La manzana de Adams: Apuntes sobre los antecedentes político-económicos de la guerra de 1898

08/09/2005
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"Yo le daría la bienvenida a cualquier guerra, pues pienso que este país necesita una"
- Teodoro Roosevelt, 1897 El interés de Estados Unidos en apropiarse de Puerto Rico y Cuba no surgió en 1898 cuando le declaró la guerra a España. Ya en 1783 el vicepresidente y futuro presidente, John Adams, propuso la anexión de ambas islas, según nos informa el historiador puertorriqueño Arturo Meléndez López en su libro "La Batalla de Vieques". Cuatro años después, otro futuro presidente, Tomás Jefferson, expresó apoyo a que España continuara gobernando a Cuba y Puerto Rico. Jefferson no era ningún hispanófilo; sólo temía que alguna potencia rival europea invadiera las colonias españolas y de este modo se hiciera más difícil su conquista por parte de Estados Unidos. Para él estaba claro que el destino de su nación era arrebatarle a España sus territorios caribeños. Los estadounidenses que creían en el destino manifiesto de su país sintieron la vulnerabilidad de su proyecto expansionista cuando en 1797 una expedición militar inglesa dirigida por el corsario Sir John Abercrombie casi logró apoderarse de Puerto Rico. La visita del libertador Simón Bolívar a la isla puertorriqueña de Vieques en 1816 también fue un mal agüero para Estados Unidos. El historiador Jesús Dávila señala en su libro "Foxardo 1824 y el Bombardeo Ritual de Vieques" que en esos años la frontera norteña de América Latina estaba en lo que es hoy el estado americano de Georgia, razón por la cual la ciudad de Atlanta tiene una avenida llamada Ponce de León. Florida era entonces posesión española, el Territorio de Louisiana- que se extendía desde la ciudad de Nueva Orleans y el delta del río Mississippi hasta Quebec- era francés, y México, entonces colonia española, se extendía hasta California, Tejas, Colorado y Nevada. Estados Unidos no tenía entonces salida al golfo de México, pero la expansión hacia el oeste y el sur estaba por comenzar. Mientras Bolívar liberaba a Suramérica, el Coloso del Norte comenzaba a preparar su movida hacia el Caribe. El imperio español se desmoronaba y pronto Cuba y Puerto Rico serían todo lo que le quedaría en el hemisferio. A medida que la anglófona Norteamérica y la hispanohablante Latinoamérica fueron delineando sus respectivas esferas de influencia, el Caribe inevitablemente se convirtió en un área disputada. El sueño de Bolívar de una América Latina unida que llegara hasta Florida, Colorado y Nevada no era compatible con el destino manifiesto y el anhelo expansionista de Estados Unidos. Al comienzo del siglo XXI, esta disputa continúa sin resolver, como lo demuestra el gobierno estadounidense con su implacable hostilidad hacia la revolución cubana y su negativa a permitir la autodeterminación de Puerto Rico. En 1822 España negoció con Inglaterra un posible intercambio de Cuba por Gibraltar, lo cual hubiera sido un desastre para los designios estadounidenses. Durante las negociaciones una expedición dirigida por Docudray Holstein y Baptiste Irvine intentó invadir a Vieques con miras a tomar por asalto el resto del archipiélago puertorriqueño y establecer una república. Inglaterra y Francia se alarmaron, ya que percibían- correctamente- que el gobierno de Estados Unidos estaba detrás de la fallida invasión. El entonces secretario de Estado de Estados Unidos, John Quincy Adams, futuro presidente de su país e hijo del ya mencionado John Adams, eventualmente admitió que la expedición tuvo apoyo de su gobierno. Al año siguiente, Adams recibió informes al efecto de que España planeaba ceder Cuba y Puerto Rico a Francia. A través de la embajada en Madrid, Adams le comunicó al rey español Fernando VII que esas islas eran apéndices naturales del "continente americano" y que el gobierno de Estados Unidos se molestaría si se les transfiriera a otra potencia europea. Sobre Cuba, Adams le dijo a España que ésta era "un objeto de importancia trascendental para los intereses políticos y comerciales" de Estados Unidos y que su anexión iba a ser "indispensable" para la existencia de su nación. En su comunicado describió a Cuba como una manzana, que por fuerza de gravitación política iba eventualmente a caer hacia Estados Unidos. En diciembre de 1823, sólo ocho meses después de la advertencia de Adams a España, el presidente James Monroe anunció la famosa doctrina que lleva su nombre. El mensaje estaba dirigido a las potencias europeas, especialmente Inglaterra y Francia. Menos de un año después de la ilustre proclama de Monroe, una escuadra naval estadounidense capitaneada por el comodoro David Porter invadió el pueblo puertorriqueño de Fajardo y forzó sus habitantes a saludar la pecosa bandera yanqui- que entonces tenía mucho menos de cincuenta estrellas- so pena de bombardeo. Una vez logrado su propósito, Porter y sus hombres se esfumaron. Tras este extraño incidente, Porter fue enjuiciado por su acción al regresar a Estados Unidos. El comodoro Porter fue uno de los personajes más influyentes en el desarrollo de la fuerza naval de Estados Unidos. Su juicio, recordado como “The Foxardo Affair”, puso la flota naval en confrontación con las autoridades civiles. Porter veía el proceso en su contra como una intromisión inaceptable por parte de civiles en las prerrogativas de la esfera militar. En su defensa, argumentó que su misión de combatir la piratería hacía imperativa una expedición punitiva para darle un escarmiento a los puertorriqueños, los cuales describió como “enemigos de la raza humana”. Según Porter, los puertorriqueños gustosamente daban albergue y santuario a cuanto pirata y bucanero apareciera en sus costas. Porter perdió el caso y los marinos, tan aferrados a sus tradiciones y revanchistas a más no poder, aún hoy recuerdan ese episodio como una humillación que exige retribución. En “Foxardo 1824” el autor Jesús Dávila sugiere que una de las principales razones para las fuerzas navales construir un enorme complejo en el triángulo Ceiba-Vieques-Culebra fue por la cercanía a Fajardo, el pueblito que acabó con la carrera militar de Porter. Como dato interesante, en 1898 las fuerzas navales insistían en que el desembarco en Puerto Rico debía ser en Fajardo, y no en Guánica, como quería el general Nelson Miles. ¿Cómo se transmitió el virus del revanchismo por el “Foxardo Affair”? Porter pasó la batuta a su hijo, David Dixon Porter, y a su hijo de crianza, David Farragut. Ambos fueron en gran medida arquitectos de la estructura actual de la flota naval. Es gracias a ellos que en los currículos de las academias navales se enseña el “Foxardo Affair” desde el punto de vista del comodoro Porter, el mismo que decía que los militares no deben rendir cuentas a las autoridades civiles, y llamó a los puertorriqueños “enemigos de la raza humana”. De hecho, el barco que bombardeó a San Juan en mayo de 1898 se llamaba nada menos que USS Porter. Farragut fue mentor de un importante estratega militar que formularía los argumentos geopolíticos en favor de la invasión a Cuba y Puerto Rico, cuyo nombre mencionaremos próximamente. En 1825 el secretario de estado Henry Clay le exhortó a España que suspendiera su guerra contra los revolucionarios bolivarianos, ya que estaba convencido de que la causa estaba perdida. Le recomendó que cediera Suramérica a los rebeldes, porque de otro modo sufriría una derrota militar y la revolución llegaría al Caribe, algo que ni Washington ni Madrid querían. Los temores a una insurrección caribeña no eran paranoia. Unos pocos años atrás, los esclavos africanos en la colonia francesa de Saint Domingue se habían rebelado y establecido una república negra. Para Estados Unidos, que todavía practicaba la esclavitud, Haití era un precedente nefasto y repulsivo. Un siglo después, la Gran Democracia del Norte mostraría la misma hostilidad hacia la revolución cubana por las mismas razones. El secretario de estado William Seward, quien sirvió bajo los presidentes Abraham Lincoln y Andrew Johnson, trató de comprar la isla puertorriqueña de Culebra en 1867 y 1868. Tres décadas después, el presidente Grover Cleveland intentó comprar a Cuba. Finalmente en 1898 la manzana de Adams cayó a las manos de su nuevo dueño. El sabor del imperio En la historia oficial que se enseña en las aulas en Puerto Rico y Estados Unidos, la guerra de Estados Unidos contra España en 1898 fue un acto noble, altruista y desinteresado. Se le dice a los pupilos que la Gran Democracia del Norte invadió a Cuba para liberar a sus habitantes de la tiranía española. Es cierto que los cubanos libraban una heroica lucha independentista casi continuamente desde el Grito de Yara en 1868. Pero quien quiera conocer los verdaderos motivos de Estados Unidos tiene que familiarizarse con la obra de un discípulo de David Farragut llamado Alfred Thayer Mahan, la cual el profesor Jorge Rodríguez Beruff, de la Universidad de Puerto Rico, analiza en el libro "Cien Años de Sociedad". Mahan, quien era a fines del siglo XIX el principal estratega militar de Washington y uno de los más importantes teóricos del expansionismo estadounidense, postulaba que la fuerza naval era indispensable para preservar y expandir el poderío de Estados Unidos. Su principal inspiración fue el imperio británico, el cual tenía bases navales y de aprovisionamiento por todo el mundo. En su libro "The Influence of Sea Power Upon History", publicado en 1890, Mahan argumentó que el establecer bases navales fuera del territorio físico de Estados Unidos sería necesario para proteger los navíos comerciales de la nación. Exhortó su gobierno a proceder con la construcción de un canal en Centroamérica para unir los océanos Pacífico y Atlántico, algo que los franceses habían tratado de construir en Panamá, entonces provincia colombiana. Nicaragua era el otro lugar que se contemplaba para este masivo proyecto de ingeniería. El canal deberá ser protegido por una presencia militar sustancial, ya que sería un objetivo militar de primerísima importancia en caso de guerra con otra superpotencia, decía Mahan. Desde su punto de vista no bastaría con combatir los invasores una vez llegaran al canal. Habría que enfrentarlos antes que llegaran. Por lo tanto, las rutas de acceso al canal también deberían estar fortificadas. De ahí la "necesidad" de establecer bases navales en Cuba (Guantánamo) y Puerto Rico (Roosevelt Roads), para proyectar el poderío naval estadounidense por todo el Caribe y así disuadir a cualquier posible invasor. La ideología del destino manifiesto se arraigaba con fuerza en la sociedad estadounidense. Ya la nación había llegado hasta la costa del Pacífico y los expansionistas miraban hacia nuevos horizontes: América Latina y Asia. En el Caribe, España poco a poco perdía a Cuba, y el imperio británico ya no era un factor disuasivo. Así lo puso un editorial del diario Washington Post en la víspera de la guerra contra España: "Una nueva conciencia parece habernos llegado- la conciencia de fortaleza- y con ella un nuevo apetito, el deseo de mostrar nuestra fuerza... Ambición, interés, hambre de tierras, orgullo, el mero gozo de pelear, lo que sea. Estamos animados por una nueva sensación. Estamos cara a cara con un destino extraño. El sabor del imperio está en la boca de la gente como el sabor a sangre en la jungla." Problemas del capitalismo El afán de expansión y supremacía mundial no se dio en un vacío, sino que fue impulsado por fuerzas económicas concretas. "El sistema de lucro, con su tendencia natural a la expansión, ya había comenzado a mirar más allá de los mares", dijo el historiador estadounidense Howard Zinn sobre este período en su libro "The Twentieth Century: A People's History". "La depresión severa que comenzó en 1893 fortaleció la idea, que ya entonces se desarrollaba en la elite política y financiera del país, de que mercados ultramarinos para bienes estadounidenses podrían aliviar el problema de bajo consumo a nivel doméstico y prevenir las crisis económicas que causaron guerra de clases en la década de los 1890." A medida que Estados Unidos se industrializaba, la producción en los sectores agrícola e industrial aumentó a niveles sin precedente, lo cual llevó al problema eterno del capitalismo: la sobreproducción. Como dijo el senador Albert Beveridge a principios de 1897: "Las fábricas estadounidenses están produciendo mas de lo que el pueblo puede usar: el suelo estadounidense está produciendo más de lo que (el pueblo) puede consumir. El destino nos ha dictado nuestra política: el comercio del mundo debe ser y será nuestro." Después de la guerra de 1898 el jefe del Buró de Comercio Externo del Departamento de Comercio, observaría en retrospectiva que: "la guerra hispanoamericana no fue sino un incidente en un movimiento general de expansión que tuvo sus raíces en el ambiente cambiado de una capacidad industrial más allá de nuestros poderes domésticos de consumo. Era vista como necesaria para que podamos no solamente encontrar compradores extranjeros para nuestros bienes, sino también para proveer los medios para hacer económico y seguro el acceso a mercados extranjeros." La expansión hacia América Latina era, por lo tanto, una necesidad absoluta para la supervivencia del sistema capitalista en Estados Unidos. ¿Se pudo haber resuelto el problema de la sobreproducción de otro modo? ¿Pudo haber otra solución que no fuera la expansión imperialista? Las grandes empresas agrícolas e industriales pudieron haber accedido a reducir su producción. Pero menos producción hubiera significado menos ganancias. Además, se hubiera requerido un esfuerzo concertado y organizado por parte de todos los mayores productores e, inevitablemente, intervención del estado. Y encima de todo esto, las uniones y sectores progresistas, populistas y socialistas de la época hubieran exigido participación en el proceso para salvaguardar los intereses de la ciudadanía. Nada de esto hubiera sido más ajeno a la ética del capitalismo y la doctrina de laissez faire. Desde el punto de vista de los magnates industriales, eso hubiera sido "unamerican". Un sistema económico industrial no podría sufrir esos cambios y seguir llamándose capitalista. El excedente industrial no iba a desaparecer. Era un hecho inescapable en la economía capitalista, y a medida que crecía había que llevarlo a algún lugar para venderlo. La depresión de la década de 1890 fue resultado directo de la sobreproducción, y se necesitaban con urgencia mercados ultramarinos para que el sistema capitalista no fuera alcanzado por sus propias contradicciones. No había muchas opciones. Las potencias europeas también estaban en proceso de industrialización y enfrentaban también problemas de sobreproducción. Europa y sus colonias eran, por lo tanto, puertas cerradas al excedente industrial de Estados Unidos. Las posesiones coloniales de España parecían ser la solución ideal. Cuba y Puerto Rico no solamente estaban a una corta distancia de Estados Unidos, sino que también sus localizaciones las hacían ideales como baluartes desde los cuales extender la influencia estadounidense aún más hacia el sur. Y como ya se dijo, serían, también útiles para controlar las rutas de acceso al anhelado canal centroamericano. Y en el otro lado del mundo, España tenía las Filipinas, las cuales pondrían a Estados Unidos en el portal del Sureste de Asia y China, con sus mercados prácticamente infinitos y sus vastas reservas de recursos naturales. Más convenientemente aun, Cuba y las Filipinas estaban luchando por su independencia por la vía armada. Puerto Rico también tenía su movimiento independentista pero sus militantes y líderes estaban en el clandestinaje, la prisión o el exilio. Esto significaba que las tropas estadounidenses podrían presentarse como liberadores y apaciguar a los sectores antiimperialistas en el frente doméstico. Y no sería una guerra difícil. Ya España era un imperio envejeciente y en estado de descomposición, y sus fuerzas navales no habían tenido una sola victoria significativa desde la batalla del Lepanto en 1571. Hay que señalar que el archipiélago puertorriqueño no fue el Premio Mayor de la guerra de 1898. En lo que se refiere a recursos naturales, tamaño y mercado, lo que ofrecía Puerto Rico se quedaba corto en comparación con lo que ofrecía Cuba. La mayor importancia de Puerto Rico radicaba en su localización estratégica, ya que cualquier flota enemiga tendría que pasar a menos de quinientas millas de San Juan. Por lo tanto, era mejor tener a "Porto Rico" en manos amistosas. - Carmelo Ruiz es periodista y educador ambiental. Es fundador y director del Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico (www.bioseguridad.blogspot.com).
https://www.alainet.org/fr/node/112958
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