El problema con The Intercept
A siete años de su fundación, The Intercept ya ha visto partir a los periodistas e investigadores que lo fundaron, casi siempre entre controversias, entre ellos: Glenn y Laura Poitras.
- Análisis
Las filtraciones que desnudaron la corrupción del juez brasilero Sergio Moro y su cómplice, el fiscal Deltan Dallagnol, fueron conseguidas por un joven jáquer de Sao Paulo llamado Walter Delgatti, quien luego se las proporcionó al medio independiente The Intercept.
Luego de casi dos años, sin embargo, el medio norteamericano solo ha revelado una pequeña porción de la documentación confiada.
Algo similar parece haber ocurrido con los secretos del gobierno estadounidense que Edward Snowden, hoy exiliado en Rusia, le confió al reconocido periodista Glenn Greenwald en 2013. De hecho, The Intercept fue creado especialmente para servir como plataforma de difusión de esas históricas filtraciones, para lo que se vale de la enorme fortuna de su dueño y mecenas, Pierre Omidyar, fundador de eBay, empresa pionera del comercio en línea.
Omidyar, como otros barones de la tecnología del siglo XXI, tiene su dinero puesto en la “filantropía” y financia decenas de iniciativas relacionadas al periodismo y la información.
A siete años de su fundación, The Intercept ya ha visto partir a los periodistas e investigadores que lo fundaron, casi siempre entre controversias. Glenn Greenwald abandonó recientemente sus filas acusando a sus editores de censura y Laura Poitras –la reconocida documentalista que formó parte del pequeño grupo que asistió a Edward Snowden en sus filtraciones y huida de Estados Unidos–, fue despedida poco después.
Lava Jato
En 2015, con 25 años de edad, Walter Delgatti fue arrestado por, presuntamente, poseer tarjetas de crédito falsificadas. Aunque el caso en su contra no prosperó, los problemas del brasilero con la ley continuarían durante los siguientes años, en los que sería arrestado y procesado por poseer narcóticos con la intención de comercializarlos.
Delgatti, que pasó 6 meses en la cárcel hasta que pudo recurrir con éxito a un habeas corpus, dice que lo inculparon injustamente. Su arresto sucedió luego de que la policía le encontrara tres cajas de Clonazepam, un potente ansiolítico para el cual dijo contar con receta médica.
Su novia lo abandonó a raíz del encarcelamiento –no creyó en su inocencia–, despidiéndose de él con un irónico: “los fiscales nunca mienten”. El mismo Delgatti confiesa que, alguna vez, él también confió ciegamente en la fiscalía, que entonces estaba limpiando Brasil de la corrupción a través de las investigaciones de “Lava Jato”. Así fue como los representó una afiebrada cobertura mediática dirigida por la cadena Globo y otros elementos del conservadurismo brasilero, como héroes y salvadores.
Delgatti comentó en una entrevista para TV 247 a mediados de febrero, que un día se encontraba ante el juez que veía su caso cuando notó que un fiscal chateaba a través de la aplicación Telegram. Delgatti pudo tomar nota de su número de celular y, haciendo uso de sus años de experiencia trabajando en cabinas de internet y sus conocimientos en jaqueo, se introdujo en la “nube” que almacenaba la comunicación privada de varios fiscales, llegando a dar con el equipo detrás de Lava Jato y su líder, el fiscal Deltan Dallagnol.
Delgatti –que se considera injustamente perseguido– pudo reconocer cierto patrón de arbitrariedad y mala fe en las comunicaciones espiadas, por lo que decidió hacerlas públicas. “Hablé con muchos periodistas y nadie quería tener nada que ver con ello”, contó. Ese es el primer obstáculo que, inevitablemente, los delatores de la corrupción de alto vuelo deben sortear: periodistas sin agallas y editores al servicio del establishment. Finalmente, sería la congresista comunista Manuela d’Avila quien lo pondría en contacto con el periodista norteamericano Glenn Greenwald y The Intercept.
El escándalo resultante destruiría la inmerecida reputación del juez Moro y sus fiscales, sentando las bases para la liberación del injustamente encarcelado “Lula” da Silva.
Las filtraciones empezaron a publicarse en junio de 2019. Pero Delgatti guarda reservas con respecto a The Intercept: por un lado, agradece la forma cómo este medio trató y contextualizó la información. Por el otro, no entiende por qué Greenwald y sus colegas aceptaron un primer envío, pero luego se negaron a recibir el resto, asegurando que lo recibido “alcanzaba para un año de artículos (periodísticos)”.
Brasil Wire, un medio que ha seguido al detalle la corrupción de los jueces y fiscales a cargo de Lava Jato y su subordinación al Departamento de Justicia de EE.UU., añade una importante observación: fue recién en el artículo número 96 –correspondiente a marzo de 2020, es decir, a casi un año del comienzo de su cobertura al respecto–, que The Intercept finalmente reveló el involucramiento del mencionado departamento de justicia extranjero.
Como señala Brian Meier, director de Brasil Wire, el tiempo dirá si The Intercept “se sentó” sobre información fundamental para entender el caso, haciendo una cuestionable selección de lo filtrado.
Snowden y la NSA
Uno de los secretos revelados por el exanalista de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés) Edward Snowden, se refería justamente a Brasil y a cómo el gobierno estadounidense había estado espiando no solo a sus gobernantes, sino también al pilar fundamental de su industria estatal: Petrobras, objeto de las investigaciones que posteriormente suscitarían el “impeachment” de Dilma Rousseff y el encarcelamiento del candidato presidencial Da Silva.
En marzo de 2019 y luego de haber revelado al público cerca de la décima parte de lo filtrado por el exanalista de inteligencia, The Intercept decidió cerrar su Archivo Snowden. Las razones, dijo Greenwald, tendrían que ver con el “enorme gasto” que significa publicar las filtraciones.
Pero la justificación de Greenwald no se sostiene demasiado bien. Un periodista norteamericano que también pasó por The Intercept, Ken Silverstein, describió luego de su renuncia la extraña cultura corporativa del pequeño imperio mediático construido por el multimillonario Omidyar. Lo hizo en un artículo para el medio Politico.com, irónicamente titulado: “Donde el periodismo va a morir”.
Según Silverstein, los enormes presupuestos manejados por The Intercept y su compañía matriz, First Look Media, así como la libertad ofrecida a sus periodistas para trabajar los temas que consideraran importantes, eran como un sueño hecho realidad.
Había un pequeño detalle que Silverstein descubriría en los primeros meses de trabajo: nada se publicaba: “encontraba y comenzaba a investigar historias que (mi editor) aprobaba, pero no había forma de publicarlas; la estructura editorial de la organización era tan deficiente e insignificante…”, explicó. Silverstein trabajaba en primicias que The Intercept jamás llegaba a publicar y que, meses después, el periodista terminaba leyendo en otros medios. “No solo no producíamos prácticamente nada… sino que tampoco había presión de la administración para que lo hagamos”.
First Look Media y Pierre Omidyar estaban contratando a periodistas progresistas de renombre para sus distintas plataformas periodísticas, solo para colocarlos luego en una suerte de suspensión criogénica, tal como sucedería, a grandes rasgos, con los secretos revelados por Snowden.
Reality Winner
Hemos dejado lo más grave para el final. Los detractores más suspicaces de The Intercept especulan que el multimillonario Omidyar –que cofinancia muchos proyectos de comunicación con entidades manejadas por el gobierno estadounidense, como USAID o la NED– creó el medio, justamente, para interceptar documentos secretos en vías de hacerse públicos. Así consigue manejar esa información potencialmente explosiva de manera conveniente, escondiendo estratégicamente lo que considera contraproducente para su propia agenda (una que, sin duda, debe ser compartida por los cofinancistas de sus proyectos).
Al presentarse como un medio especializado en alojar información filtrada, asegurando la confidencialidad e integridad de sus fuentes, The Intercept consiguió, por ejemplo, que la joven norteamericana Reality Winner se acercara a ellos, confiándoles un reporte secreto de la inteligencia norteamericana sobre una alegada intromisión rusa en la política estadounidense.
Sin embargo, el descuido y la falta de profesionalismo de los periodistas de The Intercept que trataron su caso llevarían a Winner a prisión, donde aún se encuentra. Lo que los periodistas hicieron fue tomar los documentos filtrados y, sin cuidado alguno, enviárselos a agentes del gobierno estadounidense para que verifiquen su veracidad. Pero el documento contenía suficientes pistas de su procedencia y de la forma cómo había sido extraído de archivos confidenciales relacionados de la NSA, lo que los condujo rápidamente a la responsable.
El destino de Winner, de 29 años, sería lo que llevaría a la mencionada Laura Poitras, la documentalista cofundadora de The Intercept, a enemistarse con el medio y hablar públicamente sobre sus falencias, lo que aparentemente produjo su despido en noviembre del año pasado.
Lo llamativo del caso es que el negligente periodista que trató con descuido las filtraciones de Winner, llamado Matthew Cole, ya había “quemado” antes a otra fuente, el exagente de la CIA y whistleblower John Kiriakou, hoy también en la cárcel. Como parte de la investigación para un supuesto libro –del cual nada se sabe–, Cole recibió de Kiriakou información sobre la identidad de un agente de inteligencia. Ese intercambio entre el periodista y el exagente, con todos sus detalles, llegó a oídos del FBI –aunque todavía no está claro cómo–, y Kiriakou terminó en la cárcel. La falta de claridad sobre estos acontecimientos se debe, en buena parte, a que Cole –extrañamente– ha evitado hablar al respecto con sus colegas en la prensa.
-Publicado en Hildebrandt en sus trece (Perú) el 12 de marzo de 2021
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