El mercado global: ente sin gente
- Opinión
Quienes han patentado aquella denominación están empleando la misma táctica que los laboratorios de ingeniería genética han llevado adelante, rebautizándose, pasado un primer momento de inconciencia semántica, biotecnológicos y usando la consigna “ciencias de la vida”. El calificativo bio-tecnología confunde en un único movimiento a las biotecnologías usadas por el hombre desde tiempo inmemorial, para hacer quesos, panes, vinos, con los recientes hallazgos tecnológicos para hacer transgénicos. Un salto cualitativo enorme que es abusivo designar del mismo modo. Igualmente, “ciencias de la vida” es otro recurso propagandístico que nada dice en rigor, porque es mucha la ciencia conectada con “la vida” y con mayor precisión, tendría que denominarse “ciencias de la vida manipulada” o transgénica o genéticamente modificada. Pero eso es precisamente lo que quieren evitar, ¿no?
Con los necrocombustibles pasa exactamente lo mismo: se bautiza con un prefijo que significa “vida” el consumo maquínico –automotores– a costa de vida, precisamente.
En rigor, el prefijo “bio” aplicado a la política tendría que ir haciéndonos modificar esa carga semántica. Pero parece haber un cierto retardo para que las “verdades” sociales lleguen a los reductos de las “ciencias duras”.
De todos modos, con los necrocombustibles están claros los campos de fuerza planteados.
A su favor, Bush vanguardizando su expansión, Lula acordando un sitio preferencial para Brasil –país decano en tales combustibles– ante aquellas necesidades en expansión de EE.UU., y en el mercado local, el ingeniero Huergo, que ha llegado a afirmar, en una especie de necedad mezclada con miopía mental, que el calentamiento global es bienvenido porque aumenta el área sembrable con soja transgénica, y por último, más en general, el mercado, es decir inversores ávidos de negocios siempre novedosos.
En contra están ecologistas, investigadores y agrónomos que advierten que la expansión de cultivos para combustibles irá en desmedro inevitable de cultivos alimentarios, encareciendo desde ya la canasta de los pobres (ya hay carestía de maíz, nada menos, en México, su cuna), que la demanda de tal tipo de combustible es tan alta que desequilibrará toda oferta de cultivos, algo que por consiguiente alterará muchísimo el costo y el acceso de granos para alimentación humana.
El presidente Bush quiere, por ejemplo, unas 70 millones de hectáreas para plantar un pasto que, según informes que le han sido presentados, sería el de mayor rendimiento por unidad de energía,[1] sólo que hay que conseguir 70 millones de ha., y eso para obtener apenas el 5% del consumo actual de combustible en EE.UU., que es la primera etapa que Bush ha proclamado.
En general, el rendimiento para bioetanol y biodiesel es muy bajo respecto de los insumos energéticos que exige su obtención,1 por lo cual, aun sin considerar cómo tal producción va a afectar, inevitablemente, el mercado de alimentos para humanos, desde ya resulta un pésimo negocio ambiental (aunque resulte brillante para especuladores y oportunistas que seguirán externalizando costos). George Monbiot, por ejemplo,[2] ha calculado que la emisión contaminante producida en la obtención del combustible proveniente de la palma aceitera excede la emisión de CO2 del mismísimo petróleo.
Entre los partidarios entusiastas de los necrocombustibles y los refractarios, hay algunos especímenes como Al Gore o la FAO que están, dicen estar, en el medio. Un medio peculiar: Gore acalla su conciencia advirtiendo el daño que presenta la perspectiva de una expansión avasallante de cultivos para proveer de energía a automotores que vaya en desmedro de alimentos para humanos, pero no se quiere perder el negocio, y en sus presentaciones se advierte el entusiasmo comercial. En el caso de la FAO, la organización dedicada a la agricultura y a la alimentación (en inglés: Food and Agriculture Organization) de la ONU, a la vista de las posiciones por momentos opuestas, que expresan sus documentos oficiales, debemos sacar en consecuencia que su orientación no es homogénea; en un momento, como pasó con la generalidad de las comisiones y organizaciones de la ONU, la FAO, con su director Jacques Diouf, se plegó a los laboratorios de ingeniería genética y junto con el PNUD, la OMS y el PMA extorsionaron a países refractarios a los OGMs;[3] sin embargo, ante el auge de los necrocombustibles la FAO ha criticado que ese desarrollo sea en desmedro –que entiende inevitable– de cultivos alimentarios. Más vale tarde...
Hay, empero, un elemento decisivo que diferencia a partidarios y refractarios: el ser humano. Veamos cómo trata “el mercado” esta cuestión.
“El mercado” se constituye por los inversores o los interesados en invertir. Son todos caballeros y damas, muy humanos, ellos. Se saludan, se sonríen. Parecen, propiamente, humanos. Sin embargo, uno retiene una sospecha.
Pasemos revista a un encuentro de inversores. Como tantos. En el caso que este cronista registra, el presentador del tema es Julio Rodríguez, al parecer figura clave de BGS Group, un ente “dedicado a detectar oportunidades de inversión” como dice su folletería, en tanto su nombre revela su inclinación cultural. El 22 de agosto cierra su alocución (en la Fundación Rojas) ponderando la existencia de “muchísimos factores para realzar, que no se trata de largarse a tontas y a locas”. Ser prudente, pontifica todo el tiempo… tener los diversos factores en cuenta: “el costo de la materia prima”, “el costo del proceso”, “el precio del mercado”, “el rendimiento por hectárea”, “también la escala tiene su prudencia”, “[…] en principio, es una muy buena oportunidad, los mercados lo están demostrando y la mayoría de los países […] las conclusiones para Argentina, señores, como dije hace un rato, aleluya, ojalá esto dure y nosotros sepamos aprovechar la ventaja […].”
Si revisamos los factores que estos consejos de sabia inversión repasan, no veremos en lugar alguno a los seres humanos. Salvo, claro, los interesados en invertir que se deben considerar seres humanísimos y excelentes. Pero la gente, la gente común, los que trabajan y viven a menudo en los lugares que van a ser arrasados por los monocultivos industriales, no aparecen en sitio alguno. Tampoco aparecen los sectores sociales para quienes un aumento mínimo en los precios de alimentos básicos es una catástrofe.
Con lo cual podemos establecer una diferencia cierta y neta entre quienes andan a la búsqueda de mejores beneficios y son partidarios de los necrocombustibles como “la inversión de la hora” y quienes analizan el surgimiento de tales combustibles por su incidencia en el destino de los seres humanos, en sus labores y manutención diaria.
Se puede discutir mucho si la ecología, el pensamiento crítico, la izquierda política, constituyen formas de humanismo; personalmente considero que algunas de esas concepciones adolecen de deficiencias graves, que han ocasionado daño a los seres humanos de carne y hueso, pero de lo que no cabe duda es que el mercado es un antihumanismo neto y categórico.
Y que es desde “el mercado” que se promueve el auge de necrocombustibles. Si ello exige una mayor quimiquización de cultivos y suelos, no importa. Si esta operación afianza, todavía más el control de toda la circulación alimentaria en manos de poderosos despojando un poco más todavía de autonomía alimentaria a pequeños campesinos, no importa (mejor dicho, se habrá avanzado en un plan que hay que denominar campesinicidio). Si el auge de los necrocombustibles, bendecido por el mercado, “obliga” a los países metropolitanos a “usar” la periferia, como ya se perfila con el acuerdo Bush-Lula, tampoco importa. No es novedad.
[1] Ese pasto otorgaría una disponibilidad energética de 1 a 4; es decir por cada unidad de energía que hay que aplicar para producirlo, se obtiene 4 unidades en forma de combustible. Otros vegetales presentan una relación no tan conveniente, 1 a 3, 1 a 2; con el maíz 1 a 1,5 y hasta puede resultar negativa. Como sucede con la palma aceitera, por ejemplo.
[2] “Peor que los combustibles fósiles”, futuros, no 10, Río de la Plata, otoño 2007.
[3] Véase la carta abierta a la FAO de Lim Li Lin y Chee Yoke Heong en futuros, no 7, 2004/2005.
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