El eje de nuestro tiempo: ¡qué pareja!

Amor, desprecio, poder entre EEUU e Israel

28/04/2020
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Las relaciones existentes entre EE.UU. e Israel en el siglo XXI, pero más en general las de la estructura política de EE.UU. con lo judío, tienen una larga y muy compleja historia (y un hilo conductor a través de la creencia en el valor histórico de la Biblia), pero en este apunte nos vamos a limitar a lo acontecido en los últimos años, siglo XXI, para apreciar el doble movimiento que las caracteriza.

 

Por un lado, vemos la erección de “lo norteamericano”, o mejor dicho estadounidense, a la cúspide de lo humano; por otro, vemos la permanente “nota al pie” señalando la dependencia y sujeción de EE.UU. a una voluntad omnímoda, que “casualmente” es la misma que ensalza en el primer momento señalado a los EE.UU. como el más alto escalón de lo humano. Hay que aclarar desde ya que, cuando se ensalza el american way of life se aclara que esa cúspide significa precisamente la coincidencia total con las creencias del ensalzador…

 

EE.UU.: ¿meca judía?

 

Empecemos con el primer rasgo señalado, con el cual tenemos un ejemplo paradigmático. El rabino Shmuley Boteach tipifica a la sociedad estadounidense como “el nuevo pueblo elegido”, es decir, identificándolo con un rasgo básico del llamado pueblo judío: su designación por una deidad como el elegido.[1]

 

Nuestro rabino explica esa privilegiada posición de EE.UU: “Los estadounidenses se han convertido en los nuevos judíos del mundo. No son muy apreciados. Estados Unidos está viviendo lo que los judíos han vivido a través de su historia: un odio irracional”. Y aunque “Los eruditos dirán que todo esto se debe a la envidia de EE.UU.” nuestro rabino sabe que el antiamericanismo tiene causas “más profundas”.

 

Y aunque nos parezca un texto de Barcelona,[2] en 2004 Shmuley despliega su visión sobre las vicisitudes de EE.UU. en el mundo: “EE.UU. es odiado sobre todo porque bajo George W. Bush ha llegado a abrazar una política externa moral orientada a la lucha contra déspotas y a derrocar dictadores, y estos nobles esfuerzos han hecho que el resto del mundo aparezca egoísta, absorto en sí mismo, moralmente ciego, y cobarde. A nosotros, los estadounidenses, no nos odian por nuestra fuerza, sino más bien por los buenos propósitos a los que hemos dedicado esa fuerza.”  [3] Shmuley nos habla de cuando G. W. Bush arrasa Afganistán, Irak, pese a la resistencia civil en varios países. “Justa ira” invocada por la banda de diseñadores de “el nuevo siglo american.” que ejerce el mando entonces en EE.UU., con Cheney a la cabeza, que aprovechan el peculiar derribo de las dos torres gemelas (que violan hasta la aritmética porque los edificios derribados fueron tres…) para instaurar “el nuevo enemigo” (muerto el perro comunista apareció las rabia musulmana), quitar un espantajo mediático como Bin Laden y llevar a cabo las destrucciones señaladas (a las que seguirán otras, en Pakistán, Sudán, Siria, y en el caso de la sociedad palestina, un recrudecimiento de su aniquilamiento a partir de 2005-2006…).

 

Shmuley es por momento penoso. Vapulea a Michael Moore, un cineasta estadounidense tan característicamente estadounidense pero no puede sustraerse a la secuencia de su documental Farenheit 9/11, en que se ve a Bush como congelado y ridículo mientras le comunican lo del atentado “a las torres”, con un libro patas arriba. Se trata de un documental donde Moore desnuda las vinculaciones petroleras y gangsteriles entre la familia Laden y la familia Bush, entre otras muchas tareas de strip-tease político.

 

Shmuley no atiende ni le importa el significado sobrecogedor de la secuencia. Pega un salto mortal para confrontar esa penosa escena… con Chirac (¿qué tiene que ver Chirac?):  “El momento más impresionante de esta película es cuando acusa a G. W. Bush de quedarse sentado sin hacer nada durante siete minutos mientras ardían las torres gemelas. ¡Caramba! A los franceses les encantó esa escena, lo que es curioso ya que Jacques Chirac permitió en el verano de 2003 que 10.000 franceses y francesas murieran de insolación mientras él pasaba sus vacaciones.” Sic.

 

Con lógica tan escasa, se hace difícil captar porqués. Pero para Shmuley el cuadro de situación es sencillo: no es envidia; es odio. Hombre de pasiones netas, nuestro rabino.

 

Humildemente, Shmuley aclara que los estadounidenses deben “aprender algo de los judíos. Durante casi medio siglo, EE.UU. ha sido el guardián de la libertad en todo el mundo. Pero los estadounidenses que esperan gratitud debieran recordar que no hay buena acción que no reciba su castigo. Los judíos le dieron su Dios al mundo, sólo para ser masacrados en Su nombre.”

 

Repare el lector: EE.UU. ha sido el guardián de la libertad: según su datado, tenemos que suponer que desde la década de los ’60: en la Guatemala de La Mano Blanca, red paramilitar, con su cosecha de muerte de varios centenares de miles de habitantes, sobre todo mayas; en el Chile de Pinochet a miles de chilenos masacrados por el ejército asesorado por cuerpos de seguridad de EE.UU.; con la “operación Jakarta” de “limpieza” en 1966, con el Pinochet indonesio; Suharto; con el genocidio selectivo de la Doctrina de la Seguridad (exportación de torturadores incluida) en Argentina, Uruguay, Colombia, El Salvador, y por mi ignorancia dejo a un lado el papel represor de EE.UU. en el continente más devastado del planeta, África, aunque sí recuerdo la “moralizante” política de G. W. Bush en el cambio de siglo dificultando o impidiendo el uso de anticonceptivos en África, empeñado en una campaña “moralizadora” contra relaciones sexuales fuera de parejas constituidas que, ¡oh casualidad!, se tradujo en un avance atroz del SADI/SIDA (y las muertes consiguientes, porque en África no es tan fácil como en EE.UU. disponer de tratamientos antirretrovirósicos).

 

Los “gloriosos sesenta” de la policía planetaria estadounidense tienen cientos de miles de arrasados y asesinados en el Sudeste asiático (Cambodia, Laos, como campos libres para experimentación de la aviación militar estadounidense), particularmente en Vietnam con 14 años de intervención, con  2 o 4 millones de vietnamitas matados, pero con la muerte de 58 mil estadounidenses que convenció a los dirigentes de ese país de que no se podía seguir ese camino: dado el valor de la vida de un estadounidense, no se puede intercambiarla, “derrocharla”, por 40 o 50 vidas, en este caso vietnamitas (y como frutilla del postre, retirarse con el rabo entre las patas).

 

Para desconsuelo, o tal vez regocijo de Shmuley, EE.UU. tiene varios “méritos”; no sólo el papel de policía planetario, con toda su especialización en interrogatorios y torturas que no tienen nada que envidiarle a los montados por la España inquisitorial hace siglos o el comunismo soviético hace décadas.

 

EE.UU. ha emponzoñado el mundo entero, con su agroindustrialización basada en la industria y en una rama particular de sus desarrollos químicos: el uso de venenos para aumentar la producción agropecuaria, eliminando “sabandijas”, insectos, roedores, parásitos, mediante el necio mecanismo de contaminarlo todo.[4]

 

EE.UU., precisamente en el período exaltado por Shmuley, ha sido un gran envenenador universal (aunque no único). Otro capítulo, decisivo, de ese envenenamiento planetario ha sido la plastificación de la vida cotidiana, asumida con más comodidad que instinto de conservación.

 

Hasta aquí, unas pinceladas por el papel de EE.UU. en la época ensalzada por Shmuley; policía del mundo y gran laboratorio, de borrachos de optimismo tecnológico.

 

Sigamos con la segunda parte de la cita del inefable. Shmuley: “[…] estadounidenses que esperan gratitud debieran recordar que no hay buena acción que no reciba su castigo.” No precisa, claro, para quien resulta “buena acción”: si alguien se aprovecha de una acción que considera buena, excelente –despojar a los indios, por ejemplo– no puede pretender ser gratificado por ello, al menos por los indios.

 

Shmuley ejemplifica: “Los judíos le dieron su Dios al mundo, sólo para ser masacrados en Su nombre.” Humildemente.

 

No entendemos cómo Shmuley declara que ese dios es del mundo, cuando todo el aparato doctrinario judío insiste en la relación entre ese dios y  “el pueblo elegido” (y que, por esa razón, no debe atender a todos por igual). Shmuley tiene que decidirse: o su religión es universal, dios del mundo, o su religión es tribual; dios de la tribu de Israel, de Yahvé.  Las dos cosas a la vez lesionan la lógica más básica.

 

Algunos judíos han procurado entender esa presunta incomprensión o rechazo a los judíos, no precisamente por “los buenos propósitos” (Abraham León, Ber Bojorov, Karl Marx) sino por las funciones cumplidas por muchos judíos en la sociedad (predominantemente cristiana).

 

Pero a Shmuley lo tiene sin cuidado la búsqueda de razones y verdades. Ya las tiene, claro. Y en lugar de pasar revista a todas las escuelas de tortura que EE.UU. ha desparramado en la posguerra, de observar el desmantelamiento de economías para readaptarlas a sus necesidades  (el Caribe, África, el Sudeste asiático, son buenos ejemplos), Shmuley se dedica a mostrar la hipocresía de otras partes del mundo rico, particularmente Francia, en el descuido de las miserias periféricas. Ignorando que el mundo enriquecido saquea a manos llenas la periferia planetaria, con las minorías poderosas de EE.UU., R.U., Francia, Japón, etcétera, pero siempre EE.UU como el primer succionador…

 

“A nosotros, los estadounidenses, no nos odian por nuestra fuerza, sino más bien por los buenos propósitos a los que hemos dedicado esa fuerza. Irónico, ¿no es así? Que nos odien porque somos buenos.” La increíble ceguera de los excelentes, de los que son “siempre” los mejores. Tikkanen, un Quino finlandés, tiene el pensamiento que los describe: “Mi moral es tan pero tan buena, que haga yo lo que haga, jamás se daña.”

 

Y Shmuley prosigue con su proverbial humildad: “Pero, sean bienvenidos al club. Los judíos han sido miembros desde hace tiempo.” Hoy nos enteramos de las bondades de los mejores: “Dios nos salve de los salvadores porque aquí, los salvados son los únicos crucificados y los salvadores, los únicos que se salvan.” [anónimo] Ave Shmuley.

 

En la misma exhortación, como a lo largo de toda su alocución Shmuley se ubica, se trata a sí mismo como estadounidense; su condición de judío descansa en la tercera persona: “los judíos han sido miembros”, “los judíos le dieron su dios al…”

 

Expresa de modo prístino su voluntad de identificación con EE.UU.

 

Su grado de intolerancia a la diferencia es mayúsculo: cuando la miembro del Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU. Susan Rice, a la sazón embajadora de EE.UU. ante la ONU, consideró un desacierto, un malpaso, un error, una desconsideración, que el premier Netanyahu hubiese hablado en el Congreso de EE.UU. sin tener siquiera una coordinación con el presidente Barack Obama, Shmuley consideró que Rice “no es capaz de ver un genocidio”.[5]  Estamos hablando de una de las primeras espadas de los Clinton, pero sepamos que, además, Rice es afrodescendiente.

 

Shmuley es de aquellos a los que hay que comprar por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale. Aquí nos brinda humildemente dos perlas de ejemplo: “La causa subyacente de todo el antisemitismo es que los judíos han emergido como la conciencia del mundo.” Para qué esforzarse en buscar raíces griegas o bárbaras, si los judíos ya nos dieron todo. Adiós Homero, Adiós Gilgamesh, adiós Séneca, adiós nubios…

 

Y en la instauración de lo judío como gobierno mundial, Shmuley nos recuerda que “los judíos se convirtieron automáticamente en árbitros del bien y del mal.” Y continúa, ligando destinos de grandeza: “EE.UU. ha emergido igualmente hoy en día como la conciencia moral de un mundo cada vez más amoral […].”

 

Ya vimos lo que nos ha “exportado” EE.UU.: el use-y-tire, la comodidad a costa de lo que sea, la rubiez, la contaminación; Hollywood cómo fábrica de realidad y culto a la frivolidad, consumismo y todo ese “paquete cultural” bien adobado en racismo y confianza ciega en la tecnologización del mundo.

 

Shmuley critica a la vieja Europa y su aristocracia de sangre. Tiene razón. Pero confunde la lógica elemental creyendo que oponerse a los valores eurocentristas alcanza para hacer algo no ya mejor sino excelente. Cuando algunos consideramos que la enmienda ha resultado todavía peor que el soneto…

 

Y falsifica. La realidad: “Los líderes judíos y los primeros ministros israelíes han sido continuamente acusados de intentar de apoderarse de M. Oriente y del mundo.” Aquí nos topamos con manifiesta mala fe o supina ignorancia. Existen los documentos que prueban eso que niega: el “Informe Yinon” [6] describe como Israel se irá adueñando del Cercano Oriente y “Rebuilding America’s Defenses. Strategy, Forces and Resources For a New Century”,[7] nos muestra “el camino” de EE.UU. para adueñarse del mundo entero en el siglo XXI.

 

Llegado a este punto donde queda de manifiesto el analfabetismo o la mala fe, poco más hay que comentar.

 

Salvo, comentar la estrategia de unificar destinos entre EE.UU. e Israel: “Igual como los judíos fueron difamados como pequeños demonios, a George W. Bush lo odian como el gran demonio […] En lugar de unirse a la visión de Bush de librar al mundo de malvados tiranos y terroristas, el mundo ha preferido el camino mucho más fácil de declarar que el propio Bush es malvado, un charlatán cuyo verdadero propósito es enriquecer a sus amigos en Enron y Halliburton.

 

Son sorprendentes los paralelos [..]” e insiste.

 

Y Shmuley se mueve, según él mismo, en el terreno de lo moral: “La moralidad y la decencia determinan que las bendiciones del dinero y del poder obligan al más fuerte a proteger al más débil. El uso de nuestro gran poderío para imponer un orden moral en el mundo es la responsabilidad de una gran sociedad.”

 

No como los ingleses: “Cuando Gran Bretaña era la gran superpotencia mundial, utilizó su gran poderío para colonizar a otras naciones y saquear sus recursos. Cuando la Unión Soviética era una superpotencia, se tragó a otros países y los escupió en trozos. Nosotros, los estadounidenses, utilizamos nuestro gran poderío para liberar a las naciones oprimidas. Creo que esta demostración de la bondad estadounidense es lo que causa el patriotismo estadounidense sin igual. […]”

 

En la referencia a la liberación de naciones oprimidas, no capto si se refiere a seminolas, sioux, portorriqueños, mexicas, iraquíes, leoneses, haitianos…

 

Líbranos, no sé qué dios del destino de grandeza de EE.UU.: “El verdadero destino manifiesto de Estados Unidos es su rol providencial, como primera república democrática del mundo, de dirigir al mundo en libertad.

 

En la escena política mundial, los estadounidenses son el nuevo pueblo elegido. Dios ha favorecido la causa de EE.UU. hasta el punto en que ahora se ha convertido en la nación más rica y próspera de la historia.” Aquí tenemos la parejita formada para un largo matrimonio…

 

Y como lo policial es siempre primordial, Shmuley aclara: “Los estadounidenses también sufren ahora, especialmente nuestros valientes soldados en Irak que están en la primera línea en la batalla contra la tiranía.” [8]

 

El futuro de EE.UU. reside en ser audaz y valeroso, hacer caso omiso de los ignorantes que nos odian y en trazar un futuro estadounidense único que sea leal a nuestra historia […]”. Nos llama la atención que las cualidades que Shmuley ensalza de los norteamericanos no pasan por ningún atributo espiritual o intelectual; audaz y valeroso podrían ser un perro, un caballo, en fin. Pero, de cualquier modo, Shmuley se refiere a algo propio de EE.UU.

 

EE.UU: ¿criatura judía?

 

Porque, sobre todo en las últimas décadas (aunque no nos sorprendería que lo que vamos a caracterizar provenga de tiempo atrás) existe otro enfoque de judíos prominentes respecto de EE.UU. Algo que se ilustra por una confesión desfachatada, de Ariel Sharon: “Nosotros, el pueblo judío, controlamos América, y los americanos lo saben.[9]

 

Es una cita tan grosera y sólo radial, que no podríamos invocarla si no se repitiera el mismo perfil en tantas otras instancias y situaciones.

 

En su momento secretario del presidente R. Reagan, Paul Craig Roberts ha señalado: “EE.UU. ha caído muy bajo, a nivel moral y económico, a causa de su obediencia y seguimiento respecto al lobby de Israel. Incluso Jimmy Carter, ex presidente de EEUU y gobernador de Georgia, tuvo recientemente que pedir disculpas ante el lobby de Israel por sus honestas críticas al trato inhumano de Israel hacia los ocupados palestinos, para que su nieto pudiera presentarse a un escaño al senado por el estado de Georgia.” [10]

 

En 2010, Gideon Levy escribió: «[…]el señor Netanyahu es un “estafador… quien piensa que tiene a Washington metido en el bolsillo y que puede engañarlo”.» Basándose en un video que se filtró.

 

Comentando el mismo video, un documental hogareño donde B. Netanyahu, entonces ministro de Finanzas de Ariel Sharon, se despacha privadamente, Jonathan Cook comenta:: “Sentado en un sofá, dice a la familia que engañó al presidente de EE.UU. de entonces, Bill Clinton, para que creyera que estaba ayudando a implementar los acuerdos de Oslo, el proceso de paz patrocinado por EE.UU. entre Israel y los palestinos, realizando pequeñas retiradas de Cisjordania mientras en realidad estaba fortaleciendo la ocupación. Alardea de que al hacerlo destruyó el proceso de Oslo.

 

Y Cook remata: “Desdeña a EE.UU. al decir que “se le mueve fácilmente en la dirección correcta […].” (ibíd.) “Correcta”, quiere decir, claramente, en sentido favorable a Israel.

 

Los testimonios de la atroz dependencia de EE.UU. del control judeo-israelí son múltiples y lapidarios y buena parte de los casos son denunciados por judíos que se desmarcan del sionismo pro-israelí, como Norman Birnbaum: “EE. UU. está totalmente sometido al lobby israelí. Recordemos la absurda escena vivida en el Congreso de Estados Unidos durante la intervención de Netanyahu: cuanto más se alejaban de la verdad sus manifestaciones, más frenéticos eran los aplausos.” [11]

 

Más cerca nuestro, en el tiempo, leamos las declaraciones de Yonathan Stern, por un tiempo ocupante de territorio palestino (lo que la prensa pro-israelí llama colonos), norteamericano judío, entrevistado, vuelto a “Occidente”: “Estamos ahora a la cabeza de la sociedad. El yerno de Trump es judío, los judíos son los banqueros más grandes, controlamos la Reserva Federal,[12] controlamos Hollywood, todos esos abogados, los mejores contadores y financistas, los doctores de más prestigio, tenemos bienestar, poder, sobre todo teniendo en cuenta que somos apenas el 2% de la población de EE.UU.[13]

 

Hace mucho debió abandonarse la idea maniquea del tiempo del conflicto EE.UU-URSS que veía a Israel como “el portaaviones” de EE.UU. en el Cercano Oriente. Y darnos cuenta que EE.UU. es una sociedad, enorme, totalmente heterónoma, controlada por una minoría judeoisraelí con enorme poder sobre los resortes principales del país, como el Congreso, la Casa Blanca, Hollywood, el USDA y varias otras reparticiones.

 

Precisamente, esta neocolonización de EE.UU. desde adentro y desde afuera por el cabildeo señalado, ha ido forjando una sociedad dependiente, de tipo colonial, aunque muy sui generis porque retiene enormes dispositivos de poder propios. Pero cada vez con menos capacidad de decisión.

 

La sociedad estadounidense es tan compleja que esa relación de sumisión con los dictados judeosionistas ha despertado también en su seno, enormes resistencias. Es lo que se puede ver desde el GOP, el Partido Republicano, con alas totalmente disconformes con la heteronomía imperante. Hay además una prensa insumisa; Counterpunch, Global Resarcí, Democracy Now, UNZ Revive, Foreign Policy Journal, He Nation y muchísimos más que enfrentan este copamiento del país desde la Biblia, el AIPAC y la estrategia israelí.

 

Ésa es la explicación por la cual EE.UU. no ha actuado contra Irán pese a todos los esfuerzos desplegados desde Israel para que EE.UU. “ponga en vereda” a ese enemigo irreductible del hecho israelí. En las fuerzas armadas, en las instancias de seguridad, hay quienes resisten seguir sencillamente las instrucciones israelíes.

 

Existe en EE.UU. toda una potencia intelectual que no se ha asimilado ni rendido pese a la ofensiva política, cultural y mediática de Netanyahu, Trump, Jared Kushner, Jason Greenblatt, David Friedman, Eliot Cohen, David Epstein, Robert Kagan, Irving Cristo y todos los dispositivos mediáticos, legislativos, securitarios e institucionales a disposición.

 

Pero el creciente papel dependiente de EE.UU., teledirigido por fuerzas políticoideológicas referenciadas a Israel, está realmente colonizando lo que muchos ven como el Gran Imperio actual, trastornando sus decisiones y autonomía.

 

Por otra parte, con un racismo que hermana la historia de EE.UU. con la de Israel  –así como los hermana el fondo bíblico común–[14] vemos que ambas formaciones políticas se reconocen como fundadas por inmigrantes, con un odio y/o un desprecio radical hacia los originarios:

 

Dejen que yo haga el trabajo sucio; dejen que con mi cañón y mi napalm quite a los indios las ganas de arrancar las cabelleras de nuestros hijos”  decía “El Carnicero”, en 1982,[15] cuando decidió invadir la tierra libanesa persiguiendo a los palestinos expulsados de su tierra, que a su vez se habían estado armando para resistir (técnica guerrillera de ese tiempo, que erigió héroes pero que a los palestinos no les sirvió).

 

Sharon se ve como matador de indios. Con ese plus canalla: no sólo invasores, sino indignados, porque los invadidos resisten… el perfil ético de esta configuración se define solo.

 

- Luis E. Sabini Fernández es docente del área de Ecología y DD.HH. de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, periodista y editor de Futuros.  http://revistafuturos.noblogs.org/

 

 

 

 

[1]   somethingjewish.co.uk, 10 octubre 2004.

[2]   Revista satírica, Buenos Aires.

[3]  “El “caso” Shmuley es atingente puesto que su alocución, que espigamos, circuló profusamente en EE.UU., en decenas de grandes periódicos como el NYT, en enormes cadenas televisivas como CBS y un largo etcétera.

[4]  Su nombre de propaganda fue “La Revolución Verde”.

[5]  “Susan Rice has a blind spot: Genocide” (NYT, fte. Wikipedia).

[6] Oded Yinon, “Una estrategia para Israel en la década del 80”, Kivunim, febrero 1982. Traducción de Israel Shahak (edición argentina de Editorial Canaán, Buenos Aires, 2007.

[7] A Report of The Project for the New American Century, Washington, 2000.

[8]  Escrito, como se recordará, durante la segunda invasión de EE.UU. a Irak (2003), con centenares de miles o millones de iraquíes muertos: EE.UU. reportará 4600 bajas; en la “Primera Guerra del Golfo”, 1991, había pasado algo similar; 300 soldados yanquis muertos respecto de unos 30 000 soldados iraquíes (Wikipedia).

[9]   Declaraciones radiofónicas del ex primer ministro de Israel, el 3 de octubre del 2001.

[10]   “Israel es quien gobierna en Estados Unidos”, CounterPunch, Patrolia, Calif., 30 dic. 2009.

[11]   “Estados Unidos, impotente ante Israel”, El País, Madrid, 27 jun 2011.

[12]    La organización, privada, que emite los dólares, públicos, en EE.UU.

[13]    Los últimos censos de EE.UU. dan unos 6 o 7 millones de judíos en el país. Entrevistado por Gilad Atzmon, “Impeachment and Antisemitism”, 14 ene 2020.

[14]  Grosso modo, me permito sostener que el judaísmo se basa en el Antiguo Testamento, como su biblia, particularmente, la Torah y el Tanaj. Y la Iglesia Católica, se apoya fundamentalmente en el Nuevo Testamento, alrededor de Cristo, aunque no desdeña y menos rechaza el Antiguo. Pero los protestantes, si bien cristianos, en al menos algunas de sus sectas, se apoyan mucho más en el Antiguo Testamento que en el Nuevo. Esa coincidencia en “las fuentes ideológicas” de tantos protestantes y judíos se traduce en una mayor cercanía política, y en una mucho mayor “libertad” para el destrato, incluso genocida, de otros pueblos (no fieles).

[15]  Ariel Sharon, cit. p. kaosenlared, 18 mayo 2006.

https://www.alainet.org/es/articulo/206223
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