Otra economía para otra izquierda latinoamericana?
28/02/2013
- Opinión
Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 482: Para las nuevas izquierdas: Qué otra economía? 06/02/2014 |
Reconocerse de izquierda implica lógicamente asumir que es imposible avanzar hacia una sociedad de individuos libres e iguales apoyándose en la actual teoría de la propiedad y en organizaciones jerárquicas como son las empresas capitalistas y los actuales partidos políticos.
Por otra parte, para hacer realidad los derechos prometidos, esto es los compromisos incumplidos de la modernidad (libertad, justicia, fraternidad):
- Hay que potenciar las relaciones de redistribución y reciprocidad frente al intercambio utilitario;
- Hay que incentivar las relaciones de cooperación, amistad y solidaridad, supeditando a ellas el contractualismo mercantil y la competitividad hoy imperantes;
- Hay que readaptar y someter a estos principios las ideas de sistema político y de sistema económico; y
- Es imprescindible construir una filosofía común que reinterprete y oriente la evolución humana hacia la convivencia y la felicidad compartidas, promoviendo la contención económica (mejor con menos).
Requerimos, por lo tanto, transitar hacia una sociedad “ecosocialista”. Este es un tipo de sociedad sustentable, solidaria y ecológica.
¿Qué nos señala la idea de una economía sustentable?
Sintetizando la enorme reflexión en torno a este concepto, lo diré cual imperativo kantiano: "debemos heredar a nuestros descendientes al menos la misma riqueza de potencialidades de vivir plenamente la condición humana que nosotros hemos podido vivir". Esta idea implica la noción de solidaridad intergeneracional (sumatoria de dos nociones: lealtad y justicia, una lealtad ampliada e incluyente que hace posible la justicia). A su vez Riechmann señala que sustentabilidad es "vivir dentro de los límites de los ecosistemas. ¿Qué quiere decir desarrollo sostenible sino vivir dentro de los límites de la naturaleza con justicia social y con una vida humana plena?" Implica usar formas de producción, distribución y consumo (considerando también las tecnologías respectivas) que no deterioren el medio ambiente natural, que sean amigables y no destructivas del entorno, que no extraigan más de allá de lo imprescindible y en el caso de no poder ser así que provean la adecuada sustitución de los recursos utilizados. Es necesario evitar todo tipo de derroche, usar eficientemente todos los bienes disponibles, exigiéndonos en nuestro consumo niveles de mesura, cada vez que sea posible e incluso de frugalidad cuando ello sea necesario.
¿Qué nos señala la idea de una economía solidaria?
La economía globalizada es una economía de destrucción y de muerte (Hinkelammert, Korten, Chomsky, Santos) que subordina el bien común planetario (la lógica de la vida) a los intereses individuales (la lógica del capital), sean estos de un individuo, una empresa, o un gobierno. Podemos diferir respecto a su vitalidad, pero coincidiremos en que está profundamente enferma, sino moribunda. Es necesario transitar hacia economías “vivientes” (Korten) o biomiméticas (Riechmann), que imitan las características de los sistemas vivos saludables. Tales sistemas son: 1. Auto-dirigidos, auto-organizantes y cooperativos; 2. Localizados y adaptados al lugar; 3. Contenidos y limitados por fronteras permeables; 4. Frugales y capaces de compartir; 5. Diversos y creativos.
Características de la formación social capitalista instalada en las sociedades latinoamericanas y cómo superarla
Nuestras economías, salvo contadas excepciones, ni siquiera de países sino que de microrregiones al interior de ellos, son exportadoras de energía barata, provista por la naturaleza y por la fuerza humana, al resto del mundo. Incluso aquellos países con gobiernos autodefinidos como progresistas juegan un rol absolutamente funcional al modelo de acumulación global. Seguimos siendo semicolonias, continuamos subordinados al orden económico internacional construido por las grandes potencias económicas mundiales.
La consolidación de un estilo de desarrollo extractivista, ligada a la sobre-explotación de recursos naturales no renovables y a la expansión de la frontera agrícola hacia territorios antes considerados como improductivos, ha agravado aún más el patrón de distribución desigual de los conflictos sociales y ecológicos en y entre nuestros países y los países del centro.
La lucha contra la pobreza y la desigualdad debe constituirse en un pilar fundamental de nuestra cultura y nuestra democracia, porque al fin y al cabo no es sino un aspecto de la lucha contra la injusticia. Cualquier actuación pública debe pasar por el tamiz de sus efectos distributivos. La desigualdad, sin embargo, es una variable con un claro carácter multidimensional e interdisciplinar. Puede ser tratada como desigualdad de renta y riqueza o como desigualdad de género, de edad, de clases sociales, de etnias o nacionalidades.
No podremos resolver los problemas de desigualdad mientras el imaginario social siga siendo el construido por el capitalismo consumista, el del individualismo posesivo. Es imprescindible luchar por instalar un nuevo imaginario socialista y ecológico, con nuevas creencias y nuevos horizontes utópicos. Pero, ¿cómo hacer para lograr esto? Esta es la pregunta clave que deben hacerse las izquierdas.
Esta nueva sociedad debería ser una donde se trabaje en todos los ámbitos de la existencia individual y colectiva por mejorar la oferta de satisfactores, tanto en calidad como en cantidad, enriqueciendo de ese modo las formas como damos cuenta de nuestras necesidades. Ello porque los satisfactores son los elementos inmateriales de una cultura y no tienen peso entrópico, no generan carga sobre el medio ambiente
Para construir economías no capitalistas viables será imprescindible sustituir la fe en el progreso (y en el desarrollo económico) por la conciencia de la regresión y el deseo de evitarla, en la lógica del buen vivir o vivir bien de nuestros pueblos originarios (allí, sumaj o sumak kawsay; suma qamaña; ivi maräei; teko kavi; küme mogen).
Subordinar el sistema económico (y político) a la búsqueda de mejoras en la convivencia y la calidad de vida de la mayoría de la población, priorizando en la política pública a los más pobres y a los más débiles.
Generar nuevos instrumentos institucionales y cambiar las reglas del juego económico y político, visibilizando un profundo compromiso ético que posibilite y sustente los cambios mentales e institucionales requeridos.
Debería instaurarse como elemento central del imaginario a construir la idea de la dignidad humana. La línea de dignidad busca conciliar los objetivos de sustentabilidad ambiental con los objetivos distributivos de la equidad social y la democracia participativa. Su elaboración deberá establecer parámetros para un nuevo indicador social, que eleve el nivel de satisfacción de necesidades establecidas en la línea de pobreza a una nueva línea base, concebida como de dignidad humana, bajo un enfoque de necesidades humanas ampliadas. Transformando así la concepción tradicional de equidad social desde la formulación de la vida mínima a la formulación de una vida digna, y estableciendo una carga diferencial en el esfuerzo a desarrollar para la sustentabilidad en función de estar sobre o bajo ella, de modo que debe constituirse en un referente de redistribución o línea de convergencia que permita bajar el consumo de los de arriba y subir el de los de abajo. Hay indignidad no tan sólo en el subconsumo de los pobres sino también en el sobreconsumo de los ricos. La Línea de Dignidad se constituiría en un instrumento ético-político para avanzar hacia una mayor equidad internacional en las relaciones Norte-Sur y en la equidad interna en los propios países del Sur, al establecer un referente político de lo que sería aceptable éticamente como un nivel de consumo humano digno.
Un elemento de absoluta centralidad para construir un índice de dignidad humana, dice relación con el trabajo, y la medición de sus distintas formas de manifestación. Por varias razones. En primer lugar porque tal como lo afirmó Schumacher su valor es triple: a) da a la persona la posibilidad de utilizar y desarrollar sus facultades; b) le permite que supere su egocentrismo al participar con otras personas en una tarea común; y c) le produce los bienes y servicios necesarios para una existencia digna. Por otra parte, también porque el trabajo es un multisatisfactor, que contiene en sí un potencial sinérgico, posible de desplegar, siempre y cuando, se creen las condiciones culturales, políticas y materiales, para que todos puedan realizarlo.
Tal vez sea posible combinar, en un índice relativamente simple, tres ideas centrales que dicen relación a la dignidad. a) La noción de trabajo, obviamente no el trabajo-empleo, forma dominante en las sociedades del capitalismo industrial, sino el trabajo como creador de realización personal y de riqueza colectiva. b) La noción de vida, que es lo que hoy el capitalismo destruye sistemáticamente y se muestra crecientemente incapaz de reconocer; la vida, base imprescindible para cualquier eficiencia posible. La vida negentropía pura, novedad y singularidad que provee información de orden e introduce sinergia (dinamiza) a todo sistema. c) La noción de creación, de emergencia de lo nuevo o despliegue de lo contenido potencialmente en algo. A partir de esta enunciación sólo sería digno aquello que mediante el trabajo creativo apunte a la vida. Es esa vocación por la vida lo que confiere dignidad al trabajo y a la creación. Por tanto, será indigno todo aquello (condición o acción) que destruya o contribuya a destruir la vida en todas sus expresiones, la vida humana y también toda otra forma de vida.
Comparto con José Manuel Naredo que los caminos necesarios son los siguientes:
El nuevo modelo de desarrollo tendrá que establecerse en el marco del sistema económico imperante. El cual tiene ciertas reglas básicas, de mercado. Pero existen otras reglas que permiten construir sociedades diferentes en el mismo marco del sistema. Entre ellas parece necesario desarrollar metáforas y enfoques que evidencien: a) el lado oscuro del “desarrollo” abriendo el cajón de sastre de la “producción” de valor, para orientar la gestión contando con una participación social informada de las dimensiones físicas y sociales; b) las frustraciones que genera la “competitividad”, “el individualismo posesivo” y el “trabajo dependiente” para promover actividades más gratificantes y solidarias; c) la confusión que genera el uso “ceremonial” de las instituciones y el lenguaje.
Para avanzar en este sentido será fundamental revisar: a) las reglas y las instituciones que orientan la valoración mercantil, para hacer que tengan en cuenta los costes físicos y sociales; b) la actual teoría de la propiedad, para desacralizarla y justificarla sólo atendiendo a sus posibles funciones sociales; c) las reglas y las instituciones que gobiernan el sistema financiero para limitar y controlar socialmente la creación de dinero en sentido amplio (emisión de pasivos no exigibles); d) las redes de protección social y de contratación laboral para asegurar la autonomía individual evitando situaciones de extrema pobreza y/o explotación.
Una última consideración. Nuestras sociedades adolecen de un profundo problema de identidad nacional y de necesaria autoafirmación frente al vecino del norte: los Estados Unidos. Es imprescindible desarrollar el orgullo por lo propio, mirar hacia adentro y valorar más lo autóctono. Reforzar la autoestima por lo latinoamericano. En el mundo actual que es multipolar y diverso, es primordial desarrollar una nueva forma de regionalismo integrador, que debe poseer como rasgos constitutivos: 1. Su carácter identitario; 2. Su carácter unitario respetando la diversidad de componentes constitutivos; 3. Su actuación coordinada y consensuada en los espacios de gobierno global; 4. Su mirada estratégica apuntando hacia la constitución de una entidad política mayor que pueda jugar un rol significativo en las dinámicas políticas y económicas globales y en el gobierno mundial; 5. La disposición ética y política de los actores nacionales más importantes a actuar con generosidad en la relación asimétrica de partida renunciando a sus propios intereses nacionales en función de avanzar hacia un colectivo político mayor: la Patria Grande Latinoamericana, donde todos ganemos en dignidad e identidad.
Antonio Elizalde Hevia es sociólogo chileno. Director de las revistas Polis y Sustentabilidad(es)
https://www.alainet.org/es/active/62591
Del mismo autor
- ¿Quiénes son los violentos? 15/11/2019
- Otra economía para otra izquierda latinoamericana? 28/02/2013