Vuelve la “madre Rusia”
23/02/2007
- Opinión
A comienzos de la década de los 90, cuando los expertos en relaciones internacionales y los analistas que formaban parte del mundillo de los kremlinólogos celebraron “el final del comunismo”, algunos comentaristas de a pie se limitaron a hablar del parte de defunción del gigante soviético. La precipitada desaparición de la URSS afectó seriamente el equilibrio de fuerzas a escala planetaria, facilitando la creación de un sistema unipolar, cuyo único e innegable beneficiario era Estados Unidos.
El unilateralismo practicado a partir del 11-S por el actual inquilino de la Casa Blanca provocó dramáticos roces entre las potencias occidentales. Los gobernantes europeos, partidarios de la solución pacífica de los conflictos, tuvieron que amoldarse a la estrategia de las medidas contundentes desarrollada por la Administración Bush. Para los países del Este europeo, antiguos aliados de la URSS, se planteaba el dilema de su doble y no siempre compatible pertenencia a la Alianza Atlántica, organismo de defensa liderado por los Estados Unidos, y la Unión Europea, agrupación de naciones libres del Viejo Continente, que no compartía forzosamente los planes bélicos ideados por la OTAN.
El sino de Rusia y de sus cada vez más escasos compañeros de viaje quedaba en un segundo o tercer plano. El incierto futuro de la antigua URSS, analizado por la flor y nata de los politólogos norteamericanos, preocupaba sin embargo a las Cancillerías occidentales. Los planes diseñados en los años 90 por los universitarios de Harvard o de Yale contemplaban el aislamiento de Rusia, tanto en Europa como en sus confines asiáticos. Su principal objetivo consistía en debilitar al régimen de Moscú, acabar con el ya de por sí escaso protagonismo del Kremlin. Las condiciones objetivas del sistema post-soviético facilitaron la tarea de los “enterradores” del comunismo. Sin embargo, la euforia les hizo olvidar la vieja y gloriosa tradición imperial de la “madre Rusia”.
La desintegración de la URSS no suponía forzosamente la debacle del máximo exponente de la civilización eslava, de una cultura fuertemente arraigada tanto en Oriente como en Occidente. Los gobernantes de Moscú, concientes del abismal desfase entre el sistema económico de la Rusia post-comunista y las estructuras de mercado de los países industrializados, optaron por la modernización de los medios de producción, por la introducción forzosa y no siempre eficaz de nuevos circuitos de consumo, por un sucedáneo de capitalismo salvaje. La aún inacabada transición no resulta fácil: las mafias y la corrupción obstaculizan los cambios radicales.
El Presidente Putin aprovechó la reciente Conferencia sobre Política de Seguridad celebrada en Munich para censurar el sistema unipolar, calificándolo de “ilegítimo e inmoral”. Tras condenar el proyecto estadounidense de instalar parte de su “escudo nuclear” en Europa oriental, el número uno del Kremlin dejó entrever la posibilidad de reforzar y modernizar el sistema de misiles intercontinentales de su país.
El dignatario ruso recordó a la Administración republicana que el controvertido programa nuclear iraní contaba, ya en la década de los 90, con el apoyo de las potencias occidentales y de Japón.
Además, las autoridades rusas manifestaron su rechazo al plan internacional sobre Kosovo, a la política norteamericana en algunos países de Oriente Medio, a la ocupación militar de Irak. En sus recientes contactos con la Liga Árabe, el Kremlin presentó una iniciativa para la convocatoria de una conferencia internacional sobre Oriente Medio. Y como el camino se hace al andar, Vladimir Putin efectuó una histórica gira por las capitales de los llamados “países árabes moderados”, Arabia Saudita, Jordania y Qatar detractores, en su momento, de la presencia rusa en la región.
Los tiempos cambian y los líderes moscovitas tratan de ampliar el alcance de su “operación sonrisa”. Esta vez, la ofensiva diplomática no se limita a buenas palabras: Moscú ofrece a sus aliados potenciales – Irán, Qatar y Argelia – la creación de un cartel de productores de gas natural. A los Estados que integran el grupo BRIC –Brasil, Rusia, India y China– se les sugiere la posibilidad de crear una gigantesca zona de libre cambio. A sauditas, concertación sobre los niveles de precio del “oro negro” a cambio de tecnología.
Las recientes iniciativas del Kremlin preocupan a las potencias occidentales. La “madre Rusia” vuelve. No se trata de la Rusia ex comunista, ni de la Rusia imperial, sino de la Rusia real. El país no es una democracia modélica, pero sí un gigante que apuesta por la multipolaridad. Guste o no, Rusia vuelve.
- Adrián Mac Liman es escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París)
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
www.solidarios.org.es
El unilateralismo practicado a partir del 11-S por el actual inquilino de la Casa Blanca provocó dramáticos roces entre las potencias occidentales. Los gobernantes europeos, partidarios de la solución pacífica de los conflictos, tuvieron que amoldarse a la estrategia de las medidas contundentes desarrollada por la Administración Bush. Para los países del Este europeo, antiguos aliados de la URSS, se planteaba el dilema de su doble y no siempre compatible pertenencia a la Alianza Atlántica, organismo de defensa liderado por los Estados Unidos, y la Unión Europea, agrupación de naciones libres del Viejo Continente, que no compartía forzosamente los planes bélicos ideados por la OTAN.
El sino de Rusia y de sus cada vez más escasos compañeros de viaje quedaba en un segundo o tercer plano. El incierto futuro de la antigua URSS, analizado por la flor y nata de los politólogos norteamericanos, preocupaba sin embargo a las Cancillerías occidentales. Los planes diseñados en los años 90 por los universitarios de Harvard o de Yale contemplaban el aislamiento de Rusia, tanto en Europa como en sus confines asiáticos. Su principal objetivo consistía en debilitar al régimen de Moscú, acabar con el ya de por sí escaso protagonismo del Kremlin. Las condiciones objetivas del sistema post-soviético facilitaron la tarea de los “enterradores” del comunismo. Sin embargo, la euforia les hizo olvidar la vieja y gloriosa tradición imperial de la “madre Rusia”.
La desintegración de la URSS no suponía forzosamente la debacle del máximo exponente de la civilización eslava, de una cultura fuertemente arraigada tanto en Oriente como en Occidente. Los gobernantes de Moscú, concientes del abismal desfase entre el sistema económico de la Rusia post-comunista y las estructuras de mercado de los países industrializados, optaron por la modernización de los medios de producción, por la introducción forzosa y no siempre eficaz de nuevos circuitos de consumo, por un sucedáneo de capitalismo salvaje. La aún inacabada transición no resulta fácil: las mafias y la corrupción obstaculizan los cambios radicales.
El Presidente Putin aprovechó la reciente Conferencia sobre Política de Seguridad celebrada en Munich para censurar el sistema unipolar, calificándolo de “ilegítimo e inmoral”. Tras condenar el proyecto estadounidense de instalar parte de su “escudo nuclear” en Europa oriental, el número uno del Kremlin dejó entrever la posibilidad de reforzar y modernizar el sistema de misiles intercontinentales de su país.
El dignatario ruso recordó a la Administración republicana que el controvertido programa nuclear iraní contaba, ya en la década de los 90, con el apoyo de las potencias occidentales y de Japón.
Además, las autoridades rusas manifestaron su rechazo al plan internacional sobre Kosovo, a la política norteamericana en algunos países de Oriente Medio, a la ocupación militar de Irak. En sus recientes contactos con la Liga Árabe, el Kremlin presentó una iniciativa para la convocatoria de una conferencia internacional sobre Oriente Medio. Y como el camino se hace al andar, Vladimir Putin efectuó una histórica gira por las capitales de los llamados “países árabes moderados”, Arabia Saudita, Jordania y Qatar detractores, en su momento, de la presencia rusa en la región.
Los tiempos cambian y los líderes moscovitas tratan de ampliar el alcance de su “operación sonrisa”. Esta vez, la ofensiva diplomática no se limita a buenas palabras: Moscú ofrece a sus aliados potenciales – Irán, Qatar y Argelia – la creación de un cartel de productores de gas natural. A los Estados que integran el grupo BRIC –Brasil, Rusia, India y China– se les sugiere la posibilidad de crear una gigantesca zona de libre cambio. A sauditas, concertación sobre los niveles de precio del “oro negro” a cambio de tecnología.
Las recientes iniciativas del Kremlin preocupan a las potencias occidentales. La “madre Rusia” vuelve. No se trata de la Rusia ex comunista, ni de la Rusia imperial, sino de la Rusia real. El país no es una democracia modélica, pero sí un gigante que apuesta por la multipolaridad. Guste o no, Rusia vuelve.
- Adrián Mac Liman es escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París)
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
www.solidarios.org.es
https://www.alainet.org/fr/node/119656
Del mismo autor
- Brexit: ¿Quién gana? ¿Quién pierde? 30/06/2017
- Qatar: ¿primera víctima árabe de la era Trump? 16/06/2017
- Ataques informáticos y guerra digital 19/05/2017
- Rumanía: ¿escudo o diana? 05/05/2017
- Preludio a las guerras donaldianas 12/04/2017
- Turquía: “No”, la palabra vedada 03/03/2017
- Populistas de todos los países… 16/12/2016
- ¿Vuelve el mundo bipolar? 09/12/2016
- Rumanía y la geopolítica del caos 25/11/2016
- Me llamo Trump, Donald Trump 18/11/2016