Viotá "la roja": sobre la guerra y el perdón en el materialismo mágico colombiano
La falta de garantías de participación política y la no ejecución de la vía dialogada para la resolución del conflicto son dos elementos estructurales sobre los cuales se ha reproducido la violencia en el país.
- Opinión
“Cualquier mal periodista hace un buen libro en Colombia”
Óscar Sotelo
El pasado sábado 13 de noviembre se llevó adelante un encuentro de reconciliación y resarcimiento público en la vereda de Puerto Brazil, del municipio de Viotá, Cundinamarca. Allí se rindió un candoroso homenaje al ícono comunista de la lucha campesina Raúl Valbuena, en advocación a los factores históricos de la unidad del movimiento agrario. El partido Comunes pidió perdón a las comunidades campesinas y al Partido Comunista por haberlos victimizado durante la confrontación armada.
A dos horas de Bogotá, Viotá refulge con un vergel prístino que bordea el piedemonte de la Cordillera Oriental. Antes de llegar al pueblo, los viajeros asisten a las enormes caídas de agua del Tequendama, un paraíso acuífero en medio del cordón montañoso.
Viotá fue fundado a fines del siglo XVIII y hacia mediados del siglo XIX ya despuntaba como polo productivo de café en la región del Tequendama. A la cabeza de la organización latifundista del municipio se encontraban catorce grandes propietarios, quienes se encargaron de importar mano de obra del Gran Tolima, los Llanos y Boyacá. Según Pablo Amaya, campesino del PCC, las condiciones laborales, casi esclavistas, generaron un amplio recelo entre los cultivadores, quienes optaron por la organización masiva, generando múltiples formas de resistencia que iban desde el trabajo de brazos caídos hasta el autocultivo de café. De allí surgió la Liga Campesina. Durante treinta años, la Liga repartió tierras y promovió luchas articuladas desde el campesinado y para el campesinado. Con ese telón de fondo, a principios del siglo XX irrumpió el socialismo con la fundación de la Guardia Roja de los comunistas en la década del 30. Al frente de la hazaña roja estaban cuadros monumentales como Domingo Monroy y Víctor J. Marchan. Fue entonces cuando Viotá empezó a ser conocida como Viotá “La Roja”.
Un lugar en la historia del conflicto
Tras la proscripción comunista del dictador Rojas Pinilla, el pequeño paraíso comunista se transformó en un baluarte ideológico, formativo y organizacional de la lucha popular. El campo gravitatorio de Viotá terminó por definirse con el apoyo a la Operación Marquetalia, que daría vida a las FARC. Por la emblemática vereda Puerto Brazil pasaron referentes de la lucha revolucionaria como Jacobo Arenas, Raúl Valbuena y Jaime Bateman Cayón, quien tras su paso por la organización comunista organizaría el Movimiento 19 de abril.
En 1984 se firmaron los Acuerdos de La Uribe. Su objetivo era transitar la salida dialogada al conflicto social y armado entre las FARC y el gobierno colombiano, siendo el abogado Jaime Pardo Leal del PCC uno de los destacados intermediarios. De allí emergió la Unión Patriótica. En medio del genocidio impulsado contra ésta, se llevó adelante el bombardeo contra el campamento madre de la guerrilla en La Uribe en 1990 por orden del aperturista neoliberal Carlos Gaviria. La represión diseminó los frentes insurgentes por todo el territorio nacional.
Las contradicciones
Por Viotá pasaron el Frente 22, de carácter financiero, seguido en 1994 del Frente 42, comandado por alias el “Negro Antonio” . En esa coyuntura la guerrilla se apoyó sobre estructuras milicianas de dudoso origen, según los propios comentarios de los campesinos del Partido, quienes comedidamente hablaron con el Semanario Voz al calor del almuerzo campesino brindado durante el encuentro de reconciliación del sábado pasado. En su relato histórico, al profundizar sobre el paso del Frente 42, emergieron purgas, revanchismos, asesinatos, extorsiones, atentados y un proceso violento de deslegitimación por parte de la guerrilla contra la militancia del PCC.
La Operación Libertad, impulsada por el presidente Pastrana en el marco del Plan Colombia, fue el apéndice del Plan Patriota; la operación buscaba sacar a las FARC del departamento de Cundinamarca. De ahí hasta la llegada del uribismo, en los albores del siglo, las bandas paramilitares se extendieron sobre el territorio, macartizando, masacrando, y desplazando al campesinado. Como medida preventiva, casi dos mil familias campesinas de los cordones rurales de Viotá se movilizaron rápidamente a la iglesia del municipio, en la que vivieron hasta retornar a sus veredas, más por necesidad que por conciencia de seguridad.
Desde entonces, por la alcaldía del pueblo ha pasado toda clase de personajes variopintos que hacen gala de su desdén histórico contra la tradición de izquierda.
El futuro se escribe en el presente
El encuentro de reconciliación no buscó reescribir esta historia sino más bien enarbolar una posibilidad de futuro que contemple el derecho a la vida como el valor máximo de las luchas agrarias. Así lo aseveraron ex combatientes de las FARC, militantes del Partido Comunes y el Partido Comunista, la Comisión de Seguimiento, Impulso y Verificación a la Implementación de los acuerdos de paz y la comunidad internacional, representada por la comisión de paz de la ONU.
La falta de garantías de participación política y la no ejecución de la vía dialogada para la resolución del conflicto son dos elementos estructurales sobre los cuales se ha reproducido la violencia en el país. Bajo ese diagnóstico común, las organizaciones convocantes llamaron al respeto y el libre desarrollo de los acuerdos firmados entre la guerrilla y el Estado en el 2016.
Proteger el acuerdo de paz
Jorge Gómez, Secretario Nacional de Organización del PCC, advirtió que este nuevo momento histórico está situado en algunas grandes apuestas: primero, el cumplimiento de lo firmado en La Habana; segundo, la implementación de lo acordado; tercero, la generación de las condiciones para la incorporación de las y los ex combatientes, respetando su vida.
A la pregunta de “¿cómo hacer para reencontrarnos como colombianos?'' el referente apuntó a la necesidad de la reconciliación, que en sus propios términos “no es simplemente sentarme al lado del otro, sino comprenderle y respetarle en sus diferencias”. Su discurso concluyó en la posibilidad de una apertura democrática, es decir, de un gobierno alternativo que le permita a los colombianos construir el sueño de una paz con justicia social. Sin dejar lugar a las especulaciones y en provecho del escenario de reconciliación y perdón público, su postura fue tajante:
“No vamos a permitir que este momento sea interrumpido por la mezquindad de algunos o por el miedo de otros. Nosotros también tenemos miedo, ¡es que están asesinando líderes y lideresas! Pero el miedo no puede llevar a tomar decisiones de marginación o decisiones excluyentes o decisiones que no contemplen a quienes han firmado, a quienes se la han jugado por la paz”.
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