Género en la revolución comunicacional
- Opinión
Ahora bien, si comunicación y sociedad se funden cada vez más entre ellas, sus dinámicas están marcadas por la monumental brecha estructural que fracciona al mundo en innumerables formas de desigualdad: entre países, grupos sociales, clases, etnias, géneros, etc., tangibles tanto en los medios de comunicación como en la ciber-comunicación. Esto se expresa tanto en los términos del acceso como en el poder de delinear las políticas relativas a este quehacer.
Surgida en un contexto patriarcal y capitalista, la nueva realidad comunicacional arrastra todas las sinrazones de ambos sistemas, lo que se refleja en particular en su edificación androcéntrica que marca límites entre quienes deciden, poseen y diseñan, y quienes apenas acceden. Las brechas de desigualdad histórica, los actuales refuerzos de exclusión que impone el modelo, más el remozamiento de la ideología y prácticas sexistas, constituyen elementos clave para figurar los matices de género del mapa comunicacional actual que es extenso y complejo.
Se mantiene sexismo
En este mapa figuran, por un lado, los medios masivos, reconocidos por sus usos que destilan pensamiento único, monopolizados y controlados mundialmente por unos cuatro pares de corporaciones, liderados por una visión mercantilista que funge a la vez como ideología y hoja de ruta para la incorporación de las mujeres. Los monitoreos de la imagen y representaciones de las mujeres en los medios masivos (1) dan cuenta de una cierta integración cuantitativa, pero también informan que los espacios ocupados por las mujeres continúan siendo estereotipados y mayormente concentrados en lo considerado como poco trascendente.
En otro registro destaca la antítesis de lo anterior: los medios alternativos y la prensa libre, que se levantan desde prácticas de apropiación del derecho ciudadano a la comunicación y que por lo general no tienen fines comerciales. Es el espacio en el cual se registran los más importantes avances en el desarrollo del enfoque de género y en la creación de iniciativas comunicacionales feministas y de mujeres. No obstante, tratándose de un espacio heterogéneo, estos desarrollos también lo son, de modo que el sexismo mantiene también expresiones en este espacio.
Por otro lado, está el infinito universo de comunicación abierta y multidireccional activado por la emergencia de las nuevas tecnologías de la comunicación, que también son patrimonio del mercado digital y de las telecomunicaciones, con sus mega fusiones monopólicas, pero que no obstante, por su propia complexión, propician numerosas apropiaciones que escapan de ese control. Es más, se habla ya de una democratización sin precedentes de las interacciones comunicacionales conquistada a través de estos canales. Es aquí donde las mujeres, especialmente como grupo social organizado, han encontrado una herramienta de enlace internacional y presencia sin precedentes. Sin embargo, en términos generales, si hasta en los países abanderados de los avances tecnológicos ellas aún son minoría, ni hablar entonces de las regiones llamadas pobres en información como África, que representa apenas el 1% del mundo conectado, y donde de esa cifra casi ilegible las mujeres son escasas.
En un mundo dominado por lo masculino...
La posibilidad de comunicar en tiempo real ha cambiado las significaciones, las posibilidades relacionales y espaciales, tanto las que están basadas en el modelo mercantil como las que procuran subvertirlo. Sin duda se necesitarán décadas para aprehender las resignificaciones culturales y sociales propiciadas por los nuevos modos comunicacionales, desarrollados a través de estas tecnologías y de sus infinitas posibilidades, entre cuyos activos figura ya el de facilitar, entre otros, el afianzamiento de múltiples dinámicas sociales articuladoras de acciones y pensamiento contestatario a nivel mundial, en cuyo escenario las mujeres sí están presentes.
Estamos ante un modelo de sociedad cuyos alcances definitorios reposan sobre la comunicación y el conocimiento. Así, hablar de comunicación de género es ahora más que nunca un acto indisociable del análisis de las relaciones sociales e ideológicas de un proceso, entre otros tecnológico, coligado al mercado, su obsesión de lucro y sus criterios androcéntricos de validación asociados. Lo mismo aplica para el conocimiento, cuya noción universalizante refiere por su parte a lo codificable, cuantificable y rentable, presupone la existencia de un sujeto universal a partir del cual se define todo. Los avances tecnológicos considerados como aspecto central de este patrimonio, flaco en enfoque de género, reflejan que “La tecnología es parte de nuestra cultura y nuestra cultura, dominada por lo masculino, ha desarrollado tecnologías que refuerzan la supremacía masculina” (2), y es esta última que se asume como punto de partida para la validación del conocimiento.
Esta visión excluyente, que pone al margen distintas formas de comunicación y de conocimientos de las mujeres y de las culturas discriminadas, repulsa todo lo que no se asemeja a la percepción Norte-centrista y mercantil, poniendo en riesgo a la vez la expresión de las diversidades y reduciéndolas a simples franjas de mercado. Según ese mismo enfoque, todo lo validable como forma de comunicación pasa por algún filtro de experticia etnocéntrica asociada a los mitos modernizadores, que impone reglas de juego en las cuales las mujeres –y la mayoría de la ciudadanía común- no califican. Es más, las mujeres están casi ausentes de los exclusivos círculos de producción de conocimiento y tecnología, cuyas reglas de integración están marcadas por los patrones de segregación sexista tradicional: ellas son numerosas como anfitrionas de los ciber-cafés o como procesadoras de datos, pero escasas en los círculos de concepción y diseño de conocimiento y tecnología. Así, de mantenerse la lógica mercantil y tecno-patriarcal predominante, esta forma de censura sexista profundizará las brechas existentes.
Si la desigualdad de las mujeres es el resultado de una historia de relaciones sociales construidas bajo patrones discriminatorios, la sub-representación de las mujeres en los espacios comunicacionales, en un momento en el que, como señala Ignacio Ramonet, “los mercados financieros son el primer poder, y el segundo no es el político, sino los medios de comunicación”(3), da cuenta de una realidad, pues son ellas quienes siguen acaparando el record del analfabetismo, la pobreza, el desempleo, el subempleo, y el exceso de responsabilidades familiares y sociales.
La lucha por la igualdad
Es importante, entonces, visualizar no solo cómo las mujeres acceden o se insertan en las dinámicas de comunicación sino cómo ellas intervienen en su calidad de sujeto político, pues no se trata solo de participación ni incluso de propiedad, recursos o acceso a la dirección o toma de decisiones, sino de diseño, de orientaciones, de visiones, de desarrollo y construcción de otro modelo.
En la IV Conferencia Mundial de la Mujer de la ONU (Beijing 1995), las comunicadoras sentaron un precedente al lograr colocar la comunicación –incluido el acceso a la tecnología-en la Plataforma de Acción, donde figura como eje importante para el empoderamiento y la igualdad. En esa misma ocasión, las mujeres ubicaron “la necesidad de transformar las estructuras mismas de la desigualdad y la opresión. El género en tanto que concepto fue reconocido como un problema estructural y no sólo social”(4). Estos aspectos interrelacionados y ubicados en un contexto, como ya lo señalamos, de cuño comunicacional, implicaría una prioridad central en términos de concreción del derecho de las mujeres a la comunicación.
Pero no es así, cinco años después de dicha Conferencia, la Declaración encaminada por el movimiento de comunicadoras a su revisión + 5 señalaba que “...las políticas y regulaciones internacionales sobre comunicación están concentradas en instancias como la Organización Mundial del Comercio y la Unión Internacional de Telecomunicaciones, que están dominadas por intereses del mundo de negocios. El acceso de las mujeres a los medios de comunicación tiene poco peso en sus decisiones”(5).
Por eso, casi diez años después, en el marco del proceso de la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información, la Declaración de la Sociedad Civil, en su inciso sobre Justicia de Género, reitera la aspiración de que: “Las sociedades de la información y la comunicación equitativas, abiertas e inclusivas deben basarse en la justicia de género y guiarse particularmente por la interpretación de los principios sobre igualdad de género, no discriminación y habilitación de las mujeres ...Todas las acciones deben demostrar no sólo un fuerte compromiso, sino también un alto nivel de concienciación en pro de un enfoque intersectorial que elimine la discriminación resultante de las desiguales relaciones de poder en todos los niveles de la sociedad”(6).
Al margen de los límites de la acción de la ONU y del débil impulso a los acuerdos que resultan de las Conferencias, estos indicadores de tendencias dan cuenta de los cortos empujes acordados a la igualdad en los espacios institucionales cuando de asuntos estratégicos se trata. Más aún, con la adhesión cada vez más neta de este organismo a los intereses corporativos y al libre comercio, en breve, al modelo, pocas esperanzas quedan que los cambios estructurales para la igualdad entre los géneros sean impulsados desde allí.
La comunicación como derecho
Paradójicamente, el movimiento de mujeres, que como sector organizado registra una importante inserción en el mundo de las tecnologías de la comunicación(7), no ha puesto el grito en el cielo frente a esta forma de marginación, que en tiempos actuales tiene matices de una exclusión del diseño de la sociedad, casi no se ha movilizado para respaldar las incursiones de las comunicadoras feministas, que reivindican el derecho a la comunicación en los escenarios donde se deciden las políticas actuales y futuras en esta materia, como es el caso de la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información.
Esta indiferencia resulta sin duda de múltiples factores sociopolíticos, pero también da cuenta de un orden de prioridades en las cuales las reivindicaciones relativas al derecho a la comunicación y a la tecnología son aún asuntos percibidos como temas especializados.
Persiste, asimismo, en algunos sectores una fuerte percepción utilitaria y focalizada en los medios, por lo general comerciales, como vías para difundir noticias, mensajes, panfletos, y que dista aún de un enfoque que integre esta necesidad al ejercicio de un derecho universal. Y, seguramente, esto tiene también que ver con la marginación histórica de las mujeres en estas áreas, pues como lo identificó la antes mencionada Conferencia Mundial de la Mujer, realizada en 1995 y cuyas evaluaciones +10 no arrojan variantes significativas, las áreas menos permeables a la participación de las mujeres siguen siendo las de mayor poder: la economía, las finanzas, la ciencia y la tecnología, todas íntimamente relacionadas con las realidades de las dinámicas comunicacionales actuales.
Uno de los desafíos planteados por el movimiento por el derecho a la comunicación, en el marco de la Cumbre de la Sociedad de la Información, es el de procurar que esta última gire en torno a las personas, lo que alude directamente a los peligros de que ellas sean desplazadas como sujeto para privilegiar al mercado, como ya sucede, no solo por la concentración de la propiedad sino por el monopolio sobre la producción intelectual y el autoritarismo con el que se impone el enfoque comercial en el conjunto de sistemas comunicacionales. Esto, sumado a la ola de conservadurismo galopante, es una bomba de tiempo contra los derechos de las mujeres.
Se trata así de la resistencia ante un diseño de sociedad que tiene que ver con todos los aspectos de la vida y del futuro. Entonces, como lo dice Sally Burch, “Ante un futuro que nos ofrece la alternativa de ser o ciber-consumidoras o excluidas, nos queda la opción de afirmarnos como ciudadanas. Y entonces tendremos que encarar a la comunicación en términos de derechos” (8). Sólo así se podrá encaminar la aspiración de una sociedad de la comunicación “basada en principios de transparencia, diversidad, participación y justicia social y económica, e inspirada por la equidad entre los géneros, entre las diversas perspectivas culturales y regionales”(9).
Irene León es socióloga y comunicadora ecuatoriana; directora de FEDAEPS e integrante del Consejo de ALAI.
Notas:
(1) WACC, Media and Gender Monitor, www.wacc.org.uk/wacc/publications/media_and_gender_monitor
(2) Ruth Hubbard, Machina Ex Dea: Feminist Perspectives on Technology, 1983.
(3) Ignacio Ramonet, “Le nouvel ordre Internet”. Le Monde Diplomatique, enero de 2004, p.1.
(4) Chistiane Marty, Claude Piganiol-Jacquet, Evelyne Rochedereux, Problématique genre et mondialisation, ATTAC, 3/6/2001
(5) Declaración La Comunicación es vital para la potenciación de las mujeres, Publicado en ALAI 315, http:www.alainet.org/active/759&lang=es
(6) Declaración de la sociedad civil en la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información, http://www.alainet.org/active/show_newx.phtml?news_id=5145
(7) Sally Burch, Género y comunicación: La agenda de las mujeres en comunicación para el nuevo siglo, http://www.alainet.org/active/7170&lang=es
(8) Sally Burch, Feminismos en la era de la Comunicación, Este documento es parte de Feminismos Plurales Serie Aportes para el Debate N°7, ALAI, http://www.alainet.org/active/554&lang=es
(9) Campaña CRIS, Carta de CRIS, www.crisinfo.org/
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