¿Qué significa ser activista LGBT+ en América Latina?
Tras una pandemia que agotó en gran medida la energía de les activistas, pero que demostró la importancia de sus acciones, el 20 de agosto reconoce la relevancia mundial que tiene la voluntad política de querer cambiar realidades injustas y la celebra.
- Opinión
Desde Honduras, Guatemala, El Salvador, Paraguay y Argentina, defensorxs de derechos humanos y activistas hablaron con Presentes sobre la importancia de luchar para conseguir derechos, además de cómo conjugan su vida cotidiana con las situaciones de exposición y riesgo que afrontan.
Yren Rotella es una activista trans paraguaya de 40 años. Nació en Asunción, al interior de una familia campesina y humilde, y actualmente vive a 30 kilómetros de allí, en la ciudad de Julián Augusto Saldívar. Hace 24 años milita y activa por los derechos humanos (más de la mitad de su vida), además de dedicarse a coordinar proyectos sociales, al trabajo sexual y también a la venta de productos varios para subsistir.
“Para mi ser activista es una de las decisiones más grande que tomé en mi vida: me cambió y me salvó la vida. Ser activista es poner el cuerpo y el rostro con coraje en un mundo machista y violento. Es un acto de valentía y orgullo”, dice Rotella a Presentes.
Actualmente impulsa Casa Diversa, un centro comunitario para la diversidad sexual que otorga abrigo, asistencia y apoyo a víctimas de violencia, discriminación y violación de derechos humanos. “Nuestras actividades se basan en el empoderamiento a través del arte y la educación como herramientas transformadoras”, describe sobre esta labor.
Además, considera que “vivir como activista es tener la oportunidad de desconstruirse y construirse” y para ello “es muy importante convivir en un círculo afectivo que ayude a sobrellevar la lucha porque en el camino existen momentos difíciles y con muchos riesgos”.
“Gracias al activismo logré tener una familia”
Sobre esto último habló también Ivanna Aguilera, activista trans oriunda de la provincia de Santa Fe, en Argentina, y sobreviviente de las detenciones que vivió durante la última dictadura en el Batallón de Comunicaciones de Comando 121.
“A través del activismo logré tener una familia que el sistema me había negado: la de los compañeros, las compañeras y compañeres que siempre estamos interactuando, trabajando en conjunto, armando redes. El activismo es juntarnos en la casa de una compañera y compartir una olla de comida, ir a ver a las compañeras cuando están enfermas, acompañarnos en las buenas y en las malas”, dice.
Aguilera tiene 63 años, actualmente vive en Córdoba y, además de estar al frente del área Trans, Travesti y No binarie en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, también forma parte de Flores Diversas, una organización que acompaña a mujeres trans y travestis en estado crítico de salud.
Sobre el inicio de su lucha, cuenta: “Me di cuenta de que tenía que activar y empezar a reclamar en el año ‘90 cuando acá, en Córdoba, sufrimos una razia masiva en un boliche donde fuimos detenidos/as/es todos los concurrentes incluyendo a los dueños. En esa detención quedamos sólo las trans y travestis y nadie nos quería defender. Ahí con otras compañeras pensamos que teníamos que ser nosotras, para nosotras y por nosotras las que hiciéramos algo porque ni siquiera éramos parias, éramos la nada misma para la sociedad”. Ese año, Aguilera junto a otrxs activistas fundaron la primera organización de diversidad en Córdoba, llamada Asociación Contra la Discriminación Homosexual (ACODHO).
“Empecé a conocer qué era la dignidad”
Seydi Irias (36), activista lesbiana e ingeniera informática de Honduras, conoció el activismo gracias a la organización en la que participa hace cinco años: Cattrachas. “Me reconocí lesbiana hace mucho, tuve mis propios procesos de deconstrucción pero fue cuando encontré a mi colectiva que empecé a tener el conocimiento de lo que era la dignidad, cosas que ni siquiera tenía acceso a saber como lo que es la heteronorma, la homofobia, que uno las vive pero no entiende o no quiere cuestionarlas”, afirma.
“En mi país -continúa- a las personas LGTBI no las dejan donar sangre, no existe matrimonio igualitario, no tenemos derecho a la adopción. De todas estas faltas de derechos civiles se parte para la lucha que hacemos en grupo. Mi activismo nació en Cattrachas sabiendo que no estaba sola, que era una lesbiana y que no me sentía cobarde por serlo sino digna de mi orientación sexual y de haber nacido mujer”.
“Ponemos el cuerpo, la sexualidad y la identidad todo el tiempo”
Por su parte, Daniel Villatoro, activista LGBTI y director de la organización Visibles de Guatemala, cuenta que para él ser activista es “todo un reto”. “Yo empecé como periodista, pero al investigar sobre estos temas y al aceptarme más a mí mismo me di cuenta que más que contar cosas, en mi país necesitábamos cambios. Para mí fue todo un reto salir de esa ética periodística de no intervenir en el reporteo a estar incidiendo más activamente y tomar un liderazgo específico LGBT”, narra.
Tanto las redes comunitarias como la salud mental son temas prioritarios en la agenda de Visibles. Así, realizan un programa en la Escuela de Psicología de la Universidad Pública sobre cómo no patologizar a las identidades LGBT, en el que han participado 800 estudiantes desde que tuvo inicio hace tres años. Además, desarrollan un taller interno llamado Guía de Bienestar Queer.
Daniel es una de las personas que, como tantas otras, migraron a una ciudad más grande en busca de “más tolerancia, más inclusión, menos efectos nocivos de la violencia y poder vivir libremente”.
Sobre esto, explica que les activistas “estamos poniendo el cuerpo, la sexualidad y la identidad todo el tiempo. Sacar ese pozo personal hacia lo externo puede ser muy fuerte sobre todo en un país donde las personas ni siquiera se sienten en la comodidad de salir del closet o de vivir libremente. Hacemos eso todos los días, 8 horas al día, explicando todo el tiempo en instituciones públicas, en medios, con tal de hacer conciencia, sensibilización y acercarnos”.
Durante 2020 se registraron 331 asesinatos a defensorxs de derechos humanos en el planeta, de los cuales 264 ocurrieron en el continente americano, según el informe Análisis Global 2020 de Front Line Defenders. El país con la mayor cantidad de asesinatos a este sector de la población fue Colombia -177 personas asesinadas, el 53% del total- y luego le siguen Filipinas y Honduras, con 25 y 20 asesinatos, respectivamente, México (19), Afganistán (17), Brasil (16) y Guatemala (15).
La mayoría de ellxs (el 63%) eran defensores de los pueblos indígenas, el derecho a la tierra y el medioambiente, mientras que el 28 por ciento defendía los derechos de las mujeres y el 26 por ciento específicamente los derechos de los pueblos indígenas. En cuanto a activistas o defensorxs LGBT, en Honduras fallecieron entre 2020 y 2021 a causa de muertes violentas cinco personas, según el Observatorio de Cattrachas y, en Guatemala, seis.
“Riesgos para las personas que defienden los derechos humanos o las activistas siempre habrá por los discursos de odio y los detractores que todavía existen”, dice Gabriel Benjamin Escobar, quien se considera un defensor de Derechos Humanos, más que un activista.
“Ser defensor tiene un impacto directo en la salud mental”
Escobar vive en El Salvador, es un hombre trans de 26 años e implementa estrategias de relaciones públicas y comunicaciones en COMCAVIS TRANS, organización que trabaja para que Estado salvadoreño visibilice, reconozca y dé cumplimiento a los derechos humanos de la población LGTBI.
Sobre esto, agrega que “hay que tener en cuenta el contexto político y social donde se desenvuelven los defensores de derechos humanos” y explica que en El Salvador “los discursos que han llevado los personajes que están en el gobierno actualmente han hecho que exista mucha estigmatización alrededor de las personas que son activistas o que son defensoras”.
En este sentido, considera que ser defensor “tiene un impacto directo en la salud mental”. “Por eso -agrega- son importantes las redes afectivas, de apoyo, el autocuidado personal, el autocuidado colectivo. Uno debe intentar separar su labor como defensor de DDHH o su activismo, de su vida personal. Nos exponemos a situaciones que a veces provocan un desgaste emocional -como ansiedad o sentimientos de impotencia- porque nos exponemos a historias de vida donde hay violencias, violaciones de los DDHH, y estas causan un impacto directamente en nuestra percepción”.
Tras una pandemia que agotó en gran medida la energía de les activistas, pero que demostró la importancia de sus acciones, este 20 de agosto reconoce la relevancia mundial que tiene la voluntad política de querer cambiar realidades injustas y la celebra.
¿Cómo se vive el activismo? “Berta Cáceres lo decía de esta forma: la mejor forma de rebeldía que tenemos es la alegría”, concluye Seydi Díaz.
El artículo fue producido por la agencia Presentes y se publica en el marco del acuerdo colaborativo con Tiempo Argentino.
ORIGINAL: https://www.tiempoar.com.ar/generos/que-significa-ser-activista-lgbt-en-america-latina/