El dilema humano y la «ilusión» capitalista
Hoy en día la humanidad enfrenta el dilema perentorio de optar por la construcción de un nuevo modelo civilizatorio o, simplemente, perecer, junto con toda otra forma de vida.
- Opinión
Gracias a nuestros irresponsables, distorsionados y desmesurados patrones de consumo (en continuo crecimiento), hoy en día la humanidad enfrenta el dilema perentorio de optar por la construcción de un nuevo modelo civilizatorio o, simplemente, perecer, junto con toda otra forma de vida existente sobre nuestro planeta, al agotarse los recursos naturales que explota en un afán irracional de maximización de ganancias y de producción de una diversidad de mercancías que han terminado por incrementar los niveles de contaminación ambiental que se vienen observando desde, aproximadamente, cuarenta años atrás. Hay un desperdicio y un derroche de recursos, bienes y servicios estimulados por el sistema capitalista, lo cual amenaza por entero los ecosistemas existentes sin que se apliquen medidas efectivas que permitan contenerlos y adoptar una concepción del desarrollo más acorde con la naturaleza y una urgente convivencia humana.
Los efectos de esta concepción capitalista no sólo se evidencian en la destrucción creciente del entorno natural sino que también se palpan al observar cómo los niveles de pobreza, desigualdad social y crisis económica obligan a millones de personas a salir de sus países en búsqueda de mejores oportunidades de vida, lo que representa para los países de destino un incremento no calculado del gasto público mediante la utilización del sistema de salud y otros servicios que éstas requieran.
Por otra parte, se halla la posibilidad no descartada de conflictividad social, dada la tendencia -auspiciada por algunos medios y dirigentes políticos- de rechazar y agredir a los migrantes bajo el pueril argumento que éstos dejarían sin empleo a la población nativa; lo cual genera xenofobia y odio racial entre muchos, gracias, en gran medida, al extremismo desatado por medio del mundo digital. Son hechos derivados de la ilusión creada por el sistema capitalista respecto al tipo de sociedad ideal imperante en Europa y Estados Unidos, con iguales oportunidades de ascenso social y económico para todos, a diferencia del resto del mundo donde imperaría, nefastamente, la desidia, la ineptitud y la corrupción gubernamentales, lo que hace que en estos países sea un rasgo permanente el subdesarrollo.
Por ello, el dilema al cual se enfrenta la humanidad del siglo 21 tiene que abordarse de un modo integral. No sólo contempla la lucha por la preservación de la naturaleza o la eliminación de las relaciones de producción actuales. Éste apunta también a la eliminación de las relaciones de poder que supedita los intereses de una mayoría a los de una minoría, lo que causa que esta última ignore los derechos colectivos y le fije precio a todo territorio, recurso o persona, convencida de su superioridad y, por tanto, de la autoridad que le confiere su elevada posición económica para hacerlo sin ninguna clase de remordimiento. A los sectores populares -siendo como son, en un amplio sentido, las víctimas sempiternas del modelo civilizatorio vigente- les corresponde librar batallas que hagan factible dirimir tan importante asunto, más allá de cualquier reivindicación parcial e inmediata que se considere.
Ésta no será, ciertamente, una tarea fácil. Ella requiere de conciencia moral de parte de quienes quieran emprenderla, de organización, de propuestas comunes a las cuales se adhieran, sin perder su autonomía, individuos y movimientos que aspiran cambiar, en igual o mayor medida, el orden establecido y, en especial, de liderazgos revolucionarios capaces de asumir la concepción y el ejercicio de la democracia participativa, protagónica y/o directa de forma integral y profunda para acceder, finalmente, a esa civilización de nuevo tipo que se estaría gestando entre todos. Todo lo cual debiera desencadenar, según brillante expresión del poeta venezolano Aquiles Nazoa, los poderes creadores del pueblo, un pueblo finalmente emancipado, es decir, que sea gestor y beneficiario directo de su propio destino.
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