Belén la verdadera
24/12/2006
- Opinión
Supe de la noticia por la televisión, el mismo día 14 de diciembre. La presentadora dijo: El Tribunal Superior de Justicia de Israel ha dado legitimidad a las ejecuciones extrajudiciales de activistas palestinos sospechosos de ser "combatientes ilegales". Unos minutos antes la cadena deseaba a los televidentes una Feliz Navidad con imágenes del nacimiento de un tal Jesús, hecho que se produjo, según se dice, en la ciudad palestina de Belén. Es el caso que las fuerzas de la seguridad de Israel declara a todos los civiles palestinos como "combatientes ilegales" lo que le permite asesinarlos con la bendición de sus jueces. Pensé en ese momento que no basta con celebrar un recuerdo, una efemérides, es necesario decir al mundo que los nuevos Herodes matan todos los días.
En estos días cuando veo en todas partes representaciones de La Natividad y escucho el nombre de Belén por doquier, no puedo evitar que mi nostalgia viaje a la verdadera ciudad de Belén, cercada, sometida, mil veces crucificada. Camino mentalmente por la Plaza del Pesebre en la que, frente a frente, se ubican la gran Mezquita y uno de los templos más antiguos de Palestina: el que levantó en el siglo VI Justiniano sobre las ruinas del de Constantino, a su vez construido sobre la Cueva del Pesebre donde según la leyenda nació el Niño Jesús. Basílica cristiana y Mezquita han convivido desde hace cientos de años en amistosa paz. Mujeres y hombres palestinos se dividen en la plaza en ambas direcciones, para volver a encontrarse acabados los oficios como lo que siempre han sido: ciudadanos de dos religiones y de un mismo pueblo. Esta Belén ejemplar, de vocación pacífica, se encuentra hoy sometida a la represión de un ocupante que como un cuerpo extraño violenta el espíritu de la ciudad y la convierte en objetivo de guerra. También los hombres y mujeres de esta ciudad de la paz son “combatientes ilegales”.
El gobierno de Israel ha herido de muerte varias veces a Belén. Su acoso a la ciudad intimida a la cristiandad que ya no peregrina a la famosa Cueva para rezar ante la estrella de plata. Su economía popular basada en el turismo está muerta. Sus hoteles cerrados por falta de clientes. Sus calles desiertas y tristes reflejan el cerco que sufre la ciudad. Hasta el esplendor de la liturgia ortodoxa, con sus voces de bajos y barítonos, en el interior de La Natividad, padece de soledad; faltan los fieles y visitantes. Esta ciudad mártir necesita urgentemente de la solidaridad de la comunidad internacional que coloca nacimientos en sus plazas ignorando que en la Belén verdadera la vida de sus habitantes, “combatientes ilegales”, pende de un hilo.
En estos días cuando veo en todas partes representaciones de La Natividad y escucho el nombre de Belén por doquier, no puedo evitar que mi nostalgia viaje a la verdadera ciudad de Belén, cercada, sometida, mil veces crucificada. Camino mentalmente por la Plaza del Pesebre en la que, frente a frente, se ubican la gran Mezquita y uno de los templos más antiguos de Palestina: el que levantó en el siglo VI Justiniano sobre las ruinas del de Constantino, a su vez construido sobre la Cueva del Pesebre donde según la leyenda nació el Niño Jesús. Basílica cristiana y Mezquita han convivido desde hace cientos de años en amistosa paz. Mujeres y hombres palestinos se dividen en la plaza en ambas direcciones, para volver a encontrarse acabados los oficios como lo que siempre han sido: ciudadanos de dos religiones y de un mismo pueblo. Esta Belén ejemplar, de vocación pacífica, se encuentra hoy sometida a la represión de un ocupante que como un cuerpo extraño violenta el espíritu de la ciudad y la convierte en objetivo de guerra. También los hombres y mujeres de esta ciudad de la paz son “combatientes ilegales”.
El gobierno de Israel ha herido de muerte varias veces a Belén. Su acoso a la ciudad intimida a la cristiandad que ya no peregrina a la famosa Cueva para rezar ante la estrella de plata. Su economía popular basada en el turismo está muerta. Sus hoteles cerrados por falta de clientes. Sus calles desiertas y tristes reflejan el cerco que sufre la ciudad. Hasta el esplendor de la liturgia ortodoxa, con sus voces de bajos y barítonos, en el interior de La Natividad, padece de soledad; faltan los fieles y visitantes. Esta ciudad mártir necesita urgentemente de la solidaridad de la comunidad internacional que coloca nacimientos en sus plazas ignorando que en la Belén verdadera la vida de sus habitantes, “combatientes ilegales”, pende de un hilo.
https://www.alainet.org/fr/node/119394?language=es
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