La operación Irak (y las razones por las que nadie está a salvo)
31/01/2003
- Opinión
La guerra con Irak parece inminente, mas allá de las protestas en
varios lugares del mundo y de la poca propensión a acompañar a los
norteamericanos por parte de los dos países más importantes de la
Comunidad Europea, Francia y Alemania, y las manifestaciones masivas
que han ocurrido en diversas partes del mundo. Como en otras
ocasiones históricas, cuando un Poder con mayúsculas está resuelto a
usar su capacidad de destrucción, no repara en 'costos políticos' y
por tanto suele ser difícil evitar que cumpla con sus propósitos. Los
críticos de la política belicista norteamericana suelen insistir en
las enormes reservas petroleras del país de Saddam, como causa
fundamental de la intervención armada, impugnando los motivos de
seguridad y 'antiterroristas' esgrimidos en el discurso público de
George W. Bush y sus colaboradores. La generación de oportunidades de
negocios para el gran capital, así como el control de recursos
naturales estratégicos, son elementos permanentes a la hora de
decidir acciones bélicas por EE.UU, y ambos se vinculan con la
cuestión petrolera. Pero con ser un factor considerable, éste no
agota la explicación. La operación 'guerra contra el terrorismo',
explícitamente desprovista de límites espaciales y temporales, y en
la que el enemigo se define al antojo del poder norteamericano, tiene
una gama de objetivos que, comprendiendo lo económico, lo exceden, y
la probable invasión a Irak es un episodio más de esta 'guerra'. EEUU
quiere demostrar su capacidad de 'castigar' a cualquier poder que se
le oponga, en lo posible con la eliminación física, o al menos
política, de sus adversarios. Ha sancionado económicamente a Irak, lo
ha bombardeado esporádicamente, lo ha sometido a controles e
inspecciones de todo tipo... No ha logrado sin embargo acabar con el
mismo régimen al que decidió dejar incólume después de la Guerra del
Golfo... y una intervención violenta seguida de ocupación del
territorio se convierte hoy en el camino seguro para llenar esa
finalidad, y la puesta bajo control de un porcentaje nada
despreciable de las reservas petroleras del mundo será un resultado
más que interesante para los intereses petroleros, más que
gravitantes en el esquema de poder norteamericano actual.
Pero lo verdaderamente importante, creemos, va mas allá del petróleo,
de Hussein, y de Medio Oriente.Se trata de dar continuidad a la
guerra sin fin que se proclamó después del atentado. Para que ésta
resulte verosímil como amenaza universal y como afirmación de
omnipotencia luego de la herida infligida por los aviones-bomba, la
'guerra antiterrorista' debe ser dinámica en la generación de nuevos
escenarios, en la 'producción' de renovados enemigos. Allí está
Corea del Norte, superponiéndose casi con Bagdad en el carácter de
objetivo a ser atacado, en una demostración de que esa dinámica se
acelera.
No importa tanto en qué latitud geográfica esté ese adversario, que
ideas diga defender, que religión profese, ni tampoco se necesita
que se trate de un gobierno; un movimiento insurgente puede ser tanto
o más conveniente que un régimen político o un gobernante 'incómodo'.
El papel del 'enemigo' del momento no radica tanto en la conveniencia
e importancia de su destrucción, sino en su rol de 'condenado a
muerte' por la insolencia de haber desafiado a EE.UU o a los
'valores' que éste asume como propios, y con ello en el efecto
disuasivo que entraña para cualquiera que quisiera seguir una
conducta similar, en cualquier tiempo y lugar. El 11 de septiembre
confirió a la potencia capitalista un 'enemigo' que había perdido
desde la disolución de la Unión Soviética, construido aceleradamente
a la sombra del atentado a las Torres Gemelas. Para mejor ese enemigo
no es otra 'gran potencia' ni tiene una ideología más o menos
identificable, sino que es lo suficientemente 'plástico' e indefinido
como para ser moldeado más o menos a gusto de quien lo atacará. Sólo
las necesidades norteamericanas, coyunturales o estratégicas,
balancearán las ventajas y peligros de declarar 'terrorista' a un
estado o a una organización de cualquier tipo. Y mientras las largas
décadas de enfrentamiento contra el 'comunismo' debieron limitarse
centralmente a la 'guerra fría', acompañada por operaciones militares
de alcance limitado y en áreas periféricas, el nuevo enemigo ofrece
amplias oportunidades para la guerra 'caliente', para intervenciones
rápidas que brinden 'triunfos' indiscutibles. Siendo el 'terrorismo'
una actividad de contornos imprecisos, y que por naturaleza se
realiza en secreto, cualquiera puede ser acusado de complicidad
activa con actos clasificables como tales. Y a juzgar por la
argumentación volcada por Bush hijo en el muy reciente discurso sobre
'el estado de la Unión', no son los acusadores sino los acusados los
que deben probar su inocencia: La 'doctrina' de que es Saddam Hussein
el que debe probar que destruyó su armamento y no los inspectores
encontrar el no destruido, puede ser extendido a las más variadas
situaciones e invertir la carga de la prueba al servicio de concretar
las agresiones bajo una apariencia de legitimidad ética y política.
Una demostración de la labilidad de los límites de estas operaciones,
lo dan recientes declaraciones del presidente colombiano Alvaro
Uribe, cabal representante de la derecha de esta parte del mundo. Ha
dicho que sería preferible que las fuerzas armadas norteamericanas
actuaran contra la guerrilla de su país que frente a Saddam. Y allí
se muestra el siniestro potencial de la 'guerra antiterrorista', la
que se anunció sin ambages como larga y sangrienta, y sin duda lo
será sino se alcanza a impedirlo a tiempo. No sólo estados sino
fuerzas insurgentes deberían estar en el blanco de las fuerzas
imperiales, actuando como una policía global para aplastar a todo
aquel que contradiga de alguna manera los propósitos del gran capital
y de su Estado por excelencia. Allí donde un estado nacional, una
dirigencia local, falle en reprimir a los díscolos, podrán aparecer
las unidades de 'despliegue rápido' de las FF.AA norteamericanas. Y
no está escrito que deban ser sólo organizaciones que toman el camino
de la lucha armada: allí donde los defensores locales del capitalismo
se vean sobrepasados, se descubrirá algún rasgo de 'terrorismo' o
vinculación con el narcotráfico como 'cabeza de proceso' para iniciar
la intervención. He aquí la fuente para nuevas 'hipótesis de
conflicto' que incluyan a los campesinos en protesta, los indígenas
movilizados, los desocupados que corten rutas o los obreros en
huelga. Todos podrán ser constituidos en 'terroristas' aunque nunca
hayan visto una bomba o ni siquiera utilicen armas de fuego.
Primera potencia económica mundial,, fuerza incontrastable en lo
político-militar, centro hegemónico de la industria cultural y
orientador universal del consumo de masas, Norteamérica es el Estado
con mayúsculas, el único que incrementa poderío y funciones en tanto
que los estados nacionales decaen, sin excluir a los más prósperos y
tradicionalmente más fuertes. La religión del mercado y el libre
comercio va en la punta de las bayonetas norteamericanas, y junto con
ella, el propósito de no dejar en pie ningún atisbo de 'civilización'
que no se base en el poderío de la gran empresa, por supuesto que con
muchos términos como 'libertad', 'democracia' y derivados resonando
en la justificación pública de la agresión. La guerra en Irak es sólo
un episodio de la cadena de acciones destinadas a afianzar a los
EE.UU en ese papel, a través de la demostración concreta y reiterada
de que nada ni nadie escapa a la 'larga mano' de su venganza, y que
no hay fuerza que pueda impulsar principios o interpretaciones
diferentes a las hegemónicas, acerca del futuro de la sociedad
mundial. 'Con nosotros o contra nosotros', ha proclamado Bush hijo, y
todos los que se oponen al capitalismo globalizado deben saber que
tienen un enemigo imperial que, en lo que dependa de su voluntad, no
descansará hasta reducirlos a polvo.
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