¿Son posibles nuevos paradigmas para el marxismo?

Sobre paradigmas, Estado y significativa parálisis

04/04/2008
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  • Opinión
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El presidente de la República, en su visita (hace pocas horas al Sindicato de la Bebida), realizó algunas definiciones realmente importantes, entre ellas mencionó la necesidad de implementar la reforma del Estado a fin de comenzar una batalla que será larga y difícil contra intereses creados que se expresan en corporativismos de todo tipo, algunos tan ominosos como los existentes en ciertos organismos públicos, que se hacen difíciles de combatir por sus inter relacionamiento con sectores que los amparan.

Lo que ocurre en la enseñanza, en algunas empresas públicas (veamos las declaraciones del presidente de Antel, Edgardo Carvalho), etc., etc., para poner algunos ejemplos que están en el centro informativo por estos días, está provocando el desánimo de muchos porque – evidentemente – no puede existir la imposibilidad de llevar adelante políticas de modernización en ningún tipo, por mejor intencionadas y bien inspiradas que estas estén y comprendan –como en el caso de la enseñanza – un claro reclamo generalizado de mejorar la situación salarial de maestros y profesores, que todos sabemos, desde hace un largo tiempo es realmente lamentable.

Quizás se deba a una visión que tuvo la izquierda en el pasado, que hoy se está claramente revisando, que vinculaban los avances sociales a la expansión del sector público, llevando a grandes sectores de izquierda a considerar la defensa del sector público – y las políticas keynesianas de impulso a la demanda – sectores que debían ser el eje de una nueva gestión en respuesta a la crisis en que el país se debatió, por razones exógenas y torpezas propias, durante el gobierno de presidente Jorge Batlle, la que podríamos extender al año 1998, cuando se produce la devaluación en Brasil y el ministro Mosca y el presidente Sanguinetti, en un grado superlativo de soberbia e irrealidad, no adoptaron medidas sosteniendo que este país estaba en condiciones de “aguantar con éxito” la debacle del cierre del mercado brasileño que afectó drásticamente la competitividad del país, en el que nuestros productos “carísimos” no podían entrar por razones de precio al que era nuestro principal mercado comprador.

Claro, el Frente Amplio se encontró con un país funcionando, con las corporaciones ya establecidas, defendiendo sus intereses, con vicios enquistados en el cuerpo social y con un proyecto quizás poco factible de concretar en el mundo moderno, con enunciados generales que culminaban - como decíamos en los primeros párrafos – demasiado confusos, poco concretos que, en definitiva, se sublimizaron en la defensa de las empresas públicas en contra de las “malditas” privatizaciones, como si estas, por si misma, fueran un pecado de “lesa humanidad”

Sin duda el gobierno, más allá del grueso tomo de lo establecido en los estatutos del Frente Amplio, ha debido asumir una estrategia económica de realismo, o de rigor, que significa hacer de la competitividad, el crecimiento de la producción, el mercado interno por la vía de la suba de salarios y jubilaciones, reduciendo la marginalidad y la pobreza, dentro de una lógica de hierro. Hoy, quizás, el basamento de una utopía socialista moderna puede estar – aventurando una opinión quizás atrevida – el comprender el significado de algo tan obvio como que el socialismo es el crecimiento del control social sobre la producción, y no al colapso de la producción, como siguen aventurando en un esquema catastrófico algunos sectores concretos, hoy altamente conflictivos a los que nada les sirve.

Quizás, como sostiene Paramio (1), el fundamentalismo marxista todavía no ha desaparecido y, para quienes se mueven en ese marco, el socialismo factible no sería sino la tardía coartada ideológica de una política de traición a los intereses de clase. Por aquí lo estamos viendo casi a diario en la prédica de algunos sectores políticos prácticamente testimoniales, sin responsabilidades ejecutivas en ningún frente, por lo cual solo les queda la diatriba subida, sesentista, adjetivando en contra de luchadores en largas batallas por imponer los derechos objetivos de todos. Por suerte han dado un paso al costado, sin advertir que en el descampado tendrán menos posibilidades de desarrollo pese – lo debemos admitir – que existe una potencial cantera de confundidos y descontentos de la cual estos sectores pretenden sacar rédito.

A nosotros nos comprenden las generales de la ley, porque desde nuestra columna no hemos nunca acallado una crítica, ni torcido un informe, ni iniciados “operativos” políticos, casi todos deleznables, que tienen el objetivo no de defender al conjunto de las ideas, sino de sacrificar verdades a favor e intereses particulares, muchas veces auténticos y válidos, pero que la misma metodología los lesiona.

Una columna – debemos reconocer – en que trascienden también nuestras dudas, contradicciones, “baches” ideológicos e informativos de todo tipo. Pero, más allá de una cosa y otra, luego de largos años en el oficio de “opinadores políticos”, si existe esa categoría dentro de la prensa, también nos arrepentimos de errores del pasado y del presente, pero eso si, reclamamos de todos una actitud de respeto, de sana polémica y no “diatriba de pasillo”, la que despreciamos y de la que en alguna oportunidad deberemos realizar puntualizaciones.

Desde esa óptica, y que nos perdone el lector la “cháchara” personal, nos preocupa hoy el futuro del país, donde todo es trabajoso, lento, con miles de obstáculos y vicios que, para avanzar hacia el progreso hacia algún modelo plausible, de contenido humano e igualitario, necesariamente deben de ser removidos.

¿Es necesario un cambio de paradigma para la izquierda? En algunos casos puede ser equiparable a una conversión religiosa. Invocar al marxismo como religión, era un intento absurdo. Sin embargo hay quienes lo hacen y quieren cumplir sus preconceptos, algunos de ellos enseñan que para construir lo que podríamos llamar la “hipótesis revolucionaria”, la idea es la destrucción revolucionaria del Estado.

Parecería que conceptos como éste se dan de bruces contra las acciones de la propia izquierda que han sido, en los últimos años, los principales defensores del Estado, casi congelado dentro de un esquema en que cualquier retoque (como el que se plantea, por ejemplo, para AFE de asociarla con capitales privados), provoca indisimulados escozores. Por supuesto, las corporaciones reaparecen, se defienden y lo seguirán haciendo.

Será una pelea larga y difícil.

Nota

(1) Ludolfo Paramio (Tras el diluvio. La izquierda ante el fin de siglo)
https://www.alainet.org/fr/node/126769
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