El narcotráfico no es terrorismo
03/12/2013
- Opinión
El presidente de Israel, Shimon Peres, quien visitó México recientemente, ofreció una entrevista muy comentada en diversos círculos académicos y políticos al diario Excélsior (http://www.excelsior.com.mx/nacional/2013/11/26/930604 ) el día 26 de noviembre, en la que afirma que el narcotráfico es terrorismo. Esta afirmación se fundamenta, según Peres, en que “todo mundo que mata gente inocente es terrorista. No importa cómo se le llame en la academia. Si su motivación es no respetar la ley y no respetar la vida humana, para mí eso es terrorismo, en cualquier lado que ocurra.”
Pocos podrían estar en desacuerdo con esa afirmación. Sin embargo existen matices que es importante destacar a propósito del narcotráfico y del terrorismo, en particular en el caso de México. Si lo dicho por Peres se da por sentado, entonces México es un Estado agobiado por el terrorismo, lo cual tiene importantes implicaciones dentro y fuera del país.
Aun cuando Peres desprecia las distinciones que en torno al narcotráfico y el terrorismo se suelen hacer en el mundo académico, no está de más traerlas a colación, toda vez que son en extremo relevantes. De entrada es importante recordar que el terrorismo es un tipo de violencia, un método, que tiene una finalidad política. El terrorismo tiene dos destinatarios: los inmediatos y los secundarios. Por ser un acto político que pretende obligar a cierto actor –por ejemplo, un gobierno- a modificar su conducta, el terrorismo suele recurrir a una violencia espectacular, que generalmente tiene una amplia cobertura en los medios y que lamentablemente produce numerosas víctimas fatales -que suelen ser civiles inocentes. Éstos, sin embargo, no son el “destinatario” principal del “mensaje” que quienes recurren al terrorismo, transmiten, sino que dichas acciones se dirigen a los gobiernos. También es importante destacar que a nivel internacional no existe, a la fecha, una definición de consenso sobre el terrorismo y que ello dificulta su caracterización lejos de apasionamientos y consideraciones políticas particulares.
Por su parte, el narcotráfico, según la Oficina de las Naciones Unidas para las Drogas y el Crimen (UNODC) es el comercio ilícito global que comprende el cultivo, la manufactura, la distribución y la venta de sustancias sujetas a leyes que prohíben las drogas. Por lo tanto, es una actividad esencialmente económica, motivada por el lucro.
Lo anterior no significa que el terrorismo y el narcotráfico no lleguen a coincidir en determinadas circunstancias. Después de todo, los narcotraficantes pueden acariciar objetivos políticos en la medida en que éstos posibiliten y coadyuven al tráfico de estupefacientes, y también si las autoridades asestan golpes importantes contra la delincuencia organizada especializada en dicho ilícito. En un escenario como el descrito, el narcotráfico podría echar mano del terror para la consecución de sus fines. El problema, por supuesto estriba en que el narcotráfico y la delincuencia organizada en general, suelen tener bases sociales, las cuales no necesariamente apoyarían el recurso al terror. Claro, el terrorismo también suele tener bases sociales, pero las comunidades que auspician y apoyan al terror como medio de reivindicación, saben también que se exponen a un escenario dantesco.
Es verdad que el terrorismo podría requerir recursos financieros para concretar sus actividades, lo que lo acercaría a la delincuencia organizada, y en particular, al narcotráfico, por ser éste un generador neto de beneficios económicos. Sin embargo, para que eso ocurra, es necesario calcular los costos y los beneficios potenciales de una alianza entre el terrorismo y el narcotráfico. Si bien es cierto que, en principio, al terrorismo le “molesta” la gestión política de un gobierno determinado; y que al narcotráfico le “molesta” la gestión policial y económica de un gobierno determinado, es claro que ambos, los terroristas y los narcotraficantes necesitan del gobierno, dado que éste es quien justifica, en última instancia, la existencia del terrorismo y del narcotráfico. En otras palabras: ambos, el terrorismo y el narcotráfico, sólo pueden ser lo que son, actores ilícitos, en la medida en que existen instituciones y autoridades “lícitas”, esto es, una suerte de “némesis.” Pero ni uno ni otro parecerían estar en condiciones de reemplazar o “sustituir” al quehacer institucional y gubernamental.
Dicho esto, y siguiendo con lo planteado por Shimon Peres, si el narcotráfico es terrorismo, surgen numerosas interrogantes. Las organizaciones palestinas –y de otros países-, que en distintos momentos han impugnado al Estado de Israel, sus políticas de asentamientos, y el apoyo que recibe de parte de Occidente, etcétera, y que han recurrido al uso del terror para reivindicar los derechos del pueblo palestino –y otras agendas relacionadas-: ¿son también narcotraficantes? No parece ser el caso. Ahora bien, pensando en México: los narcotraficantes mexicanos ¿son también terroristas? Si como se explicó al principio del presente artículo, el terrorismo es un método, una forma de violencia que pretende atemorizar a la sociedad y enviar un “mensaje” al gobierno: ¿están interesados los traficantes de estupefacientes en usar el terror como método para la consecución de sus fines, a sabiendas de que eso puede desencadenar una reacción internacional en su contra? Porque en el mundo existe una guerra declarada contra el terrorismo, no así, o al menos no en los mismos términos, para enfrentar a la delincuencia organizada transnacional. Y además, Estados Unidos encabeza la lucha contra el terrorismo y es de suponer que los narcotraficantes mexicanos no querrían que la Unión Americana intervenga directamente y entorpezca un negocio tan lucrativo como el que tienen. El narcotráfico en México sólo está en condiciones de enfrentar a los cuerpos de seguridad del Estado mexicano. Claro que tampoco queda claro que Washington quiera, ni esté en condiciones de participar en dos “guerras” de manera simultánea: una contra el terrorismo y otra más contra la delincuencia organizada transnacional, a juzgar por lo expuesto en la estrategia contra la delincuencia organizada transnacional que dio a conocer el gobierno de Barack Obama el 25 de julio de 2011.
Un aspecto no menos importante a propósito de una posible alianza entre terroristas y narcotraficantes, es la confianza de unos hacia otros de cara a los objetivos que cada uno persigue. Por ejemplo, ¿es pertinente que los terroristas cierren filas con narcotraficantes pese a que los fines que persiguen unos y otros no necesariamente coinciden? Los terroristas posiblemente estarán dispuestos a pagar el precio de aterrorizar a una sociedad, porque es a través de éste que buscan cuestionar a determinado gobierno. Si mueren en el intento, es un costo que están dispuestos a asumir. En contraste, los narcotraficantes necesitan mercados de consumidores, por lo que aterrorizar a la población, podría no ser la estrategia más pertinente. Pero además: ¿cuántos narcotraficantes estarían dispuestos a inmolarse? En el negocio del tráfico de estupefacientes, una vez que un cártel o líder es “eliminado”, otros ocupan su lugar rápidamente. ¿Quién querría “hacerse a un lado” y allanar el camino en beneficio de otros cárteles u organizaciones criminales?
En suma: el narcotráfico no necesariamente es terrorismo. Se trata de problemas distintos, que demandan soluciones y estrategias diferenciadas. Poner ambos ilícitos en el mismo costal, dificulta a los gobiernos la gestión pública e impide no sólo el combate de los mismos, sino atender a sus causas de fondo. Lo dicho por Shimon Peres se entiende a partir de la situación a que ha estado expuesto Israel desde su nacimiento en 1948, donde el terrorismo ha sido el método preferido por quienes cuestionan su existencia y quieren un estado de cosas distinto en el país y en la región de Medio Oriente. Empero, medir al resto del mundo con la misma vara, no es pertinente, y plantea escenarios, muchos de ellos de gran riesgo, que no parece necesario que se produzcan.
María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la
Universidad Nacional Autónoma de México
https://www.alainet.org/es/articulo/81384?language=es
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