La demagogia autoritaria, enemiga de la democracia participativa

Los sectores dominantes a través de los medios de información impiden que exista algún cuestionamiento al orden vigente, por muy nimio que éste pueda parecer.

22/01/2021
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La demagogia autoritaria, con innegables rasgos fascistoides, ejercida por presidentes y grupos políticos de la extrema derecha en Estados Unidos, Brasil y Colombia, entre otras naciones del mundo, tiene su base principal en la explotación del miedo de mucha gente a padecer penurias en medio de las amenazas a sus estilos de vida representadas por las políticas progresistas o de izquierda que, eventualmente, precipitarían la caída del sistema capitalista y, con ella, sus posibilidades de ascenso social y económico. En otras latitudes, la falta de respuestas oportunas y eficaces frente a las demandas populares, incrementada por la crisis económica que les agobia y les impide visualizar alguna solución definitiva a corto o mediano plazo, ha permitido la multiplicación de este tipo de conducta política; debilitando la vigencia de la democracia.

 

Vemos cómo, paulatinamente, se pretende restringir cada vez más la capacidad de elección de la especie humana a cambio de la «seguridad» que ofrecen los sectores dominantes capitalistas, explotando el miedo de las masas al empobrecimiento y la precarización absoluta, basándose en la existencia de un sentido común que minimiza e invisibiliza las contradicciones sociales existentes, al mismo tiempo que convierte en algo insensato e irrealizable cualquier cambio revolucionario que se asome como opción ante las crisis causadas por estos mismos sectores. De este modo, se asegura la continuidad del «orden perfecto» que ellos representarían frente al «caos» que desencadenaría toda revolución (especialmente de carácter socialista) que se trace como objetivo audaz reemplazarlo de raíz.

 

Esto tiende a reforzarse a través de la monopolización mediática ejercida por los sectores dominantes, impidiendo que exista algún cuestionamiento al orden vigente, por muy nimio que éste pueda parecer. Así, se traslada la atención de los pueblos hacia la situación interna de otras naciones, satanizándolas a toda costa y obviando las crisis y escándalos en que se hallen, como ocurre con los regímenes de Colombia, Brasil o España respecto a Venezuela, a cuyo gobierno -desconociendo la soberanía y las leyes que lo rigen- no se cansan de etiquetarlo de dictadura y narcoterrorista; imposibilitando cualquier consenso que éste quiera lograr con sus opositores. Una situación común que ya tuvo sus frutos en Bolivia, derrocándose al Presidente Evo Morales y desencadenando hechos de violencia en contra de sus seguidores. Podría afirmarse que existe una red política a nivel internacional que se caracteriza por un profundo odio a lo que representan el comunismo y el socialismo, sin ocultar sus intenciones homicidas y antidemocráticas, en una versión remozada y, quizá, más peligrosa de fascismo.

 

La demagogia autoritaria, así, aún siendo efecto de una elección legal, reduce ampliamente la factibilidad de una mayor efectividad de la democracia, sobre todo, si ésta es (o tiende a ser) participativa y protagónica. Frente a ella, los sectores populares deben activar mecanismos de organización y de lucha que les permitan defender y consolidar sus diferentes conquistas sociales, económicas y políticas frente a los intereses de las clases dominantes, asociadas o vinculadas al imperio gringo; justamente, el más inclinado en que estas últimas conserven su estatus inalterable al ser ellas garantes de sus objetivos geopolíticos y económicos. Para asegurar sus espacios y conquistas, los sectores populares tienen que asumir de forma consciente y militante la importante tarea histórica de transformar estructuralmente el modelo civilizatorio actual; de otra forma, serían inútiles sus esfuerzos por contener y derrotar el auge de los grupos de la derecha xenófoba, racista y fascista, ya sea en nuestra América o en cualquier país del mundo.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/210636
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