Bolivia: Estados Unidos puso la agenda

19/11/2019
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La prensa corporativa se ha encargado de que la gente no tengan a mano la información indispensable para entender el claro coup d’etat que ocurrió el fin de semana pasado en Bolivia. Tanto así, que, incluso ante un caso tan flagrante, sus representantes se han podido dar el lujo de negar la existencia de un golpe. Así sucedió en la prensa norteamericana, que en cierta forma establece la agenda para el resto del mundo, y también en la local.

 

Tal como informa FAIR.org, “ningún medio del establishment lo planteó como un golpe; en su lugar, el presidente Evo Morales ‘renunció’ (ABC News), entre amplias ‘protestas’ (CBS News) de una ‘población furiosa’ (New York Times), molesta por el ‘fraude electoral’ (Fox News) de la ‘dictadura a todo vuelo’ (Miami Herald). Cuando la palabra ‘golpe’ aparece, es únicamente como una acusación de Morales u otro oficial de su gobierno, el que la prensa corporativa ha estado satanizando desde su elección en 2006”.

 

Cuando un alto mando militar sale en televisión y le “sugiere” a un presidente renunciar, y luego dicho presidente toma un avión y sale del país –asegurando además que lo hace ante la violencia desatada contra sus propios familiares y partidarios–, eso es un “golpe de Estado”. Además, uno de “libro de texto”, como bien señala FAIR.

 

Que Morales haya cometido el gravísimo error –o falta, si prefieren– de forzar una tercera reelección, poniendo en tela de juicio su propia legitimidad y carácter democrático, ¿significa que un golpe de Estado en su contra deja de serlo? ¿El argumento sería algo así como, “él se lo buscó”?

 

En el plano local, El Comercio y La República hicieron lo suyo. El primero se las arregló para no mencionar la palabra golpe en su editorial al respecto (11/11). La “sugerencia” militar habría sido el “punto de quiebre” dentro de una serie de eventos desafortunados ocasionados por la misma víctima, Evo Morales, y su carácter autoritario, su “fraude”. La República, al otro extremo de nuestro breve abanico de opiniones autorizadas, confunde al lector con una primera plana que señala que “LO SACARON DEL PODER…” (11/11). Pero dentro, en el editorial, encontramos las mismas opiniones devotas de la Organización de Estados Americanos (OEA) y las versiones oficiales en las que parecen creer ciegamente. “En el hermano país no ha habido un golpe de Estado, como se empeñan en señalar Morales y sus seguidores…”.

 

¿Sus seguidores? ¿Condenar el golpe sería un asunto partidista?

 

Pero el único argumento de los relacionistas públicos voluntarios de este golpe de Estado “de manual” se basa en las declaraciones de la OEA. Y aquí la prensa corporativa nos ofrece otra meridiana muestra de la proverbial disciplina del aparato propagandístico: el lector no encontrará la más insignificante duda sobre la legitimidad e imparcialidad de este organismo, financiado en su mayor parte por el gobierno de Estados Unidos. Lo que sí “encontrará” es la omisión deliberada de voces opuestas al consenso artificial que sus diarios y noticieros han fabricado, con relativo éxito.

 

Una de las mentiras flagrantes que los medios masivos han estado emitiendo dice que “el pueblo” boliviano estaría levantándose contra Evo Morales, pero en las fotografías que acompañan las notas no se cuentan ni a dos mil personas. El conveniente ángulo cerrado de las fotos –truco barato– pretende representar multitudes donde solo hay una pequeña manifestación, suscitando alucinadas comparaciones con Chile o Ecuador.

 

Mesa servida

 

En documentos filtrados por WikiLeaks (Cable: 08LAPAZ2311_a) tenemos una muestra de la cercana relación entre Carlos Mesa, segundo puesto en las recientes elecciones, y el gobierno estadounidense: “No tenemos nada contra el Partido Republicano –refiere Mesa en conversación con oficiales de la embajada norteamericana en Bolivia, en 2009–, de hecho, hemos recibido apoyo de IRI (International Republican Institute, subsidiaria de la NED) en el pasado, pero creemos que compartimos más la ideología de los demócratas”. Por si las dudas, cuando dice “apoyo”, se refiero a dinero contante y sonante.

 

Otra voz ninguneada por los medios: Noam Chomsky fue uno de los primeros intelectuales de talla internacional en pronunciarse con respecto al golpe. Lo que dijo, anticipándose a su consumación (9/11): “En Bolivia, un golpe de Estado se está gestando contra el gobierno electo… sectores de las fuerzas armadas, incluida la policía, han indicado abiertamente que están dispuestas a permitir que grupos de milicias fascistas ataquen el palacio presidencial en La Paz. Esta es una situación muy seria…”.

 

“El golpe es dirigido por la oligarquía boliviana… apoyada totalmente por el gobierno de Estados Unidos, que durante mucho a estado ansioso por remover a Morales y a su movimiento del poder. Por más de una década, el Centro de Operaciones de la CIA en La Paz ha expresado el hecho de que tiene dos planes –Plan A, el golpe; Plan B, el asesinato de Morales…”.

 

Los detalles y evidencias de esta amenaza de muerte sobre Evo Morales pueden revisarse en el libro “The WikiLeaks Files: The World According to US Empire”, y específicamente en el fabuloso capítulo 17. “(Los) cables sugieren que, de entre los líderes sudamericanos, Evo Morales –luego de Chávez– sería, probablemente, el más firmemente opuesto por el gobierno estadounidense…”.

 

Otro cable detalla una conversación entre Morales y el embajador de EEUU, David Greenlee, que parece sacada de un guion de Martin Scorsese: “(El embajador) también le demostró la crucial importancia de las contribuciones estadounidenses a financieras internacionales (sic) claves, de las cuales Bolivia dependía para asistencia, como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. ‘Cuando pienses en el BID, deberías pensar en EEUU’, dijo el embajador. ‘Esto no es chantaje, es simplemente realidad… espero que como el próximo presidente de Bolivia entiendas la importancia de esto’”.

 

Luego: “Cables y mucha otra evidencia revelan que el gobierno de EEUU apoyó a un movimiento opositor violento”. Estados Unidos, usando a la constelación de instituciones no gubernamentales que financia en el país y otras herramientas políticas y económicas, intentó “redefinir las relaciones de poder”, ofreciendo su asistencia a las regiones “en detrimento del poder central” boliviano; “…de manera deliberada o no, el apoyo a los gobiernos departamentales resultó envuelto en el apoyo a una campaña destructiva y violenta contra el gobierno de Morales en los últimos meses de 2008”.

 

Un cable secreto del 24 de setiembre de ese año habla de la posibilidad de idear un plan, con el Comando Sur del ejército estadounidense, para una “respuesta inmediata en caso de intento de golpe o la muerte del presidente Morales”. Lo anterior, ante la información de que grupos civiles y estudiantes de Santa Cruz, “se encontraban armados… y preparando una trampa para fuerzas del gobierno que podría llevar a un baño de sangre…”.

 

¿Quién le cree a la OEA?

 

Quizás la voz más importante que la prensa corporativa ha omitido es la del economista norteamericano Mark Weisbrot, quien, por cierto, tiene varios artículos publicados en El Comercio. No es de ninguna manera un desconocido, excepto para esta ocasión. Su opinión y los hallazgos de la institución para la que trabaja, el Center for Economic and Policy Research (CEPR), tampoco caben dentro del espectro de opinión y debate autorizados.

 

Lo que dicen es que la OEA no es una institución en la que podamos confiar. Y todo el asunto boliviano, tal como lo han presentado los medios masivos, tiene por eje central lo que la OEA comunicó. Como hemos señalado en esta columna en infinidad de ocasiones, el principio de autoridad le hace daño al periodismo. Si usted recibe información basada únicamente en la palabra de una institución y su supuesto prestigio, sin evidencia alguna, es probable que le estén tomando el pelo.

 

En Bolivia, como explica el CEPR, la OEA acusó “irregularidades” debido a una supuesta interrupción en el conteo rápido. Pero el conteo rápido no es el conteo oficial, no es legalmente vinculante y lo lleva a cabo un contratista privado. Su relevancia ha sido inflada y sacada de contexto para la ocasión. La OEA asegura que el conteo rápido mostraba una tendencia en el voto, y que el resultado final, el del conteo oficial y legalmente vinculante, así como el del conteo rápido una vez reanudado, no habría seguido dicha tendencia. Esa es la gran “irregularidad”. La OEA no ha determinado que hubiera un “fraude” en las votaciones bolivianas, sino que era “improbable” que se diera el resultado final tal como lo mostró el ente electoral boliviano, cuyas cabezas están hoy en la cárcel.

 

El grado de tergiversación de la realidad ha sido tal que, cuando el conteo rápido llega al 83% de las actas electorales y se detiene, eso se tomó como indicio de fraude cuando, en realidad, sería la forma normal y previamente acordad de operar para el conteo rápido y la empresa encargada de llevarlo a cabo. Veinte horas después, cuando el conteo rápido se reanudó –por pedido de la misma OEA–, la diferencia en Morales y Mesa, que alcanzaba el 10% necesario para evitar la segunda vuelta, fue declarada “improbable”.

 

En realidad, la tendencia que se percibe en ambos conteos, el rápido y el oficial, sería una bastante conocida y tiene que ver con las preferencias de los votantes de distintas áreas geográficas. En otras palabras, los votos rurales llegan más tarde. Además, a diferencia del conteo rápido, el oficial no se detuvo por ningún periodo significativo de tiempo ni presentaría ningún indicio de fraude, como indica el CEPR (“What Happened in Bolivia’s 2019 Vote Count?”). El fraude sería nuestra prensa, que resulta completamente incapaz de llevarle a sus víctimas información como la aquí reseñada.


 

Publicado en Hildebrandt en sus trece el viernes 15 de noviembre de 2019.

https://www.alainet.org/es/articulo/203361?language=es
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