Covid 19: encrucijada histórica

03/09/2020
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Foto: https://www.freepik.es
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2020 se presenta como año bisagra, un mojón inolvidable, indeleble, en la sociedad humana, o en lo que quede de ella.

 

Hagamos un sencillo recorrido: un acontecimiento de escala planetaria, bautizado como pandemia covid 19, que desde fines de 2019 se estaba adueñando de cuerpos y almas, que en marzo definitivamente toma “carta de ciudadanía” con diagnósticos de la OMS y varias otras autoridades y referentes políticos y sanitarios.

 

Que a su vez ha provocado nuevos alineamientos de fuerzas políticas, mediáticas.

 

Como para insuflar tendencias conspiranoicas, la declarada pandemia estuvo precedida apenas unas semanas antes por un operativo de simulacro sobre qué hacer en caso de pandemia. El intervalo histórico ha resultado menos de un mes, con lo cual lo menos que se puede decir es que si hubiese sido programado habría sido torpemente diseñado, sin ningún esmero para “borrar huellas”. Por eso, me inclino a pensar que se trató de dos momentos distintos.

 

Pero la oficializada pandemia ha generado varias otras huellas, que hacen tristemente memorable al 2020.

 

La ofensiva mediática para convencernos que estábamos en peligro

 

Se valió de una simplificación característica de toda guerra, donde como sabemos, su primera víctima es la verdad: la OMS, otrora organismo público internacional, hoy una ONG financiada por caudalosos multimillonarios, ha dispuesto que se nos informe diariamente de los contagios y muertes de modo tal que toda otra muerte, incluso todo otro contagio han entrado en zona gris o sencillamente han sido borrados de la red informacional; con lo cual la impresión resultante es como si todos los muertos que tenemos en 2020 (sobre todo desde el entronizamiento del modo pandemia; en marzo) fueran a causa del covid 19.

 

Para reforzar esta impresión, la OMS ha dispuesto unas definiciones de enfermedad, covid 19 y muerte acordes. Muchos gobiernos han reforzado el sesgo informacional otorgando subsidios a los enfermos del covid 19 (algo que abultará inevitablemente tales registros).

 

Por otra parte, con la pandemia decretada, hemos entrado en una aplicación cuasiuniversal del tipo del experimento como el llevado a cabo por Stanley Milgram en los ’60, en el cual se invitaba a gente muestreada (a quienes se les aseguraba la paga del día aplicado a la convocatoria) para participar de un experimento de resistencia al dolor, donde el operador del generador era el invitado y quien iba a sufrir el dolor era un supuesto cobayo humano (sólo que era un actor a quien el operador no podía ver; solo oír).

 

El asunto era, entonces, provocar dolor. Cuando el operario sentía rechazo o repugnancia por provocar dolor, puesto que el "dolorígrafo” iba aumentando su intensidad y los gritos de dolor concomitantes también, el coordinador se limitaba a sonreír comprensivamente y recordarle al operario que lo que hacía era “por la ciencia”. Y la mayor parte de los invitados a manejar el dolorígrafo seguían provocando dolor ”amparados” en ese fin, al parecer inobjetable. Solo una minoría se resistió a ejercer dolor (y otra minoría llevó el presunto experimento hasta la muerte del “cobayo humano”).1

 

Ante la presunta pandemia se nos ha dicho: no pueden trabajar, no pueden acercarse entre sí, no pueden salir ni siquiera a caminar, no pueden ir al sanatorio, no pueden ir al restaurante, no pueden siquiera despedir a seres queridos que estén cerca de morir… “por la ciencia”.

 

Y una enorme mayoría de la humanidad, no ya el puñado de habitantes de la ciudad donde Milgram hiciera su “experimento”, ha acatado las medidas sanitarias. Por la ciencia o por el miedo. Dos grandes razones, razonables o no.

 

Así que, sin entrar a considerar lo del carácter médico de la cuestión, ya sabemos que mediáticamente hemos estado sometidos a un plan de guerra (la verdad es la primera caída en combate…). A propósito: una de las fuentes principales de información sobre cantidad de muertos y contagiados en el mundo entero sin mayores especificaciones ha sido procesada por la Universidad Johns Hopkins, Baltimore, EE.UU. La institución, precisamente, también participante del simulacro de pandemia de octubre 2019.

 

También sabemos algo más: no han sido instancias públicas las que han encarado la situación: han sido instancias privadas o privatizadas, como la OMS −ya explicamos, oenegizada−, y grandes laboratorios, transnacionales a cargo de las investigaciones. Los gobiernos han acompañado haciendo imperativas (o no) las medidas (plegamiento voluntario, mediante multas, encarcelamientos y en los casos más extremos incluso con asesinatos de las fuerzas de seguridad, con el ”ejemplo” del presidente filipino llevando él mismo a cabo asesinatos de incumplidores de cuarentena…)

 

Y como broche de oro de esta acción privatizadora, tendríamos el Foro de Davos de enero 2021, programado para actuar sobre “la pandemia” ya oficializada; acaba de postergarse unos seis meses. Por la “situación de público conocimiento”.

 

Privado Vs. Público

 

Los protagonistas de estos discurrires privados destacan permanentemente el carácter pesado, problemático, lento, de las instancias públicas y que lo privado, se caracteriza precisamente por su elasticidad, rapidez, prontitud.

 

Claro que hay un rasgo que desaparece con lo privado: la democraticidad. Los que deciden no son precisamente los que acatan; más bien una minoría, exigua, decide para que acatemos el 99,9999% de los seres humanos…

 

Situación compleja.

 

Si habláramos de plandemia seríamos tachados de inmediato de conspiranoicos, pero sobre todo entraríamos en la búsqueda de móviles ocultos. Lo cual suele ser un camino que sustituye la ciencia por la creencia; la deducción por la hipótesis, y en cambio, considero que lo más habitual en las grandes dificultades de la humanidad no proviene de planes deliberados sino de ignorancias y torpezas. A lo sumo, dejaríamos el término plandemia no para el núcleo médico sino para el uso político de esta situación.

 

Tampoco nos sirve un premio consuelo que se invoca: conformarnos o consolarnos basándonos en que nuestra civilización (¿cuál?; ¿la supremacista, la democratista, la bíblica, la científica, la humanista, la transhumanista?) no se va a dañar por una cuantas semanas de cuarentena, uso cuasiobligatorio de barbijos y medidas similares; baste recordarnos que luego de aquel espectáculo que vimos durante todo el día de 11 de setiembre de 2001, con aviones chocando e incendiándose contra dos torres neoyorquinas con el resultado de que se vinieran abajo tres edificios (el tercero, al parecer, sin colisión aérea), todas las medidas “de seguridad” que se implementaron en aeropuertos, aviones, viajes, etcétera, no se han abandonado jamás; el peligro es un viaje de ida…

 

Así que la manipulación de nuestras conciencias no es tema nuevo ni menor.

 

Vuelta de tuerca informacional: la censura como hongos después de la lluvia

 

La pandemia tiene algunos significativos puntos de inflexión, que no son originarios en ella, pero que han recrudecido con ella. Desde hace unos años han brotado, como hongos, instancias mediáticas que invocan la de comprobación de la veracidad comunicacional; chequeado.com, verificado.uy y toda una ristra de redes dedicadas a desautorizar escritos a los que se les descubren fallos. Fallos que pueden ser informacionales, pero también ideológicos y por lo tanto de más difícil elucidación.

 

De hecho, estas redes de “control de calidad” mediática funcionan como una vía de encauce de la corrección política.

 

Que podrá hacer mucho más daño desautorizando o inhibiendo rasgos o verdades incómodas que el beneficio que otorgue desautorizando textos falsos o maliciosos, aunque éstos han proliferado a través de internet y gracias a los desarrollos tecnológicos, como probablemente nunca antes.

 

Tenemos entonces, con estas instancias de control de calidad informacional, la vía expedita para alcanzar la corrección política; una forma mucho más matizada, elástica, plástica, de la policía del pensamiento que la de las “verdades objetivas” del diamatismo soviético o la de la orden medieval inquisitorial; ambos ejemplos de la defensa y búsqueda de la verdad, y los monstruos engendrados como sus frutos.

 

Lo médico

 

Pero hay otro aspecto que puede ser el principal, puesto que está en el núcleo de esta situación: las diferencias de diagnóstico y evaluación dentro del orden médico. Lo institucional, sí, parece estar todo de un solo lado: cuarentena, cuanto más obligatoria mejor, cierta indefensión ante el embate del covid 19 y la espera de una (o varias) vacunas como solución final a la pandemia declarada.

 

No es un cuadro uniforme en el mundo entero; hay una considerable variedad de situaciones propias de nuestras sociedades humanas; algunos países, pocos, han encarado un abordaje sin cuarentena (Bielorrusia, Nueva Zelandia, Uruguay, Suecia, entre los que conocemos); la inmensa mayoría ha establecido cuarentenas, aunque en grados muy diferentes.

 

Pero, al margen de las diversas tonalidades e intensidades de la cuarentena, el diálogo público parece únicamente establecido entre los gobernantes y aquellas instancias privadas o privatizadas que ya señalamos; la OMS y los grandes laboratorios.

 

Pero en el mundo entero hay voces, muchas voces diferentes, discrepantes con las verdades oficiales. Entre los médicos en primer lugar. Epidemiólogos, infectólogos, médicos especializados en medicina y genética… han presentado enormes cargos contra el tratamiento instaurado con el covid 19.

 

Pienso en Michael Levitt, premio Nobel de Química en el 2013, Pablo Goldschmidt, Francis Boyle, Roxana Bruno, Andreas Kalcker, Medardo Ávila Vázquez, Mario Borini, Klaus Puschel, Alexander Kekulé, Luis Marcelo Martínez.

 

Este último, médico genetista, argentino, nos advierte sobre los graves trastornos sobrevenidos con la agroindustria y su cohorte de biocidas y fertilizantes químicos con los cuales hemos ido alterando nuestros alimentos y dando lugar a la creciente y abrumadora cantidad de enfermedades autoinmunes, cánceres y alergias. Verdades ajenas a la medicina oficial. Y descarta las tres actuales vías de conformación de vacunas, sin pertenecer al bando “antivacunas”; apenas porque los plazos necesarios para un margen de seguridad, sin ser absoluto, debe resultar al menos aceptable. Es decir, que una vacuna que demanda por lo menos 8 años, no se puede “poner a punto” en 8 meses. Y eso lo pone en guardia contra la calidad científica de los proyectos.

 

Están los médicos alemanes “Por la verdad”, por ejemplo. Y su equivalente uruguayo, recientemente constituido.

 

Todos ellos cuestionan el trámite dado a la pandemia, cuestionan incluso el concepto de pandemia (recientemente modificado por la OMS, para incluir, precisamente, este cuadro de situación de nuestro presente). Se cuestiona, por ejemplo, el uso del barbijo, por lo poco que sirve y lo mucho que daña.2

 

Pero no solo entre médicos e investigadores sanitarios se cuentan quienes tienen pesados reparos y están muy en guardia ante este aluvión de miedo y vacuna en que los medios de incomunicación de masas nos han introducido con tamaño sesgo informativo.

 

También hay otros, innumerables, que han pensado y observado críticamente toda la instauración del régimen pandémico: como el analista canadiense Michel Chossudovsky, Anthonry Mueller, Gilad Atzmon, Tomás Ibañez, Hoenir Sarthou, Giorgio Agamben, Andrei Skolnikov y muchísimos más.

 

Somos muchos los que estamos aguardando superar este diálogo de sordos. Porque consideramos que la sociedad apaña una actividad deletérea en el cuidado del ambiente, del planeta: y que lo que pasa con la pandemia, con el covid 19, no es algo ajeno a esa problemática. La producción, por ejemplo, de alimentos basada en venenos.

 

La estrategia descalificadora

 

Habiendo tantos investigadores escépticos, renuentes, críticos, alarmados, por el diagnóstico y procedimientos asumidos tras la instauración oficial de la pandemia, llama la atención la estrategia del establishment médico y político.

 

Los medios de incomunicación de masas, que se consideran “la prensa seria”, han “descubierto” a la extrema derecha atrás de los ataques a la cuarentena. No hay médicos genetistas preocupados por el uso de criterios epistemológicos inaceptables sino el bando antivacuna; no hay epidemiólogos que advierten la inversión de la carga con el virus con el cual se sospecha de todo el mundo y no de los contagiados o contagiables (con el margen de incerteza inevitable); no hay investigadores y estadísticos que desconfían de las cifras oficiales sino terraplanistas… y hay nazis y antisemitas cuando se dice que Soros es un financista y lobbysta temible o que Gates ha convertido a la OMS en una oenegé a su servicio. Porque como son judíos… entonces toda crítica a su actuación debería… La lógica más elemental al tacho.

 

La extrema derecha le viene de perlas al establishment. Porque efectivamente existe, y llevados de su enfrentamiento con las instituciones de la globalización puramente técnica y objetiva, apolítica, que postulan las autoridades vigentes, están considerados como el origen de los cuestionamientos y en todo caso, en la noche de la pandemia, todos los gatos son fabricadamente pardos…

 

Llama la atención que las autoridades nacionales de diversos países se hayan negado sistemáticamente a dialogar con aquellos investigadores que, por ejemplo, en sus propios países, han objetado el curso y el discurso oficial.

 

Nos preguntamos por qué, por ejemplo, un hombre de diálogo como el presidente argentino Alberto Fernández, a quien sus sostenedores no ubicarían en el rincón de los fundamentalistas del orden establecido (lo cual es psicológicamente comprensible sucediendo a Mauricio Macri), no ha tenido siquiera una consulta con especialistas reconocidos en sus áreas, como los mencionados Mario Borini, Pablo Goldschmidt o Luis Marcelo Martínez.

 

En tanto, la “pandemia” goza de buena salud institucional; los que estamos en peligro somos nosotros, los humanos cualquiera. Y la sociedad que conocemos, o conocimos.

 

Porque todo indica que hay quienes nos están construyendo otra.

 

- Luis E. Sabini Fernández es docente del área de Ecología y DD.HH. de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, periodista y editor de Futuros. http://revistafuturos.noblogs.org/

 

 

 

1 El mismo Milgram escribió “Los peligros de la obediencia” en 1974, evaluando su experimento.

2 Leyendo tales apreciaciones sobre el barbijo, la “noticia” de que el uso del barbijo sirve incluso para atenuar la afección de covid 19 de un usuario… resulta increíblemente sesgada, porque el virus perdería potencia, alojado allí en los pliegues del barbijo… Créase o no, esta info proviene de la BBC, confundiendo la existencia de contagios asintomáticos con maravillas de barbijo: https://www.bbc.com/mundo/noticias-53784067.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/208774?language=en
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