Guisantes australianos y papas asesinas
15/02/2006
- Opinión
Los defensores de los cultivos y alimentos transgénicos nos dicen y
repiten constantemente que estos productos novedosos han sido
examinados e investigados más minuciosamente que cualquier otro
producto en la historia, que sus posibles impactos sobre la salud
humana y el ambiente han sido tan exhaustivamente indagados que no
debe quedar duda de que son sanos y seguros.
El maíz Mon 863
Pero, ¿Se sostiene tal afirmación? Para poder abordar esta
interrogante de manera adecuada veamos dos estudios que salieron a la
luz pública en 2005.
El 22 de mayo de ese año el periódico inglés The Independent
reportó la existencia de un informe secreto de la compañía de
biotecnología Monsanto sobre su maíz transgénico Mon 863. Según el
informe, de 1,139 páginas, ratas alimentadas con este maíz por trece
semanas tuvieron conteos anormalmente altos de células blancas y
linfocitos en la sangre, los cuales aumentan en casos de cáncer,
envenenamiento o infección; bajos números de reticulocitos (indicio de
anemia); pérdida de peso en los riñones (lo cual indica problemas con
la presión arterial); necrosis del hígado; niveles elevados de azúcar
en la sangre (posiblemente diabetes); y otros síntomas adversos.
Portavoces de Monsanto aseguraron que la compañía haría público el
informe, pero hasta ahora no lo ha hecho, alegando "confidencialidad",
y sólo ha publicado un resumen de once páginas.
Varios especialistas que consultó el periódico coincidieron en que
los datos en ese resumen son alarmantes, porque los cambios observados
en la sangre podrían indicar que ha habido daños al sistema
inmunológico y/o que hay tumores en crecimiento. El experto en
genética Michael Antonin de la Escuela Médica de Guy's Hospital dijo
que los hallazgos en el resumen son "altamente preocupantes desde el
punto de vista médico".
Es importante señalar que esta importante información es pública no
por la buena fe de Monsanto sino porque algún buen ciudadano con
acceso a documentos confidenciales de la compañía se tomó el riesgo de
hacerla pública. De no ser por este héroe anónimo, todavía hoy
seríamos felizmente ignorantes sobre los efectos del Mon 863.
Si el resumen es alarmante, el informe completo con toda probabilidad
puede ser más escalofriante aún. ¿Cómo es posible que las autoridades
reglamentadoras le permitan a Monsanto mantener este informe secreto
en vista de lo que se revela en su resumen?
Lo más tragicómico de este asunto es que el maíz Mon 863 fue
autorizado para siembra y consumo en Estados Unidos. Monsanto nos ha
dado de comer este maíz a sabiendas de que es potencialmente peligroso
para los seres humanos.
Y, ¿Cuántos informes más como éste existen sobre otros productos
transgénicos? ¿Hay más productos igual o más nocivos que el Mon 863
habrá en el mercado actualmente? A ambas preguntas debemos contestar:
No podemos dudar que hayan más. Pero los científicos que trabajan para
estas compañías por lo general son obligados a firmar acuerdos de no
divulgación. Los portavoces y apologistas de las corporaciones nos
dicen que la investigación y desarrollo de productos transgénicos se
hace con el interés público en mente, pero la investigación científica
no puede ser nunca en el interés público cuando hay secretividad. Esta
secretividad es especialmente alarmante cuando se trata de datos que
conciernen la salud y seguridad humana. Si son tan seguros estos
productos, ¿Por qué la secretividad?
La industria nos dice que nos fiemos de ella porque las compañías han
realizado miles de estudios sobre los cultivos transgénicos. Pero la
mayoría de estas investigaciones agronómicas no tienen relevancia a
cuestiones de salud humana o impacto ambiental. De cualquier modo, la
gran mayoría de estas investigaciones y sus resultados son
confidenciales. Esta confidencialidad sólo puede tener dos
explicaciones. Una es que tales estudios están tan mal hechos que no
tienen la más mínima posibilidad de ser publicados en la literatura
científica o de ser tomados en serio por una institución académica. La
otra es que los resultados de tales estudios han sido "inconvenientes",
como en el caso del maíz Mon 863.
El guisante australiano
El otro estudio al que hago referencia salió a luz el pasado mes de
noviembre. En el estudio en cuestión un guisante transgénico
experimental desarrollado en Australia por la Commonwealth Scientific
and Industrial Research Organization provocó una fuerte reacción
inmunológica en ratas de laboratorio. A este guisante se le había
insertado un gen tomado de la habichuela rosada, el cual codifica un
rasgo que ayuda a combatir plagas. Los creadores de este guisante
buscaban la manera de combatir lo que se llama en inglés el "pea
weevil", que se come hasta 30% de la cosecha australiana, valorada en
$100 millones.
Un cruce genético de habichuela rosada al guisante no es tan drástico
como introducirle genes de organismos más distantes como virus y
bacterias, por lo que los científicos no esperaban sorpresas.
Científicos de la escuela de investigación médica John Curtin en la
ciudad de Canberra sometieron el guisante transgénico a una batería de
pruebas de las que normalmente se hacen a medicamentos, no a alimentos.
Estas pruebas incluyeron secuenciamiento detallado de la proteína
transgénica y de su gen correspondiente antes y después de la
transferencia genética al guisante, además de la prueba espectográfica
MALDI-TOF, que puede detectar cambios sutiles en la estructura de
proteínas.
Las ratas que ingirieron el producto mostraron cambios significativos
en sus sistemas inmunológicos y nódulos linfáticos. También
reaccionaron de manera parecida al ser expuestas a albúmina y otras
dos sustancias, lo que demuestra que este guisante podría hacer al
sujeto alérgico no solo al guisante sino a otros alimentos.
Hay que enfatizar que las pruebas que hicieron los australianos no
son requeridas por ley para alimentos transgénicos en Estados Unidos.
Este producto hubiera entrado al mercado estadounidense si hubiera
pasado por el sistema regulatorio de la Administración de Alimentos y
Medicamentos (FDA) y el Ministerio de Agricultura (USDA). Por lo tanto,
no nos debe sorprender que productos transgénicos igual o más nocivos
que el guisante en cuestión pueden estar en el mercado ahora mismo.
Igual o más interesante que los resultados del experimento es el
hecho de que los mismos científicos que desarrollaron el guisante y
realizaron el experimento no entendían la importancia de lo que habían
hecho. Ellos realmente estaban convencidos de que pruebas como las que
habían realizado eran la norma en el resto del mundo.
El investigador Jeffrey Smith, autor del libro "Seeds of Deception",
conversó con ellos y les retó a que presentaran un solo caso de un
cultivo alimentario transgénico que haya sido sometido a pruebas como
las que ellos realizaron.
Las polémicas papas de Pusztai
Pero antes de seguir hablando del guisante australiano, retrocedamos
a la década de 1990, cuando un científico en el Reino Unido estaba
igualmente convencido de que la inocuidad de los transgénicos estaba
comprobada hasta que le tocó leer informes científicos a respecto. El
científico, Arpad Pusztai, es una autoridad mundial en el estudio de
lectinas, un tipo particular de proteínas que existen en plantas.
Los publicistas de la industria biotecnológica han hecho esfuerzos
extraordinarios por destruir su credibilidad y acabar con su carrera,
y la desinformación que han generado ha confundido hasta a personas
que yo creí mejor informadas. Un colega suramericano me dijo que no
era bueno usar a Pusztai como referencia científica porque estaba
"desacreditado".
Pero para los años 90 Pusztai había publicado sobre 270 estudios y
tres libros sobre el tema de las lectinas, dos de estos libros los co-
escribió con su esposa Susan. Pusztai trabajaba desde la década de
1960 en el Instituto Rowett de Escocia, la más influyente y
prestigiosa institución en Europa dedicada al estudio de la nutrición
humana. Al llegar a los 60 años, que es la edad de retiro en el
Instituto, el director de la institución, el Dr. Philip James, le
suplicó que se quedara, y desde entonces ganó la codiciada beca
(fellowship) Leverhulme y obtuvo membresía en la Real Sociedad de
Edimburgo.
En 1995 la Scottish Office Agriculture, Environment and Fisheries
Department comisionó a un equipo dirigido por Pusztai para realizar un
estudio sobre los efectos de los alimentos transgénicos. Las otras dos
instituciones en su equipo eran el Scottish Crop Research Institute y
el Departamento de Biología de la Universidad de Durham. El equipo de
Pusztai logró obtener este contrato en competencia con 28 otras
instituciones de investigación por toda Europa, y su metodología fue
aprobada por el Biotechnology and Biological Sciences Research Council.
Los procedimientos y pautas desarrolladas por el equipo de Pusztai en
el curso de su estudio serían luego utilizadas por las agencias
reglamentadoras europeas para evaluar los productos transgénicos.
Cabe mencionar que en ese momento no había en la literatura
científica un solo estudio sobre la inocuidad de los transgénicos. El
estudio de Pusztai fue el primer estudio independiente a este fin.
Pusztai tuvo acceso a informes científicos confidenciales de la
industria de biotecnología que fueron usados para solicitar la
aprobación de productos transgénicos en mercados europeos, y lo que
encontró fue de lo más chocante y desagradable en toda su carrera
profesional. Encontró los informes tan deficientes e incompletos que
no tenían utilidad alguna. Según Pusztai, habían sido hechos a toda
prisa y con el solo propósito de lograr aprobación a como diera lugar.
Nunca hubieran pasado el cedazo de la comunidad científica.
Al equipo de Pusztai se le asignó examinar una papa transgénica a la
que se le había insertado un gen de la campanilla blanca (snowdrop)
que codifica la lectina insecticida GNA. La primera sorpresa fue al
analizar las propiedades de las papas. No solamente sus niveles de
nutrientes estaban fuera de lo normal- uno de los especimenes tenía
20% menos proteína que las papas normales- sino que las anormalidades
eran distintas en cada espécimen. Las papas eran todas de la misma
cepa y todas hermanas, es decir descendientes del mismo ancestro, y
todas habían sido sometidas a la misma modificación genética, por lo
que éstas no podían naturalmente ser tan distintas entre sí. Esto
demostraba que la ingeniería genética no es capaz de producir
resultados uniformes, estables y predecibles, como alega la industria.
Las ratas de laboratorio alimentadas con esta papa sufrieron daños
sustanciales a sus sistemas inmunológicos y reducción de peso en
varios de sus órganos, incluyendo cerebro, testículos y el hígado.
Algunas tuvieron crecimiento anormal en sus células intestinales, lo
cual podría ser un síntoma pre-canceroso. La lectina GNA no podía ser
culpada por estos efectos, ya que es inofensiva a los mamíferos. La
explicación tenía que estar en el proceso mismo de inserción genética.
En lugar de recibir elogios, Pusztai fue objeto de una campaña de
difamación y descrédito en la cual participó el mismo Instituto Rowett.
El Dr. James le negó acceso a su laboratorio y documentos, y sometió
su estudio a una auditoría, algo que se hace solamente cuando hay
razón para pensar que se cometió fraude.
Se le impuso también una orden de mordaza, por lo que no podía
defenderse de las acusaciones falsas de las que estaba siendo objeto.
Entre otras falsedades circuladas a la prensa, un comunicado del
Instituto Rowett decía que la lectina usada en el experimento no era
GNA sino concanavalina A (Con A). Esta información errónea tuvo un
efecto terrible sobre la credibilidad de Pusztai, ya que la Con A es
tóxica a los mamíferos, a diferencia de la lectina GNA, que fue la que
realmente se usó. Comenzó a circular el argumento de que los
resultados de los experimentos de Pusztai no eran nada sorprendentes
ya que la papa transgénica estudiada fue alterada para secretar una
sustancia que es tóxica a los mamíferos. Pero debido a la orden de
mordaza, Pusztai no pudo corregir ni esa ni las demás alegaciones
falsas que estaba publicando la prensa.
A pesar de que la especialidad del Instituto Rowett es la nutrición y
esta controversia se centraba sobre nutrición, no hubo un solo
nutricionista en el equipo realizó la auditoría. Los auditores
analizaron tres años de trabajo en sólo diez horas y llegaron a la
conclusión de que los datos del estudio no justificaban las
conclusiones a las que Pusztai había llegado.
El informe de los auditores nunca fue publicado ni sometido al
proceso de revisión por los partes (peer review). Sólo se imprimieron
diez copias. Según Pusztai y su esposa, quienes recibieron una de esas
copias, el informe estaba plagado de errores.
Pero varios colegas salieron al rescate de Pusztai solicitándole ver
la documentación del polémico estudio. Los canones de ética científica
permiten a los científicos compartir sus datos con colegas, y el
Instituto Rowett de mala gana hizo disponible la documentación
pertinente.
En febrero de 1999, 30 científicos de trece países que habían leído
los documentos publicaron un memorando internacional apoyando a
Pusztai y pidiendo una moratoria al desarrollo de cultivos
transgénicos.
Más tarde aparecieron informes en la prensa europea al efecto de que
el primer ministro británico Tony Blair había participado
personalmente en la persecución contra Pusztai, llamando a Philip
James para pedirle que haga callar a Pusztai. Según averiguó el
profesor Robert Orskov, quien trabajó en el Instituto por 33 años y es
actualmente miembro de la Real Sociedad de Edimburgo y consultor de la
Organización de Naciones Unidas para Agricultura y Alimentos (FAO),
Monsanto llamó al presidente estadounidense Bill Clinton, Clinton
llamó a Blair, y Blair a James. Hasta hoy, Blair no ha hablado claro
sobre su rol en este escándalo, pero es de conocimiento público que
Clinton y su secretario de agricultura Dan Glickman ejercieron mucha
presión sobre Blair y otros líderes europeos para que aprobaran la
comercialización de transgénicos.
Eventualmente Pusztai fue vindicado y es hoy una autoridad
internacionalmente reconocida en torno a los productos transgénicos.
Recientemente publicó un extenso informe en el que analiza TODOS los
estudios en la literatura científica referentes a transgénicos.
Pero tuvo que pagar un precio altísimo por su integridad. Desde que
comenzó la controversia ha tenido dos ataques al corazón y él y su
esposa están bajo medicamento permanente para la alta presión.
Volviendo al 2005
Pues ahora volvamos al 2005 a retomar el asunto del guisante
australiano. Smith habló con Pusztai sobre el estudio australiano y
Pusztai le aseguró que éste definitivamente es novedoso y sin
precedentes.
Smith también discutió el estudio con Gilles Eric Seralini, quien ha
revisado todas las sumisiones de la industria biotecnológica a las
autoridades europeas, y le dijo que no sabía de ninguna planta
transgénica que haya sido sometida a exámenes tan detallados.
Quisiera ahora decirles un poco sobre Jeffrey Smith, quien no es
científico pero aún así es una de las personas mejores informadas
sobre el debate de los transgénicos. El presentó el manuscrito de su
libro a una bióloga alemana prominente, Christine von Weizsaecker, y
le pidió su endoso. Ella respondió que no haría tal cosa para un libro
cuyos datos científicos no fueran 100% correctos. Leyó y analizó el
manuscrito detenidamente y lo envió a otro biólogo para asegurar que
ninguna de la información en él haya sido sacada de contexto. Y lo
endosó.
Y si quieren más referencias científicas, aquí tienen otra: "Safety
Testing and Regulation of Genetically Engineered Foods", un informe de
William Freese y David Schubert, publicado en noviembre de 2004 en
Biotechnology and Genetic Engineering Reviews. Según el estudio, el
proceso de evaluación de alimentos transgénicos en Estados Unidos no
es efectivo, ya que se fundamenta en investigaciones mal hechas y
premisas equivocadas.
En la literatura científica sólo hay un estudio sobre alimentos
transgénicos hecho con sujetos humanos. El estudio en cuestión
determinó que las secuencias genéticas de la soya transgénica pueden
incorporarse a la flora intestinal humana. La industria y sus
apologistas habían dicho que tal cosa era imposible, que los jugos
gástricos y las enzimas intestinales disuelven los ácidos nucléicos
que componen los genes. Pero ahora sabemos que eso no es así.
Este hallazgo es especialmente preocupante porque muchos cultivos
transgénicos contienen genes que otorgan inmunidad a antibióticos. Las
implicaciones para la salud pública son estremecedoras, ya que si las
bacterias intestinales incorporan estos genes el tratamiento de
infecciones intestinales se complicará de manera peligrosa.
En 2001 el Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos
informó que la alimentación era responsable del doble de casos de
enfermedad que siete años antes (un período de tiempo que coincide con
la introducción masiva de alimentos transgénicos al mercado). Estamos
hablando de 76 millones de casos anuales de enfermedad, de los cuales
325 mil resultan en hospitalización y 5 mil muertes. A esto le
añadimos el aumento de 33% en los casos de diabetes entre 1990 y 1998,
y el vertiginoso aumento en la obesidad y el cáncer. ¿Están por lo
menos algunos de estos casos relacionados al consumo de transgénicos?
No sabemos. Ningún científico se ha molestado en hacer la averiguación.
Un dato final: Las alergias a la soya en Inglaterra subieron 50% en
los años en que se introdujo la soya transgénica en el país, según el
York Nutritional Institute.
Los defensores de los transgénicos dicen que en los nueve años desde
su comercialización, nadie se ha perjudicado por consumirlos. Pero
considerando los datos aquí presentados, tales alegaciones son, en el
mejor de los casos, insensatas y seudocientíficas.
Fuentes:
Freese, William y David Schubert. "Safety Testing and Regulation of
Genetically Engineered Foods". Biotechnology and Genetic Engineering
Reviews - Vol. 21, Noviembre de 2004.
Pusztai, A. et al. (2003) "Genetically Modified Foods: Potential
Human Health Effects". En: Food Safety: Contaminants and Toxins (ed.
JPF D'Mello) pp. 347-372. CAB International, Wallingford Oxon, Reino
Unido.
Pusztai, Arpad (2005). "Pusztai Answers His Critics"
http://www.organicconsumers.org/ge/pusztai112805.cfm
Pusztai, Arpad (2006). "National Regulations Should Reflect Risks of
GE Crops" http://www.biospectrumindia.com/content/columns/10601061.asp
Silvia Ribeiro. "Las Ratas de Monsanto". La Jornada
(México), 11 de junio 2005.
Andrew Rowell (2003). "Don't Worry, It's Safe to Eat: The True Story
of GM Food". Earthscan Books.
Smith, Jeffrey (2003). "Seeds of Deception: Exposing industry and
government lies about the safety of the genetically engineered foods
you're eating". Yes! Books/Chelsea Green Publishing
http://www.seedsofdeception.com
Smith, Jeffrey (2005). "Genetically Modified Peas Caused Dangerous
Immune Response in Mice".
http://www.gmwatch.org/archive2.asp?arcid=6076
Smith, Jeffrey (2006). "Un-Spinning the Spin Masters on Genetically
Engineered Food". http://www.gmwatch.org/archive2.asp?arcid=6124
- Carmelo Ruiz Marrero es director del Proyecto de Bioseguridad de
Puerto Rico. Tomado de "Los riesgos de los cultivos transgénicos: una
perspectiva social ecologista", presentación ofrecida en la Asociación
de Científicos de la Estación Experimental Agrícola de Puerto Rico. 27
de enero de 2006, Aguadilla, Puerto Rico.
https://www.alainet.org/fr/node/114359
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