“Esta no será una paz con impunidad, será una paz justa”: Santos

Juan Manuel Santos reelegido Presidente

15/06/2014
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Imagen: Telesur
Con la colaboración y votos de todas las fuerzas políticas y sociales que no querían el regreso de Álvaro Uribe, por medio de su candidato Oscar Zuluaga, incluidas las de izquierda como el Polo Democrático, Progresistas (de Gustavo Petro, Alcalde de Bogotá), la Marcha Patriótica, y los Verdes, Santos ganó este 15 de junio la reelección, que de cierta forma se puede considerar como un plebiscito a su bandera de la PAZ y a las negociaciones con las FARC. Inclusive con el ELN, que pocos días antes de la elección, manifestó su decisión de entrar en proceso de negociación.
 
La abstención siguió siendo muy alta, un 52%.
 
Santos no fue reelegido por sus ejecutorias como gobernante, en el periodo que termina el próximo 7 de agosto. Se salvó por dos razones de peso y fondo: su empeño en el proceso de paz y el miedo al retorno de Álvaro Uribe, en cuerpo propio y en cuerpo ajeno (Oscar Zuluaga).
 
Cifras segunda votación, 15 de junio                  Primera votación, 25 de mayo
Juan Manuel Santos     7.816.986      50,95 %                    3.301.815     25.7 %
Óscar Iván Zuluaga      6.905.001      45,00 %                     3.759.971     29.3 % 
 
Santos ganó solamente por 911.985 votos
 
Voto en Blanco                619.396        4,03 %                         770.610      6 %
Votos anulados                403.405        2.55 %
 
Votos NO marcados         50.152         0.31 %
 
Total de votos:           15.794.940      47.89 %                         13.216.402
 
Votos válidos             15.341.383
Nuevos votantes           2.578.538
Abstención                                         52 %                                                 60%
 
Total de ciudadanos y de ciudadanas en capacidad de votar: 32.975.731
 
Se configura un nuevo mapa político/politiquero y electoral
 
Los dos partidos políticos que lideraron las tres elecciones este año (Congreso y dos presidenciales), fueron el partido de la “U” (Santos) y el Centro Democrático (Uribe). Quedaron en entredicho los dos partidos históricos, Liberal y Conservador, así como las izquierdas que NO logran convocar al conjunto mayoritario de la población votante. Están desdibujados, por decir lo menos.
 
Pareciera que en adelante el juego político y/o politiquero se realizará en las canchas de la “U” y del Centro Democrático. Uribe “perdió” las elecciones presidenciales pero aglutinó cerca de siete millones de votos. Cifra nada despreciable para futuras contiendas políticas/politiqueras y electorales. Además, tiene curul de senador y un bloque de 21 parlamentarios. Habrá todavía Uribe para rato. Uribe NO ha muerto, políticamente hablando. Si Santos y sus aliados no desarrollan un muy buen gobierno, existe el peligro del regreso triunfante de Uribe.
 
Si no me equivoco, las izquierdas, los verdes, los sectores sociales progresistas sin partido, así como los ciudadanos y las ciudadanas independientes, pero con postura crítica y alternativa, nunca antes habían tenido que jugar tanto protagonismo, para salvar unas elecciones como las del 15 de junio, votando por un candidato del sistema que NO representaba sus intereses, salvo la PAZ. Fenómeno novedoso e inédito. Sus votos fueron decisivos. 
 
Por esas alianzas, Santos obtuvo 4.515.171 votos más, que en la primera vuelta.
 
Pero hay que decirlo, en la derecha también se unieron todas las tendencias, para imponer un régimen autoritario, anti-democracia. Uribe-Zuluaga obtuvieron 3.145.030 votos más que en la primera vuelta.
 
Pero ese aumento de votos no logró romper el espinazo a la enorme desilusión del 52% de la población que NO vota. Población que NO cree en este tipo de democracia.
 
El proceso electoral nos dejó, pues, un país polarizado, no sólo por partidos, sino ante todo por posturas de “extrema derecha” y “derechas” e “izquierdas”, votando del mismo lado para salvar la paz y parar el triunfo de la “extrema derecha”. Pero también claramente dividido entre quienes votan y no votan. Y los que no votan, con una mayor conciencia de la inutilidad del voto.
 
Las Eclesiásticas del país cometen diariamente el “pecado de omisión”, por su incapacidad de crítica-ética concreta ante la corrupción y la politiquería
 
Quiero citar de entrada una frase de Francisco-Papa, que leí hace dos días, en su reciente entrevista al periódico Vanguardia, de España. En Argentina cumplió esa convicción. Por ello tuvo conflictos públicos con autoridades estatales y de Buenos Aires.
 
“... la política es una de las formas más elevadas del amor, de la caridad. ¿Por qué? Porque lleva al bien común, y una persona que, pudiendo hacerlo, no se involucra en política por el bien común, es egoísmo; o que use la política para el bien propio, es corrupción. Hace unos quince años los obispos franceses escribieron una carta pastoral que es una reflexión con el título "Réhabiliter la politique". Es un texto precioso hace darte cuenta de todas estas cosas...”
 
Durante las tres jornadas electorales de este año (para el Congreso y las dos para la Presidencia), las eclesiásticas católica, protestantes y cristianas guardaron silencio cuasi absoluto sobre la prostitución de la Política, sobre el sistema de corrupción que se le ha impuesto al país, sobre las múltiples corrupciones en concreto, las de la vida diaria. Cada día se destapa un caso de corrupción, por lo menos, en algún sitio o rincón del país.
 
En las parroquias, en los municipios y en las diócesis se conocen los casos concretos de corrupción, por parte de alcaldes, de concejales, de gobernadores, de diputados, de los parlamentarios, de los ministros, de las bajas y altas burocracias, pero ni los párrocos, ni los obispos ni los pastores denuncian con nombre propio. Cometen el pecado de omisión.
 
¿Por qué ese comportamiento, nada acorde con el Evangelio de Jesús de Nazaret? Jesús levantó la voz y se enfrentó a las autoridades de su tiempo. Fue un indignado. Fue un hereje. Lo criticaron, lo calumniaron, lo persiguieron, pero no calló. Lo silenciaron con el martirio, con la muerte en cruz.
 
Las diferentes eclesiásticas, en sus prédicas afirman “NO” hacer política. ¿Acaso confunden Política con politiquería? ¿Confunden Política con la adhesión o apoyo a los partidos políticos? ¿Confunden Política con campañas electorales? ¿Acaso la Política, en el sentido exacto y fundamental del término, no es ocuparse y defender lo que atañe a todas y a todos? ¿No es ocuparse de lo público? ¿No es ocuparse del bien común? ¿Política no es ocuparse y defender a las mayorías empobrecidas y excluidas?
 
La política, lo público y el bien común exigen una alta ética, personal y pública. 
 
La ética es cada vez más escasa en los partidos políticos y en las personas que optan por la política, es decir, en aquéllos y en aquéllas que buscan ser elegidos en los diferentes niveles: nacional, departamental, municipal, y hasta barrial o veredal, para las Juntas de Acción Comunal. La escasez de ética no es de ayer ni de hoy. Es una endemia crónica cada día más grave, en este país. ¿Por qué ese silencio? ¿Por qué esa incapacidad de denunciar y criticar a los que representan la Política pero la reducen a la politiquería, día tras día?
 
Las campañas electorales se desarrollaron en medio de enormes escándalos, a toda luz, faltos de ética: las grandes sumas invertidas en propaganda para obtener los votos, la compra de votos, “la mermelada” distribuida por el Gobierno Santos, las “chuzadas” de teléfonos y correos electrónicos que se hicieron desde el campo uribista, las mutuas calumnias para desprestigiar al opositor, el tráfico de influencias para los nombramientos de los ¿servidores públicos? ¿Merecen ese título? ¿No sería mejor decir, nombramientos de burócratas y escaladores/trepadores públicos? Se hacen nombrar unos meses para luego exigir otro cargo más alto porque conlleva más salario, más honorarios y/o más viáticos. No les importa la continuidad en el buen desarrollo de programas y planes. Buscan su éxito individual.
 
Sin olvidar el crónico robo del erario público en casi todas las instituciones pública. Se ha tenido el caso muy sonado y emblemático en las altas cortes de la Justicia con el aumento de sus salarios y las mesadas de sus pensionados... Pero no es el único.
 
Vale la pena citar a dos columnistas reconocidos, en el contexto de las elecciones. Pero claro no tienen el peso que puede tener la voz de un arzobispo, de un obispo o de un pastor a la cabeza de una mega-iglesia. O de un párroco a nivel de su municipio. A los eclesiásticos se les considera los guardianes de la ética, de la moral... Pero han reducido su misión ética a nivel de la ética o moral individual, y callan cuando de la ética o de la moral pública se trata.
 
“...La campaña terminó como empezó: cochina. Denuncias de última hora sobre negocios de la familia presidencial; antiguos capos del paramilitarismo a quienes, en la semana final, la memoria se les despertó; agresivos anuncios de televisión y vallas rayanas en el insulto; masiva compra de votos con mermelada corrupta consumida hasta niveles diabéticos. En fin: la más sucia artillería que ha asqueado a millones de votantes que se quedarán hoy en casa y a otros que iremos a las urnas a ejercer el sagrado derecho de votar en blanco”... (Mauricio Vargas, El Tiempo 15-VI-14).
 
“... ¿O es que se nos han olvidado la intolerancia que caracterizó a la administración Uribe, la persecución a sus críticos y adversarios –a quienes Uribe tacha de aliados de las Farc y comunistoides–, las ‘chuzadas’ ilegales contra magistrados y opositores, la entrega del DAS y el Incoder a la ‘parapolítica’ y la corrupción rampante en esos institutos, en Ingeominas, en Agro Ingreso Seguro, en Estupefacientes?”... (Guillermo Perry, El Tiempo, junio 15 de 2014).
 
Queda la pregunta de no fácil respuesta: ¿Por qué las jerarquías católicas, protestantes y cristianas no se atreven a pronunciar palabras críticas y contundentes, desde los hechos diarios, desde lo concreto de los hechos corruptos de la vida pública, y no solamente desde los principios abstractos? Es muy fácil decir: “Hay corrupción en el país”. Pero ese discurso ya no tiene sentido porque es muy grande el cinismo de los corruptos. Ya no se sienten identificados con el discurso abstracto.
 
Bogotá, Junio 16 de 2014
 
Héctor Alfonso Torres Rojas, Licenciado en Teología y en Sociología
 
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