La certeza de la política afroprogresista
15/06/2013
- Opinión
Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 486: Miradas del movimiento afrolatinoamericano 06/02/2014 |
Ubuntu: Rescatar memorias radicales afrodescendientes, sembrar presentes y cultivar futuros de des/colonialidad y liberación
Arranco afirmando la transcendencia histórica del presente. Si en 1992 se vitalizaron los movimientos étnico-raciales con la campaña de los 500 Años de Resistencia Indígena, Negra y Popular, en el 2013, a 200 años de las independencias que constituyeron patria grande y patrias chicas, en vista de la refundación constitucional y simbólica de los Estados como plurinacionales, multiétnicos, e interculturales, necesitamos una reflexión política profunda en aras de transformaciones radicales. Vivimos una era de crisis de la civilización occidental capitalista (económica, ecológica, política, cultural) lo cual requiere respuestas contundentes e implica entender el rol protagónico de l@s afrodescendientes en las luchas por la des/colonialidad y liberación. Para esto hay que calibrar la centralidad del racismo en la historia moderna y en el mundo de hoy.
Racismo y colonialidad del poder
Si vemos los procesos de globalización en su larga duración de más de 500 años, vemos que en el sistema-mundo moderno/colonial capitalista prima un patrón que con Aníbal Quijano llamamos Colonialidad del Poder, constituido por cuatro regímenes entrelazados de dominación: capitalismo, racismo, imperialismo y patriarcado.
Definimos el racismo como un régimen de dominación que tiene tres dimensiones: Racismo estructural, racismo institucional, y racismo cotidiano.
El racismo estructural: afecta los componentes principales de la historia moderna, desde la economía mundial capitalista y la sobre-explotación y marginalización económica de las masas trabajadoras, campesinas y desposeídas racializadas negativamente (en América Latina mayormente afrodescendientes e indígenas); y la desvalorización de nuestras memorias y saberes -por eso hablamos de racismo epistémico, hasta diversas formas de violencia racial- desde la brutalidad de la esclavitud que fue uno de los holocaustos mayores de la era moderna, hasta situaciones como la actual en Colombia donde hay más de 4 millones de desterrados y un sinnúmero de muertos en una guerra que afecta desproporcionalmente a los afrodescendientes[1]. A esto añadimos la violencia racial urbana que sobre todo sufren jóvenes negros a través de las Américas.
El racismo institucional: que experienciamos y observamos en todas las instituciones, desde el Estado, donde consistentemente estamos sub-representados, el sistema educativo, donde se excluyen nuestras historias a la vez que todavía somos relativamente pocos los estudiantes y profesores universitarios; hasta las viviendas, los servicios de salud, y los mercados de trabajo. Y finalmente el racismo como experiencia cotidiana de discriminación y humillación de diversas maneras, desde miradas hostiles e insultos, hasta no ser bienvenidos en ciertos lugares públicos y hogares privados.
Esta condición persistente que el marxismo negro[2] ha caracterizado como capitalismo racial ha implicado una continuidad en la dominación étnico-racial y opresión económica de los sujetos de la africanía moderna tanto en el continente africano como en la diáspora. Las ideologías racistas desde su inserción en el siglo XVI han considerado a los sujetos africanos y afrodescendientes como no-humanos o menos humanos. A contrapunto, la política afro ha sido como una suerte de humanización que siempre ha implicado discursos propios y profundos de libertad y democracia, y por ende ha sido una fuerza progresista en la historia de la humanidad. La política de liberación negra siempre ha sido una afirmación de vida contra los regímenes de terror y muerte que confrontamos desde el holocausto de la esclavitud hasta la pluralidad de formas de violencia racial (económica, ecológica, epistémica, cultural, sexual y política) que han dado forma y contenido al racismo a través de toda la historia moderna.
Coyunturas claves
Esta suerte de autoafirmación de nuestra humanidad y protagonismo (político, cultural, e intelectual) siempre ha sido de carácter no solo local sino diaspórico y global. Los pan-africanismos históricos florecieron en cuatro coyunturas histórico-mundiales donde los afrodescendientes hemos estado al frente de transformaciones a favor de la des/colonialidad y liberación. Cada una representó épocas de cambio global, momentos de crisis y por eso de gran intensidad de luchas y revoluciones.
El primero fue el de las revueltas de esclavizados cuya cúspide fue la revolución haitiana, la mayor revolución social de su época que significó la invención de la des/colonialidad y de la negritud como identidad política y proyecto de liberación. Allí se asentó una doble estrategia en la política afro: por un lado, el Cimarronaje, es decir crear formas y espacios propios de liberación, zonas liberadas “casa adentro” (para usar el concepto del afroecuatoriano Juan García); y, por otro lado, la estrategia de democratizar la democracia occidental, demostrado en el hecho de que Haití fue la única revolución de la época donde se cumplió verdaderamente la Declaración Universal de los Derechos Humanos del Hombre y el Ciudadano de 1789. De ahí en adelante se asentó la política afro como un pilar en las políticas de des/colonialidad y liberación a través de una doble estrategia: por un lado el cimarronaje, la creación de espacios propios de libertad, pensamiento, expresión cultural y prácticas comunitarias de solidaridad; y, por otro lado, los movimientos sociales, políticos, culturales e intelectuales que han sido fundamentales para forjar libertad y equidad no solo para los afrodescendientes sino para la humanidad en general.
El segundo momento, en los 1920s-1930s, durante la gran depresión, revoluciones en China, México y Rusia, y grandes guerras occidentales, floreció otra ola global de movimientos negros. La llamada “cuestión negra” fue debatida en las internacionales comunistas donde brillaron figuras como el caribeño CLR James, abogando por una combinación de organización propia pan-africana en conjunto con participación afro en los partidos y en alianzas socialistas nacionales e internacionales. También fue el momento de las luchas contra la intervención imperialista occidental en Etiopía, del movimiento de Garvey que sumó millones de afrodescendientes a través del mundo, del movimiento cultural y político de negritud que nació en el mundo francófono y del renacimiento de Harlem. Hay una gran necesidad de estudiar y escribir la historia de los afro-latinoamericanos y afro-caribeños en aquel momento clave de movimientos políticos, culturales e intelectuales tanto en la historia de las izquierdas en general como del mundo afro en particular. A pesar de diferencias significativas, por ejemplo entre DuBois y Garvey, los pan-africanismos de principios del siglo XX en general se oponían tanto al racismo como al imperialismo. No todos eran anti-capitalistas y anti-patriarcales, pero el pan-africanismo radical fue también desde un principio una de las fuentes mayores de las luchas por la justicia social y la equidad de género como se demuestra en figuras como Claudia Jones, una feminista de origen jamaiquino que promovió la triple lucha contra la opresión de clase, género y raza desde los 1930s.
El tercer momento, el de los 1960s-70s fue cuando comenzó la crisis de hoy. Aquí se destacan dos grandes luchas anti-racistas: el movimiento de liberación negra en los Estados Unidos y el movimiento contra el apartheid en Suráfrica, que le dieron liderato a las políticas en contra del racismo y por la equidad racial en la más grande ola de movimientos antistémicos que había tenido el mundo. Las luchas por la liberación nacional en el continente africano (en Argelia, el Congo, Ghana, Egipto, Kenia, etc.) dieron fin a los últimos vestigios del colonialismo formal, lo cual tuvo respuesta violenta del imperialismo occidental ejemplificado en el asesinato de Lumumba en 1961. En los Estados Unidos, la consigna de “poder negro” catalizó otras luchas y llegó a traducirse en “poder feminista”, “poder rojo” (indígena) y “poder amarillo” (asiático). El movimiento negro de liberación de los 1960s-70s en los Estados Unidos elaboró una política que vinculó el racismo con el capitalismo y el imperialismo, que se expresó no solamente en organizaciones radicales como las Panteras Negras y la Liga de Trabajadores Negros Revolucionarios, sino también en el ultimo Martin Luther King que ligó la oposición a la guerra de Vietnam y la lucha contra el racismo con reclamos a favor de la democracia económica. Franz Fanon, quien fue una de las grandes figuras políticas e intelectuales de la época planteó con claridad la relación necesaria entre combatir el racismo con luchar por la liberación nacional y el socialismo. En este articulo corto no puedo hacer un balance mínimo del desenlace de aquella ola de movimientos antisistémicos, pero es importante decir que debe ser motivo de reflexión, como los éxitos relativos del movimiento negro de los 1960s-70s en los Estados Unidos que lograron crear una clase media y una clase política afro, al tiempo que las mayorías de la clase trabajadora y sectores marginados siguen en severas condiciones de opresión y desigualdad, mientras el racismo sigue vivito y coleando como demuestra la persistencia, tanto de los índices de desigualdad, como de las prácticas de discriminación. Esto indica que las luchas contra el racismo son necesarias pero no suficientes, que se deben conjugar con gestas contra las otras aristas de la colonialidad del poder: el imperialismo, el capitalismo y el patriarcado.
El cuarto momento es el actual, y comienzo afirmando que la emergencia de los movimientos afro en América Latina con particular fuerza desde los 1980s, en el contexto de la globalización neoliberal, surgió como parte de una nueva ola de movimientos antisistémicos y de las crisis de las viejas izquierdas vanguardistas y obreristas que tendían a marginalizar la cuestión racial. También había y sobrevive una tendencia a deslindar lo racial de lo étnico, asociando lo racial con lo afro y lo étnico con lo indígena, lo que ha venido acompañado de un indigenismo que tiende a negar el problema del racismo como un mal que afecta tanto a los afrodescendientes como a los indígenas. La formación de redes nacionales y transnacionales de movimiento afro por toda América Latina a partir de los 1980s marcó un giro hacia el Sur en el eje principal del activismo negro en las Américas. Uno de los hitos de esta articulación de movimientos fue el proceso de organización y concientización que llevó a la Declaración y Plan de Acción de la Tercera Conferencia Mundial Contra del Racismo y Formas Conexas de Discriminación celebrada en Durban, Suráfrica en el año 2001, lo que significó una apertura tanto organizativa como institucional en la gestión contra el racismo y por la equidad racial a través de la región. Esto representó logros significativos en el frente antirracista, incluyendo que el racismo llegara a ser reconocido como un problema clave en los discursos públicos de la región, lo que constituyó una especie de pequeña revolución político-cultural en América Latina donde esto era considerado un mal de los Estados Unidos, en contraste a una alegada democracia racial en Nuestra América. El intelectual senegalés Doudou Dien, encargado oficial de dar seguimiento a la agenda de Durban, plantea que América Latina es la única región del mundo donde los principios y políticas contra el racismo que se aprobaron en Durban han tenido influencia tanto en los movimientos como en los gobiernos.
La efervescencia de movimientos afro junto con la emergencia de políticas de equidad racial a través de la región, cuya expresión más avanzada es el Ministerio de Igualdad Racial en Brasil, han creado lo que denomino como un campo político afrodescendiente en América Latina que entrelaza de formas complejas y muchas veces contradictorias movimientos con Estados e instituciones transnacionales de tipo diverso desde ONGs como “Global Rights”, hasta instituciones del capital transnacional como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del Estado imperial como U.S. Agency for International Development (USAID). Una manera de deslindar diferencias en la política Afroamericana Norte-Sur es describiéndola como un campo de contiendas entre diferentes proyectos de solidaridad y poder afroamericano donde compiten un pan-africanismo conservador, que puede servir de punta de lanza a los peores proyectos de poder imperial, al que Chucho García cataloga como afroderecha, un pan-africanismo neoliberal, que aboga por proyectos como los Tratados de Libre Comercio (TLC) y el Plan Colombia, acompañados con fondos y programas para los afros, en contraste con un pan-africanismo radical que trabaja a favor de la forja de un proyecto de des/colonialidad y liberación. Aquí no podemos presentar el espectro de actores, ideologías y perspectivas políticas en juego, pero hay algunos asuntos que son absolutamente pertinentes al artículo. Es necesario hacer un balance de los logros y carencias de las políticas étnico-raciales, las cuales debemos reconocer que todavía son marginales y operan en un contexto de capitalismo neoliberal y crisis que genera cada vez más opresión y desigualdad para las mayorías afrodescendientes. Si no hay cambios de fondo en las estructuras de poder político y económico, la eficacia de las políticas va a ser muy limitada y esto trae de entrada el tema de la relación entre luchar contra el racismo, el capitalismo, el imperialismo y el patriarcado, el tema de la política de des/colonialidad y liberación. La agenda de Durban es necesaria pero no suficiente, porque la lucha contra el racismo tiene que articularse con las luchas contra otras formas de opresión con las cuales esta entrelazada. Dicha perspectiva política ha de recuperar la mejor tradición de los movimientos emancipadores de África y la diáspora africana. Esto nos lleva al tema de la relación entre el llamado Socialismo del Siglo XXI, el racismo y la cuestión étnico-racial.
La tradición radical Afro brilla por su ausencia o aparece solo de manera marginal en los discursos tanto políticos como intelectuales del Socialismo del Siglo XXI y del Buen Vivir. Una de las tareas urgentes en lo que Boaventura de Sousa Santos llama “reinvención de la emancipación” es recuperar la memoria del pan-africanismo radical y colocar las luchas en contra del racismo y particularmente contra el racismo anti-negro al centro de la nueva política de des/colonialidad y liberación. Es imperativo combatir la amnesia colectiva sobre la tradición radical afro o pan-africanismo revolucionario en sus vertientes políticas, intelectuales, culturales. Como bien decía Fernando Martínez Heredia en una conferencia en Cuba, “Si no se combate el racismo no puede haber socialismo del siglo XXI”, a lo que añadimos que sin reconocer la importancia protagónica de los movimientos negros en la construcción histórica de la democracia radical y la justicia social, seguimos sumidos en la negación construida por el racismo anti-negro.
La necesidad de las alianzas
Nosotros como comunidad afroprogresista tenemos la mayor responsabilidad de sacar al relieve esta tradición, a la vez que debemos ubicarmos al frente de los espacios y terrenos de lucha más importantes de esta época, como son los procesos del Foro Social, procesos de integración regional como el ALBA, las cumbres ecológicas y por la soberanía alimentaria y la Marcha Mundial de las Mujeres. Dos asuntos fundamentales para nosotros son las gestiones para desarrollar relaciones de solidaridad y amistad con los pueblos del continente africano y la reconstrucción de Haití en base a los principios y prácticas de la hermandad afrodiaspórica y la diplomacia de los pueblos.
En la arena de lucha contra el racismo, entendida como práctica política de liberación, una de las tareas cruciales es construir relaciones estratégicas entre el movimiento afro y el movimiento indígena. Para esto es necesario tanto reconocer las condiciones comunes de opresión racial, social, epistémica y cultural, como respetar las diferencias y valorar los aportes de cada colectividad histórica. Tocando ese tambor en clave afrodescendiente, decimos que si bien es positivo esgrimir posturas contra el capitalismo neoliberal en aras de formas de vida material y espiritual indígena que se traducen como Suma Kawsi o “buen vivir”, también es necesario afirmar imaginarios, lenguajes y prácticas análogas en África y Afroamérica. Esto implica utilizar y diseminar nuestros propios conceptos como Ubuntu que sería un equivalente al “vivir bien” en lenguaje surafricano. Ubuntu se suele traducir con la máxima “Soy porque somos” que sirvió de consigna tanto al Encuentro de Consejos Comunitarios Afrocolombianos en mayo 2012, como al Congreso Nacional Afroecuatoriano de septiembre del mismo año. Más aun, Ubuntu significa una postura ética-existencial de armonía entre los seres humanos con todos los otros seres del planeta (flora y fauna, entorno ambiental), que apunta a una racionalidad de vida ecológica fundamentada en principios de solidaridad y reciprocidad que corresponde a formas de economía y gobierno antitéticas a las lógicas de explotación, ganancia a cualquier costo, guerra y violencia que priman en la civilización occidental capitalista. Es decir, la vida plena en clave de africanía.
En la misma clave afrodescendiente y a la luz de la tradición del pan-africanismo radical, la Articulación Regional Afrodescendiente en América Latina y el Caribe (ARA) surge a partir de tres reuniones, una en Ecuador, en diciembre de 2010, otra en Cuba, en junio del 2011, y el Cuarto Encuentro de Afrodescendientes y Transformaciones Revolucionarias en América Latina que se realizo en Venezuela, también en junio del 2011. ARA es un movimiento de movimientos, una red de redes afrodescendientes de carácter progresista cuyo programa se puede resumir en los siguientes puntos:
1. En el ámbito geopolítico regional, esbozamos una serie de propuestas para insertarnos centralmente en los procesos de integración regional. Impulsamos la creación de un Consejo Consultivo Afrodescendiente en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), la creación de un Fondo del ALBA para las reparaciones y el desarrollo autosostenible de las comunidades afrodescendientes, y de un programa en solidaridad con Haití. También hemos propuesto la creación de un Fondo Regional para la Memoria que rescate, sistematice y disemine nuestros saberes ancestrales y memoria histórica, y la organización de un Observatorio contra la Discriminación que se organice por país y se coordine a nivel regional.
2. En cuanto al orden global y en particular el sistema de la Organización de Naciones Unidas, nos unimos al reclamo por el Decenio de los Afrodescendientes como paso previo para instituir un Foro Permanente Afrodescendiente en la ONU, el cual, de manera similar al Foro Indígena, sea un espacio de reunión, deliberación y abogacía en defensa de las aspiraciones e intereses del continente africano y las diásporas africanas en el mundo. Aquí, uno de los objetivos es la implementación y elaboración de la agenda de Durban contra el racismo.
3. En cuanto a los escenarios de país y en relación a los Estados, es preciso resaltar la necesidad de promover políticas para combatir el racismo estructural e institucional en aéreas básicas de la vida social como salud, vivienda, empleo, representación política y educación. Ésta supone reformas educativas y acciones afirmativas para desmontar el sesgo eurocéntrico que todavía prima en nuestros sistemas de educación y también para integrar perspectivas de conocimiento a partir de las historias, contribuciones y saberes afrodescendientes. Estas medidas específicas de justicia reparativa o políticas públicas étnico-raciales han de ser combinadas con políticas universales para la equidad, la democracia sustantiva y la plena participación ciudadana.
- Fortalecer los niveles de organización, movilización y educación política de las comunidades afrodescendientes en la región para promover una política de movimiento social de carácter antisistémico. Esto envuelve una política de alianzas con otros movimientos -indígena, feminista, ecológico, campesino, obrero, estudiantil, urbano, GLBT, etc.-, como también reconocer cómo se cruzan todas estas formas de opresión y por ende de identidad y lucha en el mundo afro. Es decir, integrar claramente en nuestra política cuestiones ambientales, de género y sexualidad, y de clase, entendiendo la doble y triple militancia de líderes y lideresas afrodescendientes. Esto también implica participación en escenarios regionales y transnacionales de movimientos antisistémicos como el Foro de Sao Paulo y los procesos del Foro Social Mundial. En este sentido una idea que hemos discutido es el organizar un Foro Social Afroamericano. Por supuesto, en este renglón también caben las relaciones de l@s afrodescendientes con organizaciones y partidos políticos progresistas y de izquierda.
Desafíos
Cierro este artículo enumerando tres de los desafíos principales que entiendo tenemos para avanzar simultáneamente en las luchas contra el racismo y a favor de un orden social más justo e igualitario, estas son:
1) Cómo superar la brecha entre el cambio en las leyes y el discurso estatal con la persistencia de las desigualdades sociales, para lograr transformaciones en las configuraciones de poder social con el fin de combatir los múltiples modos de opresión (de clase, raza, genero, sexualidad), y del daño y destrucción (ecológica, guerra, de salud física y mental, etc.) que se profundiza con la crisis de la civilización occidental capitalista. Esto supone definir y ejecutar estrategias de cómo conjugar el reconocimiento cultural y étnico-racial con la redistribución de poder y riqueza en la sociedad.
2) El segundo desafío es cómo vincular la política práctica (o la política de lo posible) con una visión transformadora que nos dé un horizonte de futuro. Como ya hemos sugerido, las mejores tradiciones del pan-africanismo radical siempre han combinado el pragmatismo de poder con un horizonte utópico de liberación no solo para el mundo afro sino para la humanidad en general, un proyecto de nueva humanidad que siempre ha estado en el corazón de la política afroprogresista. Esto implica sabiduría en el diseño e implementación de políticas a corto, mediano y largo plazo, lo que supone saber distinguir entre reformas neoliberales que reproducen el status quo y reformas radicales que buscan desafiar y derrocar el orden imperante de la colonialidad del poder.
3) El tercer reto es desarrollar una política de alianzas y coaliciones que permita desencadenar los múltiples nudos de opresión con diversos lazos de liberación, el combatir las cadenas de la colonialidad con hilos de solidaridad para tejer “todas nuestras luchas”, como dice una consigna de los movimientos sociales venezolanos. Esto quiere decir, ver las reivindicaciones étnico-raciales en relación a la diversidad de formas de injusticia: sexual, ecológica, de género, cultural, ética, epistémica, que se corresponden a las diversas dimensiones de la crisis de la civilización occidental capitalista.
El Decenio de l@s Afrodescendientes que comienza en el año 2013 es una oportunidad para visibilizar y celebrar nuestras memorias, historias, culturas y subjetividades, como también para organizarnos y movilizarnos en contra del racismo, a favor de la equidad y de manera más general en aras del proyecto de des/colonialidad y liberación que es fundamental tanto para nosotr@s como para la región y la humanidad en pleno. Por ende, esta también ha de ser ocasión para el debate, lo que implica deslindar diferencias y afirmar con certeza la política afroprogresista en la mejor tradición del pan-africanismo radical, que supone una visión crítica tanto “casa adentro” como “casa afuera”.
Propongo una doble estrategia, desde adentro y desde afuera de instituciones estatales y multilaterales, para, por un lado, abrir espacios dentro de ellas y, por otro lado, fortalecer el nivel de organización, autonomía y apoderamiento de los movimientos y sus redes a nivel local, nacional y regional. Desde la perspectiva de los movimientos y de nuestras comunidades de base, podría ser un momento clave para la educación política, la concientización, la movilización propia y el desarrollo de alianzas y coaliciones, para instalarnos sólidamente en esta nueva ola de transformaciones históricas que hace de América Latina y el Caribe una de las regiones más dinámicas y promisoras del planeta. Esto significa cultivar nuestra mejores tradiciones libertarias que se expresan en todo el tejido cultural desde la sabiduría musical y danzaría, expresado en los blues y la salsa, como también en la “resistencia rasta” de Bob Marley y el hip-hop politizado que se ha convertido en un movimiento político afrojuvenil a escala global.
Dentro de nuestras prácticas des/coloniales y libertarias es fundamental destacar el afrofeminismo, una larga tradición que si nos remontamos al siglo 19 recordaremos la elocuencia de Sojouner Truth que preguntaba irónicamente al movimiento feminista blanco de los Estados Unidos ¿No soy yo una mujer? Se manifestó con particular eficacia política el liderato del feminismo afro-latinoamericano al colocar la relación de racismo y sexismo al frente de la Conferencia Mundial de las Mujeres de 1992 en Beijing, y cuya fuerza en nuestra región se reveló recientemente con gran vigor en el impacto público de la reciente visita de Ángela Davis a Colombia.
También es sumamente importante recordar y subrayar la memoria radical del continente africano manifiesto en el legado de figuras políticas como Amílcar Cabral, Patricio Lumumba, Kwame Kruhma y en el proyecto de Ujama o Socialismo Africano que articuló Julius Nyerere en Tanzania del cual hemos de aprender sus lecciones tanto positivas como negativas. La nueva ola de luchas libertarias en África, reveladas tanto en el crecimiento de Vía Campesina como de movilizaciones masivas a través del continente madre, demuestra cómo la celebrada Primavera Árabe tuvo a su lado una Primavera Africana. Como sabiamente decía CLR James, las luchas y proyectos de liberación de África y los afrodescendientes siempre han sido ejes centrales del cambio revolucionario en el mundo entero y el inicio del Decenio debe ser ocasión de revitalizar ese rol protagónico nuestro.
- Agustín Lao Montes es profesor-investigador de FLACSO-Ecuador y miembro del Comité Político de la Articulación Regional Afrodescendiente en América Latina y el Caribe (ARA).
[1] Utilizo los términos afrodescendiente, afro, y negro de manera intercambiable, los valores tanto políticos como epistémicos de dichas designaciones son contextuales y cambiantes y por ende cada uno de ello tiene acepciones tanto críticas (en el sentido positivo) como problemáticas.
[2] Ver el importante libro de Cedric Robinson (2000). Black Marxism: The Making of a Radical Tradition. University of North Carolina.
https://www.alainet.org/es/articulo/80124?language=es
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