Mozambique, bajo las banderas negras del califato

24/04/2020
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Se conoció este miércoles 22, que el pasado día ocho, milicianos de la organización terrorista Wilāyat Wasat Ifriqiya o (WWI) (Provincia Islámica de África Central), afiliada al Daesh global, que opera en Mozambique desde 2017, asesinó al menos 52 personas de la aldea de Xitaxi en el distrito de Muidumbe de la norteña provincia de Cabo Delgado.

 

Después de haber reunido a los pobladores, uno de los jefes del grupo atacante arengó a los presentes en los dialectos locales kimwane y kiswahili: “No queremos un gobierno de los no creyentes, queremos un gobierno de Allah”.

 

Los civiles que han conseguido escapar, denunciaron ante las autoridades que habían presenciado: mutilaciones, torturas, y fusilamientos, al tiempo que sus casas, comercios y cosechas se consumían por el fuego. Incluso se ha conocido el secuestro y la desaparición de un número indeterminado de mujeres, niños y niñas.

 

Los asesinatos se produjeron tras la negativa de las víctimas a incorporarse como combatientes a la khatiba de la WWI, según lo informado por la policía local. La mayoría de los cuerpos presentaba heridas de armas de fuego, aunque algunos habrían sido decapitados. Al tiempo que los milicianos saquearon escuelas, hospitales y las instalaciones de un banco, destruyeron las maquinarias con que se estaba levantaba un puente cerca del pueblo. Para cuando las Fuerzas de Defensa y Seguridad, que han intensificado sus operaciones en los puntos más conflictivos de la provincia, llegaron a Xitaxi, los terroristas habían desaparecido.

 

En lo que va del año, las acciones de los terroristas alcanzan ya la treintena, lo que hace cada vez más llamativa la intención de los muyahidines de intensificar sus acciones desde mediados de año pasado. También se conoció que el nueve de abril, un grupo de terroristas llegó a una de las islas del Archipiélago de Quirimbas, a siete kilómetros de la costa, y lanzó un ataque, en el que murieron cinco personas, una de ellas quemada viva, otra ejecutada de un disparo y las tres últimas ahogadas, en el intento de escapar.

 

La presencia y el incremento de los ataques por parte de la WWI ponen en un lugar de extrema debilidad al gobierno del presidente Filipe Nyusi, cada vez con más acusaciones de corrupción. A ello se suma la crisis financiera, ahora profundizada por la caída de los precios del petróleo y la extrema vulnerabilidad con la que tendrá que enfrentar el Covid-19 que hasta ahora no ha reportado muertos y apenas 41 infectados, pero al momento de atacar la pandemia puede producir verdaderas matanzas.

 

Todas las acciones de los terroristas se han producido, hasta ahora, en la provincia de Cabo Delgado, una de las más olvidadas históricamente por los sucesivos gobiernos centrales, a pesar de que, en 2010, se descubrió frente a sus costas, en la cuenca de Rovuma, sobre el Océano Índico, importantes reservas de gas natural, que ya están explotando distintos gigantes energéticos de occidente y algunos asiáticos.

 

La Wilāyat Wasat Ifriqiy ha provocado, en los últimos dos años, 900 muertos, y, según cifras del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), cerca de cien mil desplazados, aunque para el arzobispo católico de Pemba, la capital provincial, el portugués, Dom Luiz Fernando, la cifra sería prácticamente el doble.

 

Los desplazados, tras las acciones de los wahabitas, no cuentan con ningún apoyo oficial, y han debido refugiarse en casas de amigos y familiares, fundamentalmente en Pemba.

 

La violencia se ha extendido en nueve de los 16 distritos de la provincia y asechan cada vez con más frecuencia las áreas del sur de Cabo Delgado, amenazado provincias como Nampula, Niassa o Zambezia y provocando los desplazamientos de los pobladores, que se ven obligados a abandonar y propiedades, sembradíos y animales.

 

La toma de poblaciones se sucede cada vez con más frecuencia y prácticamente con la misma metodología frente a la ineptitud de las Fuerzas de Defensa y Seguridad, que rehúyen los combates, ya que, mal entrenados, peor equipados, prácticamente sin paga, y sin apoyo logístico prefieren desertar.

 

Al tiempo que los muyahidines están en condiciones de tomar ciudades importantes como Mocimboa da Praia, con casi 30 mil habitantes y Quissanga con cerca de 43 mil, donde saquearon edificios públicos y locales comerciales, y despliegan desafiantes las banderas negras con inscripciones en árabe del califato, mientras mantienen bloqueadas las rutas cercanas. En muchas oportunidades, los terroristas anuncian que en la aldea se producirá un ataque, lo que provoca que, sus habitantes en estado de pánico general, huyan de manera precipitada de sus viviendas, sin tiempo para llevar documentación, dinero y víveres, que les permitan transitar al exilio al que se ven obligados.

 

Naciones Unidas, junto al Gobierno mozambiqueño, han acordado colaborar para dar mejor atención a los refugiados, que, en muchos casos, deben vivir a la intemperie, en zonas donde carecen de agua potable, instalaciones sanitarias y servicios médicos. En la isla de Matemo, ya se registran seis muertes por infecciones digestivas, lo que hizo que ACNUR pidiera un apoyo urgente, para atender las necesidades de la población establecida en campamentos improvisados. Mientras que el Programa Mundial de Alimentos (PMA) se prepara para dar asistencia a unas 90 mil familias en diferentes localidades de la provincia afectada por la violencia takfiristas. Al tiempo que la Unión Europea, sumergida en la crisis de la pandemia, recién esta semana anunció algún tipo de colaboración con Maputo.

 

Cuando se conoció la presencia de los terroristas en Mozambique, en octubre de 2017, erróneamente se los comenzó a llamar al-Shabaab, por su similitud con el grupo integrista somalí, aunque sus nexos son pocos, ya que los somalíes se inscriben con al-Qaeda y los mozambiqueños responden a Daesh.

 

El origen del mal

 

El sector norte de Mozambique comenzó a ser islamizado a partir del siglo IX, pero será recién a principios de 2010, que surgen un grupo religioso radical, no violento, fundado a la vuelta de algunos militantes, que había estudiado en madrassas de Tanzania, Kenia y Somalia, que habían entrado en contacto con los idearios wahabitas, tras vincularse con sheikhs de Arabia Saudita, Sudán y de las monarquías del Golfo Pérsico, y donde conocieron los vídeos de adoctrinamiento del predicador keniano Aboud Rogo, asesinado en 2012, quien hablaban de la conspiración mundial contra los musulmanes al tiempo que llamaba a la vuelta al Islam “más puro”.  Rogo también es responsable de haber dado basamento filosófico al grupo terrorista somalí al-Shabab.

 

Este grupo original, instalado en el norte mozambiqueño, tenía cerca de cincuenta miembros, logrando sostenerse gracias al apoyo económico de comerciantes tanzanos, dedicados al tráfico ilegal de madera, rubíes, carbón o marfil. El incremento de sus vínculos con otras organizaciones similares de países vecinos, les permitió desplazar a los imanes moderados tratados de takfires (infieles), para atraer más fieles consiguieron financiación para poder ofrecer microcréditos a pequeños comerciantes y agricultores, de la zona, lo que también atrajo la atención de jóvenes marginados que vieron en el islam fundamentalista, una oportunidad de desafiar a las autoridades, para construir un nuevo orden.

 

A finales de 2015, se levantaron algunos campos de entrenamiento, escondidos en los espesos bosques, donde se cree que los veteranos de Siria e Irak, de origen extranjero, sobre todo tanzanos, comenzaron a formar estas fuerzas que se calculan en unos 2 mil hombres.

 

Mientras que,  una investigación realizada por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de la Universidad Joaquim Chissano de Maputo, concluyó que las Fuerzas de Defensa y Seguridad no están ni preparadas, ni comprometidas para enfrentar el reto de las organizaciones armadas, que operan en el norte del país, teniendo como centro de la investigación los ataques contra Quissanga y Mocímboa da Praia, enfatizando en el hecho de que: “Un cuartel del tamaño de los invadidos, no fue capaz de contener el avance del enemigo, además de carecer de información sobre el ataque y con un dispositivo de defensa completamente inoperable”.

 

La falta de confianza en las fuerzas armadas del país hizo que el presidente Nyusi, contratara el año pasado, a la compañía de seguridad rusa Wagner (mercenarios), que habría sufrido a lo largo de este año importantes pérdidas por lo que Maputo los está reemplazando por mercenarios sudafricanos que ya están en el país.

 

La revelación de la verdadera situación en la provincia de Cabo Delgado ha hecho que los periodistas sean víctimas de la persecución gubernamental, recientemente se ha denunciado la desaparición en Cabo Delgado del periodista Ibraimo Abu Mbaruco, de la Radio Comunitaria de Palma, cuya desaparición se produjo en horas de la noche del siete de abril pasado, pero las autoridades niegan tenerlo retenido. Mientras que los periodistas Amade Abubacar y Germano Adriano fueron detenidos y golpeados durante cuatro meses, acusados de violar secretos de estado y de incitar al desorden, en un país que parece cada vez más cerca de caer bajo las banderas negras del califato.

 

-Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/206120?language=en
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