Europa: No es la yihad, fue el colonialismo

06/11/2020
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Mientras Occidente tiene un ojo puesto en las elecciones norteamericanas y el otro en Europa, donde el rebrote de una pandemia ya sufrida, no es el Covid-19, sino la de la violencia sectaria que ha usurpando el nombre del islam, otra vez ha comenzado a expandirse, gracias a la torpeza de un profesor de Conflants-Sainte-Honorine, un suburbio parisino (Ver: Je suis hypocrite), quien creyó que con sus principios podría pararse en medio de las vías y detener el tren de la historia. Este finalmente le pasó por encima, arrojando su cabeza a un costado, para seguir rumbo a Niza, donde el tunecino Brahim Aoussaoui, se cobró la vida de dos mujeres y un hombre (Ver: Francia: Je suis le suivant). Días después, en Viena, otro joven de origen macedonio, Kujtim Fejzulai, a pocas horas de que la capital austriaca entrase en un nuevo encierro sanitario, en solo diez minutos asesinó a cinco personas e hirió a otras veintidós, que hubieran podido ser muchas más, de no ser por el accionar policial que terminó con la vida del atacante. La acción se desarrolló en una zona céntrica, en la que abundan restaurantes, bares y a muy pocas cuadras de la sinagoga más importante de Austria, por lo que se creyó, en un primer momento, que el ataque habría podido apuntar a la comunidad judía.

 

Esta nueva acción al igual que la de Notre-Dame de Niza y a diferencia de la de Conflants-Sainte-Honorine, los muyahidines ya habían sido detectados por los servicios de seguridad. Aoussaoui, de solo 21 años, había sido identificado por las autoridades italianas, poco después de su arribo a Lampedusa y a pesar de haberse decidido se lo repatriase, por mera fatiga burocrática, pudo burlar los controles y aparecer poco más de un mes después en la costa francesa, desde donde saltó a la fama internacional. En el caso de Fejzulai, en abril del año pasado había sido detenido y condenado a dos años de prisión por intentar viajar a Siria, para unirse al Daesh o Estado Islámico. En diciembre le fue otorgada la libertad condicional para ser enviado a un centro de “desradicalización”, en el que evidentemente no hicieron bien su trabajo. Las autoridades austriacas desplegaron de manera inmediata más de mil agentes para controlar las calles, mientras otra importante cantidad de efectivos militares montaron guardia en edificios claves.

 

Como era de esperar, pero sin demasiadas certezas para confirmarlo, el Daesh se adjudicó el hecho, al igual que los que se produjeron en París y Niza, y reconoció a Fejzulai, como uno de los suyos.

 

Tras una serie de allanamientos, la policía austriaca detuvo catorce personas aparentemente vinculadas con el joven macedonio, que están siendo investigadas, mientras desde Zúrich se informó que fueron detenidos dos ciudadanos suizos en Winterthur, una localidad cercana a la capital, sospechosos de tener vínculos con el atacante muerto en Viena.

 

Uno de los primeros mandatarios en condenar el ataque fue Emmanuel Macron, quien llegó hasta la embajada austriaca en París para presentar sus condolencias, al tiempo que desde muchos países islámicos también llegaron las condenas por los hechos del pasado lunes dos.

 

Este hecho terrorista de importancia es el segundo que sufre Austria desde un ataque de la extrema derecha en 1990, en el que fueron asesinados cuatro miembros de la comunidad romaní (gitanos). Esta nación se libró de la ola de acciones terroristas que se iniciaron con el ataque a la redacción de Charlie Hebdo, en enero de 2015 y tuvo una importante cantidad de réplicas en varias capitales y grandes ciudades europeas. En Viena, solo en marzo de 2018 se produjeron dos ataques con cuchillo, en los que resultaron heridos tres miembros de una familia en un restaurant, y lo mismo que le sucedió a un soldado austriaco frente a la embajada iraní, aunque no hubo mayores consecuencias.

 

Nadie puede predecir que los ataques continúen o no, ya que son más de 30 millones los musulmanes que viven en Europa, en algunos casos hasta de tercera y cuarta generación, a los que se les suman el millón de refugiados que han llegado desde 2014, fenómeno que todavía continúa.

 

La gran mayoría de estos migrantes, al igual que sus descendientes siguen siendo estigmatizados, sin acceso a buenos trabajos, arrojados a los bordes de las ciudades, sospechados siempre de todos los males. Estigmatizados por sus costumbres, sus vestimentas e incluso responsabilizados del crecimiento de la ultraderecha en todo el continente europeo, como si Hitler hubiera sido tailandés, Mussolini, samoano y Franco bengalí.

 

Un mundo en llamas

 

Sin duda la pandemia tarde o temprano comenzará a ser un horroroso recuerdo, como posiblemente estos cuatro años de Donald Trump, si se confirmara, en algún momento su alambicada derrota. Aunque entendamos, si fuera Joe Biden el nuevo presidente, para el mundo no habrá demasiados cambios, quizás… sutiles como lo es ex el vice de Barak Obama. Mientras tanto ya las flores, al igual que las pancartas reivindicadoras de Je suis tal o cual y las cartas de recordación y las velas dejadas en los lugares donde cayeron las últimas víctimas de la sinrazón fundamentalista, o las que muy posiblemente caigan de un momento a otro, habrán sido arrastradas por los cepillos de los barrenderos y poco a poco hasta los deudos irán dando la vuelta de página.

 

Lo que no tendrá vuelta de página, porque de manera constante cada día se agregan más párrafos, es el gran libro del colonialismo, que ha manipulado pueblos, territorios, e incluso dioses.

 

Sin hacer demasiada memoria, en esta última semana en los territorios donde más fuerte han golpeado los imperios: África, Medio Oriente y Asia, se han producido docenas de matanzas, pero sin en los países blancos, o un poco entintados como son los Pigs (Portugal, Italia, Grecia y Spain, que simpáticamente así son llamadas las naciones latinas en la City londinense), se produjera una sola de esas tragedias alcanzaría para que se escribieran miles de artículos periodísticos, antropológicos, sociológicos, cientos de libros, de películas y un número infinito de seminarios y conferencias, para entender el fenómeno del que obviamente occidente es víctima y en absoluto propiciador.

 

¿Qué tal si un grupo extremista entrase a una universidad de Ámsterdam y en un ratito se cargase a 19 alumnos e hiriera a otros 22? Inimaginable, pero claro si cambiamos Ámsterdam por Kabul suena perfectamente lógico y para nada llamativo el incidente que de verdad sucedió el pasado lunes dos de noviembre, cuando tres muyahidines, pertenecientes al Daesh Khorasan, entraron al predio universitario disparando al bulto. Las fuerzas de seguridad tardaron cinco horas en acabar con los atacantes, según confirmó el portavoz del Ministerio del Interior afgano. Y si 19 es poco, qué tal si por fin los valones quisieran separarse de Bruselas e iniciaran las conversaciones asesinando a 54 civiles, cómo ha pasado el primero de noviembre en la región de Tigray en el norte de Etiopía, donde el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF) reclama su independencia, lo que ha obligado al actual presidente etíope y Premio Nobel de la Paz 2019, Abiy Ahmed, a enviar al ejército a reprimir a los separatistas poniendo al país y sus cien millones de habitantes al borde de una nueva guerra civil, cuestión que ya podría estar produciéndose.

 

O qué tal si la policía alemana, al reprimir a los anticuarentena, hubiera matado a sesenta o a cien o a vaya a saber cuántos ya que muchos de ellos hubieran sido arrojados al Spree, como sucedió en la ciudad de Lekki en el estado de Lagos, Nigeria, donde los ekelabe (policías), por otra parte entrenada por la policía británica, arrojaron al río un número desconocido de cadáveres de civiles asesinados en las protestas contra la “brutalidad policial”.

 

Los ejemplos de esta semana son muchos más, son infinitos y espeluznantes, mientras se escriben estas líneas frente a las costas de Mozambique, donde la francesa Total está explotando los inmensos yacimientos gasíferos del país, cuarenta personas se ahogaron huyendo del terrorismo wahabita. En Mali, Burkina Faso y Níger, la guerra sucia de Francia, con mucho olor a uranio, contra las bandas del Daesh y al-Qaeda, provocan más y más muertos y desplazados, las mismas bandas que se formaron con armas occidentales y fondos sauditas utilizadas para derrocar a Gadafi e intentar lo mismo con Bashar al-Assad.

 

Europa y los Estados Unidos responsables de la actual situación mundial siguen clamando justicia para sus muertos, haciendo que desconocen la razón de tanto odio, culpando siempre al otro, al extraño, al diferente, sin asumir que no es ni siquiera una mala lectura del Corán la razón de estos últimos ataques, sino las consecuencias de siglos de colonialismo, que, con otras formas, sigue explotando a millones de desangelados.

 

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/209662?language=en
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