Ni las estatuas se libran
- Opinión
En todos los países hay estatuas, efigies, monumentos, bustos, que han ilustrado acontecimientos importantes en la historia y, sobre todo, han destacado a personajes por su significación en ella. La estatua de La Libertad en New York es una de las más famosas y retratadas en el mundo. En América Latina creo que no hay país en el que falte la figura de Simón Bolívar, que también está en New York.
Colocadas en algún momento, las estatuas tienen un efecto simbólico especial, no solo entre quienes pueden exaltar a las personalidades que representan, sino por el momento histórico que se vive al colocarlas. Tal como ocurre con Bolívar, entre los países latinoamericanos también hay estatuas dedicadas a Cristóbal Colón y a los conquistadores del siglo XVI, como la famosa estatua ecuestre de Francisco Pizarro en Lima. Sin duda, los próceres y patriotas de las independencias tienen merecidos lugares en plazas y calles de casi todas las ciudades de América Latina: Miranda, Nariño, Espejo, Hidalgo, Morelos, o también Sucre, Artigas, San Martín, O’Higgins, o la gran estatua de José Martí en La Habana, etc. No faltan las estatuas de presidentes latinoamericanos, pero también de dictadores, en la larga historia republicana de América Latina. Además, hay figuras relevantes por diversos otros motivos históricos, incluyendo políticos, entre los cuales se encuentran indeseables a sus propios pueblos.
Pero, al mismo tiempo, hay momentos históricos que agudizan las conflictividades sociales y políticas. Las reacciones llegan a tales niveles que no se libran ni las estatuas.
Cuando en 1992 se conmemoraban los 500 años de la llegada de Colón a América, por aquí y por allá surgieron destrozos a los monumentos que lo representaban, las figuras del “descubridor” fueron atacadas o pintarrajeadas y se extendieron las consignas anti-hispanistas. Hubo voces intelectuales, periodísticas y de líderes de los movimientos sociales (particularmente indígenas) que cuestionaron la conservación de estatuas de los “conquistadores”, que hace cinco siglos, habían saqueado pueblos, destruido culturas y sometido a los indios. En décadas pasadas, el anticomunismo igualmente llegó a tales niveles que estatuas como la del “Guerrillero Heroico” -Che Guevara- que había en Santiago de Chile, fue demolida por bombas explosivas que acompañaron la instauración de la terrorista dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1990). Pero como la historia tiene sus ironías, una vez recobrada la democracia, a un costado del Palacio de la Moneda se erigió una estatua nada menos que al presidente Salvador Allende (1908-1973), quien murió, en ese mismo edificio, el día del golpe de Estado contra su gobierno.
Cada país tiene anécdotas o historias sobre sus respectivas estatuas. En Quito, capital del Ecuador, la estatua a la Virgen con alas, sobre el Panecillo, levantó enorme polémica en 1975, pues hubo quienes consideraban que en el mismo sitio debía ir Atahualpa o quizás Rumiñahui. Desde luego, ganó la Iglesia Católica. Y en Guayaquil, se levantó otra singular polémica a propósito del busto de León Febres Cordero, quien como presidente del país (1984-1988) inauguró el modelo empresarial-oligárquico contemporáneo, y como alcalde de la ciudad (1992-2000) instauró la hegemonía de elites del poder económico local, inspiradas en su “autonomismo”. Triunfaron los socialcristianos y el busto de su líder hoy se halla en el “Malecón 2000”.
Hay, pues, mucho por discutir sobre la conveniencia o no de conservar antiguas estatuas y desmitificar a sus personajes. Pero, sin duda, mientras más avanza la conciencia social, también se identifica mejor a quienes realmente sirvieron y sirven a sus pueblos, como para merecer estatuas y homenajes, frente a quienes solo fueron personalidades de ocasión y símbolos de la opresión en otras épocas y circunstancias.
Precisamente un proceso como el señalado ha tenido lugar en los Estados Unidos, a raíz de la muerte del afroamericano George Floyd en Powderhorn, Minneapolis, a manos de varios policías. Hay estatuas de líderes confederados que se derribaron en todo el país y hasta en filas militares se sostiene que ha llegado el momento de cambiar los nombres de aquellas bases que llevan los de generales confederados. Se atacaron, pintaron, derribaron o decapitaron estatuas de figuras como Jefferson Davis o John Calhoun, por secesionistas o esclavistas; pero, además, estatuas como las de Colón, Washington y también de Lincoln, así como de otras figuras mezcladas entre las reacciones: Francis Scott Key (autor del himno nacional) y hasta Ulysses S. Grant, el general de la Unión que triunfó sobre la Confederación (https://cnn.it/384a97p), o las de Junípero Serra, Cervantes y Ponce de León, que provocaron la inquietud del Ministerio de Exteriores de España (https://bit.ly/37YHVep).
La policía tuvo que hacer un cerco especial para defender la estatua de Andrew Jackson al pie de la Casa Blanca, que los manifestantes querían derrocar al grito de «Hey, Hey, Ho, Ho, Andrew Jackson’s got to go» (https://bit.ly/3fXI8kS); y el Museo Americano de Historia Natural de New York decidió remover la estatua ecuestre de Theodore Roosevelt, que está flanqueada por un nativo americano y un afrodescendiente y criticada, en consecuencia, por ser “demasiado racista”; aunque el actor Ben Stiller propuso -en un twitter punzante- otra solución: reemplazarla con una estatua similar del actor Robin Williams en la famosa escena de la película “Una noche en el museo”, en la que representaba a Roosevelt cobrando vida durante la noche. (https://bit.ly/2YxqHBz). Después de varios días, Trump tuvo que firmar una orden para proteger los monumentos y estatuas, bajo la amenaza de “largas penas de prisión” para los infractores. (https://bit.ly/2C8UYOk)
En lo de fondo, las protestas ciudadanas se lanzaron no solo contra símbolos de la esclavitud y la opresión a los negros norteamericanos, sino contra el colonialismo, las políticas que menosprecian los derechos civiles para todos, marginan a los latinos y alientan el “supremacismo blanco” y, finalmente, contra el gobierno de Donald Trump. Han sido las manifestaciones más impactantes desde la década de 1960, aunque sus alcances se ven limitados por el contenido básicamente anti racista de ellas, pues no se trata de una “rebelión social” que logre transformaciones estructurales, como lo ha señalado Sergio Rodríguez Gelfenstein en su artículo “¿Hay una rebelión social en los Estados Unidos?” (https://bit.ly/2Z71blP).
Sin duda, el derribamiento de estatuas obliga a revisar héroes y villanos en la historia. Cuestiona procesos que se tenían como consagrados e intocables. En los propios EEUU apuntan contra su “industria cultural” que desvaloriza a los latinoamericanos para hacer que solo los estadounidenses aparezcan como héroes salvadores del mundo, como bien lo ha tratado Rafael Cuevas Molina en “A propósito del derribo de estatuas” (https://bit.ly/3i4Vn5c).
En Nuestra América Latina, a la creciente acumulación de fuerzas que cuestionan las vías de desarrollo tradicionales cabe unir un amplio movimiento que igualmente se encamine a revisar nombres, monumentos, estatuas, de quienes han formado parte directa de la construcción de sociedades de privilegio para elites, marginando a trabajadores, capas medias y sectores populares.
Ecuador, lunes, 6 de Julio, 2020
- Juan J. Paz y Miño Cepeda, historiador ecuatoriano, es coordinador del Taller de Historia Económica.
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