La liberación femenina y nosotros

24/07/2020
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Nos gustaría compartir algunas vivencias que hemos tenido con mujeres para sazonar el guiso sobre este tema que pensábamos haber dejado atrás desde el Año Internacional de la Mujer en México en 1975.

 

Siempre fue claro que la liberación femenina era una lucha por la igualdad en los derechos de hombres y mujeres que debía reflejarse en una mayor nivelación de las condiciones de estas últimas.

 

Por esa razón, nada nos parecía más apropiado que tratásemos a las mujeres como iguales y no solo haciéndoles concesiones retóricas y engañosas.

 

Siendo asesor del Ministro de Relaciones Exteriores, Juan Antonio Tack -- jefe de las negociaciones del Canal -- y teniendo, por ende, gran responsabilidad en hacer docencia entre las mujeres en torno al significado de las Relaciones entre Panamá y Estados Unidos para incorporarlas a la lucha por la soberanía, aceptamos la invitación de diversas agrupaciones femeninas para compartir la problemática más importante del país.

 

Después de varias charlas, nos percatamos de que estábamos prácticamente monopolizando a las mujeres, sobre todo a las torrijistas e izquierdistas, que obviamente estaban más identificadas con la causa del Canal.

 

“¿Y es que no hay otros hombres que deseen hablar ante ustedes?”, les preguntamos. “Sí, los hemos invitado, pero no vienen y ni siquiera se disculpan.”

 

De esta manera, nuestras charlas a las mujeres se sumaron a las más de mil que dictamos en todo el país y que fueron útiles para concientizar a obreros, campesinos, estudiantes y mujeres sobre el Canal.

 

¿Por qué este rechazo a las mujeres en los hombres del llamado “proceso revolucionario”? Era obvio que se sentían incómodos ante un público femenino, pero no era solo por la temática compleja a tratar.

 

Había algo más: quizás era una forma de discriminarlas y subestimarlas, ya que la política era “cosa de hombres y no de mujeres”.

 

Por mi parte, jamás las rechacé, sin que importase su color político. Imposible no tratarlas de igual a igual. ¿Por qué tenía yo una actitud diferente a la de los otros colegas varones?

 

Cuando lo analizamos retrospectivamente, vemos algunas circunstancias que moldearon nuestra conducta ante las mujeres y que nos obligan a repasarlas para el beneficio de personas recalcitrantes.

 

Lo primero son las influencias.

 

Aparte de la gran luz que fue mi madre, tuve de maestra a una gran dirigente magisterial nacional, como lo fue SARA SOTILLO. Cuando tenía ocho años, en 1947, Sara Sotillo, de la Escuela Manuel José Hurtado, nos explicaba algunos de los grandes problemas del país.

 

Su verbo persuasivo nos inspiró para participar prematuramente en la gran Protesta Nacional, de la que ella era una de las lideresas, contra las bases militares de Estados Unidos, prorrogadas por el proyecto de tratado Filós-Hines de 1947.

 

¡Hoy descubrimos con profundo orgullo y sorpresa la efigie de SARA SOTILLO estampada en una moneda de cinco centavos, en homenaje a su trayectoria patriótica, de la que se imprimieron medio millón de Balboas (dólares)! Un logro extraordinario para una mujer acanelada, humilde, oriunda del Archipiélago de las Perlas, más semejante a una fina dama hindostana, ¡cuyo salario era solamente de B/.50.00!

 

A los cinco años, mi padre despertó nuestro interés por los asuntos internacionales al mostrarnos documentales sobre las matanzas de Japón en China.

 

Sara Sotillo me enseñó tres años más tarde, a los ocho años, mis deberes frente a Panamá, los cuales se me aclararon cruelmente dos años después -- a los diez años -- cuando fui atacado por un perro Pastor Alemán de un militar norteamericano que casi me mata, por lo que debí ser operado de urgencia sin anestesia. Esa tragedia, que quedó impune, hizo que jurara dedicar mi vida a resolver el problema del Canal.

 

Además de la influencia, hay que examinar nuestro trato, nuestro roce personal con las mujeres.

 

Al pasar al Instituto Panamericano (IPA) debía escoger entre la carrera de Contabilidad o la de Secretariado Bilingüe, esta última para mujeres. Pero antes, el Director, Louis Fiske, norteamericano, me llamó a su despacho para decirme que, en base a mis altas notas, él me recomendaba que ingresara al Secretariado Bilingüe, ya que en algunas empresas convenía tener un secretario y no una secretaria.

 

Así lo hice. Pero el salón tenía 28 jovencitas de 15 a16 años, y yo era el número 29. Con otro salón sumábamos 60. ¡Era el primer varón que tomaba el Secretariado desde 1926 en la historia del colegio!

 

No me sentí incómodo siendo el único hombre de la clase, pero sí mis profesores. La profesora de “Shorthand” (taquigrafía en inglés), Mrs. Flye, acostumbraba saludarnos: “Good morning, girls!” (“Buenos días, jovencitas”). Luego me miraba y añadía, “and Julio, of course” (“y Julio, por supuesto”).

 

Contrariamente, el profesor de Contabilidad, Armando Aizpurúa, imponía las reglas y el protocolo: “Según la Real Academia de la Lengua, la presencia de un solo varón en una multitud de mujeres nos obliga a respetar su condición, de manera que me dirigiré a ustedes como si todas fueran varones: “Buenos días, ¡muchachos!, “¿Están listos para el examen?”

 

Me sentía incómodo que trataran a las chicas como si fueran varones y no pensé que era justo con ellas.

 

El asunto se hizo viral -- como decimos hoy -- y dio lugar a una Junta de Profesores (el 95% eran norteamericanos) que discutió el tema sin llegar a acuerdo. Cuando me tocó hablar, dije que no tenía ninguna dificultad con mi sexo y que ellas debían ser tratadas como lo que eran, señoritas, y a mí podrían llamarme simplemente, “Julio.”

 

Zanjada la cuestión, mis relaciones con las muchachas se hicieron armoniosas, cariñosas y hasta coquetas, lo cual yo reciprocaba escribiéndoles poesías.

 

Mi valoración creció tanto entre las chicas que, cuando había baile, yo, que veía a mis compañeros de Contabilidad pasar trabajo para buscar pareja (no estaban acostumbrados a lidiar con mujeres y las trataban a distancia como si tuvieran el virus), debía buscárselas entre mis compañeras.

 

Alguna ventaja tendría convivir con el sexo opuesto. Para empezar, las chicas eran mucho más ordenadas, responsables, honestas, aseadas y estudiosas que los varones. Me enteraba de sus cosas personales, aprendí su psicología, su idiosincrasia y algunas se atrevieron a bromearme y hasta provocarme para hacerme ruborizar (no lo lograron).

 

Pero en esa época, los alumnos éramos educados en firmes valores y principios morales, ya que la televisión (inexistente en los años 50) no había hecho estragos aún en la juventud.

 

Mis compañeras eran panameñas y extranjeras: blancas, negras, mulatas, chinas, hindostanas, judías, árabes, turcas, palestinas, iraquíes y sirias, y ese hecho cosmopolita me enseñó a ser respetuoso, democrático y tolerante con todas.

 

Era el director del diario del colegio -- “The Voice of IPA” -- y participaba en concursos de talento que casi siempre ganaba. Integraba el Cuarteto del IPA, en el cual yo era segundo tenor, y cantaba en las iglesias protestantes en la Zona del Canal. ¡No era nada agradable cantarles a los colonos gringos, aunque no los odiaba! Me gané una beca para estudiar en la Escuela de Música de la Universidad de Chicago, que rechacé.

 

Sin embargo, para algo serviría tanto activismo.

 

En el concurso anual de canto en 1956 participé en representación de “las secretarias”. En las finales competía con la representante de los Contadores, una joven que cantaba divinamente y se acompañaba ella misma con la guitarra.

 

Pensé que la llevaba perdida ante Rosalía Barraza -- que así se llamaba -- ya que solo contaba con mi voz y no tenía acompañamiento musical. Entonces apelé a la emoción del público y canté, para desempatar, una hermosa canción de amor popularizada por Andy Russell y que se titulaba – como pensando en una pandemia -- “CONTIGO EN LA DISTANCIA”.

 

Cuando terminé, se formó tal griterío y estruendo -- ¡de las secretarias, por supuesto! -- que el jurado no tuvo necesidad de dar un veredicto.

 

Para reconclavar, en nuestra graduación el Director anunció que yo había roto los récords históricos del IPA de velocidad en mecanografía y en transcripción en inglés y español.

 

No obstante, mi verdadera consagración con las mujeres me llegó en 1975, cuando me hicieron responsable de la Delegación de Mujeres de Panamá a la Conferencia del Año Internacional de la Mujer en México.

 

Solamente dos hombres fuimos asignados a ese evento: el profesor Marco Gandásegui (QEPD) y yo. Pero Marco se regresó al día siguiente a Panamá porque no aguantaba a las mujeres que se peleaban el liderazgo entre la presidenta, profesora Berta Q. de Moscote, y la profesora Berta T. de Arosemena, hermana del general Torrijos. Logré conciliarlas sin dificultad.

 

El abandono del Dr. Gandásegui me dejó solo con las 400 mujeres que integraban la Delegación de Panamá al evento, que duró dos semanas, con un éxito clamoroso sobre Estados Unidos e Israel. Mucho me sirvió mi entrenamiento con las 60 secretarias. ¡Pero en México eran 400 y se quejaban de que nunca las invité a salir en los ratos libres!

 

Ellas dejaron muy en alto a la mujer panameña y más alta aún nuestra dignidad nacional.

 

Por lo demás, me sentí bien acompañado y hasta sobradamente apapachado.

 

Moraleja: Siempre debemos ser amables y solidarios con las mujeres, porque, como reza el refrán: El que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/208084
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