Chile: tortura, muerte y complicidad mediática
- Opinión
Cuando se da rienda suelta al ejército chileno en las calles de Santiago y provincias, se da rienda suelta también a una mentalidad: la del enemigo interno, la de la represión del conciudadano visto como subversivo, como comunista, como “enemigo del progreso”; o como los “extranjeros” o “alienígenas” que aterrorizaron a la primera dama chilena y sus amigas del chat filtrado. La señora Morel lo tiene claro: la turba de los trinches y el fuego venía por sus privilegios.
Esa mentalidad, la de los Estados de “seguridad nacional”, instaurada en una Latinoamérica entendida y administrada según la lógica de la Doctrina Monroe, rebaja al otro a la condición de ciudadano de segunda clase y es fundamentalmente racista. El indígena levantisco era su enemigo natural, originario; el terrateniente, su patrón.
Como veremos, la idiosincrasia de las fuerzas armadas chilenas no cambió demasiado al transitar de dictadura al orden neoliberal; sigue siendo la de la “Escuela de las Américas”. El problema se extiende por Latinoamérica aún en el siglo XXI.
Una guerra y sus fantasmas
Con una extendida pero enormemente precarizada clase media en las calles, el presidente Piñera y su declaración de “guerra” trajeron de vuelta el enrarecido aire de la Guerra Fría, cuando detrás de cualquier viento de cambio o agitación social se encontraba el cuco comunista, listo para asaltar los barrios pudientes, violar a las mujeres y asesinar al párroco. Esa mentalidad deshonesta logró enfocar la mirada de varios ejércitos latinoamericanos hacia adentro, hacia sus propias poblaciones “superfluas” –los que sobran– y ha servido tradicionalmente como dique contra el cambio social.
Piñera habló de un “enemigo poderoso y bien organizado” contra el cual su país estaría en guerra. La Organización de Estados Americanos (OEA), dejando cualquier misterio de lado, acusó directamente a Cuba y Venezuela. “Brisas bolivarianas”, señaló la cabeza de esta entidad, estarían detrás de un “patrón de desestabilización” que afectaría al Perú, Colombia, Ecuador, Argentina, Honduras y, ahora, también a Chile.
La OEA no indica qué brisas serían las que barrieron con el gobierno de Zelaya, en Honduras, ni que vaho ahogó el de Rousseff o encarceló injustamente a Lula da Silva para que esa pequeñez llamada Jair Bolsonaro pudiera hacer su inmerecido ingreso en los libros de Historia, con el carcelero de Lula de ministro estrella.
Y desde Haití, ¿qué huracán con logo de la US Army se llevó volando a Aristide hasta su exilio en Sudáfrica, en 2004?
Pero la fiscalía chilena ha desmentido la mayoría de los bulos que se han repetido por doquier estos días. No han identificado el supuesto “acelerador” usado en el incendio de las estaciones de metro, ni mucho menos a operadores de ninguna nacionalidad. La fuente de esta noticia falsa no fue ningún blog creado la madrugada anterior sino el prestigioso diario La Tercera, que en su cuenta de Twitter difundió una mentira cuyo origen se encontraría – ¿dónde más?– en los servicios de inteligencia. Esos que aquí, en Estados Unidos y Europa manipulan a la prensa corporativa a su antojo. Saben que repetirán sin cuestionar sus políticamente convenientes invenciones, convirtiéndolas en propaganda para las multitudes y prestándoles crédito con sus marcas y voceros.
Con el paso del tiempo y la derrota global del comunismo, las guerras contra las drogas y el terrorismo han pasado a justificar otra guerra de mayor interés para las élites: la librada contra el tradicional “enemigo interno”. Camilo Catrillanca, comunero mapuche de 24 años y nieto de un importante “lonko” de su comunidad, fue ultimado de un balazo en la nuca por un miembro del comando “Jungla”, en noviembre del año 2018.
“Jungla” es un cuerpo de los carabineros de Chile entrenado en Colombia por un comando homónimo, creado para combatir el narcotráfico y el terrorismo. Y como todos los caminos conducen a Roma, podemos encontrar el origen de este cuerpo militar colombiano en la política exterior de Estados Unidos y el Plan Colombia.
“Jungla”, en su versión colombiana y original, fue creado en 1989 con ayuda de los infames boinas verdes norteamericanos –expertos en tortura, como sus manuales de entrenamiento filtrados demuestra– y la SAS británica. Su entrenamiento se lleva a cabo con activa supervisión, colaboración y financiamiento de varias agencias de EEUU como la DEA, el Departamento de Estado y la CIA, como informa el blog Small Wars Journal. El Ejecutivo norteamericano le tiene un especial cariño, según un comunicado del Departamento de Estado, de 2008: “El grado de autosuficiencia y excelente entrenamiento… ha hecho de (‘Jungla’) uno de los más efectivos y ‘nacionalizados’ programas de la Embajada. Las muchas contribuciones de ‘Jungla’ al esfuerzo antinarcóticos, tanto en Colombia como en la escena internacional, demuestran el alto retorno que esta sostenida inversión de (el gobierno de) EEUU ha logrado”.
En el artículo “Petróleo Sangriento” (30/11/18) relatamos las aventuras de la BP (tradicionalmente conocida como British Petroleum) en la localidad colombiana de Casanare, junto con las consiguientes desventuras de sus pobladores, incluyendo el amedrentamiento, el asesinato y la desaparición forzada de varios de ellos. Británicos de la SAS entrenaban a los regimientos militares colombianos destinados a las áreas de explotación de la BP, para fungir de guachimanes en sus plantas y desbaratadores de huelgas. De acuerdo con el británico Kevin J. McEvoy, para la revista Jacobin (15/11/18):
“Por más de medio siglo, una guerra contra la vida civil colombiana ha sido librada paralelamente a la guerra contra las insurgencias… comenzando en 1989, el Reino Unido promovió esta ‘guerra sucia’ bajo el pretexto de la guerra contra las drogas. Mantenido en secreto bajo la excusa de la ‘seguridad nacional’, la intervención británica hizo poco por reducir el suministro de droga, pero patrocinó violencia política dirigida a promover intereses económicos occidentales”.
En 2018, Piñera envió a 40 efectivos para ser entrenados con “Jungla”, en Colombia, y luego a La Araucanía chilena, territorio del conflicto mapuche, donde no hay un problema de narcotráfico ni grupos guerrilleros. Los “Jungla” habían salido de su base el 14 de noviembre, el día que murió Catrillanca, porque –imagínese– unos ladrones de auto habían respondido con balas a los indefensos carabineros que los perseguían, por lo que hubo que llamar al comando especial.
Finalmente, “Jungla” es también una suerte de franquicia dirigida y financiada por EEUU, pero instalada en Colombia: ha entrenado a más de 1500 efectivos de toda Latinoamérica, como extendiendo el Plan Colombia desde El Caribe hasta la Patagonia.
Quienes dicen que las manifestaciones del 18-O no se veían venir, se equivocan. El conflicto mapuche y las prolongadas manifestaciones estudiantiles ya habían dado muestras de autoritarismo y de la fuerte tendencia hacia la represión por parte del gobierno chileno, factores que desencadenaron la furia ciudadana cuando Piñera declaró su guerra y sacó a la calle a los militares. Quienes acumulan a manos llenas entre la miseria no tienen otra alternativa que reprimir con dureza, como nuestra historia lo demuestra. Siempre estarán en guerra para proteger los privilegios de la señora Morel.
Sin ir muy lejos, el último gobierno de Michelle Bachelet llegó a La Moneda prometiendo mitigar la desigualdad.
Médicos amordazados, prensa cómplice
El Colegio Médico de Chile denunció, a través de su presidenta, Izkia Siches, que varias instituciones y personas relacionadas a la salud han sido amenazadas para no dar a conocer cifras de muertos y heridos durante las manifestaciones. Según Enrique Morales, director de la sección de Derechos Humanos de la misma entidad: “Es un episodio negro en el ámbito de la salud pública, porque restringir el acceso a la información es muy grave”.
Morales también señaló que están completamente desbordados por denuncias de violaciones a los DDHH, con más de 100 denuncias de tratos crueles y tortura por parte de las fuerzas del orden. Los disparos de perdigones a la cara ya se han cobrado la visión parcial de un centenar de chilenos.
Ante el medio estatal alemán DW (24/10), uno de los pocos que ha cubierto estas declaraciones, Morales agregó que lo informado por el gobierno chileno “dista mucho de la realidad”.
El cerco informativo, sin embargo, tendría también otros frentes. La Federación de Trabajadores de Canales de Televisión (FETRA) denunció el 25 de octubre una reunión entre los principales ejecutivos de canales de televisión chilenos de señal abierta con el ejecutivo corporativo en jefe, Sebastián Piñera, y su recientemente depuesto ministro del interior y primo hermano, Andrés Chadwick, hecho que señalaron como “una clara intervención en la definición en las líneas editoriales y de prensa”.
En Chile saben cómo juega la prensa corporativa, tienen amplia experiencia. Podemos ver esta realidad reflejada en las manifestaciones multitudinarias en frente de las instalaciones, no ya solamente de El Mercurio, sino también de Canal 13 y de Canal Mega. A los chilenos no les gustó que, como acto reflejo, el gobierno y los medios corporativos –en tándem–, los declararan delincuentes. Tampoco que intentaran amedrentarlos con imágenes de largas colas en supermercados, como si se acercara una suerte de “apocalipsis” chavista e insinuando que son altamente manipulables.
Están asesinando a Julián Assange. El preso político número uno de Occidente no encuentra aliados entre la gente biempensante y la prensa corporativa, que se hizo de premios y vendió miles de ejemplares de diario gracias a sus filtraciones. Lo trataremos aquí la próxima semana.
-Publicado en Hildebrandt en sus 13, el 01/11/19
Del mismo autor
- COP26: mentiras verdes 17/11/2021
- Pandemia como política 28/07/2021
- Haití: golpe mercenario 21/07/2021
- Canadá: Genocidio fundacional 13/07/2021
- El Perú es un espejismo 21/06/2021
- Comunistas y terrucos 15/06/2021
- Agonía de “El Comercio” 08/06/2021
- Jacarezinho: el modelo conservador 18/05/2021
- ¡Se les fue de las manos! 05/05/2021
- Pasaportes biológicos: distopía en ciernes 28/04/2021