La operación Gedeón

18/05/2020
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Armas capturados a los mercenarios
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Durante los primeros días de mayo se llevó a cabo el más reciente intento de golpe contra el gobierno de Venezuela. Como la docena de intentos previos, este también falló. Los presuntos responsables, el gobierno estadounidense y la oposición venezolana que apadrina y financia, negaron rápidamente su participación.

 

Como venimos insistiendo en esta columna, la prensa tradicional no lo ayudará a entender los sucesos referidos, pues eso significaría exponer la forma como se controla políticamente Latinoamérica desde fuera (y en beneficio de los dueños de esa misma prensa, sus enormes grupos económicos y monopolios).

 

La prensa tradicional detesta la historia latinoamericana –y la historia en general–; la nuestra, pues, es una historia llena de dictadores obedientes y ejércitos creados para proteger a los grandes hacendados de sus propios siervos. Una historia que muestra el patetismo y la bajeza de una clase dominante que llamó al tío Sam cada vez que vio su riqueza y poder amenazados, cada vez que esa servidumbre amenazó con levantar la humillada cerviz, con igualarse. Más allá de las apariencias, poco ha cambiado.

 

Negación plausible

 

Presentar esta nueva agresión como un intento desconectado de la política exterior norteamericana –con ribetes de filme barato–, como ha sido presentado por parte de la prensa corporativa con el New York Times a la cabeza (“Una incursión en Venezuela, sacada directamente de Hollywood”, 07/05), oculta la siguiente realidad: la operación Gedeón encaja perfectamente con el modus operandi de varios cambios de régimen llevados a cabo por Estados Unidos en el pasado. Muchos de esos intentos fallaron, pero otros tuvieron éxito, como veremos más abajo.

 

Una constante en esos golpes de Estado y cambios de régimen fue la figura de la “negación plausible”. Las cabezas de la operación –y, sobre todo, “Mr. President”– deben ser capaces de negar de manera verosímil cualquier vínculo con el ataque encubierto y sus operadores, incluso ahí donde tienen éxito, pero sobre todo en aquellos casos en los que fallan estrepitosamente.

 

Para que la negación plausible funcione, la colaboración activa de la prensa es absolutamente indispensable. Ella tiene que hacerse la tonta, pasando por alto patrones de subversión que a estas alturas ya están muy bien documentados.

 

Así, buena parte de la prensa ha pintado la operación Gedeón como la aventurilla idiota de una compañía de mercenarios estadounidense y opositores venezolanos de segunda línea, desconectados de los principales promotores del cambio de régimen. Luego vieron a bien retratar a Jordan Goudreau, el ex boina verde que lideró la fallida invasión, como un héroe confundido, con “la cabeza en las nubes”. No mencionan que el domingo 3 su compañía amenazó de muerte a una reportera de RT desde su cuenta de Twitter.

 

Un ejemplo de desinformación: Jaime Bayly tocó el tema desde su estudio en la meca de los exiliados latinoamericanos, Miami. Se burló de los “pistoleros lumpenescos” (sic) norteamericanos que dirigieron la invasión, tildándola de “torpe, artesanal y chapucera”; también aseguró, en base a lo anterior, que ni Donald Trump ni su procónsul Juan Guaidó podrían haber estado involucrados.

 

Pero ya se sabe que el “encargado” estuvo involucrado; así lo señaló el ex boina verde Goudreau, que mostró una grabación y documentos. Luego de la difusión de esas pruebas, Bayly cambió su argumento para sostener que la violencia contra el gobierno venezolano estaba totalmente justificada y que el problema había sido la selección del mercenario incorrecto, un “aficionado”.

 

Como muchos de sus colegas, Bayly imagina que 60 hombres armados iban a derrocar a Nicolás Maduro a balazos, en combate abierto, para luego tomar un aeropuerto caraqueño y despacharlo a EE.UU. En realidad, este ataque “artesanal” contra el chavismo, como varios anteriores, pretendía gatillar las defecciones al interior del gobierno y producir el ansiado cambio de régimen, desde adentro.

 

Tragedias de patio trasero

 

Las similitudes entre esta reciente intentona y la invasión de Bahía de Cochinos, en 1961, saltaron a la vista de inmediato. Pero además del incidente referido existen muchos otros con importantes paralelos y diferencias decisivas. En todos los intentos de cambio de régimen, la colaboración de los estamentos militares del país atacado –o su ausencia–, terminaron siendo determinantes. Cuando estos intentos de golpe fallan, es ahí donde debemos buscar las razones.

 

Los mercenarios y exiliados que desembarcarían para ser derrotados en Playa Girón, en la costa cubana, eran entrenados por la CIA y la Fuerza Aérea estadounidense en países cercanos al objetivo, como Guatemala y Nicaragua. Sus dictadores –Miguel Ydígoras Fuentes y Anastasio Somoza, respectivamente– le cedieron a su patrón al norte bases de entrenamiento para que prepararan la invasión. Hoy, los mercenarios entrenan en territorio del régimen colombiano, sin descartar que lo mismo podría estar sucediendo en Brasil, Ecuador y hasta en nuestro país (uno de los recientemente capturados por el chavismo poseía un carnet de extranjería peruano). Tal como en la operación Gedeón, el plan contra Cuba era suscitar, a partir de la invasión de Bahía de Cochinos –con 300 hombres–, un levantamiento popular contra el régimen de Fidel Castro. No sucedió.

 

Retrocediendo unos años en el mismo escenario, cuando el militar guatemalteco Carlos Castillo Armas, al servicio de la CIA, invadió su país desde Honduras para derrocar a Jacobo Árbenz, sus mercenarios fallaron en cada instancia, siendo diezmados por la policía y la armada guatemalteca mientras intentaban avanzar hacia la capital. El plan de la CIA era producir en el ejército leal a Árbenz la impresión de que se les venía una gran invasión, suscitando su rendición y la deposición de su líder con miras a salvar a su país de la hecatombe. Esa invasión también fue “chapucera”, como dice Bayly de la última aventura de la CIA en Latinoamérica, pero logró su cometido. La incursión de Castillo Armas era parte de un montaje mayor, que incluyó transmisiones de radio ficticias para aterrorizar a los guatemaltecos fingiendo el avance de un gran ejército invasor, entre otras operaciones psicológicas diseñadas por la CIA.

 

La misma lógica se puso en práctica en otro reciente intento de golpe contra Venezuela cuando, en abril de 2019, Juan Guaidó aseguró haber tomado el aeropuerto militar de La Carlota, en Caracas. Como explicó Fair.org, crítico de la prensa norteamericana: “Todo fue un fraude instigado por Washington con la esperanza de que los venezolanos y las tropas cayeran en el engaño y pensarán que se estaba llevando a cabo un golpe”. La CNN colaboró con el montaje: aseguró que Guaidó había logrado tomar la base militar y ahora se dirigía a “miles de partidarios”. “Pero la CNN no mostró a esos miles de partidarios, pues no había ninguno”, aclara Fair.org. La cadena de noticias tampoco aclaró que Guaidó no se encontraba dentro de la base militar sino afuera, en una carretera aledaña, rodeado de unos cuantos soldados y su “mentor”, Leopoldo López. 

 

El New York Times también les dijo a sus lectores que el “presidente encargado” se encontraba dentro de la base y citó una declaración de Guaidó que representaba el golpe como un hecho consumado: “Hoy, bravos soldados, bravos patriotas… sujetos a la Constitución, han oído nuestro llamado”. Como explica Fair.org, el “diario récord” no hizo ningún esfuerzo para verificar la supuesta toma de la base, o bien “colaboró deliberadamente” con la farsa.

 

Ejércitos capitalistas

 

Otro caso, pero con distinto resultado: los generales del ejército hondureño, Romeo Vásquez y Luis Prince Suazo, ambos exalumnos de la Escuela de las Américas, estuvieron a la cabeza del “coup” contra Manuel Zelaya, en 2009. La mencionada escuelita es la orgullosa alma mater de varios dictadores y torturadores de América Latina. Honduras, por su parte, ha sido tradicionalmente usada por el ejército estadounidense como base militar y centro de comando para sus operaciones en la región. Ese trato significa enormes cantidades de dinero en ayuda militar y entrenamiento para el ejército de ese país, que ha visto a varios miles de sus oficiales pasar por la mentada escuela de torturadores. Esa ayuda no es gratuita y viene con una ideología. Todo eso contribuyó a que los golpistas se sintieran “obligados” a sacar a Zelaya del poder, como señaló en ese entonces el general Vásquez, luego candidato presidencial.

 

En una entrevista ofrecida a El Faro poco después del golpe, el asesor jurídico del ejército hondureño admitió que habían “cometido un delito” al sacar Zelaya del poder. Su justificación era que habían actuado “para evitar un derramamiento de sangre”. Luego agregó esta tremenda declaración, que equivale a una pesada lápida sobre cualquier proyecto de democracia para Honduras: “Difícilmente nosotros, con nuestra formación, podemos tener relación con un gobierno de izquierda, eso es imposible”.

 

En otras palabras, los hondureños no tienen permiso de elegir democráticamente a un izquierdista. Otro caso de éxito para la política exterior norteamericana.

 

Finalmente, el “derramamiento de sangre” que temía el oficial hondureño llegó de todos modos, como denunció Human Rights Watch un año después del golpe contra Zelaya: “Luego del golpe de estado, las fuerzas de seguridad cometieron graves violaciones de derechos humanos, como el rutinario uso excesivo de la fuerza contra manifestantes, el asesinato de algunos de ellos y la detención arbitraria de miles de personas que se opusieron al golpe… Hasta ahora, la regla ha sido la impunidad de estos abusos”.

 

Siguen impunes. Hoy, Honduras es un narcoestado bajo el poder del clan Hernández y los negocios van viento en popa.

 

Daniel Espinosa

Periodista peruano

 

-Publicado en Hildebrandt en sus trece (Perú)  el 15 de mayo de 2020

 

https://www.alainet.org/es/articulo/206619?language=es
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