos de crisis) de su sistema. No es un hecho fortuito que mucha gente, en realidad miles de millones, crean ilusamente que el capitalismo tiene todavía “algo bueno” que darles, porque es consecuencia de la alienación de las subjetividades y mentalidades debido a la apropiación por el capital de las condiciones de comunicación. La batalla por las ideas y el trabajo clandestino al interior de las fuerzas armadas son dos frentes de lucha de vital importancia que no pueden ser descuidados.

Como podemos darnos cuenta fácilmente, la vieja pregunta de Lenin sobre el ¿Qué hacer? –y ¿por dónde empezar?, añadimos nosotros para complicar el asunto—, abordándola desde nuestro tiempo histórico, tiene hoy en día connotaciones más complejas, radicalmente distintas a la época en que vivió el extraordinario y sagaz dirigente bolchevique. Pero si como dice Carr, “Lenin [...] estuvo dirigido y dominado durante toda su vida por un único pensamiento y un solo propósito” (1985: 37) fue porque dedicaba las 24 horas del día a pensar y dar cada paso, por pequeño que fuese, en dirección de la revolución y más allá de esta. No fue infalible, tampoco creemos que haya nadie capaz de negar la estatura intelectual que tuvo ni rebajarle la condición de primer revolucionario marxista victorioso. Y sin embargo, ¿Lenin hubiera sido Lenin sin la época que le tocó vivir?, ¿sin la heroicidad del pueblo soviético (obreros, campesinos pobres, soldados)?, ¿sin la presencia de sus camaradas de partido (los otros dirigentes del bolchevismo histórico) con quienes compartió la clandestinidad, el destierro, las persecuciones, el exilio y la cárcel, pero que posteriormente sucumbieron bajo el Termidor de Stalin y sus secuaces? Su experiencia vital como político y revolucionario marxista, su tremenda capacidad de organizador, propagandista, de polemista temible, su misma dimensión de estadista y estratega, aun tienen no poco que aportar a nuestra época, así sea para evitar repetir lo que juzguemos que el mismo Lenin haya hecho o pensado mal.

Las cartas están sobre la mesa, y antes de optar por cualquiera de ellas (el momento y el lugar para iniciar el proceso revolucionario) es necesario primeramente reivindicar estas palabras: revolución, emancipación, comunismo. Por eso cerramos este trabajo –pero el debate está abierto— con un extracto del mensaje final de Daniel Bensaïd:

“El comunismo no es una idea pura, ni un modelo doctrinario de sociedad. No es el nombre de un régimen estatal, ni el de un nuevo modo de producción. Es el de un movimiento que, de forma permanente, supera/suprime el orden establecido. Pero es también el objetivo que, surgido de este movimiento, le orienta y permite, contra políticas sin principios, acciones sin continuidad, improvisaciones de a diario, determinar lo que acerca al objetivo y lo que aleja de él. A este título, es no un conocimiento científico del objetivo y del camino, sino una hipótesis estratégica reguladora. Nombra, indisociablemente, el sueño irreductible de un mundo diferente, de justicia, de igualdad y de solidaridad; el movimiento permanente que apunta a derrocar el orden existente en la época del capitalismo; y la hipótesis que orienta este movimiento hacia un cambio radical de las relaciones de propiedad y de poder, a distancia de los acomodamientos con un menor mal que sería el camino más corto hacia lo peor.” (Bensaïd 2010).

Notas

1/ Véase nuestro trabajo precedente (Romero 2010).

2/ En la introducción a su libro recopilatorio Quijano advierte: “[...] estos textos son, en rigor, materiales primarios para una elaboración posterior, que deben ser leídos en el contexto de la historia de los debates correspondientes, sin perjuicio de la crítica.” (1977: 23). Centramos la atención en las reflexiones y argumentos de Aníbal Quijano, por su larga y dilatada trayectoria intelectual, y porque estamos más familiarizados con sus escritos; sin que esta elección reste méritos a otros intelectuales que han venido haciendo contribuciones importantes a la corriente de ideas de la heterogeneidad estructural. Mignolo (2002b) menciona a Fernando Coronil (Venezuela) y Silvia Rivera Cusicanqui (Bolivia), además de los intelectuales (pensadores y filósofos) de otras latitudes cuyas teorías constituyen “puntos de fuga” («epistemología fronteriza») respecto del eurocentrismo.

3/ «Ni la utopía reaccionaria de la mundialización desenfrenada y del neoliberalismo generalizado, ni las prácticas de la gestión política del caos [...] que esta utopía supone, son sostenibles. Para atenuar los efectos destructivos de la misma y limitar el peligro de violentas explosiones, los sistemas de poder intentan poner un mínimo orden en medio del caos. Las regionalizaciones concebidas en este marco persiguen esta finalidad atando a las diferentes regiones de la periferia a cada uno de los centros dominantes: el ALENA (NAFTA, en inglés) somete a México (y, en perspectiva, a toda América Latina) al carro norteamericano; la asociación ACP-CEE, los países de África al de la Europa Comunitaria; el nuevo ASEAN podría facilitar la implementación de una zona de dominación japonesa en el Sudeste Asiático. La propia construcción europea es arrastrada en el torbellino de esta reorganización neo-imperialista asociada al despliegue de la utopía neoliberal.» (Amin 2001: 23).

4/ Véase la entrevista de Jaime de Althaus a Baltazar Caravedo en el programa La Hora N (22 de enero 2010), por el lanzamiento del video “Transformemos el Perú”, difundido desde youtube. La entrevista y el video se pueden ver, respectivamente, en:

www.youtube.com/watch?v=XSyUMGRbhW0&feature=response_watch

www.youtube.com/watch?v=oJIhNHIC95Q.

5/ Como sostuvo el viejo Marx: «La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella, y las formas de Estado siguen siendo hoy más o menos libres en la medida en que limitan la “libertad del Estado”.» (Marx 1979: 29).

Referencias

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