Delicadeza, sencillez, cercanía, respeto y cordialidad son las actitudes que ha mostrado el papa Francisco en su visita a Río de Janeiro en el contexto de la Jornada Mundial de la Juventud. Su primer discurso oficial dentro del país de acogida es emblemático en ese sentido. Con espíritu afable expresó “He aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por el portal de su inmenso corazón; permítanme, pues, que llame suavemente a esa puerta. Pido permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes”. Y en su primer mensaje sobre la juventud, hizo a un lado tanto la retórica de los discursos alarmistas (que absolutizan la quiebra de valores entre los jóvenes), como la tendencia de los que adulan esta etapa de la vida, llegando al menosprecio de otros momentos también importantes del desarrollo de la existencia humana. Ya antes, en declaraciones a periodistas, había expresado que se debe ir a una cultura de la inclusión, del encuentro. Y en seguida argumentaba que “un pueblo no tiene futuro si no va adelante con los dos extremos: con los jóvenes porque tienen la fuerza y con los ancianos porque tienen la sabiduría de la vida”.
El papa Francisco ha señalado enfáticamente que la realidad de la juventud impone grandes retos. Antes de su llegada, en las históricas protestas de junio, que reunieron a más de un millón de jóvenes en varias ciudades de Brasil, se puso de manifiesto la indignación juvenil, cuando plantearon que, en lugar de financiar estadios para el Mundial de Fútbol 2014, se invirtiera en reformar el sistema de transporte, salud y educación. Más recientemente, por otra parte, en una Encuesta Iberoamericana de Juventudes, se revela que la delincuencia y la violencia son el principal problema que afecta a los jóvenes iberoamericanos. Esa respuesta predomina en todas las subregiones y países consultados, por encima de otros problemas como el empleo, la economía o el acceso a la educación, la salud y la justicia.
En su primer discurso, el papa “Chico” – como se le ha llamado por los jóvenes durante esta jornada mundial - recoge estas problemáticas y sus respectivas reivindicaciones. Al afirmar que la juventud es el ventanal por el que entra el futuro en el mundo, no está proponiendo una frase más de la retórica aduladora de los jóvenes. No se trata de un simple elogio, sino el reconocimiento de un gran potencial para el presente y el futuro de nuestras sociedades. Potencial, cuya puesta en práctica implica grandes compromisos. El Obispo de Roma ha enunciado los siguientes: favorecer las condiciones materiales y espirituales para el pleno desarrollo de las juventudes; darles una base sólida sobre la que puedan construir su vida; garantizarles seguridad y educación para que lleguen a ser lo que pueden ser; transmitirles valores duraderos por los que valga la pena vivir; asegurarles un horizonte trascendente para su sed de auténtica felicidad y su creatividad en el bien; dejarles en herencia un mundo que corresponda a la medida de la vida humana; y despertar en esas juventudes las mejores potencialidades para que sean protagonistas de un mundo más justo, solidario y fraterno.
Cierto es, que para muchos jóvenes el presente y el futuro han dejado de ser lugares de promesa y se han convertido en espacios de amenaza que suscitan incertidumbre, preocupación y miedo. El papa Francisco ha planteado como antídotos para transformar esas realidades negativas, tres actitudes fundamentales: mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría. Expliquemos brevemente desde la homilía del papa pronunciada en el Santuario de Aparecida.
Frente al desaliento y la sugestión de tantos ídolos que se ponen en el lugar de Dios (éxito, dinero, poder), se plantea la necesidad de mantener la esperanza, sembrando los valores inmateriales que son la generosidad, solidaridad, perseverancia, fraternidad, y alegría. Valores que encuentran sus raíces más profundas en la fe cristiana, pero también en el corazón espiritual y en la memoria de los pueblos.
Frente a las dificultades, incertidumbres y tropiezos, hay que dejarse sorprender por el amor de Dios. Confiarse en que “Dios guarda lo mejor para nosotros”. Dios es fuerza de ánimo, sentido de vida y esperanza en un mundo que no deseche a nadie, sino que valora e incluya. Finalmente, frente al cansancio, el vacío y la tristeza, el papa exhortó a recuperar la alegría. “El cristiano no puede ser pesimista. No tiene el aspecto de quien parece estar de luto perpetuo”. La alegría y el gozo se recuperan cuando las personas se dejan habitar y acompañar por el misterio de Dios, cuando se dejan sorprender por el amor de Dios, cuando desarrollan vida interior (diálogo, empatía, cordialidad).
Esperanza, sorpresa y alegría han causado las expectativas del papa con respecto a la Jornada Mundial de la Juventud. Lo dijo con claridad y sencillez: “De la Jornada de la Juventud espero lío. Quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos (…) Pienso que esta civilización mundial se pasó de ‘rosca’, porque es tal el culto que ha hecho al dios dinero que estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión de los dos polos de la vida (jóvenes y ancianos) que son las promesas de los pueblos”.
Sus palabras sonaron como aquellas pronunciadas por Jesús, en unas circunstancias también difíciles: “Vine a traer fuego a la tierra, y, ¡cómo desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12,49).
- Carlos Ayala Ramírez es director de radio YSUCA, El Salvador.