Bolivia insurgente:

La COB en el corazón del debate político, ideológico y cultural de las prácticas y el pensamiento revolucionarios de este tiempo

05/06/2013
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Las protestas y huelgas de sectores sociales indígenas y populares de Bolivia siempre concitan la atención del activismo y los pensadores/as de la izquierda y el progresismo del mundo, particularmente de quienes compartimos este continente. Si se trata de la Central Obrera Boliviana (COB) más aún y si, dentro de ella, son los mineros, la atención es de primer orden. Así ha pasado históricamente y ahora, en tiempos del Gobierno del MAS encabezado por Evo Morales, cuando las manifestaciones del 2012 y en el 2013, con protestas, bloqueos, voladura de puente, quema de sembrados y marchas en La Paz, protagonizadas principalmente por sectores mineros integrantes de la COB bajo banderas de incrementos jubilatorios yotros beneficios.[1] Esto se conjuga con el resurgimiento en sus filas, de determinados planteamientos idológico-políticos acerca del lugar de “vanguardia” que “le corresponde” a la clase obrera minera, de su relación con otros actores y sectores sociales, y del papel político dirigente que ellos consideran que “deberían” tener en el proceso de cambios sociales que vive Bolivia. Así, junto con la queja sectorial, salen a flote viejos paradigmas político-ideológicos –convertidos ya en prejuicios‑, y esto no es casualidad.

 
Considero por ello importante introducirse en el corazón del problema que este conflicto pone en superficie, para tratar de sacar conclusiones útiles para el debate y la construcción política del presente, tan marcadas aun por contradicciones como las que se manifiestan en la relación COB-gobierno, pero que sobrevuelan las prácticas de construcción política en los procesos de cambios con gobiernos populares en todo el continente. Y lo digo sin amargura, ni predisposición, ni urgencias ante lo ocurrido; las contradicciones son parte del proceso de la vida social, más aun, de los procesos revolucionarios de cambios. Sin contradicciones no habría movimiento, ni disputa, ni transformaciones sociales, para los gobernantes bastaría con conservar el gobierno y sus logros, con conservar los cargos públicos de los dirigentes sociales y ya estaría resuelto el cambio social. Pero la vida político-social, menos mal, requiere un poco más de esfuerzos, de movimientos y contradicciones múltiples, de disputas –internas y con el adversario‑, simultáneamente con la creación y construcción de soluciones concretas en las que se vaya abriendo paso y floreciendo lo nuevo. Ello involucra, en primer término, a los seres humanos quienes, transformando su realidad se van transformando también a sí mismos, constituyéndose –articulación mediante‑, en sujetos de su presente y su futuro.
 
Volvamos a la COB y su conflicto reciente.
 
Sujeto, clase y clasismo
 
Con las arremetidas de la COB en búsqueda de mejoras salariales para algunos de sectores, expresadas en movilizaciones cargadas de consignas políticas no pocas veces autocompensatorias, los debates conceptuales acerca del “sujeto del cambio” vuelven a la palestra político-práctica. En todos los casos, tanto la virulencia de las luchas como la sectorialidad de los reclamos pone de manifiesto que este grupo no ha logrado “digerir” la realidad socio-histórica de la que es parte, ni encontrar su lugar en ella. Esto pudo notarse, por ejemplo, en el último conflicto, cuando un grupo de dirigentes alentó a los mineros, sobre todo de Huanuni, a recuperar –junto con sus reivindicaciones sectoriales-, el lugar de “vanguardia” política, supuestamente “usurpado” por Evo Morales y al MAS.
 
Carece de interés a los efectos de esta reflexión, analizar los pormenores del conflicto sectorial y las metodologías de lucha y movilización empleadas por la COB: paralizar la producción, bloquear carreteras, volar un puente, destruir sembrados de campesinos… Considero trascendente sí, dilucidar los conceptos de base que alimentaron las conductas políticas y sociales de los mineros y, en particular, del sector de su conducción orgánica.
 
 “Vanguardia” histórica de las luchas obreras en Bolivia y ‑por ello‑ conductores de la COB durante décadas, este sector minero no comprendió cabalmente las ramificaciones ‑prácticas y conceptuales‑ que acarreó la implementación del neoliberalismo en la sociedad boliviana, ni la fragmentación social, ni la consiguiente emergencia de múltiples actores sociales, ni la conformación de nuevos liderazgos ante conflictos móviles de nuevo corte y alcances. Esto último, particularmente, alimentó en el grupo dirigente minero de la COB un sentimiento de “desplazamiento” respecto de ‑lo que consideraba‑ su eterno lugar de “vanguardia”, por parte de cocaleros/as, campesinas y campesinos, por organizaciones de pobladores del Alto, por comunidades indígenas, ayllus y markas, colonos, etcétera. Indudablemente, esta situación abrió asimismo ámbitos de conflicto al interior de la COB, a la cual pertenecen también las grandes organizaciones sociales-sindicales que nuclean a estos sectores.
 
Incapaz de ubicarse en las nuevas realidades sociopolíticas, el mencionado núcleo minero-vanguardista de la COB pretende que resolverá “el problema” de su lugar de “vanguardia”, desencadenando y embanderándose tras luchas sectoriales que, junto con los fantasmas políticos que despiertan, revitalizan irresponsablemente el viejo corporativismo, dormido, pero siempre latente. Así, dinamita en mano, a la vieja usanza, pretenden conquistar en las calles el protagonismo político que no logran construir al interior de la central obrera. La huella cultural del POR suma a esas actitudes un supuesto fundamento ideológico “de clase” que, aunque se lo callen, es compartido por más de uno de la vieja escuela militante.
 
Pero, ¿quiénes constituyen “la clase” en la actualidad?, ¿qué significa ser “clasista” hoy? Y consiguientemente: ¿Quiénes constituyen el sujeto social y político de los cambios revolucionarios?
 
He reflexionado y escrito varios textos sobre este tema, pero subrayaré sintéticamente lo siguiente:
 
a) La izquierda latinoamericana ‑a excepción de pocos representantes‑, trasplantó a estas tierras el paradigma europeo de estructuración de clases de la sociedad: oligarquía-burguesía, clase obrera, campesinado, trabajadores asalariados (no explotados) de la ciudad y el campo, algunos sectores medios, estudiantado. Los pueblos indígenas originarios no entraban en ese esquema de clases, por tanto quedaron fuera de toda reflexión y agenda política. Siguiendo ese paradigma se estableció también que la “clase obrera” (industrial) era “el sujeto” de la revolución, expresado en “su” partido de vanguardia “marxista-leninista” (en alguna de sus múltiples variaciones), considerado el “sujeto político”. El “resto” del campo popular constituía el abanico de “los aliados”, ordenados ideológicamente en degradación y subordinación vertical de arriba para abajo, según fuera su ubicación en el esquema de clases previamente definido. Tan aberrante fue la ceguera de esta propuesta que los pueblos indígenas originarios ni siquiera formaban parte de esa clasificación de los “aliados”; sencillamente, fueron negados. Expulsados de la organización socioeconómica del capitalismo “moderno” implantado en estas tierras, no fueron reconocidos tampoco por las lecturas críticas de ese capitalismo. La herencia colonial marcaba su presencia cultural fuertemente. Y esto viene a mostrar, una vez más, lo que se sabe pero se elude: no es en los discursos donde se identifica a los revolucionarios sino en sus actos, en su experiencia de vida, en sus propuestas y sostenidos empeños cotidianos.
 
Pasaron siglos para que los pueblos indígenas lograran ser reconocidos como seres humanos con plenos derechos, y esto se logró por sus resistencias y luchas, no es una dádiva de alguien. En tanto han sido los primeros masacrados, discriminados y excluidos por el capital para la conquista y colonización de estos territorios, ellos son parte naturalmente constitutiva del polo social del trabajo. En virtud de ello son parte del sujeto social y político que, en inicial oposición defensiva al capital, defiende la vida y, aferrada a ella, busca, crea y construye un nuevo modelo civilizatorio, superador de la civilización creada y construida por el capital con su lógica mercantil basada en la especulación, la estafa y la muerte. Esto significa que:
 
b) Ya no basta con aspirar a suprimir la explotación del ser humano por el capital para alcanzar la liberación. El problema ha resolver ha sido y es de “de clase”, pero entendiendo que las contradicciones entre el capital y el trabajo se resumen y expresan hoy en la contradicción vida-muerte. El capital siembra muerte, literalmente multiplicando guerras por el planeta, y también mediante su sistema productivo-reproductivo que destruye la naturaleza y los seres humanos: mata bosques para tener maderas, mata el agua para sacar oro, mata selvas y cultivos autóctonos para plantar palma africana y tener combustibles “baratos”, mata comunidades expulsándolas de sus tierras para quedarse con ellas y construir hoteles, mata cuando observa la proliferación de enfermedades que podría evitar o curar si no lucrara con los medicamentos, mata por hambre a millones de seres humanos cuando podría resolver el problema en corto plazo en vez de invertir en las guerras… Frente a él, se erige el polo del trabajo, integrado por todos los que se ven obligados a venderse como fuerza de trabajo (objetos) al capital para poder vivir o sobrevivir (aquellos que crecientemente son expulsados del circuito productivo-reproductivo del capital), son los trabajadores empleados o desempleados del campo y la ciudad, los trabajadores y las trabajadoras informales, los migrantes, los excluidos y sometidos, los pueblos indígenas originarios, los desplazados, los profesionales, los empleados públicos, los trabajadores de la salud, la educación, la cultura, la comunicación, los científicos y las científicas, etcétera. En ellos se concentra el polo de defensa de la vida.
 
El conflicto vida-muerte sintetiza la contradicción central de nuestro tiempo y condensa, expresa e imprime un nuevo sentido a las contradicciones de clases y sus luchas, y a los horizontes de su superación. Ya no basta con “correr” a los capitalistas de las empresas, no basta con apoderarse del aparato estatal y socializar los “medios de producción”: si no se transforman de raíz los modos de producción destructiva (de la naturaleza y la humanidad) que constituyen la génesis de producción y reproducción de la civilización construida por el capital hasta el presente, no se podrá superar su dominio, ni poner fin a la destrucción del planeta, en primer lugar, de los seres humanos.
 
Ya no basta con poner fin a la explotación del “hombre por el hombre” para resolver los graves problemas de sobrevivencia de la humanidad: una nueva racionalidad anclada en un modo de producción y reproducción que tenga en cuenta la preservación de la vida en el planeta, en la naturaleza y la sociedad es indispensable simultáneamente con la conquista y apertura de otras dimensiones de la liberación.
 
Esto indica –junto a otras razones‑ que los sectores y actores sociales interesados en la superación del sistema enajenante, dominado por la lógica y los intereses del mercado del capital son muchos más que la cada-vez-más reducida clase obrera con empleo formal: comprende a todas las fuerzas del mundo del trabajo, actualmente en situación de fragmentación. Son ellas las que –articulándose-, darán lugar al surgimiento de un nuevo sujeto histórico revolucionario colectivo y plural.
 
Esto significa que el “punto de vista de clase” (trabajadores y trabajadoras) pasa hoy por hacerse cargo de este desafío civilizatorio a favor de la vida, por buscar y crear –colectivamente‑ las alternativas productivas-reproductivas que preserven la vida y que –convergiendo con otras dimensiones del quehacer social-cultural‑, contribuyan a superar la dominación del capital en todas las esferas de la vida. Esto implica también, construir los canales articuladores entre la diversidad de actores que constituyen el polo del trabajo en aras de constituir el sujeto colectivo del cambio.
 
c) Esto es: tomar conciencia de que, tanto por la conformación histórica de nuestra América como por las transformaciones socioeconómicas producidas por el neoliberalismo, ningún sector o actor social puede, aisladamente, representar a la totalidad de sectores y actores que conforman lo que se denomina pueblo, ningún actor social puede, aisladamente, erigirse en “sujeto político”. Por tanto, el síndrome de identidad “clase obrera-sujeto histórico” y “vanguardia revolucionaria” que a destiempo algunos sectores de la COB sostienen que le corresponde, carece hoy de la proyección y fuerza histórica social, política y cultural que intentan representar. Por consiguiente, la crítica que en base a ese prejuicio dogmático clasista pretenden sustentar en relación con el quehacer del gobierno encabezado por Evo Morales y el MAS, carece de fundamento.
 
Lo que evidencian, efectivamente, es que están política y culturalmente atrapados por las anteojeras del pasado y que, por ello, no logran ubicarse como parte del conjunto de actores sociopolíticos que pugnan por llevar adelante ese proceso de cambios, creando día a día, desde abajo y paso a paso, cada uno desde su lugar y conjugadamente, las propuestas alternativas para el nuevo mundo que los pueblos que conforman Bolivia han abierto con sus resistencias, luchas y propuestas, haciendo posible el acceso del MAS al gobierno del país, como un paso clave hacia la creación del nuevo mundo.
La conformación del sujeto político colectivo ha sido para ello central, pero no se produjo espontáneamente. Basada en la articulación de los fragmentos de una sociedad sectorializada, la constitución del sujeto colectivo supuso converger en una/s meta/s común/es, es decir compartida por todos, como base para la articulación social, política y cultural. Ponerlas de manifiesto, identificar los nodos articuladores entre todos y cada uno de los fragmentos en aras de recrear la totalidad en cada momento, ha sido y es la clave política por excelencia.
 
En la articulación radica lo político y a construirla se orienta ‑o debería orientarse‑ la acción política. Carece de significación, en este sentido, si esta labor es impulsada por movimientos sociales o partidos de izquierda o por ambos (ideal); lo que define el carácter político no es quién lo hace, sino qué es lo que se hace (articulación) y cómo (coherencia medio-fin).
 
Construir la articulación, no consiste solo en descubrir lo común social de cada problemática sectorial y promover la articulación de los fragmentos en base a ello, implica también la construcción de subjetividades comunes, es decir, lograr una subjetividad colectiva a favor ‑comprometida-, con la realización de los cambios acordados. Y esto es parte del proceso de luchas sociales y políticas, es parte del aprendizaje y la construcción común de alternativas de salida y superación de los conflictos irresolubles en el seno del capitalismo. Y como tal, responde a los momentos de las luchas y a las maduraciones que sobre ello realicen los protagonistas. Por eso no puede suponerse que erigirse en sujeto político colectivo, es algo así como subir un peldaño en la escala social, al que cuesta “llegar”, y que por ello se permanece de una vez para siempre.
 
La condición de sujeto no es abstracta ni eterna, está raizalmente articulada a la acción de los actores en el entramado de contradicciones del conflicto sociopolítico, a su capacidad de convergencia e inter-articulación para modificar la correlación de fuerzas y definir el conflicto en sentido favorable a sus intereses, necesidades y aspiraciones en un momento histórico concreto. Por ello la conformación del sujeto político está en juego permanentemente y es parte de un permanente proceso interconstituyente de poder, proyecto y sujetos
 
Esto indica que no existe un ser ni un deber ser definidos a priori, que no hay sujetos, ni caminos, ni tareas, ni rumbos o resultados preestablecidos, ni situaciones irreversibles. Que el protagonismo social y político de ayer no es automáticamente trasladable a las nuevas realidades; todo está en constante disputa y debate.
 
Cuando cambian las situaciones sociales, cambian sus interrelaciones, se producen reacomodamientos y nuevas interdefiniciones que modifican también las percepciones de la realidad, la identificación de necesidades y las subjetividades que florecen alrededor de ellas. Por ello, estar atentos a estos cambios, buscar y recrear en cada momento las bases de la articulación de los diversos actores y sectores sociales es labor política permanente. Es esto lo es lo que define –y reclama- la presencia y las tareas de la conducción política. Conducción que solo puede ser tal si es parte de la articulación. Ni diluida en la articulación colectiva, ni ubicándose fuera de ella. Pero no puede predefinirse; cada colectivo de sujetos habrá de conformar su ámbito de conducción política y habrá de definir las formas, los espacios, las dinámicas, los contenidos y los alcances de la misma.
 
La conducción política es colegiada y colectiva
 
No existen estructuras prefijadas como la forma-partido que conocemos hasta el presente que vayan a resolver eso per se. Son los propios actores-sujetos, a partir de sus experiencias e identidades quienes tienen que descubrir en cada tiempo las claves políticas de la articulación, saber cambiar lo que ellas demandan en aras de revitalizar paso a paso la constitución del sujeto colectivo de los cambios. Es esto lo que define a estos procesos como de autoconstitución del sujeto político colectivo: requiere y se asienta en la labor consciente de todos y cada uno de los actores sujetos, no puede llegar desde afuera de las prácticas colectivas.
 
Además de los mencionados aspectos que hacen a la necesidad de una conducción política en este tiempo para construir las articulaciones que posibilitarán trascender la fragmentación sectorial (organizativa, reivindicativa y de conciencia), la conducción política resulta necesaria también para promover las convergencias entre movimientos sociales y partidos políticos de izquierda en aras de avanzar hacia ‑lo que ya se va configurando como- una nueva izquierda, orientada a la conformación de una amplia fuerza social y política de liberación, que articule las dimensiones parlamentaria-gubernamental-estatal con la dimensión extraparlamentaria del quehacer del sujeto político colectivo.
 
Construir una amplia fuerza socio-política de liberación
 
En tiempos centrados en la disputa electoral resulta fundamental que la participación política electoral se construya, desarrolle y proyecte articulada con el desarrollo de una fuerza social extraparlamentaria plural e intercultural, capaz de construir e impulsar el proceso de cambio social hacia transformaciones cada vez mayores, radicalizando el proceso en aras de ir más allá del capitalismo, hacia lo que en un futuro podrá llegar a ser un socialismo nuevo, creado y construido –desde abajo y día a día- colectivamente.
 
En este sentido, el nudo político neurálgico radica en la construcción de un amplio movimiento cultural, social y político revolucionario, articulador de las fuerzas parlamentarias y extraparlamentarias de los trabajadores y el pueblo, en oposición y disputa con las fuerzas de dominación parlamentaria y extraparlamentaria del capital (local-global), y todo ello demanda una profunda transformación ideológica, política y cultural. Como explica István Mészáros:
Sin un desafío extraparlamentario orientado y sostenido estratégicamente, los partidos que se alternan en el gobierno pueden continuar funcionando como convenientes coartadas recíprocas al fracaso estructural del sistema para con el trabajo, confinando así efectivamente el papel del movimiento laboral a su posición de plato de segunda mesa, inconveniente pero marginable en el sistema parlamentario del capital. Por consiguiente, en relación con el terreno reproductivo material y con el político, la constitución de un movimiento de masas extraparlamentario socialista estratégicamente viable –en conjunción con las formas tradicionales de organización política del trabajo, para el presente irremisiblemente desencaminadas, que necesitan perentoriamente de la presión y el apoyo radicalizadoresde las fuerzas extraparlamentarias- es una precondición vital para contrarrestar el inmenso poder extraparlamentario del capital. [Mészáros, 2001: 849]
 
Y esto sintetiza un tiempo que se expresa en la construcción-recuperación del poder popular desde abajo, poder propio enajenado por el capital, en proceso de recuperación (empoderamiento) por los actores sujetos. Este poder popular, como acota García Linera:
 
No se define con una victoria electoral, no se define con una ley. No. Es un proceso complicadísimo, de permanente objetivación de la voluntad de poder, de permanente enajenación de esa voluntad de poder en una máquina que se desprende de los propios creadores para ponerse encima de ellos, y los creadores que vuelven a sobreponerse a la máquina, para retomar el control de la máquina que han creado con sus manos. Y esa batalla no tiene fin.[2]
Articular gobiernos populares, movimientos sociales y sindicales, y partidos políticos de izquierda
Esta constituye una dimensión específica del proceso político actual de transformaciones en Indo-afro-latinoamérica: la articulación‑diferenciación entre gobiernos populares, movimientos sociales y sindicales, movimientos indígenas originarios, y partidos políticos de izquierda. Cada uno responde o representa instancias sociales diferenciadas que ocupan un espacio vital en la vida social y no pueden suprimirse por decreto, ni desconocerse o minimizarse, ni tratar de anularse promoviendo engañosas identificaciones insalubres entre movimientos sociales y gobiernos progresistas o populares, identificaciones que no contribuyen en nada al diálogo social y político ni a la necesaria tensión, orientada –conducción política mediante- a la profundización del proceso de cambio.  En el caso de procesos que cuentan con gobiernos populares democráticos, la necesidad de conducción política (parlamentaria y extraparlamentaria) es vital para buscar cómo conjugar en cada coyuntura las tareas y urgencias de los gobiernos, con las propuestas y expectativas de los movimientos sociales e indígenas, articuladas con las de los partidos de izquierda, y todo ello en convergencia con el horizonte estratégico. Lograr esto no es ni será una resultante espontánea del proceso.
Estas tareas reclaman un tipo de conducción política, pero ella no se parece en nada a la vieja concepción de partido político “de vanguardia”. Si los partidos de izquierda –que se supone están más capacitados para hacerse cargo de esta necesidad‑, se quedan en los viejos moldes y preconceptos de un supuesto “deber ser” ahistórico, terminarán reducidos a un sector más, con reclamos corporativos como cualquier otro. Y si la labor de conducción política articuladora no se emprende, la situación política y la articulación colectiva se estancará y, en política, lo que se estanca retrocede.
En el ejemplo de la COB de Bolivia, aquí mencionado, se observa una insuficiente actividad de conducción política de los movimientos sociopolíticos del MAS, particularmente en las labores de rearticulación de las identidades y visiones sectoriales en convergencia con un horizonte común, propio del tiempo actual (ofensiva), construyendo simultáneamente la subjetividad común que lo apuntale. Esto abre espacios a la retracción política de algunos sectores respecto de lo colectivo (antes común), y lo defensivo sectorial corporativo emerge nuevamente como móvil y motor del conflicto social-sectorial, secundarizado por posicionamientos políticos de poca monta.
 
Aunque algunos conflictos resulten manipulados, manipulables, trasnochados o desenfocados por su sectorialidad corporativa y mezquina, no todo conflicto sectorial puede ser reducido y equiparado con un virtual embrión contrarrevlucionario o a un acto manipulado por el imperialismo (y en virtud de ello, estigmatizado), aunque, evidentemente, pueden ser o querer ser encaminados a ello. Está claro que la ingerencia y presencia del poder del capital a través de sus personeros convive con nosotros en todos los ámbitos y también en los modos de pensar-realizar nuestras acciones, por eso la actual disputa cultural y política es integral y multidimensional, descolonizadora intercultural en multidireccionalidad, es parte del proceso.
 
Esto es: no hay que asombrarse por la presencia del imperio, lo que ellos hacen es parte de su existencia imperial, la pregunta es: ¿Qué hacemos nosotros para no ser arrastrados por sus redes? No basta denunciar: “Tales y tales son manipulados por …” Eso huele a queja, a respuesta defensiva, no a capacidad política para lidiar con esa realidad de modo tal de doblarle el brazo a los poderosos en cada paso, construyendo hegemonía propia y transformando favorablemente la correlación de fuerzas (conciencia, subjetividad, organización, poder propio) en pos del proyecto estratégico civilizatorio. Y esto es parte también de lo que significa hacer política: saber moverse en el conflicto –también en los propios-, y gobernarlo en pos de los intereses y objetivos populares comunes.
 
La amenaza del corporativismo
 
En la presentación de mi libro Revoluciones desde abajo, realizada en la sede del MUSEF, en La Paz, a fines del 2011, compartí con los presentes mi preocupación por el resurgimiento del corporativismo sectorial y sindical que observé en diálogo con diversos referentes sociales, muchos de ellos integrantes de la COB. Fue un poco fuerte sentirlo y decirlo ‑y también escucharlo para algunos‑, pero era la cuestión política central del momento, lo que marcaba el accionar de los actores sociopolíticos sectoriales, evidenciando –a su vez-, la necesidad política de re-articulación del sujeto colectivo, acorde con la realidad y las tareas sociopolíticas de este nuevo tiempo. Era un mensaje directo a todos los actores sociopolíticos, pero particularmente al MAS, en tanto “instrumento político para la soberanía de los pueblos”, condición que también debe ser revalidada a cada paso.
 
La presencia creciente del sectorialismo corporativista evidenciaba que la universalidad, es decir, la conciencia común colectivizada y articulada en las luchas sectoriales e intersectoriales del período previo al 2006, habiendo concretado los ejes centrales de su articulación, reclamaba ahora descubrir-construir nuevos ejes articuladores. El peligro –en caso de no hacerlo- consiste en volver a centrar la mirada sectorial en lo corporativo-defensivo, que resumo en esta demanda: “Ya llegamos al gobierno, ahora déme lo mío”. Esta aspiración de mejora individual puede ser legítima, pero aislada del debate, de la visión y las propuestas del conjunto de mejoras sociales, pierde el horizonte revolucionario transformador civilizatorio.
 
Por ello, en la lectura crítica de la situación actual de los procesos gubernamental-revolucionarios, resurge con fuerza la importancia de dar seguimiento –y atención‑ a los temas relativos a la constitución del sujeto simultáneamente con la construcción-apropiación del poder revolucionario y la maduración del proyecto alternativo. Sin dejar de lado las reflexiones de las nuevas relaciones gobierno-estado-sociedad, es importante identificar dentro del conjunto, cuáles son en cada momento los ejes claves que tipifican y afirman el proceso de transición hacia el nuevo modelo civilizatorio, y cuáles los factores sociales, políticos, económicos y culturales que la caracterizan.
 
Transición
 
Todo esto pone de manifiesto la actualidad política que reviste para los procesos indo-afro-latinomericanos, pensar la transición en los códigos que ella está teniendo lugar en este continente, con las tareas, los desafíos y las características que ella tiene hoy. No solo ha cambiado la concepción respecto de la transformación de las sociedades regidas por el capital en aras de su superación, es decir, lo relativo a la anterior concepción de “toma del poder” y los sujetos del cambio, sino también los horizontes y las tareas de la misma, los caminos y las modalidades de esa transformación y construcción de lo nuevo. En tal sentido es que resultan empobrecedoras lasafirmaciones estáticas y tajantes respecto de gobiernos, como el de Bolivia, que pretenden que pueden cristalizar el horizonte político del proceso boliviano en lo que definen como “capitalismo andino” (G. Almeida) a partir de determinadas medidas del gobierno o discursos de sus gobernantes.
 
Gobiernos populares, poder popular, proceso revolucionario, partido gobernante, movimientos sociales, movimientos indígenas y sujeto político del cambio no pueden ser equiparados, pero sí reclaman ser articulados históricamente en cada momento, en sus tareas, sus alcances y potencialidades, con sus contradicciones y tensiones que tal vez puedan identificarse sin que ello se traduzca inmediatamente en las soluciones revolucionarias anheladas. De ahí el carácter y contenidos también contradictorio, tensionante y cambiante del largo proceso de transición revolucionaria en construcción de la nueva civilización rehumanizada, en reencuentro de la humanidad con ella misma y con la naturaleza.
 
Hay mucho para reflexionar y hacer al respecto; ello es parte del caminar y las tareas en curso. El debate político ideológico y cultural es parte del proceso y por ello, más allá de las intenciones personales de Solaris (COB), más allá de la pretensión de constituir un PT pretendiendo que así “la clase” tendrá “su partido” de vanguardia para “dirigir” el proceso, lo central está siempre en las conductas de los sujetos concretos: son ellos los que habrán de construir la salida a las tensiones y contradicciones del presente. Estas reflexiones no buscan establecer quien o quienes tienen “la razón”, sino estimular el pensamiento crítico y las búsquedas colectivas de caminos alternativos hacia el ansiado y posible mundo mejor, donde tengan cabida todos los mundos. Está claro que se puede; es tiempo de apuestas colectivas, de crear y construir nuevos caminos y transitarlos colectivamente.
 
1 de Junio de 2013
 
Isabel Rauber es Doctora en Filosofía. Educadora popular. Profesora de la Universidad Nacional de Lanús. Directora de Pasado y Presente XXI. Estudiosa de los procesos políticos de los movimientos sociales e indígenas de Indo-afro-latinoamérica.
 

Bibliografía citada
  • Mészáros, István (2001) Más allá del capital. Ed. Vadell, Caracas.
  • Rauber, Isabel (2012) Revoluciones desde abajo, Ediciones Continente-Peña Lillo, Buenos Aires.


[1] Quiero alertar que al nombrar a “la COB” haré referencia específicamente a una parte de sus integrantes, en este caso: a quienes dentro del sector minero han levantado y promovido este conflicto y los conflictos salariales del año anterior.
 
[2] Palabras pronunciadas en la presentación del libro “Revoluciones desde abajo”, Ediciones Continente-Peña Lillo, 2012, Buenos Aires. A continuación añadió: “Isabel nos propone eso: toma del poder en el sentido de crear el poder, del poder como medio y no como fin, porque el fin fundamental, la fuerza fundamental, la clave de todo, radica en la propia vitalidad de los sujetos organizados, obreros fabriles, mineros, campesinos, indígenas, jóvenes de barrio, allá donde se muestra vitalidad, voluntad asociativa, voluntad comunitaria, voluntad de poder para convertir sus necesidades en acción política, la acción política en mando político y el mando político en estructuras de decisión.”
 
 
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