Bolivia, no es la democracia, es la racistocracia

06/11/2019
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El determinismo biológico neoliberal, luego de una década de pausa protocolar, resurge refulgente en Bolivia (cual si fuese el Ave Fénix) desvelando las inmundicias más miserables que habita a la “bolivianidad” de la clase media, y los “patrones” políticos y culturales a los que obedece.

 

La repulsa a los recientes resultados electorales, organizados/viralizados por “señoritos/as” urbanas, lejos de mostrar destellos de actitudes democráticas en “defensa de la democracia”, constatan la praxis pública del racismo supurante del que hacen gala para los selfie. Sedientos de imágenes de cuerpos ensangrentados o muertos para “culpar” al “Indio gobernante”, y así reificar la falacia racista de: “por natura el indio es culpable”.

 

La racista repulsa callejera, al estilo mal imitado de las guarimbas venezolanas, no es en defensa de la democracia, ni tampoco únicamente en defensa de sus privilegios culturales mermados “supuestamente en estos últimos 13 años”. Ante todo es una reivindicación pública de la identidad colectiva que comparten como clase. Es doloroso constatar esta realidad, pero es lo que se ve y se mira.

 

Ellos/as odian, repudian, a los genes indígenas que corren por sus venas y sueñan/añoran con el “mítico” blanco que jamás llegarán a ser. En esa contradicción existencial diluyen su humanidad deteriorada. Es la congénita esquizofrenia cultural/identitaria de la bolivianidad republicana.

 

Estos 13 años de institucionalización democrática liberal  no fue un tiempo necesario para curar/sanar la esquizofrenia cultural/identitario que habita a la bolivianidad republicana/colonial. Morales, y su gobierno, distraído en la “modernidad material”, descuidó o no hizo casi nada para ayudar a sanar este mal congénito que habita a la bolivianidad “tradicional”.

 

Y es más, esta enfermiza bolivianidad tradicional materializada en Carlos Mesa y los “cívicos” es el arquetipo deseado por la juventud y los nuevos vecinos clasemedieros. Álvaro García linera, y los papirócratas del gobierno, con sus academicismos trasnochados, lejano a la idea del Buen Vivir, afianzaron y afianza esa falsa ilusión. La academia hegemónica occidental es ontológicamente racista y epistemicida.

 

Duele decirlo. Pero, Bolivia actual, muy a pesar de su “economía modelo”, de su red caminera y de transporte moderno, de su “soberanía satelital”… pareciera que continúa atascada en la disyuntiva del siglo XVI: “¿los aborígenes andinos son o no son humanos?”.

 

Solo que dicha disyuntiva, ahora, viene teñida de bilis y de odio, porque lo aborigen habita incluso a Carlos Mesa, Albarracín, Camacho… Situación que hace que el odio y el repudio a eso que los delata y que no pueden esconder (por más que lleven barba, corbata y misti apellidos)  se hace visceral.

 

Esta es la contradicción existencial de clase que estimula y desgasta a los “racistócratas” bolivianos, muy a pesar del histórico veredicto lascasiano a favor de los aborígenes.

 

Incluso a inicios de la República el debate ya no era sobre la condición antropológica del indígena, sino sobre la condición ciudadana de éste. En ese entonces, los criollos liberales sostenía que “los aborígenes, mediante procesos educativos, deberían ser incorporados en la ciudadanía boliviana”, mientras los criollos conservadores indicaban que “los aborígenes por su natura no podrían ser incorporados a la condición de ciudadanía”. Al final, desde los primeros decenios, en teoría, se impuso el razonamiento criollo liberal.

 

Pero, muy a pesar de dicho reconocimiento liberal (legalizado en el voto universal, 1952), la “bolivianidad tradicional” se niegan a reconocer el voto indígena, y en consecuencia reconocer al indígena como sujeto político. Y lo más triste, lo hacen argumentando: “defensa de la democracia”.

 

Estas y otras constataciones evidencia que para la triste clase media tradicional boliviana, democracia es cuando ganan los ricos/blancos incluso con votos indios, pero cuando las elecciones ganan los indígenas (convirtiendo su mayoría demográfica en mayoría política), es fraude.

 

Ante esta convicción identitaria de clase no hay principio, ni regla, ni auditoria electoral que valga. Y, como en las espeluznantes épocas coloniales agreden y muelen a palos (en las calles, en las plazas, frente a las cámaras) al mortal que se oponga a su “racistocracia”. Todo para intentar hacer prevalecer el supuesto determinismo biológico neoliberal.

 

Ollantay Itzamná

Defensor latinoamericano de los Derechos de la Madre Tierra y Derechos Humanos

https://ollantayitzamna.com/

@JubenalQ

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/203084?language=en
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