Rafael Bautista: “El pueblo se vio no solo desorganizado, sino arrebatado del espíritu que había promovido el Proceso de Cambio” (I)
- Opinión
Rafael Bautista S. es un pensador y escritor boliviano, dirige el Taller de la Descolonización. Autor de más de 20 libros, su última publicación es El tablero del siglo XXI. Geopolítica des-colonial de un nuevo orden post-occidental. Para pensar el mundo actual, América Latina y el Caribe, y la coyuntura boliviana, Correo del Alba le entrevistó. A continuación, publicamos la primera parte de este diálogo.
¿Cómo piensa actualmente el mundo desde Bolivia, bajo el dominio del Covid-19?
No creo que se pueda hablar de un “dominio” del Covid-19. Si hacemos una ligera rememoración histórica, podemos ver que esta inflamada pandemia forma parte de una frecuente planificación cuasi militar que ha venido antecediendo reconfiguraciones estratégicas del poder imperial. El 9-11 es la muestra más reciente y clara de ello. Después del autoatentado de las Torres Gemelas, Estados Unidos sufre un rapto siniestro, todavía no analizado en toda su complejidad y que nos daría claves para interpretar lo que significa. A propósito del Covid, una cuarentena global que no es sino un Estado de excepción no declarado, de alcances mundiales y de consecuencias imprevisibles; no solo en el ámbito de la economía, sino, sobre todo, en lo que significaría la sobrevivencia o no del Estado de derecho en el contexto del colapso civilizatorio que estamos viviendo.
En ese sentido, el golpe blando geopolítico que sucedió en Bolivia no es ajeno a lo que iba a desplegarse a nivel global. Pues uno de los propósitos que se va descubriendo es la implosión nacional vía implantación dictatorial del Estado de no-derecho, lo cual nos conduciría, trágicamente, a la figura de la “anomia estatal”, que podría ser la fisonomía post-covid de, especialmente, los Estados periféricos.
Un tiempo en nuestra revista usted analizaba que el poder imperial se enfrenta a un nuevo orden geopolítico con visiones distintas a las de la Guerra Fría, en tanto Rusia, China e Irán no miran como paradigma a Occidente, ¿está en decadencia la hegemonía impuesta durante siglos?
Está en decadencia vertical y la muestra de ello es que todas las potencias que usted menciona, ninguna es occidental, ni siquiera Rusia que, en palabras de su propio canciller Lavrov, ya venía sugiriendo (por ejemplo, en las Conferencias de Seguridad de Múnich) la necesidad de un “nuevo orden post-occidental”. Aunque una declaración no produce automáticamente esa necesidad, la inminencia de un nuevo orden lo configura el desmoronamiento del diseño geopolítico que había hecho posible al sistema-mundo moderno, es decir, el diseño centro-periferia.
Lo que se tiene actualmente es un des-orden tripolar, es decir, un supuesto orden sin fisonomía definida, porque todo se halla en disputa, desde las narrativas hegemónicas moderno-occidentales hasta las propias áreas de influencia anteriormente de “propiedad” anglosajona y francesa, por ejemplo. La presencia de las nuevas potencias emergentes, sobre todo de China y Rusia, pone en crisis completamente el diseño geopolítico centro-periferia. Sin la continuidad de ese diseño, se desploma definitivamente la influencia imperial y, en consecuencia, se acaba la estabilidad del primer mundo.
Han llegado a Venezuela barcos con combustible iraní; Estados Unidos lanzó amenazas de no dejar pasar los cargueros, Irán respondió, pero finalmente las intimidaciones no se cumplieron. ¿El Imperio teme la reacción persa en el escenario geopolítico?
Más que la reacción iraní, lo que teme Washington es que el poder militar disuasivo que posee ahora Venezuela ponga al descubierto la vulnerabilidad imperial. Si un país periférico, que forma parte de su “patio trasero”, es capaz de representar un nuevo Vietnam, incluso con capacidad ofensiva, entonces se cae el mito del poder omnímodo imperial. Rusia es ahora la primera potencia militar y ya ha demostrado en Siria que, en una guerra convencional, podría desbaratar el poder militar conjunto de Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y Venezuela posee un envidiable abastecimiento militar ruso.
Por su parte, Irán ya ha demostrado que no solo posee la capacidad militar para enfrentar la soberbia imperial, sino que hasta podría poner en jaque a la economía mundial, cerrando el Estrecho de Ormuz, por donde se distribuye el 40% del petróleo mundial.
En cuanto a Bolivia, ¿en qué punto dejó al pueblo y el país el Proceso de Cambio, para enfrentar la arremetida de Estados Unidos e Israel que se ha visto están manejando al gobierno de facto?
El objetivo del golpe no era simplemente bajar al Gobierno, sino destruir el carácter plurinacional del Estado boliviano, es decir, minar definitivamente nuestra soberanía. El “proceso de cambio” era el motor que debía impulsar ese carácter; por eso el objetivo no era acabar con el Evo, sino con lo que él representaba. El ensañamiento simbólico de la insurrección fascista demostró eso; no fueron episódicas la quema de la wiphala o el actual impedimento, vía “confinamiento”, de celebrar el año nuevo aymara. Por eso no es aventurero señalar que se trata, como también lo delataron los propios golpistas, de una “guerra espiritual”.
La premeditada demolición estructural del Estado que promueven los golpistas busca, en definitiva, el cercenamiento definitivo del espíritu nacional-popular, es decir, acabar con el sujeto plurinacional, lo indígena. Hacer imposible una restauración plurinacional del Estado, significa lo que ya se escucha en boca de los propios golpistas: restituir su fisonomía republicana. En el caso boliviano, en esa fisonomía constitucional se naturalizó el carácter antinacional y antipopular del Estado oligárquico-señorial. En ese sentido, ahora, más que hablar del “proceso de cambio”, sería más adecuado referirse al sujeto plurinacional como el necesario activante histórico-político de una posible restauración nacional-popular que instaure un segundo proceso constituyente de alcances mucho más revolucionarios que el que tuvimos en el periodo 2006-2010.
¿En qué avanzó el gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS), en cuanto a concebir a una nueva Bolivia frente al mundo, y cuáles fueron sus errores?
El MAS fue la determinación política circunstancial que adquirió el “proceso de cambio”, pero, como toda apuesta partidaria, además heredera del nacionalismo movimientista, desató las contradicciones inherentes de la política nacional para su propio infortunio. Esto se vio cuando, desde el interior del Gobierno, se gestaron también las condiciones para la continua transferencia de legitimidad que recibió la derecha para empoderar sus opciones.
Esta transferencia fue producto del vaciamiento simbólico y espiritual del propio proceso, que mermó seriamente las capacidades estratégicas de resistencia popular ante el golpe. Cuando se desplazó al sujeto plurinacional y, en su lugar, se apropió del poder de decisión estatal un sujeto sustitutivo que generó una ortodoxia centralista (que confió demasiado en la lógica instrumental y prebendas de la política tradicional), se creó el escenario preciso para la derechización del panorama urbano-social.
Se fueron abandonando los cambios estructurales necesarios y se fue optando peligrosamente por los pactos interesados con los grupos de poder. La propia complicidad policial y militar en el golpe se puede explicar, en parte, por la ausencia de una política de Estado descolonizadora y antiimperialista de ambos ámbitos estatales.
¿Cómo se explica que surgieran algunos movimientos de corte fascista paramilitar en octubre pasado?
Es algo transversal en el propio horizonte de prejuicios de la clase media urbana, que por reiteración pedagógica y cultural absorbe y naturaliza la ideología señorial y, de ese modo, se constituye en base de reclutamiento derechista que aprovecha la oligarquía para reponer su influencia en la vida política y social. El fascismo se explica porque es un dispositivo ideológico pensado para ámbitos subalternizados que apuestan por el ascenso social a toda costa, como única opción de vida. Por ello se constituyen en los custodios de una clasificación social como exteriorización de una previa clasificación racial.
El orden racializado es la base de la desigualdad como principio rector de una sociedad autocomprendida como “moderna”. Por ello era necesario insistir en el contenido propositivo del “proceso de cambio” como “revolución democrático-cultural”. Ese contenido es el que se fue postergando, con la amarga consecuencia de la reposición señorialista en el imaginario social, que se activó mediáticamente para legitimar un golpe con cara “democrática”.
En 2005-2006 el MAS accedió al poder con un horizonte anticapitalista y un fuerte aporte de una mirada indígena, el Vivir Bien y el comunitarismo campesino como nueva forma de entender la producción, ¿cree que se abortó eso? Y ¿cómo se recupera ese horizonte, si es que aún existe?
Bolivia es la muestra fehaciente de la incompatibilidad entre un genuino proyecto nacional-popular y la imposición de apuestas “universalistas”. El componente de izquierda en el gobierno del MAS, asumiendo la dirección del proceso, nunca estuvo a la altura de una verdadera transformación en el propio horizonte propositivo que significaba el “vivir bien”, el “Estado plurinacional” y la “descolonización” como política de Estado. Ello es también producto de la ortodoxia marxista, que no es capaz, ni teórica ni existencialmente, de trascender el horizonte cultural y civilizatorio que ha hecho posible al capitalismo, es decir, la modernidad.
Por eso promueven, a nombre de socialismo, una economía del crecimiento, que es precisamente lo que define al capitalismo como economía suicida. Lo que debiera ponerse en cuestión, los mitos modernos, y subsumido bajo nuevos criterios económicos postcapitalistas, son asumidos como “banderas emancipatorias”; siendo más bien estas las que generan la reposición de las condiciones que hacen posible al propio capitalismo; estas banderas son los mitos que hacen posible al capitalismo y su continua reposición: el desarrollo y el progreso.
¿Cómo se explica el derrumbe tan vertiginoso del Proceso de Cambio, entendiendo que se proyectaba como uno de los procesos de base más profundos y sólidos del continente?
La transferencia de legitimidad ya mencionada produjo que, mientras el gobierno abandonaba las banderas del cambio y reducía la política estatal a la simple mantención del poder político, dejaba libre el campo para que la derecha se viera ungida de legitimidad creciente; mientras el pueblo, simultáneamente, iba siendo vaciado del espíritu democrático y revolucionario. La dirección gubernamental nunca comprendió que ese abandono iba dejando huérfano al pueblo, sin horizonte político, y sin la unción democrática de su constitución como sujeto histórico (reducido a simple obediente, se lo excluía de toda decisión y, de ese modo, se reducía hasta su capacidad protagónica).
Mientras el Gobierno iba cediendo hasta discursivamente lo propositivo del proceso, la derecha acopiaba diligentemente esa legitimidad transferida, empoderando a la base de reclutamiento oligárquico, sumando sectores amplios de clase media, sobre todo; que fueron funcionalizados para brindarle al golpe la cara supuestamente democrática, apareciendo como los “extras” de la escenografía fílmica local de una “revolución de colores”.
El pueblo se vio no solo desorganizado, sino arrebatado del espíritu que había promovido el “proceso de cambio”; por ello la resistencia fue esporádica, espontánea e improvisada. El pueblo se vio huérfano del espíritu democrático y revolucionario que el propio Gobierno se encargó de ir diluyendo, una vez que el sujeto sustitutivo fue reduciendo todas las apuestas históricas al puro cálculo político y al culto a la personalidad.
Eso hizo que calara muy bien, en el racismo urbano, la narrativa derechista del “fraude”, la “corrupción”, la “tiranía”, la “eternización del poder”, entre otros, dando los mejores argumentos para configurar toda una plataforma política de supuesta “resistencia democrática”. De ese modo, la violencia fascista podía asumirse como legítima. Frente a ese panorama, el pueblo se encontraba desprovisto de respuesta democrática que le permitiera hacerle frente a la propaganda fascista que, mediáticamente, supo horadar muy bien hasta la propia confianza revolucionaria del campo popular, haciendo aparecer a la derecha como la democrática y al pueblo como antidemocrático.
La cosa estaba resuelta y el Gobierno pecó de ingenuo y de ceguera analítica, al no saber cómo eludir el callejón sin salida al cual iba siendo arrastrado. La supuesta y arrogante “infalibilidad” del llamado “círculo blancoide”, coadyuvó al desmoronamiento interno del propio gobierno, que fue decisivo para que la derecha, en connivencia con la negligencia de los aparatos coercitivos, supiera inflamar muy bien un ambiente beligerante cargado de terrorismo, discriminación y racismo, que se vendió al mundo como una “auténtica revolución”, siendo, nada más ni nada menos, que la versión autóctona de una “revolución de colores”.