La estupidez, una realidad latente
02/07/2014
- Opinión
El día 2 de Julio, el periódico El Mostrador publicó un artículo de la señora Teresa Marinovic titulado “El indigenismo, una ficción de occidente” que, sin lugar a dudas, habría colmado de felicidad al criminal Ante Pavelic, supremo líder de la Ustasha en la Croacia pro-nazi.
Afirma la señora Marinovic, licenciada en filosofía: “En mayor o menor medida, todos cargamos con alguna culpa. El que no se arrepiente de nada, el que no tiene capacidad de remordimiento o de compasión, es descrito por la psiquiatría como un psicópata. La culpa puede, sin embargo, llegar a ser nociva cuando condiciona una relación; cuando el victimario se amarra (con cadenas que su propia culpa construye) a quien fuera, en algún momento de la historia, su víctima.”
Con esto sugiere que el verdadero responsable de la culpa es la víctima, pues no libera al culpable de las cadenas de su culpa. Este extraño argumento nos llevaría a pedir a las víctimas de los crímenes de la dictadura de Pinochet que por favor liberen a los culpables de sus responsabilidades pues de otra manera estarían condicionando “la relación” entre víctima y verdugos. Y lo que esta licenciada en filosofía al parecer desconoce, es que son justamente las víctimas las que deciden su relación con los culpables en un acto que desde la antigüedad se llama Justicia.
Y la licenciada en filosofía (¿dónde?) sigue con su brillante escrito: “Esa es, precisamente, la dinámica que caracteriza la relación entre el Mundo Occidental y el Mundo Indígena, y esa es también la razón por la cual ninguna medida compensatoria será suficiente. Porque, seamos claros, en el origen de la historia de cualquier país, de cualquier Estado e incluso de cualquier pueblo originario, hay una guerra. Una guerra en la que el dilema fue “o matar o morir”. Sin ir más lejos, los mapuche la tuvieron con quienes ocupaban el territorio antes que ellos y el resultado práctico de ese conflicto fue la aniquilación de su adversario. La tuvieron también con los españoles: no por casualidad asaron algunas partes del cuerpo mutilado de Pedro de Valdivia y lo comieron en presencia suya.”
Es decir, los mapuche son los únicos causantes de un conflicto que no buscaron, porque los invadieron y usurparon sus tierras, pero con su pertinaz negativa a liberar a los usurpadores de las cadenas de sus culpas, “seamos claros” se auto convierten en causa del conflicto y solución, es decir aniquilación de sí mismos mediante el perdón de los culpables y la renuncia a cualquier idea de justicia. Ignora la licenciada en filosofía que el dilema de la guerra no es “matar o morir”, sino como lograr un statu quo que consagre la legitimidad del vencedor sobre el vencido.
Joseph Göebbels, el ministro de propaganda de Hitler, sentía una sincera admiración por el pragmatismo farsante del croata ustasha Ante Pavelic, ambos cultivaban una pasión desmesurada por la falsedad histórica, pasión al parecer compartida por esta licenciada en filosofía que repite la paparruchada del festín que se habrían dado los malvados mapuche con partes del cuerpo de Pedro de Valdivia asado a la parrilla, sin chimichurri, y teniendo al desdichado español como invitado. Sería interesante conocer sus fuentes de “documentación histórica”, aunque a tenor de lo que afirma se puede suponer que se nutre del panfletismo histérico.
La licenciada en filosofía (¿dónde se licenció?) continúa con sus afiebradas filosofadas: “La idea de que el Estado (o peor aún, Occidente) ‘invisibilizó’ al indígena o lo aniquiló penalmente, concibiéndolo como un “enemigo interno” es, en el fondo, una construcción conceptual que tiene su origen en la culpa y, quién sabe si no, en la religión. Culpa que impide ver las cosas como son y decir, con todas sus letras, que la precariedad de la cultura indígena responde, única y exclusivamente, a su propia incapacidad de sostenerse a sí misma. Nada justifica, por tanto, que los vencedores de una guerra carguen de manera perpetua con la culpa de la sangre que derramaron o de los despojos que realizaron, menos aún si es que hubo un proceso integrador y también reparatorio, tanto antes como después de que ella ocurriera y no una simple masacre, como cuenta la historia cuando ella es narrada por los que perdieron.”
A esta altura, reconozco que cuesta reprimir la náusea. Esta filósofa decididamente heredera de Ante Pavelic debería leer algunas páginas de “La conquista de América y el Problema del Otro” de Tzevedan Todorov, para entender que el objetivo primigenio de la llamada conquista de América fue la desaparición del indígena mediante la negación de cualquier valor diferente al de los conquistadores. El otro no existía en términos de sujetos activos y representativos de una forma de ser. La llamada Conquista de América tuvo la misma lógica de contables que más tarde emplearían los nazis y los ustashas croatas para decir por la fuerza el porcentaje de mano de obra esclava que debía sobrevivir, y por medio de la religión el aniquilamiento de todas sus culturas. Y como la máxima expresión de cultura de todas las sociedades humanas ha sido siempre la forma de organizar la vida para asegurar formas de ser, se les sometió por la fuerza al designio de la providencia, de lo que llega por bondad del cielo o de sus representantes, los vencedores.
Esta filósofa croato-chilensis omite, porque nadie puede ignorarlo que, por ejemplo hasta al alzamiento de Chiapas, el Estado mexicano, es decir los herederos de los vencedores, estimaban a ojo la población de diversas etnias habitantes de la selva lacandona, que hasta hace muy pocos años en Ecuador existía el Huasipungo tan magistralmente denunciado por Jorge Icaza, y en la prensa quiteña era posible ver avisos que ofrecían en venta una finca “con quince familias de indios en edad de trabajar”. El desprecio y la fuerza de los vencedores logró que los habitantes originarios de América se tornaran invisibles, no físicamente, sino invisibles en tanto representantes de una diversidad cultural, de otras formas de ser.
Al citar las razones, según esta diligente discípula de Göebbels y Pavelic, de “la precariedad de la cultura indígena”, ofende al país en su conjunto, porque omite que esa “precariedad cultural” llevó a la nación mapuche a dominar el arte de la guerra y obligó a los invasores a llegar hasta el llamado parlamento de Quilín el 6 de enero de 1641, para dirimir de igual a igual un statu quo que pusiera fin a la guerra. A ese Parlamento de Quillín asistieron por la parte mapuche los “culturalmente precarios” toqui Lientur, que llevó las conversaciones, y los lonkos Chikawala, al mando de mil trescientos lanceros, y Linkopichón al mando de la caballería mapuche y otros tres mil lanceros.
Esos “culturalmente precarios” según esta filósofa fiel al axioma de Göebbels “una mentira repetida mil veces se convierte en realidad”, consiguieron que el invasor aceptara las siguientes condiciones: los mapuche conservarían su absoluta libertad sin que nadie pudiera molestarlos en su territorio, ni esclavizarlos ni entregarlos a encomenderos; que su territorio, la Wallmapu, tenía como límite norte el río Biobío: que los españoles destruirían el fuerte Angol pues quedaba dentro del territorio Mapuche; que dejarían entrar a su tierra a todo aquel que fuera en son de paz.
Por su parte los mapuche se comprometían a liberar a los cautivos, y a considerar como enemigos a los enemigos de España. Y este tratado de paz fue ratificado por el rey Felipe IV el 29 de abril de 1643. Vaya una proeza para un pueblo “culturalmente precario”.
Y casi para concluir su brillante ejercicio de racismo, esta licenciada en filosofía balcánica se permite alardear de un pretendido darwinismo étnico, al definir la vida y las contradicciones entre víctimas y victimarios como “una lucha por la sobrevivencia en el contexto de un proceso de selección natural”. Luego de leer esto dan ganas de gritar ¡Heil Darwin!, pero el naturalista no tiene la culpa de los exabruptos de doña Teresa Marinovic.
Finalmente, la última perla de esta licenciada en filosofía (¿se licenció en la universidad Dr Menguele?): “La primera víctima de la guerra, decía un político estadounidense, es la verdad, y yo agrego que la primera construcción de la culpa es una falsificación”. La frase es de Esquilo, un dramaturgo y fundador de la tragedia griega, pero al margen de este gesto de simpatía “intelectual” de esta licenciada en filosofía hacia algún político norteamericano, su aporte, afirmación audaz o último mugido, alcanza cotas de insolencia imperdonable.
Según ella, la culpa de Pinochet, de Miguel Krasnov cuyo padre luchó en las filas fascistas de Ante Pavelic en Croacia, de los responsables de la desaparición de más de tres mil chilenos, de las torturas, de los asesinatos de dirigentes y de niños mapuche, son simples falsificaciones, esos hechos nunca existieron, todas las víctimas mienten.
Esta mujer es la infamia con dos patas, y lo único que espero es que esta licenciada en filosofía del exterminio no de clases en ningún lugar.
Gijón, 3 de julio 2014.
https://www.alainet.org/es/articulo/86886?language=es
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