Como en zona de guerra 2021

10/12/2020
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Foto: http://huellas.mx
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Ciudad de México, México.- Salen con la primera luz del día que asoma en el horizonte, el mismo que en otros tiempos fue promisorio, anhelante, pues configuraba sus ilusiones de alcanzar tiempos mejores, de abrir caminos a fuerza de andarlos con persistencia y audacia para escalar peldaños que mejoren su existencia, pero eso hoy es historia platónica; la realidad cae tal cual maza sobre su día a día laboral constreñido a la incertidumbre de enfrentar un fantasma, una amenaza invisible de letalidad certera, y van desprovistos de equipos adecuados y capacitaciones imprescindibles. Reza el refrán: “los mandan a la guerra sin fusil”.

 

Y en este símil refranero encajan miles de empleados de los tres niveles de Gobierno, que son enviados diariamente a atender los puestos de socorro, hospitales, clínicas, módulos improvisados para tomar muestras virulentas y centros de entrega de escuetas despensas que las autoridades y políticos han dado por llamar ayuda alimentaria.

 

Todos ellos conforman un ejército de personal anónimo, enviado a librar las batallas de la inseguridad sanitaria deletérea, por estar frente a un enemigo que está ahí como Dios; en la tierra, en el aire y en todo lugar, tan eficaz como una bala perdida, de esas que nadie sabe quién la disparó, pero que impunes arrebatan la vida. Y solos, con los miedos acogidos en sus entrañas, esa tropa cumple con sus órdenes más por resignación y la fuerza de la necesidad, que por convencimiento de la importancia que reviste ese trabajo y el papel fundamental que juegan ellos como ejecutores de órdenes en esos menesteres.

 

Nadie los adiestró, o capacitó, o al menos les dijo y advirtió que estarán vulnerables en la línea roja, ahí, en los lugares más desprotegidos y de mayor exposición al peligro de muerte, endebles a causa de la nula planificación, producto de esas ocurrencias que emanan de los intereses mezquinos que atesoran en la valija de su ambición política y necedad visceral los encumbrados mandos que pretenden eternizarse en el poder.

 

Sin equipamiento mínimamente adecuado a las exigencias de las circunstancias; sin más logística que la improvisación de una estrategia diseñada en las rodillas, y en el mejor de los casos desde la burocrática carilla de escritorios neófitos, son enviados a cumplir con un trabajo ingrato y en extremo peligroso, con órdenes arrogantes, ignotas e indolentes. Y esa masa humana trabajadora, o las cumplen, o se queda sin salario y a la deriva inmersos en una crisis expandida por el mundo, que nadie sabe a ciencia cierta por qué se dio, y cuyos pronósticos son devastadores para la estabilidad económica, social y política globales.

 

Ya desde junio la OCDE advertía en sus perspectivas económicas “que una segunda oleada de infecciones (de Civid-19) al final del año podría desviar un repunte inicial. Europa y América del Norte están soportando ahora la peor parte de un resurgimiento del virus, paralizando la recuperación. Se espera que el PIB mundial en el cuarto trimestre de 2020 sea un 3% inferior al mismo trimestre del año anterior, mientras que para la zona del euro y los Estados Unidos se prevé que la disminución sea del 7.3% y del 3.2%, respectivamente”.

 

Y eso significa que la actividad económica seguirá restringida con el distanciamiento social y las fronteras parcialmente cerradas que probablemente así permanecerán durante el primer semestre de 2021. Además, la reactivación depende en gran medida de que la vacuna contra el virus se aplique masivamente, y eso llevará al menos un año, en el mejor escenario, sin que ello signifique que la pandemia desaparece.

 

Mientras tanto, en México, este numeroso grupo de empleados que está en las trincheras es invisible para el poder y los gobiernos: en todo caso llena una estadística en las decisiones, para conseguir aciertos o cubrir torpezas de los mandos, de los funcionarios y gobernantes. Nadie les explica la importancia de su labor en la lucha contra la desgracia que enfrenta la sociedad a la que pertenecen ante un virus incógnito en sus orígenes, y que no se trata de que afecte pequeños núcleos de población o localidades aisladas; es un problema mundial que se puede resolver desde lo local, con medidas sanitarias adecuadas.

 

Y es ahí donde juegan un papel fundamental estos hombres y mujeres que diariamente son expuestos en ese campo de batalla en el que la población en general está en la indefensión total, y en buena parte de la masa social apáticas e indolentes, porque las inversiones públicas y privadas en materia de salud, se concentran en lo curativo y no en construir infraestructura hospitalaria planificada, utilizar las tecnologías vanguardistas y crear y fomentar una cultura para prevenir este tipo de emergencias pandémicas, que cada vez son más recurrentes.

 

Organismos internacionales como Naciones Unidas, OMS y OCDE coinciden en que las regiones y ciudades, vistas y analizadas a raíz de la pandemia en 2020, en un inicio de la emergencia sanitaria se observó que algunas estaban menos bien preparadas para hacerle frente: con 10 camas por cada 1000 habitantes, las regiones cercanas a las áreas metropolitanas tienen casi el doble de camas que las remotas, pero son insuficientes para atender una emergencia de esta magnitud.

 

“En las últimas décadas, la mayoría de las regiones de los países de la OCDE han experimentado una reducción significativa en el número de camas hospitalarias disponibles por habitante, con una disminución media del 6% desde 2000 y del 22% en zonas remotas”.

 

Y pese a esa realidad, gobernantes y grandes empresarios están más ocupados en salir lo mejor librados posibles de esta emergencia sanitaria, unos en el poder de mando, los otros en mantener sin pérdidas sus cuotas de ganancia; que en estructurar políticas públicas e inversiones preventivas en el sector salud.

 

En ese divagar, tampoco se han tomado el tiempo, ni les interesa comunicarle al grueso de la población la importancia del trabajo que realiza este grupo de personas que son enviados diariamente a los centros de atención para afrontar las necesidades médicas, de servicios y alimenticias, aunque como están estructuradas esas atenciones sean más un paliativo que una solución, para combatir la propagación del virus, debido a las restricciones presupuestales y abulia con las que han sido diseñadas.

 

Desde el comienzo de la crisis sanitaria en este México convulsionado, se acuñó ese esquema desolador que le ha costado la vida a miles de empleados de estos gobiernos insensibles, prepotentes, neófitos, improvisados, que han dejado al azar el destino de la sociedad, que inicia el 2021 con decesos virulentos que enlutan diariamente con descaro y aumento incontrolable a miles de hogares.

 

Queda claro que la recuperación será desigual entre países y sectores. Los países con programas eficaces de pruebas, seguimiento y aislamiento y en los que se puedan distribuir rápidamente vacunas eficaces, se supone podrán lograr un rendimiento bueno. Pero persiste un alto grado de incertidumbre, y los hombres y mujeres que diariamente trabajan en la línea roja para frenar y paliar la pandemia, seguirán ahí, anónimos, vulnerables, en la trinchera que los acerca a la tumba.

 

Juan Danell Sánchez, reportero mexicano

Director de la revista electrónica sostenible.com.mx

Autor del libro Campanas Rotas

jdanell1@hotmail.com

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/210121?language=es
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